sábado, 11 de marzo de 2017

IR MAS ALTO QUE EL TABOR


Gn 12, 1-4a; Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22; 2Tim 1, 8b-10; Mt 17, 1-9

Cada uno es llamado y hecho depositario de una vida y de un proyecto.
Enrico Masseroni

La Iglesia es representada por los tres apóstoles que, con el rostro descubierto, reflejan como en un espejo la gloria del Señor…
Silvano Fausti



La Primera Lectura es la vocación de Abrán  quien es llamado a “salir de su tierra y de la casa de su padre”, se nota que es un llamado que Dios le hace para encomendarle una misión de profundas resonancias, ser fundador del Pueblo de Dios, un Pueblo bendito. La Segunda Lectura nos dice que “Dios nos salvó y nos llamó a llevar una vida santa”. El Santo Evangelio nos relata que Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a  su hermano Juan y se los llevó aparte, a una montaña alta”, «De nuevo nos encontramos –como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración- con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús. Como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz, y por último, el monte de la ascensión…»[1] Todo esto le da un eje a este Domingo Segundo de Cuaresma: “El llamado”, la “Vocación”.

«La vocación es un juego del plan de Dios y mi plan; es un ajustamiento del plan de Dios sobre mí y mis pobres proyectos. Es el encuentro decidido de la voluntad de Dios sobre mi vida y mis voluntades. La vocación es un encuentro de amor en el que Dios me ofrece “lo mejor”, para mi vida y en el que yo le “puedo ofrecer lo mejor” de mi vida. La vocación es una experiencia de volver al origen, de beber el agua del manantial, de  saberse amado, creado, escogido, llamado, enviado por Dios. Es una experiencia profunda que no se descubre a nivel de ideas, sino a nivel del corazón. Sentirse vocacionado es saberse amado con predilección por Dios. Y responder con ternura y gozo a ese amor primero.

La vocación es como una experiencia de enamorados. Dios pone sus ojos en los tuyos, Dios pone su corazón en tu corazón. Dios pone su Palabra en tu vida. Dios te agarra de la mano y tú te dejas llevar… Te ha hecho suyo, y sabes que te ha seducido, te ha violado, te ha podido, te ha poseído,… Ser vocacionado es renunciar a algo por Alguien mejor, es decir un no a algo, por un sí a Alguien, es tener una ocasión de optar por la mejor causa: Jesús y su Evangelio»[2]

Pero hay un componente esencial, que atañe a los mil rostros de Jesús cuando llama. El llamado siempre viene “a través” de alguien que sirve de vehículo al mensaje de Dios, que es el mismísimo Jesús Transfigurado: «Cristo camina en compañía del hombre “haciéndose otro”: en el signo del peregrino desconocido, en el signo de la Palabra, en el signo del pan, en el signo del hombre.»[3]


Sí, estamos “celebrando” nuestro ser de llamados, pero en una vertiente específica: saber reconocer al Transfigurado. Tomemos el caso de la Transfiguración Eucarística, donde podemos comulgar con hondo respeto y profunda devoción y sin embargo, seguir con nuestros ojos entorpecidos, como aquel ciego sanado, en su primera etapa de curación en la que distinguía –no personas- sino “árboles que caminan”; también nosotros podemos quedarnos muy a medio camino si tras el trozo de Pan Consagrado no alcanzamos a descubrir al “Señor y Dios mío”.

En cuanto al hombre, ese otro hijo de Dios, ese hermano mío en Cristo Jesús, también puedo “desconocerlo”, puedo quedarme pobre y corto en su identificación, puedo –solamente- entretenerme en el resplandor de sus vestidos y no mirar el rostro y no descubrir en él, en mi prójimo, « abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido»[4], el rostro de “El que me amó hasta el extremo”. Siempre está presente el riesgo de limitarme al activismo, de querer ponerme a construir chozas o, con las mejores intensiones, quererme quedar en el monte sin “descender” allí donde está, la realidad de la vida: «No bajes, Jesús, que los de abajo no te entienden; no bajes, que allá abajo sólo encontraras problemas; no bajes, Jesús, que los hombres tenemos los ojos sucios y nunca te veremos. Nos quedamos aquí , Jesús amigo, y seremos contigo bien felices.»[5] Así pues, tenemos que elevar la consciencia para trascender el Tabor y ser capaces de alzarnos hasta la oblatividad que la misión reclama, comprometernos con Dios haciendo un compromiso con los hermanos, con la realidad, con la historia, porque Jesús es el Señor de la historia, no es un ser a-histórico sino que su encarnación consistió en entrar a la historia para cristificarla que es lo que llamamos redención.


El Tabor, no es sólo el Monte de la Transfiguración, es sólo un anticipo, es un “bocado” para recibir consolación, está antes del Calvario, pero, sobre todo, antes del Monte de la Ascensión: «Moisés y Elías recibieron en el monte la revelación de Dios; ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de Dios en persona.»[6] «Aquel día Pedro, Santiago y Juan tuvieron la experiencia del Cristo del Tabor, como una experiencia anticipada del Cristo Resucitado.»[7]

«Este es el compromiso de la llamada. Dios llama al creyente para que siga realizando hoy, en la historia lo que Jesús hizo hace 2000 años. Llama para que ayude al hombre a cambiar su corazón y así cambiar las estructuras de la sociedad. Llama porque la obra que inició en Jesús tiene que ser acabada con perfección. Y es el creyente quien continúa a Jesús en la historia, con la fuerza de su Espíritu.»[8]





[1] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. PRIMERA PARTE. Ed. Planeta Bogotá Colombia 2007. P. 360
[2] Mazariegos, Emiilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO. Ed. San Pablo. Bogotá –Colombia. 3ª ed. 2001 p. 38. 43.
[3] Masseroni, Enrico. MAESTRO ¿DÓNDE VIVES? Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1993 p. 154
[4] Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2017.
[5] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo. Bogotá – Colombia. 3ª ed. 2001 p. 117
[6] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 361
[7] Ibid. P. 119
[8] Mazariegos, Emiilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO. Ed. San Pablo. Bogotá –Colombia. 3ª ed. 2001 p. 38. 42.

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