Gn 12, 1-4a; Sal 32,
4-5. 18-19. 20 y 22; 2Tim 1, 8b-10; Mt 17, 1-9
Cada uno es llamado y
hecho depositario de una vida y de un proyecto.
Enrico Masseroni
La Iglesia es
representada por los tres apóstoles que, con el rostro descubierto, reflejan
como en un espejo la gloria del Señor…
Silvano Fausti
La
Primera Lectura es la vocación de Abrán
quien es llamado a “salir de
su tierra y de la casa de su padre”, se nota que es un llamado que Dios le hace
para encomendarle una misión de profundas resonancias, ser fundador del Pueblo
de Dios, un Pueblo bendito. La Segunda Lectura nos dice que “Dios nos salvó y nos llamó a llevar una vida santa”. El
Santo Evangelio nos relata que Jesús tomó
consigo a Pedro, a Santiago y a su
hermano Juan y se los llevó aparte, a una montaña alta”, «De nuevo nos encontramos
–como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración-
con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar
en los diversos montes de la vida de Jesús. Como en un todo único: el monte de
la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte
de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz, y por último,
el monte de la ascensión…»[1] Todo esto le da un eje a
este Domingo Segundo de Cuaresma: “El llamado”, la “Vocación”.
«La vocación es un juego del plan de
Dios y mi plan; es un ajustamiento del plan de Dios sobre mí y mis pobres
proyectos. Es el encuentro decidido de la voluntad de Dios sobre mi vida y mis
voluntades. La vocación es un encuentro de amor en el que Dios me ofrece “lo
mejor”, para mi vida y en el que yo le “puedo ofrecer lo mejor” de mi vida. La
vocación es una experiencia de volver al origen, de beber el agua del manantial,
de saberse amado, creado, escogido,
llamado, enviado por Dios. Es una experiencia profunda que no se descubre a
nivel de ideas, sino a nivel del corazón. Sentirse vocacionado es saberse amado
con predilección por Dios. Y responder con ternura y gozo a ese amor primero.
La vocación es como una experiencia de
enamorados. Dios pone sus ojos en los tuyos, Dios pone su corazón en tu
corazón. Dios pone su Palabra en tu vida. Dios te agarra de la mano y tú te
dejas llevar… Te ha hecho suyo, y sabes que te ha seducido, te ha violado, te
ha podido, te ha poseído,… Ser vocacionado es renunciar a algo por Alguien
mejor, es decir un no a algo, por un sí a Alguien, es tener una ocasión de
optar por la mejor causa: Jesús y su Evangelio»[2]
Pero
hay un componente esencial, que atañe a los mil rostros de Jesús cuando llama.
El llamado siempre viene “a través” de alguien que sirve de vehículo al mensaje
de Dios, que es el mismísimo Jesús Transfigurado: «Cristo camina en compañía
del hombre “haciéndose otro”: en el signo del peregrino desconocido, en el
signo de la Palabra, en el signo del pan, en el signo del hombre.»[3]
Sí,
estamos “celebrando” nuestro ser de llamados, pero en una vertiente específica:
saber reconocer al Transfigurado. Tomemos el caso de la Transfiguración
Eucarística, donde podemos comulgar con hondo respeto y profunda devoción y sin
embargo, seguir con nuestros ojos entorpecidos, como aquel ciego sanado, en su
primera etapa de curación en la que distinguía –no personas- sino “árboles que
caminan”; también nosotros podemos quedarnos muy a medio camino si tras el
trozo de Pan Consagrado no alcanzamos a descubrir al “Señor y Dios mío”.
En
cuanto al hombre, ese otro hijo de Dios, ese hermano mío en Cristo Jesús,
también puedo “desconocerlo”, puedo quedarme pobre y corto en su identificación,
puedo –solamente- entretenerme en el resplandor de sus vestidos y no mirar el
rostro y no descubrir en él, en mi prójimo, « abrir la puerta de nuestro
corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre
desconocido»[4],
el rostro de “El que me amó hasta el extremo”. Siempre está presente el riesgo
de limitarme al activismo, de querer ponerme a construir chozas o, con las
mejores intensiones, quererme quedar en el monte sin “descender” allí donde
está, la realidad de la vida: «No bajes, Jesús, que los de abajo no te
entienden; no bajes, que allá abajo sólo encontraras problemas; no bajes,
Jesús, que los hombres tenemos los ojos sucios y nunca te veremos. Nos quedamos
aquí , Jesús amigo, y seremos contigo bien felices.»[5] Así pues, tenemos que
elevar la consciencia para trascender el Tabor y ser capaces de alzarnos hasta
la oblatividad que la misión reclama, comprometernos con Dios haciendo un
compromiso con los hermanos, con la realidad, con la historia, porque Jesús es
el Señor de la historia, no es un ser a-histórico sino que su encarnación
consistió en entrar a la historia para cristificarla que es lo que llamamos
redención.
El
Tabor, no es sólo el Monte de la Transfiguración, es sólo un anticipo, es un
“bocado” para recibir consolación, está antes del Calvario, pero, sobre todo,
antes del Monte de la Ascensión: «Moisés y Elías recibieron en el monte la
revelación de Dios; ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de
Dios en persona.»[6]
«Aquel día Pedro, Santiago y Juan tuvieron la experiencia del Cristo del Tabor,
como una experiencia anticipada del Cristo Resucitado.»[7]
«Este
es el compromiso de la llamada. Dios llama al creyente para que siga realizando
hoy, en la historia lo que Jesús hizo hace 2000 años. Llama para que ayude al
hombre a cambiar su corazón y así cambiar las estructuras de la sociedad. Llama
porque la obra que inició en Jesús tiene que ser acabada con perfección. Y es
el creyente quien continúa a Jesús en la historia, con la fuerza de su
Espíritu.»[8]
[1]
Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. PRIMERA PARTE. Ed. Planeta Bogotá Colombia
2007. P. 360
[2]
Mazariegos, Emiilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO. Ed. San Pablo. Bogotá
–Colombia. 3ª ed. 2001 p. 38. 43.
[3]
Masseroni, Enrico. MAESTRO ¿DÓNDE VIVES? Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá-Colombia. 1993 p. 154
[4] Mensaje
del Papa Francisco para la Cuaresma de 2017.
[5]
Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo. Bogotá – Colombia. 3ª ed.
2001 p. 117
[6]
Benedicto XVI. Op. Cit. p. 361
[7] Ibid. P.
119
[8]
Mazariegos, Emiilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO. Ed. San Pablo. Bogotá
–Colombia. 3ª ed. 2001 p. 38. 42.
No hay comentarios:
Publicar un comentario