Is
43,16-21; Sal 126 (125), 1–6; Fil 3, 8-14; Jn
8,1-11
“relicti sunt duo:misera et misericordia”
San Agustín
Cuando
el hijo menor pide anticipadamente su
herencia está cometiendo una especie de asesinato, puesto que reclamar la
heredad era “desear” que el papá hubiera fallecido para hacerse dueño de sus
bienes, administrarlos, hacer uso de ellos, llegando incluso a malversarlos,
como efectivamente lo hizo, gastándolos en “malas mujeres”.
El
adulterio también es una suerte de “asesinato”, se espera que la persona esté
con su cónyuge hasta que “la muerte los separe” y, si esta persona está con
otro, es algo así como “matar moralmente” a su legítimo cónyuge; «… el
adulterio produce odios, celos, injusticia, pobreza, familias rotas, mujeres,
hombres e hijos abandonados. Por problemas como estos fue que el antiguo pueblo
de Israel condenó con máxima fuerza esta plaga: los dos serán condenados a
MUERTE. Así acabarán ustedes con el mal que haya en medio de ustedes” (Dt 22,
22 y 24). La triste experiencia de siglos les hizo ver el daño que el adulterio
dejaba en las familias y la sociedad.»[1]
Qué
pensaría la mujer mientras los escribas y fariseos presentaban los cargos y
Jesús los escuchaba. Quizás en su fuero interno consideraría que no tenía
salvación, que su vida estaba tocando a su fin, que su pecado iba a ser
castigado y que –según lo que estaban diciendo allí- su sentencia había sido
proferida por Moisés siglos antes. Cuando aquellos hombres vociferaban
exigiendo “castigo”, lo hacía alardeando –con hipocresía- de su falsa
“inocencia”. Pero allí había más de una miseria, no era sólo la mujer la
culpable; el evangelista nos señala que el corazón de aquellos hombres estaba
manchado y también sus manos con la sangre de un inocente. Ellos iban buscando
el pretexto clave para poder matar a Jesús. Efectivamente, no sólo querían
derramar la sangre de aquella “pecadora”, sino que, además querían asesinar al
“Justo”. Sino, ¿por qué iban a plantearle el asunto a Jesús, si ya Moisés había
prescrito lo que se debía de hacer en aquellos casos? Sí, se trataba de una
emboscada, lo llaman Διδάσκαλε “maestro” (casi suena irónico); si
llegaba a decir que la apedrearan a muerte, estaría poniéndose en contra de los
romanos que les habían suprimido el derecho a imponer penas de muerte –que
según los romanos- sólo ellos podían administrar; si llegaba a decir que no la
lapidaran, estaría yendo contra la “sagrada” ley mosaica. Pues de eso se
trataba, de acorralarlo con sus “propias palabras” y hallar el pretexto para
“lapidarlo” a Él.
Jesús
se toma un tiempo, crea un ámbito de reflexión, mientras simula estar
escribiendo en el empedrado, se agacha y traza unos signos con su dedo… (en ese
momento estamos presenciando el Dedo de Dios que crea, que va a hacer “una
Nueva Creación”, un Mundo Nuevo, una Tierra Nueva, según el poder del Amor, el
poder del perdón, un mundo donde la Segunda Oportunidad, o la Tercera valen
para ser Hombres y Mujeres Nuevos). Luego los reta, y en ese reto los conduce a
mirarse en su propio espejo: ¿No son ustedes también pecadores? ¿Cómo pueden
venir a posar de inocentes? Y, el hombre con quien ella pecaba, ¿por qué no la
han traído también? ¿Era, acaso él, menos culpable que lo pueda ser ella?
Porque Jesús en ningún momento la exonera de su culpa, y ella tampoco –en
ningún momento- alega inocencia.
¡No
olvidemos que en el mismo Evangelio de San Juan, Jesús dice que el Padre le ha
dado toda autoridad para juzgar! O sea que Él –el hijo de Dios- si podía
juzgarla y sancionarla… Pero, por el contrario, Él que detenta toda la
autoridad porque se la ha dado su Padre, Οὐδὲ ἐγώ σε κατακρίνω ¡¡¡Él
TAMPOCO la condena!!! Ese Οὐδὲ “tampoco”
señala no sólo que Él no la condena, sino que Él que si tiene las facultades,
Tampoco condena, ¡nunca olvidemos que Él ha venido para rescatar y no para
condenar o κατακρίνω perder!. Pero eso sí, no la alienta a seguir por ese
camino equivocado; ¡no!, la llama a la conversión, a cambiar de estilo de vida,
a andar por la senda que no tiene pecado; la concita a no hacerlo más, a no
repetir y re-pisar su huella de pecado: πορεύου καὶ μηκέτι ἁμάρτανε. “Ve y no vuelvas a pecar en los
sucesivo”. La sentencia es perentoriamente dulce, se te da la oportunidad pero
no para vivir en la desvergüenza, sino para darle dirección a tu vida por una
ruta pura, coherente, obediente a la Voluntad del Padre. De alguna manera en
esta frase se oye la Voz-Creadora de Dios que hace de ella una Nueva-Creación;
el Alfarero-Divino re-toma el barro-humano y re-hace el cántaro. Como dice en
el Libro de Isaías: “ahora que voy a hacer algo nuevo” (Is 43, 19).
«Son suficientes seis palabras
Para cambiar un criminal en hombre,
Para anular toda una vida de pecado.
Son suficientes seis palabras
Para trasformar un blasfemo en santo,
Para devolverle su virginidad a una
prostituta.
Di también para mí, Señor, esas seis
palabras
Y mi corazón de piedra
Volverá a ser corazón de carne.
……………………………………………….
Me arrodillaré delante de tu ministro
Para sentir y acoger estas seis
palabras tuyas:
“Vete, en los sucesivo no peques
más”.»[2]
Jesús
sabe que “con eso querían ponerlo en dificultad para poder acusarlo”, pero Él
no se evade, iba del Monte de los Olivos al Templo, no se oculta, no juega a
hacerse el escurridizo; Él está allí, para jugarse la vida por esos pecadores entre
los cuales está la adultera (que nos representa a todos). Está allí, como que
es Dios, en el atrio del Templo, para acoger a los pecadores (sale como el Padre
en la Parábola de “los dos hijos”; y está allí para dar su vida por ellos.
Jesús sabe que los maestros de la ley y los fariseos están hilvanando con estos
hilos, la red de su “condena”, que están buscando astillas para fabricarle una
cruz, Él sabe que ya está dando la vida, se da perfecta cuenta cuando lo
presionan y siguen insistiendo con la pregunta… Seguramente es por esta razón
que la liturgia ha escogido esta Lectura para el último Domingo de Cuaresma:
¡El próximo ya será Domingo de Ramos! Y entrará triunfal, cabalgando en su
burrito.
Dios
no se agota en sus prodigios y en su dones, no escatima ni se hace el rogado con
su Misericordia, no se queda con el paso del Mar Rojo, ni con el Diluvio, ni con
ninguna proeza, todos los días tiene un milagro nuevo, un nuevo don, otro gesto
de inconmensurable Misericordia, porque Él perdona siempre, porque Él –que es
Fiel- nunca dejará de ser Misericordioso. Nos garantiza que al volver ya no
lloraremos sino que regresaremos con los labios llenos de canticos y los brazos
repletos con haces copiosos de trigo y generosos racimos para prensar el más
exquisito vino; Pan de Resurrección, y Vino de Salvación. ¡Cuán exquisita es la
Cena de la Salvación, la Cena Eucarística, es tu Dedo poderoso que nos recrea
como hombres Nuevos.
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