sábado, 14 de febrero de 2015

MARGINACIÓN O REINTEGRACIÓN


Lev 13, 1-2. 44-46; Sal 31, 1-2. 5. 11; 1Cor 10, 3 1 -11, 1; Mc 1, 40-45

¡Y cómo no iba a querer curarlo Jesús, si vino para eso: para sanar!

Lo dejó más limpio que bebé entalcado y perfumado. Las llagas y el dolor se convirtieron en salud y alegría.

Héctor Muñoz

Una de las más comunes estrategias para descargarnos de la responsabilidad es la cacería de culpables, la búsqueda de “chivo expiatorio”, encontrar a alguien que “cargue con el pato”. En la Primera Lectura encontramos un procedimiento para fabricar la marginación. Al chivo expiatorio, sobre el que los culpables ponían la mano en la cabeza para transferirle la culpa y luego era condenado a la extradición, por lo general en el desierto, donde las fieras daban buena cuenta.

Ya en el Génesis Adán le transfiere la responsabilidad a Eva: “La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto y yo lo comí” (Gn 3, 12b). Así a través de toda la historia hasta nuestros días. Se apela con suma frecuencia a este expediente. Con frecuencia la primera pregunta que viene a la mente es esa: ¿A quién le puedo echar la culpa? Y luego ¡que sea castigado, eso sí ¿quién le manda?! El castigo, fuera del desprecio, se añade el aislamiento, la exclusión, el rechazo, -y como lo hemos dicho antes- el destierro. Y es que el aislamiento y la soledad nos debilitan, nos demuelen, nos sumen en la indefensión. Hoy leemos: “… traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro! Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá sólo, fuera del campamento”. Lev 13, 46.



Muchos dirán, ‘suma prudencia’ se entiende como una precaución contra una enfermedad tan terrible en una sociedad pre-científica’ donde no se conocían los antibióticos y donde no se podía distinguir si era o no la enfermedad de Hansen o sólo era salpullido, eczema, sarna o tiña. De inmediato viene la pregunta: Jesús ¿cómo actúo y cómo nos enseñó a actuar? Jesús se compadeció de él (los eruditos nos informan que en el texto antiguo dice que ‘se llenó de ira’ ¿por qué se enojó Jesús hasta tal límite? «Contra quién estaba airado Jesús: contra una sociedad que, en vez de dar vida y salud a las personas, conduce a la marginación»[1]

Ahí está la gran diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Jesús no rechaza, no excluye, no aísla. Por el contrario, lo toca y sana (aun cuando ese contacto haga que Él quede impuro y tenga que quedarse en lo sucesivo en las afueras, sin poder entrar en la ciudad); y cumple todo el protocolo para que quede legalmente” reincorporado a la comunidad. Dado que los administradores de esa “reglamentación” eran los sacerdotes y sólo ellos podían levantar la proscripción, lo manda que se presente ante ellos para que puedan constatar que ahora está “limpio” a la vez que para que pagara la multa por el ‘certificado de sanidad’.

Así mirando las páginas de la historia nos topamos con una sucesión ininterrumpida de marginaciones, contra pueblos enteros –en muchas ocasiones- también contra razas enteras, a los que se acusaban de ser la causa de tal o cual problema; también a Jonás lo arrojaron al mar para que la ballena se lo tragara por ser el “culpable” de la tormenta terrible que los amenazaba de naufragio. En el Éxodo leemos la orden de matar a todos los niños varones, hijos de las Israelitas, y en la infancia de Jesús, una de sus páginas nos habla de la sentencia de Herodes contra los “Inocentes”. La mujer ‘adultera’ iba a ser apedreada pero del hombre que participó en el adulterio, no se da noticia de castigo alguno, a ese –tan responsable o más que ella, salió impune, el “chivo expiatorio” era “sólo ella”.

Jesús es un revolucionario, (no que anduviera con fusil y granadas cambiando el mundo con violencia) sino que tiene una línea radicalmente distinta: Él va por la vía totalmente contraria: Él recupera, reinserta, sana y re-incorpora. Él nos enseña no a despreciar sino a perdonar, es más a entender al otro hasta el límite de justificarlo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lc 23, 34. Y San Esteban el primer mártir aprendió la lección, así leemos en Hechos de los Apóstoles: Κύριε, μὴ στήσῃς αὐτοῖς ταύτην τὴν ἁμαρτίαν. “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” Hch.7, 60c.

Así, sin ninguna necesidad de abundar en citas, he aquí la enseñanza de hoy, que no es la del rechazo y la culpabilización, sino la del perdón –y lo que es más importante- del desvelo por rescatar, por redimir, por restituir al seno de la comunidad al que aparentemente está “perdido”. La lección de hoy se dirige a modelar nuestro corazón y nuestras acciones según el patrón del Divino Corazón de Jesús, que tiene corazón de Buen Pastor y no ha venido a juzgar al mundo sino a salvarlo. cfr. Jn 12, 47.

Tampoco es que los cristianos deban trabajar a la “procurándose el martirio”. Jesús no vaciló en llegar hasta el mismo límite de dar su Vida en rescate y por la “reintegración” de todos a la vida de la gracia, pero San Pablo –en la Segunda Lectura de hoy- nos señala una vía de prudencia, no hay que hacerse blanco fácil de la persecución, no tenemos que regalarles los pretextos para que nos eliminen. Hay que procurar que todos estén tranquilos, que puedan escuchar nuestra propuesta de fe sin “escandalizarlos”. Esa prudencia se hace y se lleva para dar gloria a Dios por medio de nuestras acciones. No que nuestra actuación nos tenga que llevar de nariz a la tumba, pero sí que llegada la necesidad el Señor nos asista con el valor suficiente para no renegar de Él, sino morir gritando “Viva Cristo Rey”. Como San Policarpo que llamado a maldecir a su Dios se negó respondiendo al procónsul que lo interpelaba pidiéndole: “Jura y te pongo en libertad. Maldice a Cristo. Entonces Policarpo dijo: “Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?”






[1] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo Bogotá. D.C. – Colombia 2002. p. 38

No hay comentarios:

Publicar un comentario