Jer 31, 7-9/Sal 125,
1-6)/ Heb 5,1-6/ Mc 10, 46-52
No es difícil
reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos
para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión
convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del
camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades
cristianas.
J. A. Pagola
Muchas
posesiones pueden ser un lastre que nos impida ser discípulos y se frustre así
nuestra vocación. Seguir al Señor, por el contrario, está condicionado por que
nuestras pertenencias -pocas o muchas- puedan ponerse al servicio de los
pobres. Esto fue lo que le paso a la persona que se arrodilló ante Jesús en el
Evangelio del vigésimo octavo Domingo ordinario de este ciclo B.
En
el Domingo vigésimo noveno, los “discípulos”, los que “ya” se habían decidido
al seguimiento están totalmente ciegos, no
pueden “ver”, o sea, no se pueden dar cuenta de a quien están siguiendo, porque
no van en pos de los valores que Jesús representa, sino de otros intereses
egoístas, ocupar ciertos “puestos de poder” al lado del Mesías, perfectamente
podemos asumir el discipulado pero no ir tras Jesús sino tras de otros
intereses, tras una fantasmagoría surgida de una falsa concepción del Salvador.
Cuando
Bartimeo, este Domingo trigésimo, llama a Jesús
υἱὲ Δαυίδ Ἰησοῦ, ἐλέησον με, Hijo de David ten compasión de mí. Mc 10,
47c, nos es lícito pensar que pese a su ceguera “física”, había oído hablar de
Jesús y le habrían dicho que era el Mesías puesto que al llamarlo “Hijo de
David” le está llamando Mesías; valga decir que Bartimeo había sido informado
que por los caminos de Judea andaba el Descendiente de David, el Mesías que aguardaba
el pueblo judío, el que restablecería el esplendor que había tenido la nación
en los tiempos de David.
¿En
qué radica la diferencia? Pues en que Bartimeo no tiene nada, mejor dicho, sólo
tiene su manto-cobija, esa es toda su posesión, y en ese tener mínimo –que prácticamente
equivalente a tener nada- radica una profunda libertad que conduce a la
disponibilidad. Nada le pesa, nada es rémora para su avance, va totalmente
“ligero de equipaje”. Ya Jesús había ordenado a sus discípulos no andar con
equipajes que entorpecieran su libertad para ir y venir, ni siquiera les
autoriza llevar un manto de repuesto; como lo hemos dicho antes, el requisito
es la ligereza del equipaje”, sacudirse todo aquello que pueda impedir andar
con desprendimiento, darse, entregarse generosamente.
Bartimeo
no poseía ni siquiera un nombre, lo recordamos como el hijo de Timeo, lo que no
es un nombre “propio”, sino un nombrar a alguien nombrándolo por referencia a
su papá. Se podría aseverar que no era persona “importante” puesto que de
haberlo sido se le habría conocido por nombre propio. Así de ligero es el
equipaje de “Bartimeo”. Por eso, no le cuesta nada abandonar el manto: ὁ δὲ ἀποβαλὼν
τὸ ἱμάτιον αὐτοῦ ἀναπηδήσας ἦλθεν πρὸς τὸν Ἰησοῦν. Arrojó el manto, se puso de pie y se acercó a
Jesús. Mc 10, 50.
Veamos
la otra diferencia garrafal: Bartimeo no está anclado a la referencia que le
han dado de Jesús, le han dicho que es el Hijo de David, pero esta “noticia” no
bloquea su apertura. Ante la pregunta de Jesús: τί σοι θέλεις ποιήσω ¿Qué quieres que te haga? Mc 10, 51b,
Bartimeo no pide ser agrandado en títulos u honores, no pide cargos
preferenciales, no pide prerrogativas para dominar a otros ni riquezas para
someter a alguien. Pide lo esencial, lo fundamental, lo más necesario. ¿Qué
puede ser lo más necesario para un ciego? ῥαββουνί, ἵνα ἀναβλέψω. Maestro, que
pueda ver Mc 10, 51d. Esa petición implica, además de llegar a tener la
capacidad física de ver, tener la claridad intelectual para “ver”, para darse
cuenta de la realidad, para ir a la Verdad, la que muchas veces queda oculta a
una mirada superficial o prejuiciosa.
Por
eso enfatizábamos que Bartimeo no se ata al prejuicio que le han dado sobre
Jesús. En otra curación milagrosa de Jesús, el Divino Maestro ordena, Effetá.
En el caso de Bartimeo esta etapa de la curación ya está superada, Bartimeo ya
está “abierto”, disponible para aceptar la Verdad en su vida. Los propios
discípulos sufren de “cerrazón”, no aciertan a entender a su Maestro, andan con
Él sin entenderlo cabalmente, Él les
dice y les enseña algo y ellos lo tergiversan. El mismísimo Pedro, ante el
anuncio de la pasión del Señor, cree tener derecho a regañarle tratando de “corregirle” la visión a Jesús. Esa
ceguera que solemos sufrir conduce a uno de los regaños más duros del Maestro a
uno de sus discípulos: “Vade retro satána”, y luego, “piensas como los hombres
y no según Dios”. Mt 16, 23b.d.
En
cambio Bartimeo, no piensa como los hombres, por decirlo de alguna manera
podríamos decir que “suspende el juicio” en espera de ser instruido: Ese es el
verdadero discipulado. El que no se hace a una imagen y se aferra a ella, sino
que se mantiene abierto a la “Revelación” dispuesto y abierto a oír y ver. Así
al conocer a alguien no se puede prejuzgar o pretender mantenernos en cierta
imagen recibida, preconcebida, sino “abrir los sensores” para un conocer
directo y no de oídas.
ὕπαγε,
ἡ πίστις σου σέσωκεν σε. καὶ εὐθὺς ἀνεβλέψεν καὶ ἠκολούθει αὐτῷ ἐν τῇ ὁδῷ. “Ve,
tu fe te ha salvado. . Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino.”
Mc 10, 52b-d. Bartimeo no posee nada, ni prejuicios; por eso alcanza la Gracia
y la bendición de ser el último discípulo que Jesús gana antes de entrar en
Jerusalén, allí tendrá lugar el episodio conclusivo de su vida mortal. Si
Bartimeo hubiera sido un “rico”, se habría aferrado pertinazmente a la
“noticia” que tenía de Jesús; habría porfiado en su idea preconcebida. Esta
clase de ricos son los “teóricos” que se agarran a su “teoría” como un bebé se
agarra a su frazada. El discípulo debe ser “libre” para poder ver “lo que es” y
no sus ideologías.
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