Is 60, 1-6; Sal 72(71), 1-2.7-8.10b-13; Ef 3,
2-6; Mt 2, 1-12
Epifanía de un Dios
que se hace presente a los pueblos; encontradizo a los que en las tinieblas, en
las dudas, en la oscuridad BUSCAN… Aquellos magos del Oriente son los que van
como a la vanguardia de esa procesión de siglos y de pueblos.
Mons.
Oscar Arnulfo Romero
La
estrella era tan “mágica” como los reyes magos, porque sin radar ni
computadoras, ni aparato moderno alguno, se detuvo justo sobre el lugar donde
estaba el Niño-Dios.
Héctor
Muñoz
Hay
dos maneras radicalmente opuestas de enfrentar la noticia de la venida del
Mesías.
La
primera, la extremadamente negativa, la de Herodes. Él se siente amenazado,
sabe que el Mesías es el Rey legítimo y, que a su lado, él no es más que un
usurpador, un lacayo al servicio del Imperio (en ese caso del romano). Es casi
risible pensar hasta donde lo llega a ἐταράχθη
inquietar, a conmocionar, a perturbar la noticia del nacimiento del Rey de los
judíos, se trata de un niño de tierna edad, pero Herodes es devorado por
escalofríos, y ese malestar, esa preocupación por la llegada del Anunciado se
apodera del sequito herodiano, sus sumos sacerdotes asesores y de los maestros
de la ley, dice San Mateo que se inquietó también “Jerusalén”, muy seguramente
no al pueblo raso –que lo aguardaba con esperanza- sino la casta de los
gobernantes, el Sanedrín y toda su ralea.
Sin
interponer ninguna reflexión, la decisión es automática, se trata de ubicarlo
para matarlo. Ya desde este momento Jesús se ve perseguido y es blanco de un
complot de muerte. Procura –como lo vemos en el relato evangélico- usar a los magos para su espionaje y
engañarlos para obtener la información que le urgía para sus fines asesinos.
Cuantos
de nosotros nos sentimos igualmente amenazados por Jesús. Porque Él nos pone en
evidencia, nos emplaza en nuestras conductas, en nuestra rectitud, en nuestra
justicia. Jesús nos pone cara a cara con nuestra conciencia y eso nos incomoda.
Él enseñaba con autoridad y nosotros nos oponemos a su autoridad cuando ella va
a contracorriente respecto de nuestro querer hacer según nuestro parecer, a
nuestras anchas, pasando por encima de la Ley de Dios. Dios se ha humanado para
manifestar la Voluntad de Dios (epifanía), en la epifanía Jesús se nos da a conocer
como Dios encarnado para todos los pueblos, y por tanto, Dios nuestro.
Y
el que se siente amenazado prefiere matar para estar “tranquilo” y no
preocuparse que venga el “Verdadero Rey” a reclamar el trono. Cuando el
filósofo proclama la muerte de Dios no acierta a reconocer que en su aserto
sólo anida un afán criminal. Estas “vías rápidas” son las propias de la raza de
Caín.
En
las antípodas encontramos a los “Reyes Magos”, ellos han visto la estrella, la
señal de su Llegada y se aferran a seguirla. ¡Qué ejemplo! No les importa para
nada la distancia que haya que recorrer o las incomodidades que deban pasar.
Ellos encarnan el “discipulado” porque ser discípulo es seguir con esa
fidelidad y tesón que ellos no dudaron en poner. Siguen el rastro de la
estrella con empeño y sin desfallecer, van preguntando por el camino, se informan,
buscan, vienen decididos a “adorarlo” y le traen presentes. Y su empeño no se
ve defraudado por Dios que los asiste
nuevamente con la “estrella” para que los siga guiando. Así son conducidos
hasta la mismísima casa de Jesús, porque “el que busca encuentra” como nos dice
Mt 7, 8b.
Esta
epifanía tuvo como objetivo hacernos saber que Dios no era monopolio del pueblo
judío, ni propiedad exclusiva de alguna raza o grupo humano. Pero contiene una
profunda enseñanza práctica para nosotros: una vez hallemos la pista, tenemos
que ponernos a seguirla y consagrarnos a ello sin desistir, por sobre todo
obstáculo que se nos pueda presentar.
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