Ex 24, 3-8; Sal
115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18; Hb 9, 11-15; Mc 14-12-16. 22-26
No es casual el hecho
de que los Padres de la Iglesia llaman con el nombre de Cuerpo de Cristo tanto
la Iglesia como la Eucaristía.
Carlo María Martini
Hemos
venido en una línea sacramental desde el Domingo de Pentecostés cuando el
Sacramento que resaltábamos era el de la Conversión. El Domingo Pasado, cuando
celebramos la Santísima Trinidad, el Sacramento a destacar era el Bautismo
puesto que los discípulos fueron enviados a bautizar en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Este Domingo celebramos la fiesta del Corpus
Christi (que-recordémoslo, es en realidad el jueves) y el sacramento de referencia
es, en esta oportunidad, el Sacramento de la Eucaristía. El Papa Urbano IV en
1264, publicó la Bula Transiturus ordenando su celebración; este Pontífice murió
poco después, menos de un mes, y la Bula permaneció sin difusión, correspondió
al Papa Clemente V por medio de un nuevo decreto impulsarla. La liturgia fue
compuesta por Santo Tomás de Aquino. Esta fiesta sería como una especie de redundancia
dado que la institución Eucarística se celebra el Jueves Santo, pero en este
caso lo que se está celebrando, básicamente es, la Presencia Real en las Formas
Consagradas.
Esta
consecutiva referencia a los Sacramentos nos lleva a pensar que Jesús se quedó
con nosotros –tal y como lo prometió- y para cumplirlo, tiene mucho que ver la
vida sacramental, que es la senda operativa de su Presencia. Él se hace
Presente con los Sacramentos que son además una didáctica del Cristianismo.
Nosotros nos cristificamos además de por vivir una vida a la manera y al estilo
de Jesús, por medio de la ejecución de los actos de misericordia que Él
ejercía, pero además nutridos y fortalecidos con la Gracia sacramental sin la
que nos faltan las fuerzas para cumplirlos, la bondad del corazón no aflora con
espontaneidad sino que necesita de los reconstituyentes y las vitaminas
sacramentales para que nos anime la bondad necesaria y el valor para atrevernos
por encima de burlas, ataques, desprecios, persecuciones y hasta el martirio.
Hoy en el momento actual, ha arreciado la persecución y en muchos lugares del
mundo basta ser discípulos de Jesucristo para tener ganada la sentencia de
muerte o el desplazamiento forzoso cuando menos: Corea del Norte, Arabia Saudí,
Afganistán, Irak, Somalia, Irán, Yemen, Siria, Sudán, Nigeria, Paquistán,
Etiopía por mencionar sólo algunos de los lugares donde esta persecución es en
extremo penosa. Esta es, como se suele decir, “una de las caras de la moneda”.
Está
la otra cara: Entre nosotros se cotidianiza la Eucaristía, no nos damos cuenta –o
tal parece que no nos diéramos cuenta- que Jesús está Presente con su Cuerpo-Sangre-Alma-y-Divinidad
en la forma consagrada. La tomamos como si nada, como si fuera un bocado de
calado o una menta. Vamos charlando con algún conocido que encontramos en la
fila y de regreso a nuestro lugar, simplemente la tragamos cuanto antes, para
poder seguir conversando o para usar nuestro teléfono-celular, mirar los
mensajes o enviar el nuestro. Hemos llegado a trivializar la Comunión y a
despojarla de toda solemnidad pero-lo que es más grave- a arrancarle toda espiritualidad,
toda intimidad con Jesús. Nos atrevemos –aun desconociendo el fuero interno de
cada uno- a pensar que no se habla con Jesús, que no hay experiencia de
encuentro, que simplemente lo tragamos, confiando llegue a la tripa o – él mismo
se tome las molestias de encontrar su ruta a nuestro corazón. “Allá Él, si
quiere vivir en mí que busque su rincón donde acomodarse”.
Se
ha vulnerado a tal extremo la Sagrada Comunión que se obviaron todos los actos
preparatorios a tal punto que se olvidó o se abolió -en la práctica- el ayuno
sacramental como acto preparativo porque era más importante comulgar que
guardar un ayuno. Inclusive, procurando ser muy modernos y claros se llegó a
acuñar la fórmula catequética “ir a misa
y no comulgar es como ir a Mc Donald y no comerse una hamburguesa” que es
rayana en la claridad ramplona. ¿Cómo se puede poner al mismo nivel el
Cuerpo-Sangre-Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo con un trozo amasado
de carne molida? Esta clase de catequesis con sus toscas analogías destruyen e
imposibilitan cualquier acceso al Misterio (óigase bien, Misterio con mayúscula)
de la fe.
Y
es que sería para volvernos locos de felicidad y de Amor saber que allí se
encuentra el Jesús Total, en la completa integridad de su Persona, para volvernos
Sagrarios que lleven en el pecho Su Fuego y al mundo el anuncio de Su Buena Noticia.
Jesús
habla de la Presencia de su Cuerpo: Λάβετε,
τοῦτό ἐστιν τὸ σῶμά μου. Mc 14, 22. Y más adelante nos menciona
su sangre “de la Alianza”: Τοῦτό ἐστιν
τὸ αἷμά μου τῆς διαθήκης. Los amigos estos (los llamamos así con cero
desprecio, más bien con entrañable cariño), suelen empezar su perorata de “los
curas falsificaron todo” dónde hablan los Evangelios de alma y divinidad”? El tema puede rendir frutos si
nos dejamos llevar a una polémica bizantina, pero a lo que hay que atender para
poder debatir este asunto es lo que en esa cultura se entendía por Cuerpo y
Sangre. Aun desconociendo la palabra exacta que habría usado Jesús en arameo
durante la Última Cena, la que tenemos en griego, se refiere a la integridad de
la persona, dado que puro cuerpo o pura sangre aludiría más bien a un cadáver que
a un vivo, a un Resucitado. Si la transustanciación trae a la Presencia la
Persona total, debe traer todo lo otro que pertenece por antonomasia al Hijo de
Dios Resucitado, valga decirlo por expreso: su Alma y su Divinidad. A esta co-presencia
de los diversos aspectos del todo de la Persona se le denomina Natural
concomitancia, allí donde se dé la Presencia del Cuerpo y Sangre, forzosamente
debe darse también la Presencia del Alma y la Divinidad.
Pero
hay todavía un elemento adicional que es vinculante, al Comulgar, al hacernos
Sagrarios Vivientes, la Presencia se hace extensiva a la Iglesia, a los “órganos”
del Cuerpo Místico de Cristo, al Interior de cada Comulgante. Podríamos pensar
la Hostia Consagrada como una especie de “Neurona-Crística” y luego, en la
misma medida que permitamos nuestra cristificación personal, extendemos como
axones y dendritas cósmicos, por todos los lugares, la Presencia-Real.
«La
Eucaristía se convierte en un testimonio luminoso y maravilloso de un nuevo
modo de entender la convivencia humana, en una fuente impetuosa de justicia, de
fraternidad, de caridad que se extiende sobre toda nuestra sociedad»[1] «La Eucaristía constituye
la Iglesia como una red de servicios y ministerio recíprocos, y el mismo
ministerio de Pedro se concibe como este grande amor: “Yo estoy entre ustedes
como uno que sirve”… La Eucaristía constituye la Iglesia… como la asamblea de
los que saben dar el cuerpo y la sangre por los hermanos… Cuerpo quiere decir
la vida cotidiana con todas sus fatigas… sangre quiere decir don de sí total»[2]
Como te escondiste Tú en una migaja de
Pan
haz que nosotros nos escondamos
como humildes migajas de Tu Misterio
en la grande artesa del mundo
y así fermentar toda la harina.
Averardo Dini
También
podemos visualizar la Forma Eucarística que nos nutre en la Comunión como una
madeja del hilo de rutilante Luz Espiritual que en nuestros ires y venires
vamos entretejiendo en el mundo formando su Manto, su Piel, sus Manos, sus “Órganos”,
tejidos en el telar del Amor, de la Caridad, del Perdón, de la Misericordia. «Si,
aquí hallamos un grande misterio. La carne de Cristo, que antes de la Pasión
era la carne del solo Verbo de Dios, se ha agrandado tanto por medio de la
Pasión, se ha dilatado de tal modo y ha llenado el universo de tal manera que
todos los elegidos que han existido desde el comienzo del mundo y los que vivirán
hasta el final, todos ellos, gracias a la acción de este sacramento, que hace
de ellos una nueva creación, están congregados en una sola Iglesia en la cual
Dios y el hombre se abrazan eternamente… Esta carne era desde el principio apenas
un grano de trigo, un solo grano, antes de caer en tierra y morir allí. Ahora,
en cambio, después que ha muerto, crece sobre el Altar, fructifica en nuestras
manos y en nuestros cuerpos. Mientras iba ascendiendo el grande y rico Señor de
las mieses subía con él hasta los graneros del cielo también esta tierra, en
cuyo seno ha llegado a ser tan grande»[3]
[1] Martini
Card. Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-
Colombia 1995 p. 247
[2] Ibid
p.271
[3] De
Lubac, Henri. CORPUS MYSTICUM Vol XV, opera omnia, Jaca Book, Milán 1982 p. 43.
Citado por Martini, Carlo María en EL PAN PARA UN PUEBLO Ed San Pablo, Santafé de
Bogotá D.C. –Colombia 1997. p. 97
No hay comentarios:
Publicar un comentario