1 R 19,16b,19-21; Gal
5,1,13-18; Lc 9,51-62
El cristianismo no
consiste sólo en el conocimiento de Jesús y de sus enseñanzas trasmitidas por
la Iglesia. Consiste en su seguimiento… seguir a Jesús es seguir a Dios, el
único Absoluto.
Segundo Galilea
Los
Domingos XII y XIII están en una continuidad inextricablemente enlazada: Este
Domingo la perícopa evangélica inicia en el verso 51 del capítulo 9, donde
Jesús “se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51b). Jesús decide
subir a Jerusalén, esta subida es, particularmente dos cosas: la clara
respuesta a la pregunta de quién es Él, lo cual implica una profunda
auto-consciencia; y, por otra parte, la plena aceptación de la misión que se le
ha encomendado, desprendiéndose de todo egoísmo, y poniendo en primerísimo
puesto el “querer” del Padre. Es una respuesta con hechos, con acciones, no se
queda en discurso sino que contesta con un “quehacer” indesmentible. Este
“quehacer” supera el rótulo de profetismo, así como trasciende la imagen de
Mesías.
«Jesús incluso llegó
a hacer algo que casi no encaja en su manera de ser: adoptó por un momento una
actitud insólita en Él y les preguntó a sus discípulos qué pensaban sobre Él;
les hizo la pregunta directa: ¿Quién soy yo? Les pidió que le dieran opiniones
y reacciones sobre su persona por parte de ellos mismo y por parte de otros. Y
eso no era mera curiosidad ni, mucho menos, cotilleo inútil. Tampoco estaba
Jesús jugando o bromeando con sus discípulos como un maestro tomándoles la
lección, o como si tratase de sacar de Pedro una confesión sorprendente para la
edificación de los demás. No. Jesús no finge. Jesús habla en serio. Muy en
serio. . Jesús hace una pregunta porque quiere la respuesta, porque quiere
saber, quiere enterarse, quiere oír de boca de sus amigos lo que ellos y otros
piensan de Él, información que proporcione fondo y contraste a su propia
búsqueda de sí mismo. Y por eso pregunta sin ambages: “¿Quién dice la gente que
soy yo?” Juan el bautista, Elías, Jeremías… La primera pregunta ha preparado
delicadamente el camino para la segunda, que sigue ahora con mayor intensidad y
expectación: “Y vosotros, ¿quién decís vosotros que soy yo?” Nunca en su vida
se había acercado tanto Jesús de hombre a hombre a sus discípulos como en aquel
momento privilegiado en que les pregunta por sí mismo, aguarda expectante la
respuesta, espera en alguna manera ayuda, apoyo, luz sobre lo que era para Él la
pregunta más importante de su vida. ¿Quién soy yo? Y entonces ocurre algo muy
bello. Pedro le contesta… y con ella en el alma subirá a Jerusalén a mostrar
que es Hijo frente a la misma muerte.»[1]
«Los
discípulos comenzaron a poner al tanto a Jesús acerca de los miles de
comentarios y “chismes” que se
ventilaban acerca de su persona. En realidad, a Jesús el pueblo lo colocaba en
un sitial de gran importancia. Lo comparaban con Elías, con Jeremías, con Juan
Bautista, personajes destacados en la espiritualidad del pueblo judío. No estaba
mal. Pero ese no era el lugar conveniente para Jesús… El Señor, después de
escuchar a sus apóstoles, cuando le informaban acerca de lo que la sociedad de su
tiempo pensaba acerca de Él, los llevó al plano de lo “personal” y les
preguntó: Bueno, y yo ¿quién soy para ustedes? (Mt 16,15) Jesús antes de
hacerles esta pregunta, como el maestro que adiestra a los alumnos para el
examen, los había ido preparando con antelación. Ya les había explicado su
“evangelio”. Ya les había hecho presenciar varios milagros, multiplicación de
panes, cambio de agua en vino, múltiples curaciones de enfermos, expulsiones de
malos espíritus, poder contra la tempestad en el mar. Ahora, los interroga para
ver que habían comprendido de su mensaje. Pedro fue quien interpretó el sentir
de todos: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios (Mt 16, 16)»[2]
«Pedro
le acababa de decir a Jesús: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios; pero cuando
Jesús comenzó a explicarles que debía ir a Jerusalén para que lo crucificaran,
Pedro se lo llevó aparte para decirle que no debía permitir es. Jesús lo llamó
SATANAS, porque Pedro estaba repitiendo la tentación del espíritu del mal en el
desierto; quería apartar a Jesús de su cruz.
Pedro
no aceptaba un Mesías derrotado. Pedro, como los demás del pueblo judío, quería
un Mesías triunfador que aplastara a los enemigos del pueblo de Israel.
Muchos
cristianos no quieren un Jesús con cruz. Un Jesús que exija compromiso,
sacrificio. Quieren un Jesús que deje vivir en paz. Optan por una “religión”
más cómoda que consista en “practicas piadosas”, en procesiones, flores,
candelas, peregrinaciones, novenas. Todo este ritualismo, si no lleva a un
cambio de vida es vano. Hasta puede convertirse en superstición, en idolatría….
Tienen miedo de tomar la cruz de Jesús y por eso se agarran de prácticas
piadosas para tranquilizar su conciencia, para hacerse pasar por cristianos,
cuando en realidad, son unos paganos llenos de supersticiones. Mientras no
llegue la “segunda conversión”, el individuo puede engañarse a sí mismo: puede
creerse cristiano, cuando en realidad, es un pagano que se ha aferrado a
ciertos ritos religiosos para “tener contento a Dios”, y que no le suceda nada
malo.»[3]
El
Domingo anterior, Jesús nos entregó tres condiciones para el discipulado:
·
Que no se busque a sí mismo
·
Que tome su cruz de cada día
·
Y lo siga
«Seguir
a Cristo implica la decisión de someter todo otro seguimiento sobre la tierra
al seguimiento de Dios hecho carne. Por eso hablar de seguimiento de Cristo
es hablar de conversión, de “venderlo todo”, en la expresión evangélica,
con tal de adquirir esa perla y ese tesoro escondido que constituye el seguir a
Jesús (Mt 13, 44-46) Sólo Dios puede exigir un seguimiento así…»[4].
Si
el seguimiento es conversión necesitamos urgentemente saber de qué se trata la
conversión. Segundo Galilea nos proporciona -a renglón seguido- una definición
muy clara. «Adecuarse a los valores que Cristo nos enseñó, que nos arrancan del
egoísmo, la injusticia y el orgullo.»[5] La primera barrera a
demoler es el egoísmo, «La raíz común de todas las tentaciones es el apego al
propio yo.»[6]
que –como está sucediendo en nuestra sociedad más que nunca en la historia-
pretexta la libertad; cuando toda le ley está resumida, como nos lo aclara la
Carta a los Gálatas, en Amar al prójimo; divino precepto que de no cumplirse
nos llevará a “mordernos y devorarnos mutuamente hasta llevarnos a la
destrucción. (Cfr. Gal 5, 15).
Sin
embargo, aun cuando la Carta a los Gálatas nos pide conservar nuestra libertad
y preservar ese tesoro que Cristo nos compró a precio de Sangre; el desorden
egoísta del hombre –que va contra el Espíritu de Dios- logra impedirnos hacer
lo que querríamos hacer. (Cfr. Gal 5, 17). Así, en los tres casos mencionados
en la perícopa del Evangelio de este XIII Domingo Ordinario –ciclo C:
·
Alguien que ofrece seguir a Jesús dondequiera que vaya
·
Al que Jesús le dice que lo siga pero dilata el asunto
hasta tanto vaya a enterrar a su padre
·
Y, el tercero, que se ofrece a seguirlo, pero sólo
después de haberse despedido de su parentela.
«Lo
que ocupa el primer puesto en tu tiempo-programa es el primer objeto de tu
corazón. ¡Es tu dios!... Si no abandonas todo afecto prioritario con respecto a
Dios y no ordenado hacia Él, no eres libre y fallas en darle sentido a la vida»[7].
«El
que está apegado a las cosas, a las personas o al propio yo, y busca otras
seguridades fuera de la obediencia, decididamente no es apto para el Reino… El
que supera estas tres tentaciones, es asociado al camino de Jesús, será enviado
(10, 1 ss)… es necesario no mirar lo que está detrás, ni el propio yo ni su
historia, sino lo que está delante, Dios y su Palabra… El discípulo tiene una
única seguridad la renuncia a todo lo que tiene (14, 33).
[1]
Vallés, Carlos G. CALEIDOSCOPIO AUTOBIOGRAFÍA DE UN JESUITA. Ed. Sal Terrae
Santander-Bilbao 1985 p. 32
[2]
Estrada, Hugo. sdb. PARA MI, ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana. Guatemala 1998.
pp.14-15 .
[3]
Ibid. pp. 7-8
[4]
Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá-Colombia 1999. p. 9
[5]
Ibidem.
[6]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo. Bogotá
Colombia 3ra Ed. 2014. p. 351
[7]
Ibid p. 350