Gn
2,7-9;3,1-7; Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17; Rom 5,12-19; Mt 4,1-11
Jesús será rey, pero
en la cruz. Allí se revelará como libertad absoluta, colocando su vida al
servicio de todos, sin dominar a ninguno.
Silvano Fausti
Al
iniciar la lectura del Santo Evangelio nos encontramos, que es el Espíritu
quien “lleva” a Jesús al desierto con un extraño propósito: “para ser tentado
por el diablo”. ¿Qué hemos leído en la Primera Lectura, tomada del capítulo 2
del Génesis? Que Dios creó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén, donde
habitaba el “animal más astuto de todos los del campo”, y es precisamente la
serpiente la que “tienta” a Eva. Podríamos reconocer en esta forma
figurada, con la que nos habla la
Sagrada Escritura, que para que el ser humano lo sea, requiere ser
“contextualizado” en un ámbito donde “cobra” sentido enfrentado al dilema de la
elección, a la irrevocable situación de tener que decidir: un contexto de
libertad.
Así
pues la humanización del ser humano no puede producirse fuera del espacio de la
libertad: “Él hizo al hombre en el principio y lo dejó librado a su
propio albedrío. Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia
cumplir su voluntad; ante ti están
puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán de lo que él
escoja” Eclo. 15, 14-17. Dios-y-Señor nuestro pone aparte, es decir, “consagra”
–según nos narra la Primera Lectura- un solo árbol de todos los del Jardín: “el
árbol del conocimiento del Bien y del Mal”. Nosotros entendemos en esta
fórmula, la capacidad y la autoridad de discernir entre lo que es bueno y lo
que es malo. La arrogancia humana, que se traduce en desobediencia, consiste en
creer que nuestras capacidades son tales, que somos capaces de reconocer y
optar correctamente frente a esta disyuntiva. Como Dios-Padre sabe que no
podemos, Él mismo nos indica lo que no debemos hacer, de donde se desprende lo
que sí: podemos: verlos y comer de todos los demás árboles hermosos. La gama de
opciones es muy amplia, sólo hay una limitante: nuestra incapacidad para ser
más que humanos. Podemos y debemos perfeccionarnos en el espacio de lo humano,
humanizándonos cada vez más; pero frente a la decisión y el reconocimiento ante
los dilemas éticos, es Dios Quien nos instruye. A nosotros cabe el humilde
reconocimiento y aceptación, el hombre tiene que ob-audire, obedecer, oír y acatar. ¡Cómo nos cuesta la obediencia!
Como fuimos modelados de barro, somos frágiles.
El que nos rompe, el que nos quiebra (recordemos que eso significa la palabra
diablo: “el que divide”), tiene que iniciar mintiendo, tiene que decir que Dios
prohibió todos los árboles, para confundir y hacer pensar que no hay libertad,
o, como mínimo, que si la hay está terriblemente restringida. Sólo engañando al
ser humano puede hacer mella en nosotros. ¡Ya sabemos que tratará de engañarnos!
¡Ya sabemos que su sucia táctica “astuta” será mentirnos! En el Evangelio nos
admira su conocimiento de la Palabra: ataca a Jesús apelando precisamente a lo
que dice la Escritura (aun cuando tergiversándolo).
No entendemos que el ataque del diablo a Jesús
fue un momento del que salió airoso y que en lo sucesivo estuvo libre de
cualquier acechanza. Creemos que esta es la manera “figurada” como el
evangelista nos presenta que Jesús, como ser humano que se hizo, fue
continuamente amenazado por tres clases de acechanzas: tener, aparecer, ser
poderoso. Estos ataques son presentados como acciones buenas, diciendo que es
lo que está mandado, con “citas” fragmentarias que no toman en cuenta la
organicidad de toda la Enseñanza. ¡Tengamos cuidado! Con fragmentos bíblicos
también nos puede confundir el Malo.
Todavía otro detalle: El Malo prefiere para su
ataque los momentos críticos de nuestra vida. Cuando nos ve débiles, cuando nos
ve llenos de problemas, cuando nos descubre tratando de acrecentar nuestra
espiritualidad, es entonces cuando procura hacer efectivo su zarpazo. Como Jesús
ayunaba, y ya iba por los cuarenta días y cuarenta noches de su “ejercicio
espiritual”, en ese preciso momento lanza su arremetida.
¿Qué pasa si en medio de nuestra debilidad y
pese a todo, caemos, sucumbimos a la tentación? El Salmo nos instruye en la
concomitancia social del pecado a la vez que nos modela la actitud de
contrición. Se pone en la línea de la segunda fase del proceso salvífico, se
refiere al arrepentimiento condicionante para alcanzar la justificación. Cuando
el Salmista se reconoce pecador y ruega
a Dios su compasiva misericordia, añade el ruego por el pueblo todo, por la
ciudad integra. Sabe que su falta afecta a los demás, sabe que su pecado
repercute como mal ejemplo, sabe que está cometiendo una transfusión de sangre
contaminada en el organismo social. Tener, aparentar y poder acarrean
dominación, expolio, explotación, sometimiento, (habrá casos en que no,
suponemos, pero la estructura pecaminosa de la sociedad nos revela esa
consecuencia irrefrenable, que quizás explica los niveles de corrupción,
descomposición e injusticia social a los que ha se llegado; y, que el Maligno
se refocila en mostrarnos a través de los mass-media). Nosotros podemos
argumentar que el pecado es un asunto absolutamente personal, pero también en
eso ha metido el Pérfido su cizaña mentirosa: el pecado siempre trasciende, el
pecado es un virus que se disemina imparable, es semilla de abrojo que lanzamos
a diestra y siniestra. La sustancia pecaminosa del pecado es esa, que
lastimamos a otros, que contagiamos y regamos la cepa maligna hasta fronteras
insospechadas. El ruido contaminante del pecado reverbera allende nuestras
fronteras personales, allende nuestro espacio de ubicación y, lo más grave,
trascendiendo el tiempo, se peca ahora y el efecto venenoso perdura. El pecado
siempre daña el “hermano” ese otro hijo de Dios como nosotros y lo daña más
tarde o más temprano. Es por este conducto que la maldad se ha desparramado y
se ha colado por los intersticios de la sociedad integra. El pecado es pecado
porque daña a nuestro prójimo y por eso precisamente es que constituye un acto
de desamor a Dios.
O sea, que ¿este proceso es absolutamente
irreversible? No es eso lo que estamos afirmando. No podemos dejar al margen el
aporte que nos prodiga la Segunda Lectura, esta vez tomada de la Carta a los
Romanos. Esta Epístola nos explica la dialéctica de la salvación: pecado,
arrepentimiento y redención; a la caída de Adán contrapone, mostrándonos la
esencia absolutamente sanadora y reconstructiva del sacrificio de Dios en la
Cruz. «Merece atención la insistencia con que San Pablo une la justicia y la
gracia en un mismo bloque. Lo que él quiere dejar muy en claro es el sentido de
la gratuidad de la salvación. Dios decide interrumpir el torrente impetuoso del
pecado con tan gran poder que su gesto redentor va hasta su origen, hasta
Adán.»[1]
.
En resumen, si el delito de uno trajo la
condena de todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida.
Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la
obediencia de uno todos se convertirán en justos.” (Rm 5, 19)
No hay comentarios:
Publicar un comentario