domingo, 7 de enero de 2018

CRISTOFOROS


Is 42, 1-4.6-7; Sal 29(28), 1a. 2.3ac-4. 3b. 9b-10; Mc 1, 7-11

El bautismo debiera hacer de cada uno levadura en medio de este mundo.
Ricardo B. Mazza Pbro.

Acabamos de ver que Dios se manifestó a nosotros; además, que hubo diversas manifestaciones: una dirigida a pastores, otra especialmente enfocada hacia los gentiles, otra muy particularmente dirigida hacia los que serían sus seguidores y encargados de dar continuidad a su accionar, y es que la historia de la Salvación alcanza su cúspide en la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, pero no concluye allí, sino que –esa cima- desencadena un proceso –no lineal- de constitución de un Pueblo, el Pueblo que Él se escogió para Sí, cuya tarea es alcanzar la soberanía del Reinado de Dios. Mucho de esa trayectoria pudo desenfocarse por la idea ingenua de poder “imponer” ese Reinado, sin entender que el avance no se da por imposición sino por fascinación, por enamoramiento. Y eso es bastante lógico, si su reinado es de Amor, es coherente pensar que debe extenderse por en-Amor-amiento.


Nos bautizaron y bautizamos a nuestros hijos y ya, por eso nos declaramos católicos, y expresamos algo que no corresponde, cuando el ser del católico no es reductivo a la sacramentalidad sino que nos llama a vivir de una manera particular, no mundana, nos llama a vivir Jesusmente; el Sacramento es el “elan” que dinamiza, pero nosotros hemos de estar abiertos y permitir que ese “empuje” obre. Vivir Jesusmente significaría hacer lo que hacía Jesús, hacerlo con la misma intencionalidad, procurar vivir a su manera, pero sobre todo, hacer las cosas con el mismo Espíritu. Pero se requiere nuestra cooperación, que es la apertura al dinamismo.

Recordamos que en el Gn 1, el Espíritu de Dios revoloteaba sobre las aguas, lo que inspiró la idea de que el Espíritu tuviese forma de ave. Luego, otra vez en Gn, en el capítulo 8, del 8-12, Noé envía la Paloma que al regresar le confirma que el mundo está listo para aceptar la Nueva Vida, como una Nueva Creación. Más adelante en Dt 32, 11 donde Dios tiene forma de Águila o, en otros textos del A. T. donde cabalga sobre estas figuras aladas que son los Querubines; todo ello permitirá que en la tradición talmúdica se le asignen alas, a la Shkina (Presencia de Dios). Se debe tener en cuenta que nunca se dice que el Espíritu sea la Paloma sino que se manifiesta como tal; en el caso que nos ocupa dice que «τὸ πνεῦμα ὡς περιστερὰν» donde el adverbio «ὡς» establece la comparación: “el Espíritu como Paloma”. Vemos -además- en el Nuevo Testamento que el Espíritu se manifiesta como temblor de tierra, viento, soplo, lenguas de fuego, agua viva, Abogado Defensor (Paráclito), etc. Estos son los signos co-textuales de la Teofanías.


Es así como, al hablar del bautismo de Jesús se está poniendo sobre la mesa el asunto de nuestro propio bautismo. Con frecuencia nos llega a la mente que el bautismo de Jesús es algo un tanto absurdo ya que este Sacramento tiene por finalidad “borrar los pecados”, muy particularmente el “pecado original”, pero si Jesús no tenía pecado, entonces, ¿para que se bautizó? Y la respuesta que tenemos a mano es afirmar que lo hizo para mostrar que se había hecho verdaderamente “uno de nosotros”; cuando –quizás- la respuesta es que lo hizo para mostrarnos “lo que debíamos hacer” nosotros. Seguramente eso es lo que significa que Él sea el Camino la Verdad y la Vida (Cfr. Jn 14, 6) que Dios lo ha propuesto como La Ruta salvífica a seguir, que nos conduce a la Vida Verdadera. «El Bautismo es, por  decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el  que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la  promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal  que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y  sentirnos amados por él.»[1]


Con el “Bautismo de Jesús” queda cerrado el ciclo de Navidad y abrimos la puerta al ciclo litúrgico ordinario. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo, estos tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos enfrentamos a Jesús adulto, que con treinta años, ya puede –según la usanza judía- actuar en la vida pública. Si en la fiesta de los Reyes Magos celebramos la Epifanía, hoy, en la celebración del Bautismo de Jesús damos paso a una Teofanía: Dios se presenta para revelarnos a su “Hijo querido, mi predilecto” Mc 1,11. El bautizado deja de ser nacido de la carne para volverse un “nacido del espíritu” (Jn 3, 6); ha recibido una Nueva Vida, la vida misma de Dios y se ha capacitado, de esta forma, para vivir la vida eterna y hacerse, en cuanto tal, artesano de la paz y constructor del Reino.

El bautismo que concedía Juan el bautista era sólo bautismo de “Agua” que, como lo leemos en los antecedentes de la perícopa de Marcos que hoy nos ocupa, era un bautismo penitencial Mc 1, 4, durante el cual, los bauzados confesaban sus pecados (Mc 1, 5) sin alcanzar su perdón.  En cambio, el bautismo de Jesús, contiene un carisma absolutorio. Téngase en cuenta que una vez atravesado el umbral, con el sacramento del bautismo (Ahí tenemos la idea de puerta asociada a este sacramento), el cristiano no cesa de recibir el Espíritu Santo, en la misma medida en que ore pidiéndolo, y así se “cargará”, por así decirlo, con la fuerza profética necesaria para testimoniar, para lo cual basta la disponibilidad para la recepción. Esta disponibilidad se llama apertura. La efusión del Espíritu se expresa en los frutos espirituales que el creyente disponible produce.

«Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte.


¡Qué gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un “cristóforo”, ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, “portador de Jesús” al mundo! Sobre todo para aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros? ¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz debajo del celemín? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida.»[2]



[1] HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. 11 de enero de 2009
[2] Papa Francisco CATEQUESIS: “EL BAUTISMO NOS HACE SER PORTADORES DE JESÚS AL MUNDO”, Audiencia General, miércoles 2 de agosto de 2017. 

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