sábado, 29 de octubre de 2016

LA CLAVE ES COMPARTIR CON LOS POBRES


Sab 11,23-12, 2; Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14; 2Tes 1, 11 - 2 , 2; Lc 19, 1-10

Dios es indulgente con el hombre. No espera mucho de él; sólo una trepadita al árbol.
Arturo Paoli

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío
Sal 41,2


Subir al árbol tiene consecuencias salvíficas. También Jesús ha subido al Árbol de la Cruz para salvarnos, para rescatarnos de ser lo que era Zaqueo, ἀρχιτελώνης [architelones] (jefe de los cobradores de impuestos), cabeza de los publicanos, no un simple publicano sino un “super-pecador” y, como si fuera poco, rico; a los ojos de los judíos un “perdido”.

Al treparse al árbol, Zaqueo se pone en ridículo, hay acciones que un “señorón” no haría porque los demás “se gozarían” a su costa: y, para un tipo “con plata”, un personaje solvente, realmente subirse al árbol, al sicomoro, lo vuelve blanco de escarnio, un despreciable. Pese a todo, él se arriesga, movido por una curiosidad muy suya, nombrada allí, en el Evangelio lucano con el verbo ζητέω [zeteo] que designa el deseo de buscar ir al fondo de un asunto, (este verbo es verbo-pivotal en esta perícopa, ya que al final de ella, en el verso 10, Jesús declarará como eje de su misión que Él ha venido a ζητῆσαι καὶ σῶσαι τὸ ἀπολωλόςbuscar y salvar lo que se había perdido” (Lc 19, 10b). Lo que lo llevó a subirse al árbol fue movido por un anhelo “investigativo”, se trata de ir a indagar, quién es ese tal Jesús. «No tenía una idea formada, establecida, del Otro.»[1] Aquello que con mucha frecuencia nos impide acercarnos al hermano es la intolerancia de esperar que sea conforme yo me lo había querido imaginar, que sea según mis prejuicios. Zaqueo sube al árbol porque está buscando a Dios, su Salvación. No bajo las condiciones que él la quiera, sino según Dios en su benevolencia se la quiera regalar.


Nos estamos moviendo, otra vez, en el plano de la misma dialéctica del Domingo anterior: Arriba/abajo - subir/bajar, pero dentro de una comprensión antitética. La comprensión normal nos propone el subir como objetivo deseable, aquí, en cambio, la propuesta es la de bajar. A esta dinámica de arriba hacia abajo (opuesta a la que el mundo nos propone) la llamaremos kénosis. Esta kénosis (del verbo κενόω  “vaciarse”, que se aplica a Jesús en el v.7 de Flp.), está muy detallada en Flp 2,8: Jesús, que estaba en el Cielo, se desacomodó y bajó, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Hay aquí un abajamiento, una humillación, Dios mismo se anonada, se pone a ras del suelo para ser pisoteado. Abandona todo su poderío de ser-Dios. Aquí conviene mirar la Primera Lectura, donde se nos recuerdacómo es Dios: “aun cuando puedes todo” (Sab 11,23), aquí se nos pone de presente la Omnipotencia Divina: “¿Y cómo podrían seguir existiendo las cosas, si tú no lo quisieras? ¿Cómo habría  podido conservarse algo hasta ahora, si tú no lo hubieras llamado a la existencia?”. Volvamos a la idea de Filipenses, sin embargo, dejando de lado todo su Poderío, se anonada, se ofrece como víctima propiciatoria (dialéctica de abandonar el Poderío y revestirse de obediencia y humildad, también de esa humildad que acepta que el otro sea diferente y vea el mundo desde otro ángulo, y no de acuerdo a lo que yo imagino).


En esa misma tónica, Zaqueo (que significa inocente, puro) trepa al árbol, y Jesús lo llama a “bajarse” (abajamiento), para que Él entre en su casa (no se piense en una edificación sino en su morada interna, en su intimidad, en el terreno de su fuero). Cuando Jesús inhabita a Zaqueo, este se vuelve blanco de los juicios y de la maledicencia comunitaria: sobreviene las vejaciones, las murmuraciones, los comentarios insidiosos: todo lo cual sólo persigue incomunicarlo, marginarlo, hacer de él “chivo expiatorio”.


Este abajamiento de Zaqueo no se frustra como producto de la difamación y la denigración; él se abaja, se identifica con los que están abajo, ¡con los pobres! La mitad de todas las prerrogativas de las que goza, las pone a su disposición. Aun va más lejos, se compromete en una cruzada de reparación: sí a alguien ha defraudado, se compromete a resarcirlo con el cuádruplo. Se trata de un “proceso de paz”, en el sentido de armonizar con sus convivientes, con sus detractores, con sus acusadores (el Malo recibe con frecuencia, en la Sagrada Escritura, también el título de “Acusador” porque es el que quiere desgarrar de la comunidad y excomulgar). Como reconstructor y reparador de las relaciones humanas desbaratadas, Jesús lo acoge, lo reincorpora a la comunidad; para Él ya no se trata de un pecador, ya no es un perdido, ahora es un “hijo de Abrahán”.

No nos vayamos a afanar porque no pertenecemos a la raza abrahamica, ya que Jesús puede sacar descendientes de Abraham hasta de las mismas piedras (Mt 3, 9).


Pero para que sea posible esta amistad con Dios tuvo que “descender” de lo alto del sicomoro, a flor de tierra, tuvo que rehuir su arrogancia y renunciar a su jactancia de rico. Reconocemos esta misma dinámica personificada en San Francisco, simbolizada en haberse deshecho de sus magníficos trajes de hijo de rico; y -hoy por hoy- en Papa Francisco, que renunció (y el signo tiene gran fuerza) a sus zapatos rojos de “pontífice” y sabemos que ha renunciado a muchos otros privilegios con los que se pretendía realzar al Romano Pontífice para mostrarnos esta humildad necesaria; muchos están horriblemente preocupados porque temen perder -ellos también- tan decoroso calzado (recordemos que en el Imperio Bizantino los zapatos rojos eran simbólicos de poder).




[1] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLITICA DE SAN LUCAS. Ed. Siglo XXI Bs.As. – Argentina 1973 p. 74.

domingo, 23 de octubre de 2016

ÉL, ENALTECE A LOS HUMILDES


Eclo 35, 12-14. 16-19A; Sal 33, 2-3. 17-18. 19 y 23; 2Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14

… sin humildad, la oración es del yo y no de Dios; la confianza es en sí mismo, y no en Él.
Silvano Fausti

Nada más pernicioso, para la vida del espíritu, que el sentirse fácilmente a paz y salvo.
Enrico Masseroni

Hemos reflexionado últimamente sobre –la que hemos dado en llamar una “dialéctica de simetría”- podríamos considerarla como un “movimiento” que se da sobre el eje-vertical, el que enlaza Cielo y tierra, a este eje lo hemos denominado “los valores del Reino”. Podríamos pasar, ahora, a analizar otra dialéctica que está sobre el eje horizontal, esta vez hablaremos de   una “dialéctica-paradojal”, y, es el presente caso, somos conscientes de estarnos moviendo en el eje-oracional.



¿Por qué eje oracional? Hay una manera de comunicarnos con el plano de la Divinidad, y esa comunicación es la que llamamos “oración”, poder hablar con Él, y hablarle de lo que nos interesa, del Amor. Creemos entender que al principio el ser humano podía conversar con Dios de la manera más natural, y que Dios bajaba en las tardes al Paraíso, “en la hora en que sopla el viento de la tarde” (cfr. Gn 3, 8), y charlaban justo como pasa entre Amigos. Se ponen cita y se encuentran para compartir y dialogar.

Qué fue lo que perdimos con “la Caída”, precisamente ¡la facultad de verlo! Nuestros ojos se -por decirlo de alguna manera- “enfermaron”, y cayeron en un tipo de ceguera que les impide ver a Dios. No es que Dios esté en una esfera recóndita a la que no podemos acceder, no es ese el caso; sino que nuestros sentidos  se volvieron incapaces de percibirlo.

Algo así como las radiaciones infrarrojas y las ultravioleta, que la vista no las puede captar. Dios no está lejano, anda a nuestro lado, simplemente nuestros sentidos son inútiles para poder contactar con Él. Pero no es cosa de la longitud de onda, porque podríamos entonces concebir un “aparato” como tantos aparatos que obran como prótesis y nos permitan contactar allende las fronteras de nuestros sentidos. Más bien es un problema “dimensional”, porque escapa a la fisicidad, está más allá de un salto, es un paso gigantesco de los físico a lo espiritual.

A veces, nos gusta decir para explicarlo mejor y hacerlo más digerible, que todo nuestro sistema sensorial –con el que, actualmente, está dotado nuestro cuerpo- se ha especializado en registrar fenómenos cuatri-dimensionales (alto ,largo, ancho, tiempo); pero ¿qué, sí la divinidad está en una dimensión diferente, en una dimensión superior, donde nuestro sistema perceptivo es incompetente?

Conocemos la experiencia de muchos santos que, pese a estas ineptitudes viven experiencias “especiales”, y les es dado entrar en contacto con esas “dimensiones” superiores. De estas “excepciones” podemos sacar una primera conclusión: ¡no hemos perdido la esperanza”, no estamos desauciados, !Dios no ha cerrado definitivamente las compuertas!, sigue habiendo ventanales transdimensionales por los que el ser humano sigue pudiendo contactar y acercarse a Dios, que sigue bajando a tomar el viento fresco de los atardeceres (y, no es porque Dios sufra de calores, sino es porque –como el Padre salía a mirar todas las tardes si el hijo prodigo estaba de regreso- así también, Dios-Padre baja frecuente y asiduo a ver cuál de nosotros ha decidido treparse al sicomoro (alusión que hacemos hacia el Evangelio del Domingo próximo) a verLo pasar a Él.


¿Cómo se da esta dialéctica horizontal de la oracionalidad? Se da en la dialéctica entre humillarse y ensalzarse. Humillarse es caer besando el humus (viene del latín clásico y significaba el suelo, la tierra, de allí deriva la palabra humillación), es tocar con nuestro rostro el suelo, es estar expuesto, mostrarse débil, hacer que cualquiera pueda pasar por encima, permitir que si alguien lo quiere, nos pisotee. En cambio, ensalzarse está relacionado con arriba, normalmente se le traduce por “enaltecerse” que significa nada más ni nada menos que ponerse en lo alto. Valga anotar que la palabra humano significa precisamente que pertenece a la tierra.

La perícopa evangélica juega con esta dialéctica: ταπεινωθήσεται/ ὑψωθήσεται a sí mismo se engrandece/será humillado; el que se humilla será engrandecido. De hecho ὑψῶν es el verbo exaltar en griego, exaltar significa sacar de abajo para llevarlo arriba. Es una dialéctica paradojal en dos sentidos:
a)    Abajar/exaltar están –según lo espacial- en un eje vertical; pero según nuestra clasificación pertenecen al eje horizontal.
b)    Además, también es paradojal porque quien pretende alcanzar lo de arriba cae directamente abajo; mientras que el que quiere ir abajo, ese recibirá como premio el ir hacia arriba.

¿Por qué lo ponemos en el eje horizontal? Porque no se refiere a lo que pasa entre Dios y el hombre, sino a lo que pasa entre seres humanos. Cuando nos presentamos a orar nos presentamos desde nuestra esfera relacional, no somos individuos (con su flamante egoísmo a flor de piel), nos presentamos como “uno-del-pueblo”, estamos ante Dios como “hermanos” de todos nuestros “prójimos”, como células de los órganos del Cuerpo de Cristo. Dios no nos mira aislados en un nicho de soledad, en un cenobio de soledad aislante, cuando oramos nunca somos individuos, ante sus Divinos Ojos siempre somos comunidad. «La oración del que no es humilde es una separación luciferina que aparta del Padre y de los hermanos: es el mayor trastorno… El que se siente superior al otro mientras hace oración siempre está lejos de Dios, que se hizo el más pequeño de todos.»[1]


Volvamos sobre esa categoría que atrae las simpatías del Dios: El humilde: Examinemos un aspecto del eje vertical que es paradojal. Lo tomamos de la Primera Lectura: Dios es un Juez Justo (no como el juez “injusto” de la semana pasada que “ni teme a Dios ni respetaba los hombres”. Lo paradojal estriba en que se espera que un juez justo no tome partido sino que permanezca imparcial. Pese a ello, el Juez Justo toma partido, inclina la balanza hacia un lado: toma partido por el pobre, de manera manifiesta, el Señor asume una opción preferencial por el desvalido. Se pone de parte del oprimido, se hace defensor de la viuda y asume al huérfano como Padre que adopta, que apadrina.

El Salmo añade que atiende al Justo, combatiendo las congojas que los cercan. El Señor vela y “levanta” (otra vez el concepto arriba/abajo).

Todas estas imágenes topológicas remiten a la idea de Cielo, arriba/ infiernos (ínferos), abajo. Pero sólo son un apoyo mental para entender la diferencia de resultados, las políticas divinas frente a la actuación humana. Para entender la analogía arriba/abajo, no-justificado/justificado, se da como un recurso pedagógico para distinguir, para comprender. ¡No tiene nada que ver con ubicación espacial! Si volvemos a concentrarnos en el Evangelio nos encontramos con el publicano y el fariseo: «En realidad el fariseo está concentrado solamente en sí mismo… Dios es solamente una ocasión para hablar de sí mismo, y la autolatría, arrogante y presuntuosa, se convierte en desprecio a los demás.»[2]


Antes de postrarnos(abajarnos) para presentarnos a Dios en oración, tenemos que posicionarnos frente a la unidad que es la vida y la oración, porque al orar presentamos no solamente ese momento, sino que Dios -que está en la Eternidad- nos mira desde el Eterno, viendo, junto con nuestra plegaria, nuestro modo de asumir la fraternidad. La oración está enmarcada en el contexto de nuestro estilo de vida, fraterna o no. ¿Seré como el hermano del hijo prodigo que lo rechazo y lo juzga, incapaz de ver en él a mi hermano, refiriéndome a él como “ese hijo tuyo”?  Pues “ese hijo tuyo” gracias a la Misericordia del Señor, ese será justificado(recibirá anillo, sandalias y banquete), en cambio, yo no “bajaré” a casa justificado, pues he sido incapaz de ser como mi Padre, Misericordioso al concederle el beneficio de percibirlo con la compasiva mirada del perdón, de la acogida, de la projimidad de los que también somos “caídos” pero que fuimos levantados por la gracia de su Preciosísima Sangre.




[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed San Pablo. Bogotá-Colombia. 3ª ed. 2014. p. 600-601.
[2] Masseroni, Enrico. ENSÉÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1998. p. 110

sábado, 15 de octubre de 2016

MISIÓN QUE NOS CRISTIFICA


Éx 17, 8-13; Sal 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8; 2Tim 3, 14 - 4,2; Lc 18, 1-8

¿Será duro afirmar que el que no ora en serio es un cristiano que vive a broma el cristianismo?
Emilio L. Mazariegos

Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional…
Papa Francisco

Se trata de redescubrir los valores magníficos que Dios propone al hombre. Que no son valores demodé, aun cuando así quiere el Malo mostrárnoslos. ¿Por qué tendríamos que estar a la moda en asuntos axiológicos? Hay bastante y suficiente lógica en querer vestir o calzar a la moda, pero no hay ninguna razón válida para querer refutar los valores que Dios nos ha propuesto, están allí, en la Sagrada Escritura, y, parecería que Dios mismo está “afanado” en mostrarnos su vigencia, puesto que los retoma una y otra vez, especialmente a través del magisterio de su Iglesia.

Venimos de comentar dos valores –que nosotros hemos calificado de “divinos” para recordar que no son fruto de una propuesta humana, sino que hunden su raíz en un sustrato Trascendente, que –definitivamente- hace de ellos valores teologales. Eran ellos la gratuidad y la gratitud. Hoy día se nos propone un tercer valor teologal: la oración. Pongamos como gran portal de nuestra reflexión, un pensamiento expuesto por Benedicto XVI «Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida»[1].


Además, en el blog anterior hablábamos de la “dialéctica de simetría” -toda cara tiene su sello- y el simétrico de la oración es la respuesta, pero no puede ser cualquier clase de respuesta sino una que haga “justicia”. Es lo que nos trae el Evangelio de este Domingo XXIX Ordinario del ciclo C. «La viuda… En su boca la oración es un grito desesperadamente confiado y obstinado ante el juez: “Hazme justicia contra mi adversario” (Lc 8,3). Aparece evidente la fuerza del verbo “hacer justica” como respuesta del juez al grito desarmante de la mujer. El hacer justicia aparece varias veces en la breve parábola (Lc 18, 3.5.7.8) haciendo eco a la relación “oración” y “momento escatológico” como tiempo de la justicia, y del juicio último sobre la historia.»[2]

El Padre Fidel Oñoro, por allá en el año 2006, lideró un equipo que preparó para la Conferencia Episcopal de Colombia un subsidio sobre el discipulado desde la oración en el Evangelio de San Lucas, donde se señala, en torno a “La perseverancia en la oración: parábola del juez inicuo y la viuda importuna” que:


«El hilo conductor de la enseñanza es “La justicia de Dios”. Notemos cómo se va repitiendo la expresión “hacer justicia”:

·         Dice una viuda al juez: “¡Hazme justicia!” (18.3)
·         Reflexiona el juez: “Voy a hacer justica” (18, 5)
·         Pregunta Jesús: “¿Dios no hará justicia? (18, 7)
·         Responde Él mismo: “Hará justicia pronto” (18,8)»

Tendemos a dudar de la Justicia Divina, tendemos a visualizar a Dios como un Dios “dormido” (recordemos la anécdota de los discípulos mientras Jesús dormía en medio de la tormenta), como a un Dios que ya se metió entre las cobijas, cuyos hijos ya están acostados y cuya puerta ya está atrancada y Él no está para nada, en disposición de levantarse y destrancar (Cfr. Lc 11, 5-13). Todas estas visiones pecan de “desplazamiento”, de mover la responsabilidad de nosotros mismos, hacia el “otro”.

Observemos que la Viuda no parte de la fe, sino de la desconfianza: ¡Hazme justicia! Podría haber empezado por ¡Señor, sé que eres justo y a ti clamo! ¿A quién representa la viuda? Sabemos que Jesús es el Novio, y su pueblo es la Novia. Cuando nos han matado a Jesús en la cruz, ¡nosotros somos la viuda, mientras Él regresa! (Allí yace el filo escatológico de la parábola). Y, por eso pedimos a gritos ¡Maraná Tha!


Pero, πλὴν ὁ Υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου ἐλθὼν ἆρα εὑρήσει τὴν πίστιν ἐπὶ τῆς γῆς; será que, cuando el Señor vuelva ¿encontrará fe en la tierra? (Lc 18,8b) Ahí está y entra a actuar la perseverancia del orante (es decir, del discípulo), porque la oración no es Dios quien la requiere, Él está pronto a respondernos; somos nosotros, los que tenemos que ablandarnos el corazón.

¿Cómo así que “ablandarnos el corazón”? ¡Pues claro! Arrancarnos el corazón de piedra y ¡Convertirnos! Reemplazándolo con un corazón de carne. Es decir, no un corazón que busca cosas con la oración, un corazón idolatra, aferrado al tener, al poder, al aparecer (o mejor, al aparentar); sino un corazón centrado en el Centro, en los valores reales, los del Reino. Por eso es preciso ser perseverantes con la oración, porque ella nos va amasando el corazón, como al “barro-fino” en Manos del Alfarero, hasta que el barro se ablanda y se hace dócil.

«También Santa Teresa de Ávila,… desde pequeña decía a sus padres: “Quiero ver a Dios”. Después descubrió el camino de la oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿Saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, “yo le miro y Él me mira”»[3]


Nos gustaría hacer algunas breves consideraciones sobre las otras Lecturas. De la Primera Lectura quisiéramos contemplar un detalle –a nuestro modo de ver- importantísimo: Oramos con todo el cuerpo.  Moisés oraba alzando los brazos y esa acción era esencial a su oración. Así nosotros, no es gratuito que juntemos las palmas de las manos, o que nos arrodillemos, o nos pongamos de pie. No somos cuerpo y espíritu, somos cuerpo-espíritu. No perdamos eso de vista jamás.

El Salmo no considera a Dios como Pastor, o como Médico-Sanador, ni como Padre-Creador; no, en esta oportunidad tenemos la presentación de Dios como “Guardián”, no es el Guardián de una casa, o de una persona, es el Guardián de todo un Pueblo, de Israel, recordemos el significado de este nombre, “el que reina con Dios”, este nombre que Dios dio a Jacob (fue protegido/sostenido por Dios), se hizo extensivo a todo un pueblo, el pueblo escogido  de Dios. Ahora bien, la descendencia e incorporación a este pueblo escogido en Jesucristo nos hace coherederos con Jesús de la triple dignidad de reyes, profetas y sacerdotes. Por el sacerdocio -del que todos los bautizados participamos- todos los fieles cada vez que nos dirigimos a Dios y le presentamos nuestras preocupaciones, ilusiones, inquietudes, dificultades,  alegrías, necesidades y las del mundo entero; cuando oramos con un sentir y un espíritu universal y no nos centramos en nosotros mismos; valga decir, cuando experimentamos un descentramiento que subsume al egoísmo y se hace fraternal y solidario allende el individualismo y nos centramos en nuestro Centro-Real, estamos orando con la Voz del Hijo.

Demos una ojeada a la Segunda lectura que nos aproxima a otro eje oracional: La Sagrada Escritura, pues todo en ella
·         Es útil para enseñar
·         No sólo para enseñar, también para reprender
·         Para corregir
·         Para educar en la virtud
·         Para convencer
·         También para exhortar


Luego, lo que San Pablo nos dice al escribirle a Timoteo, es que la Sagrada Escritura cuando fue “revelada” lo fue con el propósito claro de ayudarle al hombre a ser perfecto y de que se preparara para estar dispuesto a obrar con santidad. La Epístola va más lejos, nos pide que no nos quedemos acaparando lo aprendido sino que lo diseminemos: “que anuncies la Palabra, que insistas a tiempo y a destiempo” porque para la Palabra no hay tiempos de repliegue y retirada, de silencio y ocultamiento, porque la Palabra es siempre “viva y eficaz” (Cfr. Hb 4, 12). Respecto de la oración y del anuncio de la Palabra la consigna es empujar siempre y empujar con todas nuestras fuerzas.

Hay una hermosa parábola sobre la oración que nos gusta traer a cuento asociándola con nuestro tema: La perseverancia en la oración. Se titula “La roca”:


«Un hombre dormía en su cabaña, cuando de repente una luz iluminó su habitación y apareció Dios. Le dijo que tenía un trabajo para él y le mostró una gran roca frente a su cabaña. Le explicó que debía empujarla con todas sus fuerzas. El hombre hizo lo que el Señor le pidió. Por muchos años, día a día, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la roca con todas sus fuerzas, pero ésta no se movía. Todas las noches el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos eran en vano. Como el hombre empezó a sentirse frustrado, Satanás (el Adversario) decidió entrar en el juego trayendo pensamientos negativos a su mente: “Has estado empujando esa roca por mucho tiempo y no se ha movido”. Le dio al hombre la impresión que la tarea que le había sido encomendada era imposible de realizar y que él era un fracaso. Estos pensamientos incrementaron su sentimiento de frustración y desilusión. Satanás le volvió a decir: ¿Por qué esforzarse todo el día en esa tarea imposible? Sólo haz un mínimo esfuerzo y será suficiente. El hombre pensó en poner en práctica esto, pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos: “Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aun así, no he podido mover la roca ni un milímetro ¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? El Señor le respondió con ternura: “Querido hijo, cuando te pedí que me sirvieras y tú aceptaste, te dije que tu tarea era empujar contra la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras. “Tu tarea era empujar”. Ahora vienes a mí sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste? Mírate ahora, tus brazos y espalda están más fuertes, tus manos callosas por la constante presión, tus piernas se han vuelto duras. Pero a pesar de las adversidades has crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto, no has movido la roca, pero tu misión era empujar y confiar en mí. Eso lo has conseguido. Ahora, querido hijo, “Yo moveré la Roca”.

Algunas veces cuando escuchamos a Dios, tratamos de utilizar nuestro intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad sólo nos pide que confiemos en Él.

Cuando todo parezca ir mal ¡Sólo Empuja! Cuando estés agotado por el trabajo ¡Sólo Empuja! Cuando la gente no se comporta de la manera que debería ¡Sólo Empuja! Cuando los demás simplemente no te comprenden ¡Sólo Empuja! Cuando te sientas cansado y sin fuerzas ¡Sólo Empuja!

Debemos ejercitar nuestra Fe que mueve montañas, pero estar conscientes de que es Dios, quien al final logra moverlas». Y como decía Karl Rahner: «Debemos ser hombres de Dios y, para decirlo más sencillamente, hombres de oración con el suficiente valor para arrojarnos en ese misterio de silencio que se llama Dios sin recibir aparentemente otra respuesta que la fuerza de seguir creyendo, esperando, amando y, por tanto, orando»[4].




[1] Benedicto XVI,  CATEQUÉSIS DE LA AUDIENCIA GENERAL. Vaticano, 25/04/2012
[2] Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1998. pp. 98-99
[3] Papa Francisco. BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS, Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Juventud VATICANO, 17 Feb. 2015
[4] Citado por Juan del Carmelo, RELACIONARSE CON DIOS. APROVECHAR LA OPORTUNIDAD. Ed. DAGASOLA 2008 p. 227

sábado, 8 de octubre de 2016

LOS VALORES DEL REINO


2R  5,14-17; Sal 97,1.2-3ab.3cd-4; 2 Tim 2,8-13; Lc 17,11-19

Este volver cerca de tu Altar
en el primer día después del sábado
no es tanto para pedirte algo
cuanto para hacer memoria de tu bondad,
para cantar tus alabanzas,
para decirte nuestra gratitud,…
Averardo Dini

El Domingo previo nos hemos encontrado con Dios en los labios del Hijo que nos  explica la relación de la criatura con Él comparándola con la relación entre el Amo y el esclavo. El esclavo no hace las cosas por un sueldo, las hace porque “tiene” que hacerlas, no se le llama para que opte, se le invita a la obediencia dócil de un hijo, no ha de negarse, y bien podemos decir que el Amo no tendría por qué entrar en consideraciones de qué tan cansado está el esclavo por su labor del día, sino que al llegar el Dueño tendrá que atenderlo y servirle y sólo después, cuando su Señor esté satisfecho, podrá hacer un alto para atender sus propias necesidades. Nada hay de especialmente meritorio en esa menara de conducirse del “esclavo”, en una sociedad de tal tipo sería absurdo y contraproducente que el amo entrara en “compasiones” y postergara el servicio en aras de dar descanso y tener consideraciones con quien por definición debe estar dispuesto a dar siempre prioridad a lo que demande su Dueño.

Este ejemplo-ilustración que da Jesús nos cuesta mucho entenderlo en el marco de la sociedad actual donde el trabajador tiene un horario que debe ser respetado y unos derechos que lo libran de tener que estar disponible las 24 horas, porque la esclavitud se ha abolido, y fuera del cine y la historia la desconocemos. En el espacio social donde se movió Jesús los esclavos eran –quizá- una mayoría. De hecho, prácticamente todos los judíos eran cuasi-esclavos del Imperio Romano y, sólo por citar un ejemplo, el Cireneo se vio obligado –simplemente por haber cruzado por allí- a ayudar a cargar la cruz de un Reo.


¿Significa esto que Jesús está a favor de la esclavitud? ¡Nada de esto! Recordemos que Dios es un Dios de la Liberación, que sacó a su pueblo de la esclavitud, en Egipto, con mano poderosa (Cfr.Ex 13, 3). Pero Jesús recurre a esta imagen para subrayar que Dios respecto de nosotros es, ante todo, nuestro Verdadero-Dueño. La humildad que el hombre requiere, para enderezar sus relaciones con Dios,  necesita entender que, estar hechos de polvo y ser pecadores, esclavos del mal, en muchos sentidos, empezando por la concupiscencia, nos asimila a los esclavos. Dios nos quiere dignificar, nos levanta del barro, pero nuestra tozudez nos regresa al fango, nos lo hace ver atractivo. El Malo se pinta seductor y nosotros nos espantamos ante los valores que Dios nos propone y preferimos ir por sus antípodas. Decid sí no, ¿os aterra la propuesta de la vida consagrada mientras que os atrae la farra y la bohemia? Y estáis agiles a argumentar contra lo “aburrido” de las horas de oración” y –en cambio- prestos a saltar sobre las noches de trago y vicio. ¡Somos desconcertantes!

Disculpadme ¿tenéis entre vuestros argumentos, en defensa de la vida licenciosa, que optar por ser un religioso o religiosa es una “esclavitud”? Y mirad cómo (para colmo de males) se ha vuelto un lugar común y moneda de difundida circulación en nuestra cultura, denunciar el “matrimonio” como otro tipo de “esclavitud”. Oímos decir, sin cesar, que al amor no hay que echarle “ataduras”. (Ya os lo hemos dicho, el Malo se pinta seductor). Pero aun cuando tanto nos cueste visualizarlo, nadie hay más libre que quien se ata a cumplir la Voluntad de Dios; ni hay nadie más esclavo que quien se ata a los vicios, por muy socialmente aprobados que estos estén.

Tomemos un ejemplo de un valor Divino contrapuesto a uno humano: Gratuidad-vs-salario. Evidentemente la gratuidad es hacer sin cobrar, en cambio, soldado es aquel que trabaja por un sueldo (claro que también olvidamos que el soldado es el que trabaja por sueldo y –para desviar la atención de esta fenómeno- pasamos a llamar al soldado “mercenario” y a entender que “soldado” es el que presta el servicio militar “obligatorio” de manera gratuita, por “deber patrio”). A primera vista, porque el Malo se pinta seductor, salta a nuestro corazón, y de allí a los labios, el legítimo derecho a devengar; pero, ¡atentos! ¿No veis que estamos hablando de amor? ¿Habíais perdido de vista que el Mandamiento de Dios es el Mandamiento del Amor? ¿Y que todo amor que se paga es “prostitución”? Luego, ¡por cumplir nuestro Mandamiento fundamental no podemos esperar paga! Es allí donde irrumpe –con toda su majestad- el valor de la gratuidad, porque todo cuanto hacemos, si lo hacemos por Amor de Dios ha de ser gratis. Por eso Eliseo no aceptó nada de manos de Naaman, el sirio, como gratificación por haber sido sanado. La relación con Dios habría quedado empañada por la propina. Allí, todo lo que estaba en juego era la glorificación de Dios, el de los judíos y Dios nuestro. La alternativa –bien la comprendió Naaman- era llevar tierra para hacerle un Altar al Dios Santo, el Único digno de ser honrado, de quemarle ofrendas y de recibir sacrificios. (Cfr. 2R 5, 17).

Dios sería, sí, un Señor esclavista; pero su cadena atada al tobillo es la dulce cadena del amor. Tal es su dulzura, la ternura de sus eslabones, que no puede de manera alguna designarse como cadena. Es más, tiene de todo, menos de cadena. No ata, no obliga, todo lo que exige lo demanda voluntariamente, y espera, paciente, tranquilo, comprensivo, con una paciencia de toda una vida. Sí, así es, nos da toda una vida y aguarda pacientemente que queramos espontáneamente, sin coacción alguna, por pura gratuidad, obrar con amor coherente.


Porque –y todos lo sabemos muy bien- amor con amor se paga; a la gratuidad corresponde por dialéctica de simetría otro valor divino que es la gratitud. Dios todo nos lo otorga gratuitamente, espera que nosotros podamos vivir coherentemente esa gratuidad, pero espera que, frente a todo lo recibido, nuestro corazón sepa retribuir con ese gesto –también gratuito- de la gratitud. Estamos en esa parte del Evangelio según Lucas donde Jesús va rumbo a Jerusalén,  en los capítulos 9-18, donde Jesús va conduciendo la formación del evangelizador, «Piénsese en el valor educativo de los milagros que presencian los discípulos y que les hacen comprender todos los sufrimientos humanos: desde enfermedades a las desgracias, desde las formas de obsesión hasta el sufrimiento físico y síquico.»[1] En eso estriba el valor del leproso samaritano que fue el único que regresó a dar las gracias. Él personifica ese 10% (1 de 10), de la humanidad que es capaz de reconocer que no tiene como corresponder a la sanación-salvación recibida de manos de Jesús y que lo poco y único que se tiene para agradecer son gestos que brotan impulsados por el amor del corazón: a) Glorificar a Dios, en voz alta, b) cayendo a sus pies, c) dar las gracias.

Esa es la esencia de nuestra respuesta a Dios, no tenemos cómo ni con qué pagarle: No podemos pagarle porque todo cuento tenemos es suyo. Pero ese reconocimiento de saber que todo nos viene de Él y que por Él se nos ha dado, eso es lo que nos salva. Mucho podemos obtener si lo pedimos, pero la salvación no llega, si no poseemos la gratitud del corazón y ella se traduce en amorosos gestos de adoración. «La mejor forma de oración es esta alabanza que reconoce que Dios es Dios y el hombre no es Dios. Cabe al hombre acoger el don de Dios y alabarlo con gratitud. Justamente lo contrario del espíritu de mérito.»[2] La adoración es el único gesto sincero que posee el ser humano y que puede darse a Dios para testimoniar su generosidad, su benevolencia, su munificencia, para reconocer que nos hace participes de su largueza, que su generosidad es sin límites, que nos cubre de besos, nos viste con el mejor traje, nos pone anillo y sandalias en los pies, hace traer el ternero cebado y lo manda sacrificar para hacernos la cena de bienvenida, porque estábamos muertos y hemos vuelto a la vida, estábamos perdidos y nos ha encontrado. ¡Así como Dios celebra nuestra salvación, celebremos nosotros al Dios que nos salva!


Queremos enfatizar que Dios es Dios de la liberación, no de la esclavitud. Ni siquiera por asomo podemos leer a Dios como poder opresor. Por eso la misión evangelizadora tiene que darse siempre por vías de liberación y jamás por rutas impositivas. Sí el anuncio del Evangelio confunde los medios, ciertamente que no estará destinado a alcanzar su fin. Y, quien creyere estar prestando un servicio  a la causa de Jesús al estilo draconiano, le estará prestando el peor servicio porque en realidad estará atentando contra la esencia misma de la Palabra. Por eso las acciones testimoniales que emprende el evangelizador deben conducir a encantar, a fascinar, a enamorar. Nunca la imposición será Buena Nueva.

Retornemos sobre el tema de las cadenas porque la Segunda Lectura lo vuelve a postular. Puede que el evangelizador esté encadenado pero eso no nos debe –ni por asomo- apesadumbrar. Al contrario, ¡confiemos! Porque, como lo acredita la Carta a Timoteo, cuando el Apóstol arrastra el cepo, el Evangelio despliega sus alas y se disemina, esparciéndose generoso en frutos abundantes. Siempre habrá opositores y adversarios de la Buena Noticia, secuaces del Malo procurando trabar las ruedas con sus palos, pero ὁ λόγος τοῦ Θεοῦ οὐ δέδεται. “la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9b).


  



[1] Martini, Carlo Maria. EL EVANGELIZADOR EN SAN LUCAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. Colombia 1996.  p. 76
[2] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE SAN LUCAS. LOS POBRES CONSTRUYEN LA NUEVA HISTORIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C. Colombia 1995.  p. 161

sábado, 1 de octubre de 2016

INCOMPRENSIBLE MISTERIO DE NUESTRA VIDA


Hab 1,2-3;2:2-4; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9; 2Tim 1,6-8,13-14; Lc 17,5-10

… a Dios no se le alcanza más que dando el “salto” de la fe.
Raniero Cantalamessa, ofmcap

…me mandas amarte, me mandas lo que sin tu orden no tendría ánimo de hacer: amarte, amarte a ti mismo muy íntimamente.
Karl Rahner

Rey de reyes, Amor de mis amores, os lo ruego, has grande, gigantesca mi fe.

Dios realmente nos crea. Una de las facetas de la creacionalidad respecto a nosotros es crearnos con fe. Al venir a la vida nos encontramos y nos sorprendemos con relación a la fe. La fe nos lleva a taladrar el muro (muro de soledad y aislamiento, muro de fragilidad y orfandad) para hacer en él una ventana. Gracias a ella podemos descubrir, del otro lado, un paisaje maravilloso iluminado de amor.

Pese a tal, hay quienes prefieran seguir y vivir con su muro intacto. Se niegan a ver lo que hay del otro lado. Es más se empeñan en describir fealdades supuestas para prevenir que alguien pueda empezar a romper. Quizás su miedo es demasiado grande y tiemblan ante la perspectiva de lo que pueden encontrar del otro lado. O, quizás, su corazón y su entendimiento es tan duro que no pueden valorar un paisaje y se conformen en su “burbuja”. Hemos oído decir que en el corazón de una persona triste el paisaje más hermoso pasa desapercibido. ¡Ea, hay que arriesgarse!


¿Quién puede poner en nuestro ser la alegría suficiente para poder reconocer la armonía, el maravilloso contraste de colores que existe del otro lado del muro? Mucho nos maravillan –por ejemplo los santos- cuya voz nos reconforta, pues descubren hermosuras rutilantes de su trato con Dios, al mirar por “su ventana”.

Por esta razón, llamamos a la fe virtud teologal, porque no solamente nos la regala Dios sino que su utilidad consiste en capacitarnos para ser constructores de ventanas, con ansias de entrar en tratos con Aquel que está del otro lado, en la dimensión trascendente. La fe es la única fuerza que nos puede llevar a perforar paredes, a derrotar nuestro aislamiento. A confiar que al otro lado de la pared hay algo que vale la pena el trabajo de romper el muro. ¡Ay de aquellos que sin saber lo que hay detrás del muro se empecinan en adivinar visiones horribles! Al contrario, la fe nos alienta con la convicción de encontrar palabras amigas y sonrisas, trato amable y acogedor con Quien está allende la tapia. Es virtud teologal porque nos lleva a abrir una ventana para comunicarnos con Él. La ventana de la fe da, precisamente, a la dimensión trascendente. La amistad gratificante que encontramos más allá de la pared incomunicante, es –ni más ni menos- que la Amistad de Dios.


Ahora, sin  osar perforar la pared, nuestra vida queda chata, nos quedamos asfixiados en la soledad de este lado. Es una especie de sordera-ceguera que nos impide trascender. Especie de contra peso de plomo que nos hala hacia abajo, que nos hunde, que no nos deja caminar. Algo así como un preso, a quien le hubieran abierto la celda, pero se negara obstinadamente a salir. Efectivamente, sin fe, cada quien está confinado en su hermético cubo de oscuridad y desazón. Esta situación de enclaustramiento es –a falta de otra palabra diremos- fatal. Como en una suerte de Babel, la voz del creyente es incomprensible para el incrédulo.

Esto nos evoca la situación de quien tiene la facultad de ver y su trato con un invidente. Es la misma dificultad entre un creyente y un ateo. ¡Su diálogo es un diálogo de sordos! Pero hay un “a menos que” porque uno que puede ver está en condiciones de prevenir y advertir al invidente para que no tropiece, o todavía más, puede dibujarle un paisaje con palabras y procurar con enorme exactitud describirle su magnificencia. “A menos que” el invidente se niegue a aceptar; para un invidente que se empecine en no creer, el goce de la descripción se hace imposible.

Hay una especie de responsabilidad proximal  del que puede ver, de advertir al invidente. Y hay una especie de compromiso –no menos grave- de parte del que tiene fe hacia sus prójimos, a quienes la experiencia de la fe no los ha tocado. No que se pueda imponer pero sí que se atestigüe.

Fe y amor están inextricablemente entretejidos. A este respecto San Pablo le escribe a Timoteo que debe dar testimonio de Nuestro Señor, que está llamado a  porfiar en la predicación del Evangelio, recordemos que eso es perseverar en el anuncio de la Buena Noticia. ¡Sin desfallecer! Y nos enseña una vía particular, esa perseverancia es conforme al Espíritu Santo, es Él quien nos fortalece para lograr esa constancia sin perderla, acompañándola de la fidelidad. La fidelidad es la concordancia firme de lo que se enseña con lo que se recibió y lo que el creyente recibe es una “sólida doctrina” de cuyo cauce –y esto es inherente a la fe- no podemos desviarnos. Cierta perversión, con la que juega el Maligno, es la de ponernos a buscar “rutas originales” lo que pronto pone en nuestra mente y lleva a nuestros labios la frase snob de “yo estoy de acuerdo hasta este punto”, mientras que a la fe debe asistirla esa docilidad que permite asentir la solidez interna de la doctrina como regalo, como lo que es, Revelación (al que no ve se le permite ver por otra vía, se le descorre el velo). Mal haría el invidente de la historia si ante la precaución de un abismo a la derecha, quisiera pensar que el peligro está por la izquierda, al dar el paso, pronto iría a dar al fondo.

No se ha de guardar la doctrina como si ella lo fuera todo, la doctrina tiene su contra-cara que es tan fundamental como ella misma; y es –así nos los enseña Pablo- el amor fundamentado en Cristo Jesús. Porque toda la coherencia de nuestras enseñanzas halla en Él su esencia que como bien lo llama la Escritura, es la Piedra Angular. En esa dupla fe-amor decimos con Karl Rahner: «Me has dicho a través de tu Hijo que eres el Dios de mi amor. Me has mandado amarte. Con frecuencia tus mandamientos son difíciles, porque muchas veces mandas aquello cuyo contrario atrae más mi espíritu. Pero porque me mandas amarte, me mandas lo que sin tu orden no tendría ánimo de hacer: amarte, amarte a ti mismo muy íntimamente. Amar tu propia vida. Perderme a mí mismo dentro de Ti, sabiendo que Tú me recoges dentro de tu corazón, que yo puedo hablarte a Ti, el incomprensible misterio de mi vida, con tuteo cariñoso, porque Tú eres el amor mismo»[1].

El Salmo por su parte nos invita a que no seamos sordos a la voz de Dios, es decir, nos vuelve a invitar a la docilidad del aceptar, a la apertura frente al testimonio que  nos manifiesta que nuestro Creador no se muestra arrogante y despiadado con su criatura, sino que, con cuidado pastoril, vela por nosotros, con infatigable desvelo así como el pastor está pendiente de sus ovejas, de todas ellas, defendiéndolas a tiempo y a destiempo. El salmo va más allá, nos previene de no incurrir en la tozudez de nuestros antepasados que después de ver el obrar benévolo de Dios con su pueblo, aun así se atrevieron a dudar de Él.

La Primera Lectura que proviene de la profecía de Habacuc, acompaña una denuncia de la situación que les toca vivir, una situación de injusticia y opresión en un marco de violencia y desorden, de una promesa de parte de Dios, esa promesa nos asegura que el malvado sucumbirá y, en cambio, el justo vivirá. Dios pone una sola condición: ¡tener fe!, no cualquier fe, sino una fe paciente, una fe tenaz en la espera, porque esta promesa es, según la palabra del profeta, “todavía una visión de algo lejano”.

El Evangelio nos enseña el valor de la fe, nos hace ver que es un poder sobre todo poder, que es un poder capaz de hacer cambiar la realidad de la manera más inverosímil.   Es un poder transformador que sana, que resucita, que puede calmar al mar embravecido, o, hacer obedecer un árbol para que se arranque de su lugar y vaya a plantarse en el mar.

Pero que semejante poder se nos haya otorgado no es para que nos envanezcamos, no es para nuestra jactancia, porque cuando hagamos actuar ese poder incomparable será sólo cuando el propio Dios lo requiera –dado que la fe no es un adminiculo circense para causar asombro- sino el lenguaje con el que Dios habla a los sordos, a los duros de corazón, a los de Masá y a los Meribá. El poder que nos da la fe es un poder evangelizador, para hacer efectiva y eficiente la trasmisión del anuncio.

Para llegar allí, al punto y momento en que se cumpla todo lo que Dios nos ha prometido, tenemos que acrecer nuestra fe, lo que no lograremos con nuestras solas fuerzas, la fe es una semilla plantada en nuestro ser y, nosotros tenemos que rogar al Jardinero Celestial, para que Él la abone, la pode y la haga fructificar a su tiempo.





[1] Rahner, Karl. GEBETE DES LEBENS. Ed. Herder Freiburg – Basel-Wien. 1984. p. 19.