Is 42, 1-4.6-7; Sal
29(28), 1a. 2.3ac-4. 3b. 9b-10; Mc 1, 7-11
El bautismo debiera hacer de cada uno levadura en medio de
este mundo.
Ricardo B. Mazza Pbro.
Acabamos
de ver que Dios se manifestó a nosotros; además, que hubo diversas
manifestaciones: una dirigida a pastores, otra especialmente enfocada hacia los
gentiles, otra muy particularmente dirigida hacia los que serían sus seguidores
y encargados de dar continuidad a su accionar, y es que la historia de la
Salvación alcanza su cúspide en la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesús, pero no concluye allí, sino que –esa cima- desencadena un proceso –no
lineal- de constitución de un Pueblo, el Pueblo que Él se escogió para Sí, cuya
tarea es alcanzar la soberanía del Reinado de Dios. Mucho de esa trayectoria
pudo desenfocarse por la idea ingenua de poder “imponer” ese Reinado, sin
entender que el avance no se da por imposición sino por fascinación, por
enamoramiento. Y eso es bastante lógico, si su reinado es de Amor, es coherente
pensar que debe extenderse por en-Amor-amiento.
Nos
bautizaron y bautizamos a nuestros hijos y ya, por eso nos declaramos
católicos, y expresamos algo que no corresponde, cuando el ser del católico no
es reductivo a la sacramentalidad sino que nos llama a vivir de una manera
particular, no mundana, nos llama a vivir Jesusmente; el Sacramento es el
“elan” que dinamiza, pero nosotros hemos de estar abiertos y permitir que ese
“empuje” obre. Vivir Jesusmente significaría hacer lo que hacía Jesús, hacerlo
con la misma intencionalidad, procurar vivir a su manera, pero sobre todo,
hacer las cosas con el mismo Espíritu. Pero se requiere nuestra cooperación,
que es la apertura al dinamismo.
Recordamos
que en el Gn 1, el Espíritu de Dios revoloteaba sobre las aguas, lo que inspiró
la idea de que el Espíritu tuviese forma de ave. Luego, otra vez en Gn, en el
capítulo 8, del 8-12, Noé envía la Paloma que al regresar le confirma que el
mundo está listo para aceptar la Nueva Vida, como una Nueva Creación. Más
adelante en Dt 32, 11 donde Dios tiene forma de Águila o, en otros textos del
A. T. donde cabalga sobre estas figuras aladas que son los Querubines; todo
ello permitirá que en la tradición talmúdica se le asignen alas, a la Shkina
(Presencia de Dios). Se debe tener en cuenta que nunca se dice que el Espíritu
sea la Paloma sino que se manifiesta como tal; en el caso que nos ocupa dice
que «τὸ πνεῦμα ὡς περιστερὰν» donde el adverbio «ὡς»
establece la comparación: “el Espíritu como Paloma”. Vemos -además- en el Nuevo
Testamento que el Espíritu se manifiesta
como temblor de tierra, viento, soplo, lenguas de fuego, agua viva, Abogado
Defensor (Paráclito), etc. Estos son los signos co-textuales de la Teofanías.
Es
así como, al hablar del bautismo de Jesús se está poniendo sobre la mesa el
asunto de nuestro propio bautismo. Con frecuencia nos llega a la mente que el
bautismo de Jesús es algo un tanto absurdo ya que este Sacramento tiene por
finalidad “borrar los pecados”, muy particularmente el “pecado original”, pero
si Jesús no tenía pecado, entonces, ¿para que se bautizó? Y la respuesta que
tenemos a mano es afirmar que lo hizo para mostrar que se había hecho verdaderamente
“uno de nosotros”; cuando –quizás- la respuesta es que lo hizo para mostrarnos
“lo que debíamos hacer” nosotros. Seguramente eso es lo que significa que Él
sea el Camino la Verdad y la Vida (Cfr. Jn 14, 6) que Dios lo ha propuesto como
La Ruta salvífica a seguir, que nos conduce a la Vida Verdadera. «El Bautismo
es, por decirlo así, el puente que Jesús
ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace accesible a nosotros; es el arco
iris divino sobre nuestra vida, la
promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo
tiempo, la señal que nos indica el
camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y sentirnos amados por él.»[1]
Con
el “Bautismo de Jesús” queda cerrado el ciclo de Navidad y abrimos la puerta al
ciclo litúrgico ordinario. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo, estos
tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos enfrentamos a Jesús
adulto, que con treinta años, ya puede –según la usanza judía- actuar en la
vida pública. Si en la fiesta de los Reyes Magos celebramos la Epifanía, hoy,
en la celebración del Bautismo de Jesús damos paso a una Teofanía: Dios se
presenta para revelarnos a su “Hijo querido, mi predilecto” Mc 1,11. El
bautizado deja de ser nacido de la carne para volverse un “nacido del espíritu”
(Jn 3, 6); ha recibido una Nueva Vida, la vida misma de Dios y se ha
capacitado, de esta forma, para vivir la vida eterna y hacerse, en cuanto tal, artesano
de la paz y constructor del Reino.
El
bautismo que concedía Juan el bautista era sólo bautismo de “Agua” que, como lo
leemos en los antecedentes de la perícopa de Marcos que hoy nos ocupa, era un
bautismo penitencial Mc 1, 4, durante el cual, los bauzados confesaban sus
pecados (Mc 1, 5) sin alcanzar su perdón.
En cambio, el bautismo de Jesús, contiene un carisma absolutorio. Téngase
en cuenta que una vez atravesado el umbral, con el sacramento del bautismo (Ahí
tenemos la idea de puerta asociada a este sacramento), el cristiano no cesa de
recibir el Espíritu Santo, en la misma medida en que ore pidiéndolo, y así se
“cargará”, por así decirlo, con la fuerza profética necesaria para testimoniar,
para lo cual basta la disponibilidad para la recepción. Esta disponibilidad se
llama apertura. La efusión del
Espíritu se expresa en los frutos espirituales que el creyente disponible
produce.
«Nosotros
hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al
encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte,
para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en
humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos
difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de
nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de
muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las
tinieblas y de la muerte.
¡Qué
gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un “cristóforo”, ¿qué quiere
decir cristóforo? Quiere decir, “portador de Jesús” al mundo! Sobre todo para
aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de
oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz
que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni
siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y
caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro,
cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros?
¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz
debajo del celemín? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz
de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de
Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida.»[2]
[2] Papa Francisco CATEQUESIS:
“EL BAUTISMO NOS HACE SER PORTADORES DE JESÚS AL MUNDO”, Audiencia
General, miércoles 2 de agosto de 2017.
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