Am
8, 4-7; Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13
El Evangelio nos pone en el papel protagónico a un οἰκονόμος,
[oiconomos] es el ecónomo, que por lo general era un esclavo-liberto
que se encargaba de la administración de la casa, como una especie de
“mayordomo”; la palabra ecónomo viene de la palabra οἰκο
que significa precisamente “casa”. Sin embargo el papel del ecónomo no
se restringía a los asuntos internos puesto que él disponía de recursos dados
por su amo, para mercar y comprar todas las vituallas que hubiere menester para
la manutención de la casa. Queremos hacer ver que su injerencia llegaba más
allá de la esfera del mayordomo, era más bien un “economista” que podríamos
designar mejor como administrador, y de hecho así se le ha traducido. Es
importante entender bien de qué se trataba su rol, porque este personaje es
quien nos va a representar a nosotros en esta parábola, es él quien ha recibido
el mismo encargo que a nosotros se nos ha confiado. La acusación que llegó a
oídos del “Dueño” (con esta palabra queremos destacar la oposición que hay
entre Dios y nosotros, Él es el Único y Verdadero Dueño y Señor, nosotros no
podemos perder la perspectiva, somos simplemente “encargados”, y el encargo
implica revocabilidad; en la parábola se nos recuerda que, otro día, se nos
puede llamar a “calificar servicios”, como se dice en el lenguaje militar), fue
la de “malgastar sus bienes”, ahí está, expresamente, plasmada la relación Dueño/administrador.
Aún hay más, si vamos a la palabra
administrador tenemos en ella tres raíces: la palabra ad, y la palabra minister
y –contenida en ella- la palabra minus. Es decir administrador conlleva otra
oposición la de magister/minister (maestro/ministro). Maestro contiene la
etimología magis que viene del latín “el que más”, ministro, en cambio, es
portador de minus “el que menos”; ambos son “servidores” que es el sentido del
“ministerio”, pero el maestro es el que “sabe más” y el “ministro” le está
subordinado por sus limitaciones en saber o en habilidad. Que no se nos olvide la raíz AD que significa
"ante" y que sencillamente no nos deja olvidar la subordinación; será
llamado a “rendir cuentas” poniéndose “ante” el empleador, el que lo llamó al
cargo: el administrador es un “encargado” por Alguien que le es Superior, El
que delegó en él la función de gobernar-controlar en su Nombre. No somos más
que simples administradores puestos en “responsabilidad” por Aquel que nos
prestó el encargo.
¿Cómo, y esa es la pregunta clave para este Domingo, podemos
con lo que nos entregó Dios Nuestro Señor, tener a alguien que nos reciba
cuando seamos llamados a “calificar servicios”? Si la cosa fuera para ganarnos
opciones y prelaciones en esta vida, la parábola sería prácticamente inmoral;
se trata de ganar “intercesores” cuando el “Dueño” nos llame a rendirle
cuentas. Estamos viendo cómo podemos en esta vida, con los tesoros que Dios nos
pone en administración, ganar “Amigos”. ¿Amigos para qué, a dónde nos van a
acompañar esos “amigos”, qué clase de gustos y alegrías compartiremos con los
que así hemos acercado? El Evangelio nos lo dice muy claramente: “Gánense
amigos para que, cuando ustedes mueran, los reciban en el Cielo.”
Y ¿cómo se aplica eso de llamar a los “deudores” y achicarles
la deuda, haciéndoles nuevos recibos con cuentas a pagar reducidas? Podríamos
hacer una lista muy organizada, como un verdadero manual de instrucciones en
pocas hojas, mejor todavía en una sola página, o –para ganar en brevedad y
hacer relucir nuestra capacidad de síntesis, propongámonos presentarla en medía
página- bueno el reto va a ser, decirlo en un solo renglón, contestemos a esa
pregunta en una sola línea: Las obras de Misericordia: Corporales y
Espirituales[1].
¡Sí, eso es todo! La manera de ganar amigos para encontrarnos
con ellos en la Patria Celestial es el cumplimiento de las obras de
Misericordia, el desprendimiento generoso de todo lo que Dios nos ha dado. No
retener, no atesorar, no acaparar, sino a manos llenas escribirle al uno: Tú
debías cien sacos de trigo, toma tu recibo haz uno nuevo sólo por cincuenta, y
al otro, date prisa escribe que debes tan solo ochenta. Aliviar las cargas de
todos, hacérselas más llevaderas, tener para con todos entrañas de
misericordia, aprender la dulce ternura de Jesús, cambiarles el yugo por uno
que sea suave y ligero.
Y cuando ya hayáis logrado eso, vivir en santidad y justicia,
es decir vivir en Misericordia, como un buen “ecónomo”, leed el versículo 10
del capítulo 17 de San Lucas: “cuando hayáis hecho todo lo que se os ha
ordenado, decid: ‘Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos
haber hecho’.”
La Primera Lectura, en cambio, denuncia y señala para
ilustrar nuestra conciencia, lo que hace el pésimo administrador, el que irá
allí donde reina la angustia y se sufre hasta vivir en constante rechinar de
dientes: esos viven afanados por la riqueza, se desvelan para atesorar y
quieren que amanezca más temprano para implementar sus “chanchullos”, alteran
pesos y medidas para ampliar su margen de beneficio, pagan sueldos de hambre, y
hacen pasar el “salvado” por “trigo bueno”, son los pauperizadores. Pero, Dios
ha puesto su Santo Nombre en garantía, Él no olvidará esa injusticia, que es
peor y tiene su agravante en que se hace contra el “pobre” que es el elegido
para hacerle víctima de todos estos atropellos.
La Carta de San Pablo a Timoteo nos señala otra obra de
Misericordia: ser orantes, ganar “indulgencias” orando por los demás. Nos
recuerda ser Intercesores y abogar por toda la humanidad, pero muy
especialmente por aquellos que tienen cargos de autoridad. Aún esos que han
alterado medidas y explotado hasta expoliar el último centavo Dios-Padre los
quiere salvar, porque su Misericordia es generosa, porque Él no escatima,
porque su Amor es Eterno (y eterna es su Misericordia). ¡Ojo, miremos lo que
dice la Carta, que nos purifiquemos de odios y rencores! Para poder presentar
nuestros ruegos y súplicas y alzar las manos hacia nuestro Dueño. Los
intercesores válidos son los que tienen sus “manos puras”.
El Salmo nos muestra y nos refrenda cómo es Nuestro Señor, Él
nos sacará de nuestras vejaciones, nos ha rescatado pagando el precio de la
Sangre de su Propio Hijo; y –pese a nuestra indigencia- nos lleva a sentar en
el estrado de los Verdaderos Gobernantes, de los Pastores que han administrado
con rectitud, la Corte Celestial de los Justos.
[1]
El 1º de
septiembre de este año, el Romano-Argentino Pontífice nos ha propuesto añadir
una nueva obra de Misericordia: “… la misma vida humana en su totalidad incluye
el cuidado de la casa común…me permito proponer un complemento a las dos listas
tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado
de la casa común. Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa
común precisa de la contemplación agradecida del mundo… como obra de
misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita simples gestos
cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del
egoísmo y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo
mejor”
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