Gn 9, 8-15; Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9; 1Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15
El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con
el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La
vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey,
comerá paja. El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra, y el niño destetado
extenderá su mano en la hura de la víbora.
Isaías 11, 6-8
Reconciliarme con la
Creación, con la humanidad y con la naturaleza y por tanto vivir en coherencia
con mis Hermanas y Hermanos sufrientes, dolientes. Vivir en armonía ecológica
con la naturaleza, desde el compartir, más que desde el consumir, desde el
trabajo por una realidad sostenible y solidaria…
José Luis Graus.
La
Primera Lectura nos pone en contacto con el tema de la Alianza. En el sustrato
de esta temática encontramos la bina obediencia-fidelidad. Así como la Santa
Cruz (signo por excelencia de nuestra fe) tiene dos piezas, la vertical y la
horizontal, así también la Alianza posee la misma bidimensionalidad: la ligazón
entre Dios y el hombre y –en su horizontalidad- la fraternidad como eje vital,
como exigencia moral, como praxis de la fe que no puede ser simple intimismo y
vivencia recóndita.
Esta
Alianza no se limita a una convivencia fraterna entre los humanos, como muy
explícitamente lo dice la perícopa, se extiende a “los animales que los
acompañaron, aves ganados y fieras… Alianza perpetua que yo establezco con
ustedes y con todo ser viviente que esté con ustedes”. Es el correlato bíblico
que llevó a San Francisco a hablar de todas las criaturas como sus hermanos
–como lo dice Rubén Darío en su poema- los hermanos hombres, los hermanos
bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos.
En
la perícopa del Evangelio encontramos junto con las criaturas terrenas las
criaturas espirituales: el Tentador y los ángeles. He oído que la divisa
inscripta en el blasón del Maligno reza: “No serviré”. Los ángeles, en cambio,
“le servían”.
En
el Salmo recordamos que “El Señor es recto y bondadoso, indica a los pecadores
el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus
caminos”. Aquí, en la liturgia de este I Domingo de Cuaresma, el Señor nos
muestra el camino para ejercitar la hermandad, para poder aplicar la armonía
entre todos los seres vivientes: El servicio. Esa es la actividad en la que
nos dan ejemplo las criaturas angélicas, servir al Señor, serle fiel y
obedientes.
El
Evangelio de San Marcos (después de hacer mención del Precursor) empieza
revelando la identidad de Jesús en su bautismo en el Jordán, cuando se oye la
Voz que lo identifica como Hijo, el Predilecto. Inmediatamente, a instancias
del Espíritu, va al desierto, y vive su prueba. Pero esta prueba es más que
eso, es el resumen del programa de Jesús para construir el Reino. Se trata de
llevar a Galilea –valga decir, a todos los pueblos, no en exclusividad a los
judíos- el anuncio del reinado de Dios, que es la consigna kerigmática que se
nos propone con la imposición de la ceniza: μετανοεῖτε καὶ
πιστεύετε ἐν τῷ εὐαγγελίῳ “arrepiéntanse y crean en el Evangelio.”
Muchas armonías hemos conquistado pero el
egoísmo-codicia ha impedido que el proceso de construcción del reinado de Dios
avance de manera más expedita. La conversión, que consiste en
arrepentimiento y fe (creer) es la
precondición, después podremos avanzar firmemente en la praxis del servicio con
caridad, desinteresadamente y con ese sentido oblativo que nos enseñó Jesús:
“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
Jesús está allí –en representación de la
humanidad- tendiendo un puente entre los animales feroces y la propuesta
celestial del servicio. Él pacifica la relación deshecha por la falta adámica y reconstituye la
situación edénica עדן (de
delicia), que es el sueño que perseguimos: recobrar el Paraíso Perdido. Ningún
sacrificio es demasiado para levantarnos de la Caída.
¿Cuál es la amenaza que se cierne en la
tentación? Vivir de espaldas al Dios que nos ama! ¡Arrogarnos con prepotencia
la autosuficiencia para salvarnos! ¡Imaginar que las fieras se pacificaran sin
el concurso de lo espiritual! –en fin- ¡pensar que Dios sobra! En cambio,
Jesús, ¿qué es lo que anuncia? No su propio reinado, sino el reinado de Dios.
«Nadie debe poner el pretexto, cuando caiga,
de que la tentación fue más fuerte que él, ya que desde Cristo en adelante,
quienes se dejan guiar por el Espíritu salen siempre victoriosos.»[1]
“Señor, enséñame
tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame,
porque tú eres mi Dios y Salvador”.
[1]
Álvarez Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA? Ed. Centro Carismático
“Minuto de Dios” Bogotá-Colombia. p. 116
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