sábado, 20 de junio de 2015

¿QUIÉNES ERAN EN REALIDAD LOS DORMIDOS?


Job 38, 1. 8-11; Sal 106:23-26, 28-31; 2Cor. 5, 14-17; Mc. 4, 35-41

Líbrame, Señor,…
de la angustia…
de la amargura de pensar
que Tú te has olvidado de mí.
Averardo Dini

En este Domingo XII del Tiempo Ordinario vamos a ver la perícopa final del capítulo 4 del Evangelio según San Marcos. Este capítulo está formado por una serie de parábolas: a) la parábola del sembrador b) la lámpara que se enciende para ponerla en lo alto c) la semilla que germina sin saber cómo avanza el proceso, d) la semilla de mostaza e) este día concluye con la parábola de la tempestad calmada. Así, el capítulo entero está dedicado a mostrar que sin parábolas no exponía nada (Mc 4, 34a).

Qué es lo que se “compara” en esta parábola de la tempestad. Podríamos decir que esta parábola es casi una alegoría. La tempestad son los problemas que se enfrentan en la vida, la barca es nuestro contexto de fe, en el caso de los discípulos era su comunidad de “seguidores” de Jesús. (Cabe anotar que no era una sola barca, había otras barcas como se nos informa al finalizar el verso 36; pero es en particular en esta en la que va Jesús). Pero lo que se paraboliza, lo que se compara, nos parece, es el sueño con la fe inactiva, con la fe pasiva. ¡La fe dormida puede, perfectamente parangonarse con la muerte!


Veamos cómo es esto. Muchas veces vemos en la muerte una forma de sueño. Jesús dice –refiriéndose a la hija de Jairo, que “no está muerta sino que está dormida” cfr. Mc 5, 39c, lo leeremos el Domingo próximo; hay pues una relación profunda, casi inconsciente entre sueño y muerte. Cuando no tenemos fe, andamos como muertos, sin ánimo, sin “vitalidad”. Y, aún muchas veces, pese a que afirmamos tener fe, en la vida práctica vivimos como si no la tuviéramos: a esa es que llamamos la fe pasiva, la fe inactiva.

De hecho, los discípulos vivían así. Admiraban a Jesús, llegaban a ver en Él hasta un gran profeta, pero no alcanzaban a vislumbrar que era el Hijo de Dios. También nosotros, cumplimos con ciertos rituales cultuales, recibimos los sacramentos y –sin embargo- vivimos de espaldas a Dios. Para nuestra vida cotidiana, tener y no tener fe es prácticamente lo mismo, y luego, le reprochamos a Dios por qué pasa esto o aquello. En realidad nuestra fe es la que está dormida, es el mecanismo de proyección ¡no es Jesús quien duerme!

En la Primera Lectura vemos que es Dios quien gobierna las fuerzas de la naturaleza: es él quien le fija los límites al mar, es él quien le hace pañales con las nubes y con la niebla cobijitas (observemos la belleza poética de las expresiones que reflejan cuidados maternales-paternales de Dios para con sus criaturas). También en el Salmo vemos a Dios poner freno al mar embravecido, en respuesta al clamor de unos navegantes-comerciantes que ante el peligro alzan su voz al Señor y la alzan, sin duda alguna, envuelta con ropajes de fe; por eso Dios los atiende.


Así que es sólo Dios quien puede poner bajo su autoridad los elementos por muy encabritados que estén. Cuándo al final de la parábola se preguntan “¿Quién es este que le obedecen hasta el viento y el lago?”, se lo preguntan sobrecogidos por el temor, están aterrados ἐφοβήθησαν que traduciríamos por “aterrorizados” y es precisamente porque han tenido la experiencia de reconocer en Jesús los poderes de Dios y en Éxodo 33, 20 el Señor le aclara a Moisés. “no podrás ver mi rostro, porque  ningún hombre podrá verme y seguir viviendo”. O sea, que esta experiencia les ha permitido “ver” lo que antes no “comprendían”: Jesús es Dios, su Palabra tiene autoridad sobre “el viento y el lago” καὶ ὁ ἄνεμος καὶ ἡ θάλασσα ὑπακούει αὐτῷ que le obedecen. Su miedo se desprende de que están viendo a Dios cara a cara y temen morir de inmediato.

Hombres con fe activa, conscientes de Quien es Jesús son llamados por San Pablo en la Segunda Lectura καινὴ κτίσις “Nuevas Criaturas”, es decir, Jesús que es Dios tiene además la facultad, el poder de crearnos de nuevo, algo así como regenerarnos después de nuestra “caída”. Corintios va más allá, nos indica la “condición” para ser “Criaturas Nuevas”: no vivir ya para nuestro egoísmo, no vivir centrados en nosotros, sino girar, como planetas en su órbita, en torno a Jesucristo, Centro de nuestro Sistema. Digámoslo otra vez, con otros términos: vivir Cristo-céntricamente. ¡Eso es lo que no hacemos pero deberíamos!

Vivimos sumidos en la parálisis del “miedo”. Cultivamos espejismos inmovilizantes el terror al terremoto, a la inundación, a la invasión de los alienígenas, de los zombis, de las momias, de los vampiros y toda clase de ideologías cataclismicas. Preferimos referir nuestra realidad a los morlocks que centrar nuestra existencia en Jesús-nuestro-Dios-y- Salvador (precisamente Él es salvador porque nos hace “criaturas nuevas”). Todo el sistema –y este sistema al que nos referimos ahora es el departamento de publicidad e imagen del Mal- alimenta el temor permanente y creciente de ladronzuelos, hampones de alta monta, mafias, criminales de cuello blanco, gobernantes y funcionarios corruptos, y…la lista es interminable. Diríamos que la cultura de la muerte ha alimentado este mito de la “amenaza omni-forme” que alcanza el sorprendente límite de temer a nuestros propios hijos puesto que ahora no sólo se les mata sino que se les teme inclusive antes de ser engendrados, por eso es común temerle a la reproducción y la gente quiere tener una compañía pero no procrear. Todo esto está en el sistema de muerte que fabricó el mega-miedo frente a todo. [Tenemos que preguntarnos, al llegar a este punto, si el temor a un dios-castigador no proviene de este mismo origen, el departamento de publicidad del Malo…]

¿Por qué, a pesar de la tormenta, Jesús seguía recostado en la parte trasera de la embarcación, en su Προσκεφάλαιον “almohada”, durmiendo? Es que Él está seguro, confía, duerme en la Mano de su Padre, no en la incertidumbre de nuestra cultura del pánico-por-todo. Vivir como Jesús nos enseña, de acuerdo a su ejemplo, consiste en confiar siempre, radica en tener en los labios –no los de la boca sino los del corazón y del alma- la jaculatoria. ¡Jesús, en Ti confío!”

Quisiéramos ilustrar esta tranquilidad segura con una historia titulada EL CAMPO DE MINAS, que debemos a Carlos G Vallés s.j.:


«Un ex combatiente del Vietnam se hizo querido y apreciado entre sus vecinos, después de volver de la guerra y asentarse en oficio y familia, por su consideración con todos y su prontitud en ayudar en cualquier momento. No parecía encajar tanta delicadeza con la imagen de un soldado de vuelta de la guerra, y de tal guerra. Pero él tenía su explicación, que sus amigos íntimos sabían.

Su misión en la guerra había sido limpiar campos de minas. Todo aquel terreno de bosques y maleza, de escaramuzas y emboscadas, estaba sembrado de minas traidoras que al menor contacto con una rama, un alambre, una piedra en el camino podían explotar y llevarse la vida de un hombre. Y el mayor peligro era para quienes se adelantaban a detectar, adivinar, desactivar la muerte disfrazada en el terreno.

Había que medir cada paso, calcular cada gesto, arriesgar cada tirón. Varios de sus compañeros de equipo habían muerto así, y él sabía que lo mismo le podía ocurrir a él en cualquier momento. Y eso le hizo sentir el valor de la vida. Cada paso valía una eternidad. La vida entera había de ser vivida entre el levantar un pie y volver a posarlo sobre el terreno incierto. Cada instante estaba lleno de vida porque el siguiente podía estar lleno de muerte. Todos los sentidos alerta a flor de piel, todo el corazón vivido en cada latido, toda mirada abierta a la pincelada de colores que descubre el paisaje, todo sonido analizado en el espectro que va de la mina a la muerte. Vida intensa en el campo de minas.


Ése era su secreto. Vivir al día, vivir el minuto, vivir al instante. Vivir el presente. La vida es un campo de minas.»[1] Esta manera alerta de vivir, con todos los sentidos puestos en cada segundo de vida, conscientes de la vida que nos anima y del valor del servicio que significa la vida, decididos a jugarnos el todo contra el infinito, disponibles en todo momento para ayudar a quien pueda necesitarnos, pero sobre todo, conscientes de Dios y de su amor, eso es la fe, eso es estar vivo, ¡estar despierto!.




[1] Agudelo C., Humberto A. VITAMINAS PARA EL ESPÍRITU 3. Ed. Paulinas & Corespad Bogotá –Colombia 2006 p.13

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