Is 55,10-11; Sal
65(64), 10-14; Rm 8,18-23; Mt 13,1-23
Líbrame Señor del
peligro de decirte “si”, ahora y aquí,
y luego hacer “no”…
Haz de mí, Señor,
un campo abierto y
preparado
donde tu Palabra
creadora crezca
y produzca frutos
abundantes.
Averardo Dini
El eje de hoy: la Palabra
En
la Primera Lectura nos encontramos con la expresión דְבָרִי֙
que traducimos Palabra o “lo hablado”, “lo dicho”, “asunto”, “consejo”,
“hecho”, “acto”, “acuerdo”, “respuesta”; y con esta דְבָרִי֙
se establece un paralelo, una comparación: por una parte está la lluvia y la
nieve, por la otra parte, está la Palabra. ¿En qué se asimilan palabra y
lluvia? En que ambas trasmiten una “vitalidad”. Así como la lluvia “empapa”, “fecunda”,
“hace germinar”, nos dice Isaías; la Palabra, que pronuncia Dios, tiene una
misión que cumplir, su encargo es “hacer lo que Dios quiere”.
Queremos
destacar que la Palabra de Dios es Palabra y es Acto; distinta de la palabra
humana donde lo expresado puede perfectamente ir en contrahílo con lo actuado.
El pecado humano, la “caída”, quitó a la palabra humana esa propiedad de la
Palabra Divina, su coherencia entre dicho y hecho. A la Palabra Divina sigue
–sin mediación alguna- el acto, el hecho: Dios habla y tan pronto habla se
vuelve realidad, ya lo vimos en el Génesis, por ejemplo, Dios dijo, “¡Que
haya luz!” Y hubo luz. Gn 1, 3b. Es la
primera enseñanza en la Escritura, es el poder Creador de la Palabra Divina. Y
su voz, no es estéril, es la enseñanza de hoy en Isaías, la Palabra no sale de
Su Boca en vano, siempre empapa, fecunda y hace germinar.
La danza de los niños en la lluvia
En
el salmo, nos encontramos en presencia de un himno. Se alaba a Dios, digno de
alabanza, porque presta oído a las oraciones. Ese es el motivo hímnico. Su totalidad puede
dividirse, para analizarlo, en tres partes: La primera, versos 2-5: porque a Él
acudimos y Él se elige Levitas y sacerdotes que moren en su templo (es decir,
se hace discípulos para que constituyan el Nuevo Pueblo de Dios); la segunda
parte estaría constituida por los versos 6-9: hasta los confines del orbe
lanzan gritos de alegría por el gran Poder de Dios; y, la tercera parte –que es
la perícopa que leemos en este Domingo XV del Tiempo Ordinario, ciclo A-: habla del Canal de Dios, digamos así, las
represas del Cielo (por lo general esto se traduce como “arroyos caudalosos” o
“rebosantes de agua como acequias”) que Dios abre generosamente para irrigar la
tierra, hacer fértiles los campos y hacerlos germinar.
Ahí
nos topamos con la convergencia entre Isaías y este himno: ¿Cuál es la Voluntad
de Dios? Hacernos el bien. ¿Cómo nos beneficia? Haciendo germinar, para lo cual
“empapa”, “fecunda” y “hace germinar”.
«Está
lloviendo. Lloviendo con la furia oriental de monzones paganos. Miro la cortina
de agua, el súbito Niagara, las calles hechas ríos, las nubes de plomo, el
violento descender de los cielos sobre la tierra desnuda, en aguas de creación
y de destrucción, a lo largo del líquido horizonte donde el cielo, la tierra y
el mar se hacen una sola cosa en la celebración primigenia de la unidad
cósmica. La danza de la lluvia, la danza de los niños en la lluvia que sella la
alianza eterna del hombre con la naturaleza y la renueva año tras año para bendecir
la tierra y multiplicar sus cosechas. Liturgia de lluvias en el templo abierto
donde toda la humanidad es una.»[1]
Es
así, la Lectura de Isaías, profetiza sobre la lluvia, una de las Palabras
generadoras de Dios, a través de esa “lluvia” Dios prodiga, con su abundancia
misericordiosa, siempre esplendida hasta el derroche, siempre magnánima
exuberante en su misma prodigalidad (como no recordar la abundancia de panes y
peces en la multiplicación, o la profusión del vino en las Bodas de Caná, que
se ha calculado en seiscientos litros de vino), multiplicando los trigales que
engalanan los valles Sal 65(64), 9(10)d.
Siempre
munífico, junto con los granos de trigo multiplica las hostias, y con ellas
reverdece la Alianza, avanzando victorioso hacia la glorificación donde el
hombre pacta con los hombres, con la naturaleza y –para hacer la Alianza
ilimitada- con Dios mismo, con Quien al aliarse toda otra Alianza alcanza
perfección absoluta.
La
vía hacia Dios es Alianza de fraternidad entre todos los seres humanos, vía de
justicia, armonía y paz; pero no basta, tiene que trabajarse sobre la justica y
la armonía ecologista. Y es que la Palabra de Dios es también omni-abarcadora.
No nos nombró “depredadores” de la creación, sino “administradores” que deben
rendir cuentas al Señor cuando el regrese y, nos pregunte por los talentos
recibidos. Entonces, si hemos velado por lo depositado en custodia, las
criaturas pacificadas y hermanadas en el Amor, podrán gozar de la Visión de
Dios.
Esta
es la renovación de la Alianza, y el agua-lluvia de la naturaleza es un signo
bautismal, ya no inundación que aniquila, sino agua que arrastra la suciedad y
deja las calles de la Nueva Jerusalén, resplandecientes en su “limpieza”.
Sobre la perícopa de Romanos.
οἴδαμεν γὰρ ὅτι πᾶσα ἡ κτίσις συστενάζει καὶ
συνωδίνει ἄχρι τοῦ νῦν· “Sabemos
que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente”
Rm 8, 22. Todos nos hallamos en ese estado de inconformidad, de in-completitud,
no sólo la naturaleza, sino nosotros mismos, el género humano, extraviados
buscando, muchas veces sin saber lo que buscamos, que, francamente podríamos
unirnos a San Agustín para decir que “mi corazón no encuentra reposo hasta que
no descanse en Ti. Dice San Agustín: “Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuándo
llegaré a gozar de la presencia del Dios viviente? A esta búsqueda de “adopción
filial” se refiere la Carta a los Romanos en el fragmento incluido en la
liturgia de este Domingo.
La
resurrección no ha alcanzado todavía en nosotros –que nos hallamos en proceso
de cristificación, para no-ser ya nosotros mismos los que nos auto-habitamos,
sino Cristo, quien viva en nosotros- sus plenos efectos. Decíamos la semana pasada,
siguiendo a Lucien Cerfaux que, esa relación entre naturaleza y gracia se desenvolvía
en tres niveles, de los cuales, la vez pasada mencionamos los dos primeros: el
psicológico-teológico y el ontológico; y, habíamos ofrecido referirnos hoy al
tercero: «el nivel cósmico es la creación entera la que participa de
este movimiento en que es arrebatada la naturaleza humana. Desde ahora la
creación aspira a compartir, a su manera, la gloria de los hijos de Dios, que
se manifestará en la Parusía de Cristo»[2].
Aun
cuando suframos y coparticipemos de esos dolores de parto, ¿Qué son al lado de la
inenarrable gloria que ha de manifestarse en nosotros? [ἄξια
τὰ παθήματα τοῦ νῦν καιροῦ πρὸς τὴν μέλλουσαν δόξαν ἀποκαλυφθῆναι εἰς ἡμᾶς. Notemos
que se dice que esa gloria se manifestará en nosotros en un momento dado en un
“tiempo” καιροῦ que lo llamamos “tiempo de la gracia”]. Y se
manifestará a su debida hora, cuando la germinación haya concluido y la Palabra
haya hecho toda su obra.
“Y les dijo muchas cosas
en parábolas”
Bueno, y ¿que son las parábolas? Poco más o
menos, cuando nos dicen parábolas entendemos como un cuentico, como una
comparación, un hablar de algo para querer decir otra cosa. Y bueno, sí. Pero
quisiéramos hablar de las parábolas explicándolas como una clase de milagros: Jesús
resucitó muertos, o sea transformó a un sin-vida en un viviente; Jesús sano
enfermos, es decir, transformó a unos que carecían de salud en portadores de
vitalidad; Jesús multiplicó que es la trasformación de lo que no alcanza en lo
que rebosa; Jesús trasformó agua en
vino, o pan y vino en Cuerpo y Sangre propias, es decir, trasformó unas
sustancias materiales en sustancias místicas. El milagro es una
“trasformación”, una metanóia, es un tipo de metanóia de naturaleza
escatológica, valga decir, que hace presente, actual, algo que todavía no está
presente.
Entonces, una parábola reviste estas
características escatológicas pero en el plano “verbal”, en el plano de la
Palabra. Aquí lo que se trasforman son palabras, palabras comunes y corrientes
en palabras que nos “revelan” realidades trascendentes, místicas. A estas
realidades Jesús las llama μυστήρια “misterios” y no cualquier clase de misterio,
sino μυστήρια τῆς βασιλείας τῶν οὐρανῶν misterios del Reino de los Cielos.
Ahora, miremos a quiénes nos dice Jesús que se
les revelan los misterios. Jesús hablándoles a sus discípulos les dice que “a
ustedes” se les han dado a conocer esos misterios pero a “ellos” no; a “ellos”
se les han vetado. Y, entonces ¿cómo podemos acceder a la revelación de esos
misterios? La respuesta es prácticamente obvia: haciéndonos discípulos,
frecuentando al Señor, escuchando su Palabra y ofreciéndole nuestro corazón
como tierra fértil, permitiendo que la lluvia de la gracia empape, fecunde y
haga germinar.
A veces pensamos que las diferentes clases de
terreno son clasificación de distintas personas en “tipos” de acogida a la
Palabra de Dios. Preferimos pensar que cada persona pasa por los diferentes
tipos de terreno en los diferentes momentos de la vida acompañando el avance en
el proceso discipular. Tendremos que insistir que este proceso no reviste un
carácter lineal, sino que está acompañado de fluctuaciones entre el avance y el
retroceso, y sólo el que persevere alcanzará la meta soteriológica y será
salvo.
La clave para decodificar la parábola, para
acceder a este milagro “verbal” está en hacernos amigos de Jesús
frecuentándolo, hasta “familiarizarnos” con Él; ese es el proceso de
cristificación al que Jesús nos invita. La parábola no está para discriminar
entre los que aceptan y los que son terreno pedregoso o espinoso; la parábola,
este milagro verbal, está aquí –en la parte del Evangelio según San Mateo que
se ocupa de la opción decisiva ante la propuesta del Reino de Dios- para
invitarnos a cada uno de nosotros a ser
Adanes (recordemos que la palabra Adán significa “tierra”) para acoger al
semilla que Jesús el σπείρων sembrador σπείρειν aventaba, (en esa cultura se sembraba
“aventando”). Esta manera de sembrar nos muestra que la predicación no tiene
carácter selectivo-discriminador, la semilla de la Palabra es esparcida a
diestra y siniestra, y está disponible para todo el que quiera hacerse cercano,
discípulo, familiar y amigo.
Jesús en su integralidad es, por ejemplo en la
Eucaristía: Sacerdote, Altar y Víctima; aquí en la parábola es “simultáneamente”
sembrador, semilla y tierra (Él es el segundo Adán, inicio de una Nueva
Humanidad, primicia del Reino).
Sobre el hacernos tierra
fértil
«… cada uno… está comprometido o acostumbrado a
un estilo de vida que puede volverlo incapaz de comprender lo que significa la
liberación, para descubrir finalmente, lo que es la vida humana que Dios
quiere.»[3]
Es preciso, en este proceso discipular al que
se nos invita, aquilatar la dinámica y la dialéctica entre la semilla y la
tierra. La semilla no cae en tierra y la tierra simplemente la recibe, porque
cayó allí, y luego la semilla por sí sola hace todo. En realidad, la tierra se
abre y dona todos sus nutrientes, y en la medida en que la semilla empieza a
enraizar, podemos hablar de un entretejido, de una compenetración entre la
tierra y la semilla, se tejen de tal manera que entran en interdependencia, al
punto que si la semilla es arrancada de la tierra el proceso se malogra, la
semilla se muere y la tierra habrá desperdiciado los nutrientes que le había
cedido. De alguna manera esta simbiosis entre tierra y semilla hacen de las dos
cosas una sola: Jesús la semilla es el Esposo, la Iglesia, comunidad
discipular, es la tierra, la Esposa, y serán una sola carne, el Cuerpo Místico
de Cristo; esta dialéctica es la que denominamos Construcción del Reino.
El Cardenal Martini nos decía: «Nuestra época
cultural está sufriendo las consecuencias de una concepción incompleta de la
libertad. Se la confunde con el poder y el derecho de tener todo e
inmediatamente. El incremento de los conocimientos científicos y el desarrollo
de las aplicaciones técnicas llevan al hombre a sobrevalorar su poder y a
dedicarse a una actividad productiva cada vez más frenética: un ejemplo
dramático y al mismo tiempo caso límite es el armamentismo.
Como consecuencia de esto, el ser del hombre,
en vez de revelarse y construirse en el hacer, tiende a disolverse en la
agitación.»[4] El proceso de germinación
no puede confiarse a esos ritmos de inmediatez; para que la semilla germine en
nosotros tenemos la vida entera, y nuevamente diremos. “Sólo el que persevere
hasta el fin, ese se salvará” Mt 24, 13.
[1]
Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae
Santander-España 8va ed. 1993. p. 121.
[2]
Cerfaux, Lucien. LA TEOLOGÍA Y LA GRACIA SEGÚN SAN PABLO. en SELECCIONES DE TEOLOGÍA Facultad de
Teología San Francisco de Borja. Barcelona-España Ene-Mar 1967. VOL.M 6 NO.
21p. 12.
[3]
Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE
MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D. C.-
Colombia 1995 p. 110
[4]
Martini, Carlo María. EN EL PRINCIPIO LA PALABRA. Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá D. C.-Colombia 1995 p. 23
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