“sabréis que soy el Señor”
Ez 37,12-14; Sal
129,1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8; Rm 8,8-11; Jn 11,1-45
Lázaro volvió a la
vida por la acción liberadora de Jesús. Pero su acción liberadora quiere
comprometer a todos los que lo siguen… La acción liberadora de Jesús implica
nuestra práctica de liberación: desatar a las personas de todos los lazos que
las sujetan a una situación de muerte. Al obrar así estaremos continuando lo
que Jesús hizo, con el fin de que todos tengan vida en abundancia.
José Bortolini
¿Qué
significa Jesús? Significa “Dios Salva”, “YHWS es salvación”. Y, de ello
podríamos derivar la caleidoscópia de sus implicaciones. Pero, una y otra vez
resurge la pregunta: ¿De qué nos salva Dios? O, ¿Cómo salva Dios? Y el
Evangelio de Juan, en el capítulo 11, que es el que se proclama en este V
Domingo de Cuaresma, es una página bíblica que se aboca a contestar ese
interrogante que se había vuelto neurálgico en el momento histórico que le
correspondió vivir y en el que se movió la existencia de la comunidad joánica
donde se redactó. Esta comunidad se vio enfrentada a la persecución y a una de
sus consecuencias, tener que entregar la vida en martirio. También se vieron
expulsados de la Sinagoga, y desplazados de las comunidades judías,
predominantemente fariseas del momento. Fue el momento en el que tuvieron que
segregarse del judaísmo.
Este
texto plantea, pues, un interrogante de no poca monta para esas comunidades
y esencial para nuestras comunidades de
hoy, ¿Nos salva de la muerte? Pero, si
de todos modos vamos a morir, entonces ¿de qué es que nos salva? Para nosotros,
hoy, se plantea urgente poder responder al asunto de la mal llamada
“resurrección de Lázaro” ya que Lázaro, simplemente aplazó su muerte, pero, de
todas maneras, más adelante murió. Es decir, se pone a la orden del día el
interrogante sobre la “vida perdurable”, esa que enunciamos a veces diciendo
“no morirá para siempre”. A un paso de celebrar la Semana Santa, entonces,
encaramos además la pregunta sobre la –esa sí verdadera- Resurrección de Jesús,
que se levantó de la tumba para nunca más morir. Habría entonces, por lo menos
dos clases de resurrección, que –como truco gráfico- podríamos distinguir,
poniendo la una con “r” minúscula mientras la otra la escribiremos con
mayúscula, para distinguir la que sólo es aplazamiento de la otra, de la que es “Vida
Eterna”.
Pero
más allá del asunto de su distinción al escribirlas está lo verdaderamente
interesante: ¿Qué es qué?
Anticipemos
la existencia de una muerte irreversible, que sería la que acarrea el pecado,
ese grave pecado que nos cierra las puertas a la vida perdurable y que por eso merece el
calificativo de “pecado mortal”.
Ganamos
un punto de comprensión si a la Resurrección a la Vida Eterna le planteamos
dos condicionantes:
·
Haber
aceptado en Jesús –nuestro Dios y Salvador- la posibilidad de una Vida más allá
de la “muerte física” (por llamarla de alguna manera), y
·
Morir
(la muerte física) en Estado de Gracia, es decir, libres de las consecuencias
del Pecado Mortal.
Habría,
por otra parte, una muerte rotunda, sin la esperanza de ningún “Después”, la
muerte de quien haya vivido sin alcanzar y disfrutar de la Victoria de Jesús
sobre la muerte, Victoria que consiste no en librarse de la muerte que hemos
llamado física, sino en poderla trascender para alcanzar el Don de la Vida
Perdurable; que dicho sea de paso, es la vida en plenitud, que consistiría en
la intensificación de todo lo que reboza” vida, de todo lo que destella
plenitud, de toda perfección imaginable, vida indefectible.
Un
signo es, por definición, –no lo olvidemos- algo que, nos habla de otra cosa. Recordemos
aquí, muy venido al caso, que en San Juan no se llaman “milagros”, los
portentosos hechos de Jesús, sino “signos”. Es así como tenemos que abordar
esta página bíblica, conscientes de que no nos habla de la Resurrección, sino
de la resurrección, pero nos la indica, constituyéndose en un signo de ella.
¿Cómo
es que una “resurrección” se constituye en “signo” de la Resurrección? Pues,
cuando ya habían pasado los días en que toda “marcha atrás era posible”; ya
olía, ya la descomposición había empezado, ya era imposible que estuviera vivo,
y sólo el poder de Dios, actuando por medio del que se llama “Dios salva”,
podía Vencer.
Es
por eso que Jesús se demora, Él, en su infinita bondad, sabiendo que este
“signo” nos era necesario, deja que trascurra el plazo necesario, para que
luego, cuando Él lo traiga del mundo irreversible, a todos nos sea visible su
Victoria, ¡la Gloria de Dios! Es por eso que Jesús se demora, no es un
capricho, teníamos que ver que no era que estaba “dormido”, no era que
estuviera “cataléptico”. Era que estaba muerto, pero muerto-muerto; y, pese a
eso, hasta los muertos le obedecen.
La
demora de Jesús, que María le reprocha, era necesaria para ti y para mí, para
que pudiéramos creer, no en la resurrección, porque esa la hemos visto varias
veces, aún en ciertas situaciones clínicas, donde se logra con maniobras de
resucitación; sino en la que no podemos ver y sólo podremos testimoniar cuando
la estemos disfrutando.
Todavía
tenemos otro detalle que, a nuestro parecer, no se puede quedar en el tintero:
Se trata del verso 44, donde leemos –refiriéndose a Lázaro- que: “El muerto
salió, atado de pies y con las manos vendadas, y su rostro envuelto en un
sudario.” Ante lo cual, recogemos el siguiente comentarios: «La vida nueva
depende de la acción solidaria y amorosa de la comunidad. “Y Jesús gritó en
alta voz: ¡Lázaro, ven afuera!” (11, 43). ¡Atención! La comunidad es la que
ayuda a resucitar a Lázaro, desatándole las manos y los pies. La comunidad es
la que les devuelve la vida a sus propios miembros, la que ayuda a liberarse
del miedo de la muerte, del miedo que paraliza. En el grito de Jesús y de la
comunidad está el amor por la vida. Todos y todas están llamados a salir del
sepulcro, a asumir el compromiso con la justicia y, si fuere necesario,
entregar la vida libremente: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no
muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”(1, 2; cf. 10,18)»[1]
[1] Centro
Bíblico Verbo. LA NUEVA VIDA NACE DE LA COMUNIDAD. EL EVANGELIO DE JUAN. Ed.
San Pablo. Bogotá Colombia 2010. p. 82
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