M 3, 19-20a; Sal 97,
5-6. 7-9a. 9bc; 2Tes 3, 7-12; Lc 21. 5-19
Donde se hace la
voluntad de Dios, es ya el Cielo, comienza también en la tierra algo del Cielo,
y donde se hace la voluntad de Dios está presente el Reino de Dios, porque el Reino
de Dios no es una serie de cosas; el Reino de Dios es la presencia de Dios, la
unión del hombre con Dios.
Benedicto XVI
Continuemos
viendo los Rasgos de Dios que necesitamos reconocer. Podemos girar esta vez en
tornos a tres de ellos: Fidelidad, Justicia, Misericordia. Estos rasgos se nos “revelan”
para que los cultivemos y desarrollemos en nosotros mismos porque son el ADN de
la divinidad que Dios nos legó. Somos Creación de Dios y Él al crearnos dejó en
nosotros la potencialidad de esos rasgos. Cuando nosotros trabajamos por
cristificarnos, esos rasgas se activan y nosotros alcanzamos el ser “hijos de
Dios” en acto. Hay una parte que nos corresponde a nosotros, pero la
potencialidad ya está dada. Sin embargo, no olvidemos que el pecado neutralizó
la potencialidad, pero la redención, el pago del rescate, nos la devolvió. El
precio pagado –lo sabemos- fue la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo.
Para
comprender todo este mecanismo-proceso salvífico, tenemos que aclarar que Justicia
no es el rostro punitivo de Dios, Dios no es, un día Misericordioso, y al otro
día Castigador. Muchos, por estos días, temen que después del Año de la
Misericordia será el “Llanto y el rechinar de dientes”; y esta comprensión de
Dios es una imagen errónea. Dios es siempre Justicia y siempre Misericordia. No
se debe entender el Año de la Misericordia como un año de perdón para que luego
sobrevenga un año de furia. Dios es Misericordioso porque es Justo y, mutatis
mutandis, Es Justo precisamente porque es Misericordioso. Si va a empezar el
tiempo de su Justicia significa simplemente que el resplandor de su
Misericordia, después de rogar e implorar por su Misericordia, refulgirá.
Vamos
de frente contra el falso apocaliptismo que consiste en vaticinar desgracias y
calamidades sin fin. Sobreabundan los doctos pensadores que absorben de ciertas
perícopas del Evangelio, las horas más negras y se complacen en “descubrirnos”,
dizque un dios revanchista. Digámosles que están tristemente muy extraviados.
Rescatemos el verdadero sentido de la palabra apocalipsis que no es otro que “revelación”;
ese es el verdadero significado de la palabra griega que lo origina. Estas obras
de la apocalíptica tienen como propósito fortalecernos en la confianza de la
Victoria de nuestro Dios, y no el anuncio de arcanos llenos de tribulación. Es cierto
que vamos llegando al fin de otro año litúrgico, pero eso no significa que
llegó la hora en que lloverá fuego.
“Cuídense
que nadie los engañe” todos los que comercian con la fe están allí como buitres
aguardando para elevar sus ventas: Nos dirán que ellos son el mesías, pero
nosotros tendremos que preservar nuestra fidelidad, basados en nuestra “firmeza”.
La firmeza es ese rasgo Divino, denominado “fidelidad” cuando se desarrolla en
nosotros a la manera como se desplegó en Jesús, nuestro paradigma de Nueva
Humanidad.
La
Palabra dada por el señor se sostiene: ¡Él es fiel a su Palabra! Será Justo con
los malvados y los soberbios. Eso no es nada nuevo. Pero para los que guardan
la Ley de Dios, para ellos no será el fin. Los que deben temer son los malvados
pero los justos siempre contarán con el Señor, porque Él es la Justicia misma.
Así como Dios es Amor, así como Dios es Misericordia, Dios es también Justicia.
Su
Reino será la edad de la Justicia y la Rectitud, como nos lo dice el Salmo. Con
eso podemos contar, porque la Palabra de Dios no dejará de cumplirse. Es Justo
y es Fiel. Pero eso no nos descarga de la tarea. Nuestra vida es
responsabilidad, no somos los constructores del Reino, su Arquitecto es el
Señor, pero sí somos sus obreros. El Reino no se levanta automáticamente,
tenemos un compromiso de coherencia con Nuestro Dios. Él ha dictado su ley y
nos la ha revelado para que aportemos en las miles de miles de pequeñas
actuaciones con las que el Reino va germinando.
El
Reino no está aquí o allí. Pero, como Él nos previno, el Reino ya está
entre nosotros. No en toda su anchura,
longitud y altura. Está como germen, y ¡germina! Su Teruah no va a sonar,
en medio de la algarabía ensordecedora que no nos permite percibirla; ¡ya
está sonando! ¡No nos solacemos en triunfalismo de poca monta! Evitemos los
optimismo fáciles, no cantemos ingenuas victorias; no pequemos de holgazanes,
quien no trabaje no comerá los frutos de la Salvación, quien no se esmere no
cosechará, pongámonos a trabajar en paz para que brille para
nosotros el Sol de Justicia.
Tenemos
que sobreponernos a nuestro miedo, a los temores que nos inmovilizan. Tenemos que
orar y confiar, que cuando el Señor venga, encuentre fe en la tierra, y una fe
fortalecida. Templada con la traición de aquellos en los que más creeríamos que
podíamos confiar: Nuestra parentela, nuestros cercanos, el Evangelio menciona –ejemplificando-
a los “propios padres, hermanos, parientes y amigos”.
Pero
Dios no nos fallará jamás, Él se hará cargo de nuestra defensa, porque los
argumentos defensivos los tejerá Él mismo, y serán tan poderosos que nadie podrá
controvertirlos. Así se cumplirá que
Dios sea Justo, sea Fiel, que Dios salve. La Misericordia no se queda
fragmentaria, no se detiene en moderadas dosis, sino que se desplegará hasta su
total cumplimentación: Porque Dios es Salvación יֵשׁוּעַ eso significa su Nombre, Nombre sobre todo Nombre: su cumplimiento se
pronuncia “Jesús”.
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