Am 7, 12-15; Sal
85(84) 9-14; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13
El profeta en este
caso representa la «…instancia suprema, que está por encima de todo: el
profeta, porque es la palabra de Dios, que no puede estar subordinada a nadie y
tiene que ser libre e independiente… El profeta de Dios no se sirve de la
palabra, sino que se hace servidor de ella: ni dispone de Dios a su antojo,
sino que se deja manejar de Él… Esta es la función del carisma profético:
desenmascarar, desengañar, iluminar la verdad.
Luis Alonso Schökel y
Guillermo Gutiérrez.
Hagamos
pie, para iniciar esta reflexión,
en el
Evangelio del Domingo anterior:
donde la
última oración del Evangelio nos informaba
cómo
encaraba Jesús su Misión cotidiana
“Jesús
recorría todos los pueblos de los alrededores enseñando” (Mc 6, 6b)
Encontramos
para este Domingo XV del ciclo B
Palabras
tan hermosas y poderosas,
Oraciones
que nos explican quién es su Discípulo-Misionero:
“Llamó a
los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos,
dándoles
poder … Les ordenó lo que debían llevar y lo que no debían llevar,…
o sea, que
les designó cuál era su Misión,
y ¿cómo
reaccionaron? ¿qué hicieron?
“Fueron a
predicar, invitando a la conversión.”
O sea que
somos llamados,
No para
quedarnos aferrados a la orla de su Manto,
sino para
salir a convidar a los demás a convertirse,
que consiste
en retirar los ojos de lo mundano
y
dirigirlos atentamente a los realidades del Reino.
En este
contexto toma particular relieve el verbo ἀποστέλλω [aposteló]
que es el verbo enviar –en griego-,
despachar a cumplir un encargo,
remitir un mensajero,
comisionar bajo responsabilidad.
No se puede ocultar lo que connota esta
palabra:
Salir de los escondites,
retirar de las puertas las trancas que
nuestros temores han instalado,
desacomodarse,
lanzarse al mundo (a veces contra el mundo),
proclamar valientemente,
profetizar (no olvidemos que implica no sólo
anunciar,
también denunciar; no sólo construir,
también
significa “demoler”;
porque la Misión no estriba en seleccionar lo
que no molesta a nadie,
y callar aquello que les fastidia a muchos,
tenemos que entender que la fe que anunciamos
no es una religión complaciente
-la queremos atractiva-
pero no podemos separar la verdad para
hacernos populares,
no podemos priorizar en la Misión, tocar sólo
los temas “de moda”,
para que todos están a gusto, una religión “prêt-à-porter”
estrictamente sobre medidas, amputada de
exigencias;
hemos sido llamados,
lejos
de la comodidad de nuestro redil y nuestros sicómoros,
el Señor nos ha dicho: “Ve, profetiza a mi
pueblo, el que ha visto a Dios,
el que ha luchado con mi Ángel toda la vida,
y toda la vida permaneció fiel en su lucha,
fiel a la causa,
el que ha visto la Escalera que lleva al
Cielo”.
Pensemos en su conjunto la historia de Israel
y veremos
que Jacob, no durmió entre algodones,
y su almohada no fue de espuma,
por lo contrario
-fue una dura roca-
Otro hubo –mucho Mayor que él-
que no tenía donde recostar la cabeza
sino que al dormirse en la cruz
su Cabeza colgaba.
Hemos de llevar el “bastón” (¡ojo!, no el
“bolillo”, no la “macana”)
que prefigura la cruz, es signo abstracto de
Aquella;
hemos de llevar sandalias, porque el camino
será largo,
y no lo andaríamos después de tener los pies
ampollados.
De lo demás, no hemos de preocuparnos,
se nos dará por añadidura,
lo demás es lo que llamamos necesario,
“Pues si a la hierba del campo,
que hoy es y mañana se echa al horno,
Dios así la viste,
¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
No andéis, pues, preocupados diciendo:
¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?,
¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los
gentiles;
pues ya sabe vuestro Padre-Celestial
que tenéis necesidad de todo eso." (Mt 6,
30-32)
«Expulsar
demonios…es desalienar a las personas,
es
decir, librarlas de todas las ataduras que las hacen esclavas
y
objeto de explotación.
En
otras palabras,
todo
lo que impide a las personas ser libres, y no las deja pensar,
sentir,
andar, hablar, oír, actuar por sí mismas.»[1]
Vemos
aquí, de manera palpable
el
significado liberador de la Iglesia, de todos sus bautizados,
porque
todos ellos son “Sacerdotes-Profetas-y-Reyes”,
o
sea que éstas competencias
–permítannos
cometer una redundancia por demás cacofónica- nos “competen”
a
todos nosotros los que nos confesamos cristianos.
«Porque
el Evangelio hace que salte por los aires el egoísmo.
Si
uno, con la gracia del Señor, se decide a vivir el evangelio –es decir, el
anti-egoísmo-, forzosamente encontrará dificultades.
Dificultades
consigo mismo y con los demás,
y
no sólo por parte de los gobiernos y de los poderosos,
sino
también por parte de los eclesiásticos.
Y
ni siquiera únicamente por parte de los hombres,
sino
también por parte de las estructuras…»[2]
Los
envía dotados de un sentido de desprendimiento,
con
una mentalidad austera que los hace independientes de comodidades y lujos,
adversarios de la mentalidad consumista,
“ligeros de equipaje”,
con
la felicidad y la paz espiritual que les permitirá gozar con las pobrezas
de
quienes los reciban con amable cordialidad y les brinden hospedaje y acogida.
Ni
ropas ni calzados especiales,
«Hasta
el vestir debe ser simple… pues ropas diferentes
generalmente
indican “status” social más que disponibilidad.»[3]
Dice
que “no se pongan doble túnica”
«El
no ponerse dos túnicas significa
no
aparecer como los ricos que solían ponérselas»[4]
Permanecer
en una casa
es
que esa “casa” que los acogió,
se
habría de convertir en un centro de “operaciones”,
un
“hogar” que congregaría a la comunidad naciente,
«un
lugar, donde a su partida,
la
comunidad pueda seguir reuniéndose
y
proseguir la realización de la Buena Nueva del Reino»[5]
Desconfiamos
–y con mucha razón-
de
todos aquellos que depositan toda su seguridad
en
los medios y los recursos humanos.
Enriquecerá
nuestro enfoque del tipo de Iglesia que necesitamos construir
leer
la siguiente anécdota (que debemos al Padre¿? Lorenzo Milani):
«Pasó por aquí un
fraile limosnero, con una motocicleta. Hasta ahora iba en bicicleta. “No hay
que extrañarse –dice el frailecito dinámico- también San Francisco, si viviera
hoy, viajaría así”
No es verdad.
San Francisco, si
viviera en otro siglo haría lo que hizo en su siglo, es decir, habría
determinado el nivel de “comodidad franciscana” al estudiar cuales son las
mayores posibilidades de la renuncia del hombre de un siglo determinado (…)
(Por consiguiente) un
San Francisco párroco no habría considerado “necesario” un objeto que el 89% de
sus frailes no posee y del cual sus predecesores han prescindió durante siglos
sin un daño excesivo.
Si responde que un
motor puede llegar antes y a un mayor número de sitios; luego con un motor se
hace mayor bien….Esta es una herejía. Ninguno puede dar más de lo que tiene. Si
es un tonto, el motor hará llegar antes y a muchos lugares a un tonto; y si
tiene poca gracia, el motor multiplicará un sacerdote con poca gracia. Si, en
cambio, es un sacerdote santo, no tendrá la soberbia de creer que la propia
multiplicación pueda ser útil al reino de Dios. Por consiguiente, buscará más
bien reducirse.»[6]
Trascribo,
ahora, las recomendaciones que un director espiritual
daba
a una religiosa,
porque
nos orientaran para reconocer nuestro norte
y,
además,
identificar nuestro propio ritmos
nuestra propia premura,
para regular nuestro afán y medir nuestros descansos,
‘para saber cuándo pararnos y cuándo levantarnos:
«todos
los días… le (diremos) a Cristo…
“Oh
Cristo, mi Maestro, hablad y estoy pronta…
lo
que Vos queráis, cuando queráis, de la manera que queráis,
donde
queráis, hasta que queráis…”
Eso es todo…
Lo
importante es estar allí donde Dios nos quiere…
Que
podamos decir “sí” a nuestro Cristo…
saber
que Cristo no está en una ocupación más que en otra,
que
no está en la oración más que en la acción.
Está
allí donde nos ha colocado su divina voluntad:
allí
lo encontramos y allí se da a nosotros.
Y
no se da siempre en lo que nos agrada,
ni
siempre en lo que nos parece más grande.»[7]
[1] Balancin, Euclides M. Op. Cit. p.
89
[4]
Mateos, Juan. Sj. COMENTARIO
AL EVANGELIO DE SAN MARCOS Ed. Centro Bíblico “Verbo Divino” 5a ed.
Quito-Ecuador 2000 p. 91
[6]
Beck, T. Benedetti,
U. Brambillesca, G. Clerici. Fausti. S. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE
MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 1ª re-imp. 2009 p. 201
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