1 Sam 3b, 3-10.19; Sal 39, 2.4.7-10; 1 Cor 6,
23-15.17-20; Jn 1, 35-42
Todo
abuso, dondequiera y por quienquiera que sea cometido, contamina el ambiente
moral del hombre, produce una erosión de los valores y crea la que Pablo define
“la ley del pecado”… el terrible poder de arrastrar a los hombres a la ruina.
Raniero
Cantalamessa
Samuel escucha un llamado, como toda experiencia humana, al
principio es poco clara, incluso ininteligible, y sólo poco a poco se va
aclarando. Tres veces se tiene que repetir el “llamado” y todavía no lo
entendía; pero, tampoco el Sacerdote Elí –aun cuando habitaba en el mismo templo
del Señor donde estaba el Arca, o sea que estaba habituado a un trato cercano
con las “cosas” del Señor- acertaba a entender que se trataba de una
comunicación Divina, hasta que por fin, se dio cuenta y le dio a Samuel la
fórmula para que Dios le entregara el Mensaje. Aquí, evidentemente, el mediador
es Elí.
En el Evangelio, el mediador es el Bautista. Fue él quien
señaló hacía Jesús mostrándolo como el “Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” Jn 1,29b. Luego, viene la mediación de Andrés que le dice a Simón:
“Hemos encontrado al Mesías” Jn 1, 41c. Felipe es convidado “directamente” por
el Señor, en este caso no hay mediación. Pero en cambio Felipe si va a invitar
a Natanael (nombre que significa “Dios ha dado”).
«Todo este episodio en su conjunto manifiesta los varios
modos como se desarrolla la llamada del Señor: una vez que uno se adueña de
ella, puede pasar a otros; y este paso se da con alegría y con sentido de
plenitud, porque se comunica un tesoro que uno ha encontrado.»[1] Aun
cuando la comparación puede parecer demasiado mecánica, vamos a compararla con
la carrera de relevos. El corredor anterior entrega el “testimonio” (también
llamado testigo) al siguiente, y así, el testimonio va de mano en mano. De la
misma manera, de “mano en mano” se ha trasmitido nuestro “testimonio” de fe. Es
claro que hacerse discípulo no es para quedarse allí, sino para trasmitir el
“contagio”.
Observemos los diversos nombres que va recibiendo Jesús en
esta perícopa Evangélica:
·
Cordero de Dios v. 36d
·
Rabí –que significa maestro v. 38f
·
Mesías –que se traduce Cristo v. 41cd
Vayamos un poco más lejos, miremos también los nombres que
recibe en la siguiente perícopa:
·
Aquel de quien escribió Moisés en la ley
v. 45d
·
Y también los profetas v. 45e
·
Hijo de Dios v. 49c
·
Rey de Israel v. 49d
·
Hijo del hombre. v. 51f.
Vayamos, ahora, al verso 38c. Es la primera vez que Jesús
pronuncia palabra en el Evangelio de San Juan. Y, ¿cuáles son esas palabras?:
“¿Qué buscan?”. Entendemos que el encuentro se da por una “búsqueda”. El que va
a encontrarse con Jesús, aquellos a quienes Jesús les sale al encuentro, con
quienes se hace el encontradizo, son los que están buscando. Los que buscan
serán llamados a ir y ver Cfr. Jn1, 39. «Jesús no dice de hacer o de buscar
algo, sino “Venid y veréis”, esto es, hagan la experiencia conmigo… su
experiencia se ampliará en el contacto conmigo.»[2] Tomemos
el caso de los dos discípulos de Juan el bautista a quienes les señala al
“Cordero”, si estaban con el bautista era porque estaban en estado de
búsqueda, porque estaban “sedientos” de Dios. Tan pronto el Bautista les
señala al “Cordero” ellos –sin tardanza alguna- empiezan a seguirlo, ese
seguimiento les gana el discipulado.
El discipulado es la incorporación en un Cuerpo Místico,
donde el cuerpo del discípulo se incorpora al Cuerpo de la Fe; lo místico está
en la manera inexplicable e inextricable como el cuerpo individual se injerta en
el Cuerpo de Jesús, el cuerpo individual se hace “órgano” del cuerpo
comunitario. Por eso, es comprensible que en la liturgia de este Segundo
Domingo Ordinario del ciclo b, aparezca la perícopa del capítulo 6 que alude al
cuerpo refiriéndose a su pureza. «El cuerpo de cada uno es parte del cuerpo de
Cristo, y el cuerpo de todos forma el templo del Espíritu Santo (construcción
del cuerpo social)…. No basta glorificar a Dios con el propio cuerpo. Es
necesario que el cuerpo social, es decir, la comunidad y la sociedad entera,
sea el lugar de la manifestación de la gloria de Dios.»[3]
Cuando se hace un implante hay que evitar el rechazo que hace
el cuerpo al “injerto”. En este caso los que se van a “incrustar” deben
pre-disponerse para adecuarse al Cuerpo Místico al que van a pertenecer, al que adhieren, al Cuerpo del
Salvador. El Señor nos llama, y nosotros acogemos su llamada con pureza de
intenciones, con docilidad, con obediencia, con prontitud, con disponibilidad,
con espíritu de servicio, de entrega. Docilidad hacia el Señor que hemos de
renovar cotidianamente. ¿Cómo abre el Señor nuestro oído? ¡Con su llamada! ¿Cuál
ha de ser nuestra respuesta? דַּבֵּ֣ר יְהוָ֔ה כִּ֥י שֹׁמֵ֖עַ עַבְדֶּ֑ךָ “Habla, Señor, tu siervo escucha” Es el verbo שָׁמַע que no es simplemente oír, sino acoger la Voz
con obediencia dócil. Docilidad para añadirnos a su Cuerpo. Respuesta
comprometida a la llamada. A lo que nos pida, a lo que espera de nosotros.
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