Sb
12,13.16-19;Sal 86(85),5-6.9-10,15-16a; Rm 8,26-27; Mt 13,24-43
Al hombre moderno
le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios sobre el mundo y
la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se rebela a la idea
de que la injusticia tenga la última palabra.
Raniero Cantalamessa,
ofm. Cap.
Luchar por la
justicia es como si lloviera una gota en el desierto dela injusticia. ¿De qué
sirve? Viene la tentación y el desaliento. Pero las parábolas de la
semilla-árbol y de la levadura-masa responden: ¡No desistan!
Ivo Storniolo
El
Señor nuestro Dios no cesa de invitarnos a ser parte del proyecto de
construcción del Reino. Su llamado es un llamado más que de puertas abiertas,
de brazos abiertos, de corazón abierto. Este Buen Pastor, que en estas
parábolas es un Buen Sembrador “avienta” la Semilla a diestra y siniestra. Él no
aplica ningún tipo de discriminación, lo hemos visto sembrar entre cardos y
abrojos, entre piedras y en terreno áspero. ¡Sorpresa! Muchas veces, esa
semilla -la menos favorecida por el tipo de terreno en que cayó- ha cargado más
de treinta, más de sesenta, más del cien por ciento.
En
cuanto al Evangelio, queremos enfatizar que estamos en la zona del Evangelio de
Mateo donde se nos plantea la “opción decisiva sobre el Reino”. Parte de esa
opción consiste en saber de qué se trata el Reino, con qué podríamos
compararlo; no podemos enrolarnos en una tarea que no entendemos, ¿cómo
podríamos cumplir de manera adecuada las funciones inherentes a una “contratación”
si no sabemos a qué se dedica la empresa que nos ha contratado?, valga la
comparación ¿cómo cumplirle a Nuestro Señor que, salió a buscar “jornaleros” si
no sabemos de qué se tratará nuestra jornada?
Este
Domingo XVI del ciclo A, en el Tiempo Ordinario, tiene su eje. Proponemos hacer
de la “justicia” el eje comprensivo de su liturgia de la Palabra.
En el Libro de la Sabiduría
La
perícopa que leemos este Domingo, proviene de la tercera sección, donde se
habla de la Sabiduría Divina manifestada a través de los aconteceres históricos
del pueblo escogido (capítulos 10-19). Nos relata el contexto que Dios “aborreció
a los antigua habitantes de Canaán porque se dedicaban a la magia y practicaban
rituales donde se comía órganos y hasta sangre humana y se sacrificaban niños.
Pese a eso, Dios no los aniquiló de golpe y borrón, sino poco a poco, para
darles oportunidad para el arrepentimiento.
Luego
nos dice, ¿obro así por miedo a alguien? ¿será que Dios tiene al alguien a
quien rendirle cuentas y por temor a ese dilató el castigo? ¿o un adversario
poderoso que le pudiera oponer fuerzas en defensa de los canaanitas pecadores?
No, nos dice el texto; sino porque “precisamente porque dispones de tan gran
poder, juzgas con bondad y nos gobiernas con gran misericordia, porque puedes
usar de tu poder en el momento que quieras.” Sb 12, 18.
De
este gesto misericordioso, donde la misericordia de Dios se constituye en un
rasgo de su Sabiduría, se desprende una enseñanza para nosotros: ¿qué nos
enseña Dios con su actuar? ¿cómo debemos obrar nosotros –los que aspiramos a
ser llamados justos (recordemos que en el contexto judáico, lo que nosotros
llamamos santo, ellos los llaman “justo”) si así obra nuestro Padre Celestial? “El
hombre justo debe ser bondadoso”. Ahí tenemos la respuesta, y esa respuesta nos
lleva al eje que hemos propuesto. Justicia compasiva, no retaliativa; justicia
misericordiosa, no vengativa.
Pero
no se queda ahí la enseñanza que recibimos, a esta enseñanza se añade la que el
texto llama “una bella esperanza”: La oportunidad que tenemos de arrepentirnos
de nuestros pecados. (Sb 12, 19c).
La plegaria de David
Los
Salmos y los Profetas, en diversas oportunidades nos advierten que Dios es un
Dios lento a la cólera y rico en clemencia” que no ansía la perdición sino que
es generosísimo en perdón y su misericordia está siempre ahí seca del pecador
arrepentido. Teniendo esto en mente, podemos comprender mejor lo que Dios
espera de nosotros: No buscar que nadie se pierda sino abrir nosotros también
nuestro corazón para que todos se salven.
En
esta oportunidad, cuando el salmo responsorial es “La plegaria de David” nos
encontramos con la siguiente afirmación: וְאַתָּ֣ה
אֲ֭דֹנָי אֵל־רַח֣וּם וְחַנּ֑וּן אֶ֥רֶךְ אַ֝פַּ֗יִם וְרַב־חֶ֥סֶד וֶאֱמֶֽת׃ “Dios
entrañable y compasivo, todo amor y lealtad, lento a la cólera, …[abundante en
fidelidad a la Alianza y verdadero]” (Sal 85, 15).
Esos
dos rasgos nos revelan dos precisiones del Perfil de nuestro Padre del Cielo,
pero ya en el verso 5-6, con que abrimos el Salmo responsorial de hoy, nos
encontramos otras dos revelaciones כִּֽי־אַתָּ֣ה
אֲ֭דֹנָי טֹ֣וב וְסַלָּ֑ח וְרַב־חֶ֝֗סֶד לְכָל־קֹרְאֶֽיךָ׃ a) Tú Señor, eres bueno y perdonas b) eres
todo amor con los que te invocan (observemos que nuevamente se repite la
expresión que alude a la fidelidad con lo pactado: חֶ֝֗סֶד. Esta
Hessed, se nos ha dicho, es amor, porque Dios es Amor). ¡Dios mantiene su
Alianza con el hombre! ¡No la quebrantará jamás!
La epístola
Como
habíamos dicho, continuaremos con la Carta a los Romanos hasta septiembre. Hoy
tenemos una idea muy importante para entender nuestra existencia insertada en
la trama histórica. En un continuo histórico de siglos y siglos, generaciones y
generaciones, nosotros somos pequeños como hormiguitas, muchas veces nos visualizamos
simplemente como un número: un número de turno en la fila de atención, un
número de identificación, un número en la lista del aula, un número en la
seguridad social que si no está debidamente codificado y con cuota cancelada,
ni recibirá atención y se le dejará morir sin asistencia.
¡Y
en ese “inextricable” nos vemos insignificantes! Muchas personas dicen y
verdaderamente se ven menores que “un cero a la izquierda”; asistimos a una
desvalorización de la persona humana tan curiosa como peligrosa que se puede explicar
como parte de un proceso de alienación que nos convierte en seres manipulables:
Si realmente soy tan insignificante y lo que yo haga no vale nada y no implica
nada ¿qué más da si hago a o si hago b? y si opto por vida o muerte ¿eso qué
puede importar? Esa devaluación de la persona abra las puertas del
individualismo más solipsista (ego solo ipse) y el relativismo más
recalcitrante; pero, lo que nos parece más grave, desemboca en la inmoralidad:
si todo es relativo ¡todo vale nada y el resto vale menos!
Si
soy sólo yo y sólo yo valgo y sólo mi opinión tiene “valor” quedo reducido a
nadie, porque los demás no me importan, porque los demás no me valen,
prácticamente, porque los demás no existen. ¡A mí que me importa si al otro le
duele o le pesa si sólo yo soy! Quedo reducido a un ser a-social, pero si no
tomo en cuenta a los demás –automáticamente- mi asocialidad se convierte en
antisocialidad porque mis actos y mis decisiones dañan a otros pero yo me
refugio solipsista en que el otro no existe o, por lo menos, en que sui existe
a mi qué me importa (¿Soy yo acaso el guardia de mi hermano? (Gn 4, 9c)).
Ante
esa devaluación regresemos por un instante al Libro de la Sabiduría,
casualmente el capítulo 12 inicia con al siguiente exclamación: “Porque en
todos los seres está Tu Espíritu Inmortal”.
Ese
Espíritu que nos inhabita, no está allí durmiendo, o contemplando pasivamente. Está
allí para interceder por nosotros. Y es que, en nuestro extravío, como ya hemos
dicho fruto del pecado original, se nos ha nublado la conciencia y nuestros
ojos viendo no ven y oyendo no oyen y no comprenden con el corazón. Pero eso no
hizo que Papá Dios nos diera la espalda -no sería el Dios Justo del que estamos
hablando, del que estamos diciendo que se nos ha revelado Compasivo y
Misericordioso- desde el primer momento en que la “embarramos”, inmediatamente,
diseñó un Plan de Salvación, porque Él no nos creó para que nos perdiéramos; y,
en ese Proyecto Salvífico se incluyó Él mismo, comprometió lo que Él más ama. Como
un padre o una madre no dudan en dar una parte de sí mismo, un órgano y hasta
su propia vida, así Dios Padre decidió jugarSe a Su Propio Hijo Jesucristo
Nuestro Señor para redimirnos. Pongamos al lado de esto aquella devaluación de
que “somos insignificantes e
intrascendentes” ¡Eso quiere el Malo que creamos para sumirnos en la impotencia,
para que no hagamos nada o lo que es más destructivo, para que torzamos el camino
y obremos contra lo que debemos! ¡Cuánto valemos, cada uno de nosotros, para
que Dios se la hubiera jugado toda por nosotros!
Volvamos
al tema de nuestra inhabitación por el Espíritu: Precisamente valemos tanto porque
Dios despliega toda su חֶ֝֗סֶד Hessed en favor nuestro. Cuando se dice
que somos un pueblo escogido se debería añadir: Somos un pueblo que Dios se ha
escogido para amarnos. ¡Y en verdad que nos ama!
Dice
la carta a los Romanos que, a pesar de no saber pedir ni lo que pedimos, el Espíritu
que está en nosotros y por ser Espíritu de Dios si tiene la Sabiduría necesaria
que brota de conocernos hasta la médula, Él sí sabe lo que pide y sabe pedir.
En medio de nuestra obnubilación de pecadores no entendemos el idioma angélico
con el que habla ese Espíritu, para nosotros son simplemente στεναγμοῖς
ἀλαλήτοις “gemidos
inefables”.
No
sabemos pedir lo que realmente nos conviene, pero en cambio, el Espíritu pide
en perfecta consonancia con la Voluntad del Padre; siendo así, no hay riesgo de
que esté pidiendo lo que no nos conviene, podemos estar seguros que pide
exactamente con un pedido “sobre medidas”.
Intromisión del enemigo
en el cultivo
Seguimos
en la línea de hacer nuestro “doctorado” sobre el Reino de Dios. Hoy el “Conferencista
Invitado” ¡vaya qué lujo de Conferencista! ¡El máximo experto mundial,
extranjero, traído del País de los especialistas
en el Reino, es Jesús! (extranjero en tierra propia, es conveniente advertirlo Él
es Rey de reyes, Señor de señores, luego no puede ser extranjero porque su patria
son todas las patrias y Él no tiene segunda nacionalidad porque nació en Belén
tierra que representa a todas las patrias, “verdadera casa de Pan”). Es
sólo una manera de hablar para resaltar que, en nuestro aprendizaje sobre el
Reino, quien nos está enseñando es el Mismísimo Rey.
Habla
con un lenguaje universal: Se dice que es lógico que habiendo vivido Jesús en
una sociedad agraria era natural que su lenguaje fuera un lenguaje con
referentes agrarios. Eso es cierto, pero al revés también es cierto y más
cierto todavía. Nosotros ya no vivimos en una sociedad agraria y nuestra
cultura no es básicamente agrícola pero –pese a vivir en culturas predominantemente
urbanas- esos referentes no se nos escapan y aún en un contexto social dominado
por las tecnologías, no nos son esquivos los signos que subyacen en las
parábolas con las que Jesús nos “dicta” hoy su conferencia. Aún hoy, todo el
mundo entiende de qué está hablando, y hasta nos arriesgaríamos a decir –con bastante
certeza- que ¡hoy entendemos mejor que ayer!
Hay
una continuidad entre la parábola del Domingo anterior y las de hoy. Se trataba
de un sembrar, de un sembrador y de un sembradío. Cuando alguien cultiva, no
está exento de las envidias; no nos debe extrañar que algún vecino “maldadoso” quisiera
venir a perjudicar los cultivos y viniera a sembrar cizaña entre la “semilla
buena”. Claro que el enemigo no obra abiertamente, aprovecha la oscuridad y
viene en la noche “mientras los trabajadores duermen” (por eso en varias partes
Jesús nos recomienda que velemos y estemos alertas, y en otra parte - nos reprochaba
que no pudimos velar ni una hora con Él Mt 26, 40b).
Aquí
viene una enseñanza grandiosa en cuanto a la agricultura del Reino: ¡Hay que
dejar que la cizaña “conviva” con la semilla buena! Uno de nuestros grandes
errores ha sido el de las purgas, para tomar un ejemplo histórico están los
fariseos y también los cátaros (del griego kataros: puros). Θέλεις
οὖν ἀπελθόντες συλλέξωμεν αὐτά “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Siempre hemos intentado separar,
segregar, discriminar, descartar, ir a arrancar precipitadamente lo que el
enemigo intruso vino a plantar; pero Jesús nos corrige, ¡Dejen que crezcan
juntos!
Si
examinamos nuestro pobre corazón veremos que este entreverado se produce
siempre, lo bueno y lo malo siempre “crece” inextricablemente trenzado. Si extirpáramos
un pedazo de corazón produciríamos muy probablemente la muerte porque de ese
pedazo enfermo depende el funcionamiento del órganos y del organismo entero; la
parábola de Jesús es mucha más exacta: al arrancar la cizaña puede llegar a
ocurrir que también arranquemos el trigo.
Entonces
¿Qué debemos hacer? “Tolerar esa diferencia” Permitir la coexistencia, no pasivamente,
no dejando a la cizaña crecer a sus anchas, sino oponiéndole resistencia. Hay
que velar y resistir: ὁ δὲ ὑπομείνας εἰς τέλος, οὗτος σωθήσεται.
A esta perseverancia la podemos catalogar de resistencia activa. ¡Ojo!
No podemos permitirnos una resistencia pasiva, no podemos abandonarnos al dolce
fer niente, el tema de la fe no es el tema de la modorra y la pereza ¡Hemos
de ser diligentes!
Esta resistencia está conectada con los “ritmos
de Dios”. Uno de nuestros aprendizajes está orientado a sincronizar nuestro
reloj vital con el Reloj de Dios. Hay que ajustarse a la “cadencia” divina.
Nada de desespero, nada de angustias, paciencia (no pasividad). Vienen entonces
dos parábolas breves que ilustran este tema: Cuando se siembre la semilla de
mostaza, aun cuando sea minúscula llegará a ser arbusto habitable para pájaros,
no para uno sino para una pluralidad de ellos, puesto que el arbusto no será
diminuto, sino suficientemente amplio. Pero de siembre a arbusto hay un tiempo,
el tiempo de Dios, tiempo de paciencia, de espera vigilante.
Otro tanto pasa con la levadura, se mezcla con
el triple de harina, y los panaderos saben que ¡no hay que meterle prisa sino
concederle tiempo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario