2Sam 5,1-3; Sal 121,1-2.4-5; Col 1,12-20; Lc23,35-43
Es un rey que ejerce
su libertad sirviendo; su único poder es amar hasta la muerte.
Silvano Fausti
En Cristo, el hombre
vuelve a encontrar el camino de la salvación, y también la historia humana
recibe su punto de referencia y su significado profundo.
Benedicto XVI
Hay
un pensamiento agustiniano precioso para entender nuestra fe, lo que significa,
para vivir una experiencia de Jesús: “El
que es bueno, es libre aun cuando sea esclavo; el que es malo, es esclavo
aunque sea rey.” Evidentemente no se espera que el
verdadero creyente sea quien de doctas definiciones y repita de memoria la
Sagrada Escritura de cabo a rabo, o de conferencias explicando el Catecismo de
la Iglesia Católica; sino aquel que como Zaqueo, ha hecho un esfuerzo para
conocer a Jesús y, no se conformó simplemente con verlo y que pasara, sino que
lo invitó a su casa, conforme lo leemos en el Apocalipsis Jesús está “a la
puerta y toca (el verbo griego κρούω indica
‘solicitar permiso para entrar’), si alguien oye mi voz y abre, entraré y
cenaré con ese y ellos conmigo” (Ap 3, 20); dio –aun- otro paso, se comprometió
en una metanoia, es decir, en un proceso de conversión radical.
Podríamos
sin desviarnos de su esencia, llevar la frase agustiniana un paso más allá, y
afirmar que el que es bueno es rey aún,
cuando aparentemente, sea un simple don-nadie. Y siguiendo esta misma
racionalidad, ¿qué diremos de Jesús? –el paradigma del Hombre Nuevo- de quien
decimos, con toda razón, que es el Tres veces Santo; siguiendo el silogismo
tenemos que declarar –con el Libro del Apocalipsis- que Él es el Rey de Reyes y
el Señor de Señores (Cfr. Ap. 19, 16). En latín medieval se tenía la palabra patronus
para denominar lo que se proponía como modelo, como arquetipo, como “patrón”:
en ese sentido Jesús es nuestro patronus (esta palabra derivaba de padre
en el sentido de generar otros como él), por ser modelo de lo que debemos
llegar a ser para constituir una Nueva Humanidad: Esto es lo que nos explica la
Segunda Lectura de este Domingo, tomada de la Carta a los Colosenses, “Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda
criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres,
visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo
fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él. Él
es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia” (Col 1, 15-18a).
Pero,
hemos cultivado la costumbre, muy responsable, de no descuidar nunca los
contextos. En este caso, el contexto es ¡Jesús crucificado! Los “jefes”
comentan, pese a hacerlo con doblez, reconociendo dos puntos vitales: a) “salvó
a otros”, lo reconocen a su pesar “Salvador”; y, además, b) “…es el Mesías,
escogido por Dios”. Hay hipocresía, hay ironía en las afirmaciones de los
asesinos de Jesús, pero todo el tiempo están reconociendo su Realeza. El
letrero en lo alto de la Cruz, nuevamente lo admite: “Este es el rey de los Judíos”.
Oigamos
la Voz del Rey, desde su Trono –la Santa Cruz, redentora del mundo- “hoy
estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Este es Su Único decreto, el Edicto
que proclaman sus Labios, es una ley de Salvación, porque su Nombre significa
“Dios salva”. Esta ordenanza que dicta el Rey, contiene una cláusula de
garantía de cumplimiento: Jesús le responde “ἀμήν”, lo que con bastante exactitud
significa en este caso “Te aseguro”, o sea, “puedes contar con que se cumplirá
lo siguiente que voy a decretar”. Con su Divina Realeza se limita a legislar a
favor de ese marginado, de uno de sus “pequeños”, tan pequeño que despreciado, condenado,
reo de muerte. Pero este reo de muerte es capaz de reconocer que su Rey
crucificado “no ha hecho nada malo”; va a morir, pero, a sus ojos no se oculta
la verdad, puede, en su última hora, reconocer a quien es “Bueno”. Bueno e
inocente, llevado como Manso Cordero al sacrificio. También los labios de este
condenado son capaces de admitir que el Crucificado es Rey, al mencionar el
Reino al que se dirige, y donde Él va a llegar: τὴν βασιλείαν σου “Su Reino”. [No ignoremos que este κρεμασθέντων “malhechor” (la palabra griega usada
en el Evangelio lucano habla de ellos como los que “estaban colgados”)
crucificado junto al Redentor reconoce además la verdad de la resurrección],
dato –este último, para nada menos importante. (En lo que también nos asiste
San Agustín cuando decía “¡Camina en Cristo y canta con alegría!..., pues el que
te mandó que le siguieses..., va delante de ti... El resucitó primero..., para
que tuviésemos un motivo para esperar...”.
Con
razón se subraya que este Santo es el único que fue directamente canonizado por
Jesús: San Dimas.
El
Tentador siempre apela a nuestro egoísmo para que nos cerremos sobre nuestro
propio caparazón: ¿Tienes hambre? Convierte estas piedras en panes, para
beneficio propio; ¿vas a morir? Sálvate a ti mismo, vuélcate sobre tu ‘yoidad’
so pretexto de tu miedo, de tu angustia. Pero Jesús, Rey Verdadero, nos enseña
otra cosa. Se muestra solidario con su hermano, es generoso con el otro,
descuidándose a Sí mismo; se preocupa por lo que a su prójimo le preocupa,
posponiendo sus propios cuidados, soslayándose. Este humanismo, este altruismo
es pura bondad, es misericordia infinita; y lo que es más importante, muestra lo
característico de un verdadero Rey, velar por los demás, porque el Rey era
puesto a cargo de sus súbditos, por encima de todo, para que los protegiera, de
ser necesario con su propia vida; sólo que este concepto se degradó y se
convirtió en el “explotador” de su pueblo. Luego, para entender la realeza de
Jesús tenemos que retornar al significado primigenio de la palabra “Rey” (la palabra
“Rey” comparte origen indoeuropeo con la palabra inglesa “right” recto,
correcto, lo más favorable, derecho, vertical, sin torcedura, gobernar, dirigir
rectamente), prototipo del “rey” es el “pastor”, que cuida, conduce a pastos
frescos y no vacila en entregar su vida por defender a sus ovejas. Recordemos,
por otra parte, que ese y sólo ese era el oficio de David, antes de ser ungido
para hacerse rey.
Benedicto
XVI al predicar en esta Solemnidad, en 2010, nos decía como el reclamo para que
Jesús bajara de la cruz era un acallamiento de conciencia de los allí presentes
que se sentían culpables: « … no
es culpa nuestra si tú estás ahí en la cruz; es
sólo culpa tuya porque, si tú fueras realmente el Hijo de Dios, el Rey
de los judíos, no estarías ahí, sino que
te salvarías bajando de ese patíbulo infame. Por tanto, si te quedas ahí, quiere decir que tú
estás equivocado y nosotros tenemos
razón. El drama que tiene lugar al pie de la cruz de Jesús es un drama
universal; atañe a todos los hombres
frente a Dios que se revela por lo que es, es decir, Amor». Estas ideas nos conducen a otra frase
agustiniana sobre las implicaciones de la projimidad: “Porque todo hombre es prójimo de todo hombre, ni hay que
admitir ninguna distancia de condición donde es común la naturaleza”. Esta
condición de prójimo, de actuar como verdadero prójimo, es el rasgo por
excelencia del Rey Universal, es su máxima profecía, a la vez que el espíritu
que dinamiza su Mandamiento Fundamental: “Amaos los unos a los otros”.
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