Jon 3,1-5.10; Sal 24,
4-5ab. 6-7bc. 8-9; 1 Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20
Ser vocacionado es
renunciar a algo por Alguien mejor, es decir un no a algo, por un si a Alguien,
es tener una ocasión para optar por la mejor causa: Jesús y su Evangelio.
Emilio Mazariegos
Si
un portavoz de cierta causa es prendido, lo corriente es que se silencie la
causa y que otros simpatizantes por “precaución” se escondan. ¡Esta no es la
situación del Evangelio! Al contrario, el evangelio de este III Domingo
Ordinario (B), según San Marcos, nos informa que Jesús, después del
encarcelamiento de Juan Bautista, –en vez de amilanarse y silenciarse o
esconderse- da inicio a su “práctica”. Este suceso del apresamiento de San Juan
Bautista parece indicarle a Jesús que su “tiempo es llegado” y gatilla el
inicio de su carrera, de su vida pública, de su entrada en la escena histórica
puesto que “Se ha cumplido el plazo” Mc 1, 15b.
El
segundo detalle que nos da San Marcos es el marco espacial para este inicio:
Galilea. Tierra de pobres, de gente sencilla -podríamos clasificar este
territorio tomando prestadas dos categorías de la geopolítica y la sociología
wallersteiniana- y decir que, Jesús no habla desde el centro sino que
inicia su labor en la periferia. «… los evangelios no ofrecen una
geografía objetiva y neutra. Su geografía es ante todo teológica: cada lugar y
cada desplazamiento tienen un significado teológico.
En
Mc, Galilea se opone a Jerusalén.
La
Galilea de las naciones o de los paganos, como se decía entonces, había
conocido muchas invasiones, y la fe no era allí tan pura a los ojos de los
responsables judíos; no podía salir de allí nada bueno, y mucho menos un
profeta (cf. Jn 1, 46; 7,52). Pero Isaías (8,23) había anunciado que un día
Dios se manifestaría allí a los paganos; por tanto, era también símbolo de
esperanza y de apertura. Fue allí donde Jesús vivió, predicó y donde las gentes
lo acogieron con entusiasmo. Es una región abierta: de allí Jesús va a los
paganos, a Tiro y a Sidón (7, 24.31).»[1]
Volvamos
al asunto del Πεπλήρωται ὁ καιρὸς “plazo cumplido”, llegada del
“momento idóneo”, “ocasión perfecta”, la “plenitud de los tiempos”. ¿Tenemos
conciencia de lo que esto significa? El Reino de Dios no tiene más dilación,
¡ahí está! Simple y sencillamente ¡ya llegó! Luego, la perícopa evangélica nos
presenta como una suerte de pre-requisitos: μετανοεῖτε o sea
“conversión” y πιστεύετε ἐν τῷ εὐαγγελίῳ “creer
en la Buena Nueva”. Mc 1, 15cd. ¿Y, quién es la Buena Nueva? ¡Jesús es el
Evangelio, Él es la Buena Noticia!
El tema de la conversión nos lleva a una
precisión. Conversión no es alguna clase de pequeño cambio, ni una sumatoria de
ellos. La conversión es un cambio rotundo; un quiebre de costumbres y hábitos,
una modificación sustantiva de paradigma. Descrito en términos geométricos
sería algo así como un giro de 180º. Se trata de un cambio de verdad, en serio,
profundo. Se trata de desacomodarnos de vicios y defectos, de pecados y
agresiones, una modificación conductual que nos lleve a estar comprometidos al
100% con la construcción del Reino. «… es una comprobación incontrovertible que
los cristianos normalmente son unos pesimistas nostálgicos, más dispuestos a
recordar un pasado místico (tal vez fantasmal) que a comprometerse en esas
anticipaciones del futuro en las que, sin embargo, decimos que creemos… “hablamos”
más de la noche (que está siempre a las espaldas), para no “actuar” en el día
que nos viene siempre adelante,… “convertirse” significa también, dejar un “pasado”,
para aceptar activamente el “hoy” comoquiera y dondequiera se manifieste, creer
que vive en nosotros hoy una posibilidad: ¡se ha quebrado el círculo
mágico! ¡Se cambia algo y todo se puede hacer nuevo!»[2]
Vayamos a la siguiente parte de la perícopa. Se
trata del llamado de los cuatro primeros discípulos: Simón,
Andrés, Santiago y Juan. «El encuentro con Jesús marcó sus vidas. Les puso en
movimiento, con rapidez, sin esperar a entender las cosas. Se pusieron a
seguirle “ya”. Porque la llamada que Jesús les hizo en el encuentro es
apremiante, es exigente, es con autoridad.»[3]
«…
tendrían mucho que aprender de este “maestro de pesca”. Si bien sabían que para
obtener buena calidad y cantidad de peces, hay que tener buenas barcas, buenas
redes y buena carnada y, además, hay que conocer los vientos, las mareas y los
mejores días o tiempos para la pesca, debían ahora adiestrarse en el más
difícil arte: el de “pescar hombres”, y Jesús sería el instructor.
Esta
pesca es mucho más compleja y ardua, porque al pez se lo pesca “contra su
voluntad”, mientras el hombre puede ser pescado “si se deja pescar”. De esto se
dieron cuenta tanto Pedro como sus amigos del Sindicato.»[4]
«Este
es el reto de la llamada. Este es el compromiso de la llamada. Dios llama al
creyente para que siga realizando hoy en la historia lo que Jesús hizo hace
2000 años. Llama para que ayude al hombre a cambiar su corazón y así cambiar
las estructuras de la sociedad. Llama porque la obra que inició en Jesús tiene
que ser acabada con perfección. Y es el creyente quien continúa a Jesús en la
historia, con la fuerza de su Espíritu.»[5]
[1]
Charpentier, Etienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO Ed. Verbo Divino Estella
Navarra 2004. p. 78
[2] Beck,
T. Benedetti, U. Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti,S. UNA COMUNIDAD LEE EL
EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2009. p. 48
[3]
Mazariegos, Emilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO. Ed. San Pablo. 3ra ed. 2001
Bogotá D.C. –Colombia p. 20
[4]
Muñoz, Héctor. CUENTOS BÍBLICOS CORTICOS. Ed. San Pablo Bs As. –Argentina. 2004
p. 56
[5]
Mazariegos, Emilio L. Op. Cit. p. 42
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