Is 5, 1-7; Sal79, 9 y
12. 13-14. 15-16. 19-20; Fil 4, 6-9; Mt 21, 33-43
… os he elegido del mundo para que vayáis
y deis fruto, y vuestro fruto permanezca
…conocer al Señor…
Como un discípulo, no como un estudioso. Como un seguidor y no como un
investigador.
Segundo Galilea
“Sobre todo examinen
lo habitual. No acepten sin discusión las costumbres heredadas. Ante los hechos
cotidianos, por favor, no digan: 'Es natural'. En una época de confusión
organizada, de desorden decretado, de arbitrariedad planificada y de humanidad
deshumanizada... Nunca digan: 'Es natural', para que todo pueda ser cambiado.”
Bertold Brecht
En
su ofrecimiento de amistad, Dios nos la ha prodigado para que la recibamos
responsablemente: Yahvé Dios plantó un jardín en un lugar del oriente llamado
Edén y colocó allí al hombre que había formado. (Gn 2, 8), pero no lo dejó allí
librado a su albur sino que “la dio al hombre un Mandamiento” (Gn 2, 16a)
espera que fructifiquemos en el Amor; tampoco nos ha ocultado quienes son sus
favoritos, entre los cuales tenemos a los pobres, a los enfermos, leprosos, ciegos,
cojos, tullidos, endemoniados, los despreciados, los huérfanos, las viudas, los
niños, las mujeres, los extranjeros, los adultos mayores; para sólo citar una
parte de la lista, teniendo cuidado en citar los principales. ¿Aceptamos a los
amigos de Dios prodigándoles la amistad como si fueran Él mismo?
Por
otra parte, La Sagrada Escritura se constituye en una “Cartilla”, en un
“Manual” de la amistad con Dios y con sus amigos. No hay lugar para leerla de
otra manera, con otro tipo de espiritualidad, por muy espiritual que suene:
¡Amar a Dios y al prójimo! Nuestra lectura de la Biblia es como una
comunicación epistolar con un Amigo. Nos interesa saber de Él, conocerlo, pero
sobre todo acrecentar nuestra amistad, y claro, también queremos saber si
podemos hacer algo por ese Amigo, de pronto conocer sus gustos para poderle
ofrecer algo, un regalo –por ejemplo- o, si ese amigo tiene un Proyecto en el
que nosotros le podemos colaborar, de alguna manera, si quizás tiene Él un
Jardín, un Huerto o una Viña en la cual podemos dar una mano, y ayudarle a
velar por sus cultivos.
Debemos
decir que leer la Biblia no es el todo, (recordemos que también el diablo se la
sabe de memoria, como pudimos constatar en el episodio de las Tentaciones), la
revelación es mucho más que memorizar textos. Traemos en nuestras cananas, (perdón,
quería decir alforjas) un vocabulario tomado de la jerga militar, sacada en préstamo
de los contextos bélicos y –que solapadamente- trasportan una ideología “conquistadora
invasora” que data de la época en que ingenuamente se calcó la Evangelización
de modelos imperialistas, cuando se asimiló la extensión de la fe a la
dominación de mayores territorios colonizados. Entonces, tomemos el caso de
quienes visitan la Biblia como quien visita un “arsenal” para adquirir una
dotación de municiones. ¿De qué nos vale decir que son “municiones santas”?
¡Munición es munición, todas las municiones conllevan un potencial de muerte! Y
de vuelta, traemos las cananas (¡ah, por eso se nos escapó arriba esta
palabreja!) repletas de citas para disparar
en ráfaga, y nos anexamos el rótulo: “Preparados para el combate”, “ejércitos
de fe”, “soldados de Jesucristo”. ¿Cómo se puede dar un combate de “amor”? Son ideas
mutuamente excluyentes. Las mismísimas cruzadas
no fueron otra cosa que el intento de diseminar la fe con la sangre derramada
por las espadas y la Santa Inquisición un mecanismo para defenderla y
salvaguardarla a fuer de asar gente viva. Nos podemos equivocar, ¡sí!; lo que
no podemos es re-editar nuestros errores cambiando la carátula con una a la moda
de las ediciones del siglo XXI. El cambio ha de ser rotundo, una verdadera
Conversión.
Evangelizar
no es una empresa marcial, no está relacionada con botas y uniformes, ni con
armas, ni con bombas; mucho menos -aun cuando para algunos oídos suenen gratos-
con el vocabulario correlativo y las figuras literarias provenientes de las
campañas militares y los frentes de guerra. Para no permear nuestra
Evangelización con estas ideas que se probaron equivocadas, lo primero que
tenemos que hacer es despojarnos de la fraseología castrense y del vocabulario
proveniente de la rendición por la violencia y por la fuerza de las armas.
Somos llamados, efectivamente, a trabajar y a rendir fruto, a no ser “higueras
estériles”, pero nuestro contrato no es para desempeñarnos como esbirros y
menos como mercenarios, (la fe es ajena a la beligerancia y al sentido de
lucro). Si, digámoslo abiertamente, la fe es un servicio desinteresado que nos
compromete por amor con Aquel que es Puro-Amor; y ya que estamos hablando de la
contraposición entre lucro y gratuidad, es de carácter forzoso mencionar que todo
amor por contraprestación económica es prostitución.
La
labor del agricultor es tan distinta, al suelo no se le “conquista”, no se le “domina”,
no se le “somete”; muchísimo menos se le “tortura” ni se le “esclaviza”. El
agricultor pasa por ingentes facetas laboriosas: desyerbe, abono, poda,
regadío; Dios-Viñador mismo señala las facetas por las que Él pasó: plantó la
viña, (nosotros que a veces no sabemos nada de la labor campesina, nos
imaginamos que es una labor de pan-coger, que las matas dan sus frutos espontáneamente
sin esfuerzo alguno); la rodeó protectoramente de una cerca, cavó en ella un
lagar (porque a las uvas hay que exprimirlas para que den el mosto que se
fermentará para que se torne en vino); le construyó una torre, porque hay que
cuidarla, vigilantes para que no la dañen y sólo luego de haberle consagrado
todo este esfuerzo, estará lista para arrendarla. Un cultivo, pues, requiere
mucho cuidado, tiempo y esfuerzo, estar vigilante, cuidar del regadío,
atenderla con suma solicitud. Así ha sido Dios con su Viña. Él mismo la plantó,
no uso de empleados, no se la encargó a jornaleros, Él se encargó de todo,
porque ningún “agricultor” ama tanto su cultivo como Aquel que lo ha sembrado
con sus propias manos, y la ha regado con su propio sudor. Atención a la
pregunta que nos dirige YHWH: ¿Qué más se puede hacer por una viña
que no lo haya hecho Yo? Pregunta típica del que ama y se ha desvivido por el
destinatario de su amor. Reflexionando la parábola de los viñadores asesinos,
se viene a nuestra mente la página bíblica del Génesis, donde Dios cuenta la
creación y, enseguida, narra cómo, con delicada ternura, “… plantó Yahwe Dios
un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahwe
Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y buenos
para comer,…" (Cfr. Gn 2, 8-9a). Hasta aquí el retrato de Dios–Padre Providente
y Generoso.
Dios
nos dio una Tierra feraz, que mana leche y miel; aquí viene lo triste y
vergonzoso, tenernos que referirnos a los agrazones: «En el texto hebreo una
aliteración irreproducible plastifica la amargura de la sorpresa divina. El
Señor esperaba de su pueblo sedagah (justicia) y en su lugar hay sa’agah
(lamento de los oprimidos), esperaba mishpat (derecho) y en su lugar hay
mispach (asesinato: derramamiento de sangre).»[1] el Malo quiere imitar a Dios-Agricultor y le sale un remedo; planta su hedionda
semilla en nuestro pecho y de allí brota maleza, un matorro que se da
silvestre, no requiere ningún cuidado: es la envidia, la avaricia, el ansia de
poder, una cierta retorcida crueldad, capaz de sofisticar hasta límites
insospechados el pecado contra la vida, contra la naturaleza, contra la
creación, no se quedan por fuera –antes bien- son sus presas favoritas sus
propios hermanos: “el hombre se hace lobo para el hombre” según lo acuñó en su
célebre frase Thomas Hobbes. Escuchando a unos amigos comentar la situación de
insolidaridad e indiferencia y el alambicado sentido de la perversidad en los
jóvenes, les oí acuñar de nuevo que el “ser humano es malo”; quisiera reiterarles
que no es malo en su origen sino que se la conduce y se le atiza para que
reaccione con maldad.
¿Y,
cómo pasa esto? Dándole mal ejemplo, proponiéndoles estereotipos culturales que
le inducen al mal, que le depravan el corazón, haciéndolo creer que es natural
o sea, que está en su naturaleza, cuando no hay nada menos natural y más
artificial en el corazón humano que la maldad. Rompiéndole la familia, insertándolo
en un contexto de corrupción. Y ¿qué es corrupción? Viene del latín, el prefijo
co- significa que participan varios, que es una acción conjunta, que el Malo
obra con apoyo de múltiples co-operarios; y la voz latina rumpere que significa hacer pedazos, trizar, partir, romper; este
vocablo está inextricablemente ligado a la palabra –de origen griego- diablo,
que significa el que divide, el que separa; la acción del Diablo es eminentemente
corruptiva.
Entonces,
cómo están las cosas, Dios nos entregó la Biblia, ese Manual-Excelso del que
hablamos al principio, y luego nosotros acumulamos encima todos los libros, las
películas, las series de televisión y las propagandas que pudimos para sepultar
la Biblia y hacerla inalcanzable e inaccesible. ¿Pasó esto por puro accidente?
¿Se volcó la biblioteca y –sin culpa- como teníamos la Biblia en el primer
lugar, lo demás cayó encima? ¡No! No fue inopinadamente, hubo premeditación,
denunciamos la alevosía con la que se nos ha sustraído la opción del Bien: han
sido intereses creados, ha sido ansia de lucro, ha sido avaricia y codicia,
están implicados los pecados capitales, la humanidad ha sido deshumanizada a
propósito.
Los
especialistas nos dicen que el Evangelio original de San Mateo llegaba, en este
capitulo 21 hasta el verso 41 y que la Comunidad Cristiana Primitiva, adicionó
los versos 42-44, donde se retira la heredad de las manos del pueblo Israelita
y se entregaría a la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. Pero aquí reaparece el
problema de la responsabilidad: «Por su endurecimiento culpable, Israel pierde
la vocación que lo destinaba a la salvación; hace caduca su elección.… La
vocación que se le retira a Israel se le confía ahora a un pueblo que se reúne sobre
la base de una tarea que realizar. La afiliación a este nuevo pueblo no puede
constatarse o demostrarse; tan sólo el juicio revelará quien es el que ha dado
fruto y por tanto quien forma parte del nuevo pueblo.»[2]
Que
no se incurra en ese triunfalismo fácil de decir “los judíos fallaron ahora somos
los legítimos propietarios”, lo demás no importa, podemos pararnos en la
cabeza, ser arrogantes, causar daño y seguir promoviendo la guerra y la
injusticia, el atropello y la violencia. Nadie –sino Dios mismo- Fue, Es y Será
(por eso se llama YAHWE) legítimo dueño del Viñedo. Que resuenen en nuestros
oídos los ecos de la sentencia bíblica consignada en el Evangelio según San
Lucas “Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que teníamos
que hacer.”(Lc 17, 10). «La Iglesia no es ni un nuevo Israel, ni el
verdadero Israel. Recibe una vocación que la determina por completo. Ella no es
el pueblo del reino más que en la medida en que permanece fiel a esta vocación,
es decir, a la voluntad de Dios. Y solamente el juicio dirá si la Iglesia, a lo
largo de la historia, ha sido precisamente el pueblo que ha dado fruto.»[3]
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