sábado, 26 de julio de 2014

CONSTRUIR EL REINO ES HACER COMUNIDAD


1 R 3,5.7-12; Sal 119(118),57.72.76-77.127-130 Rm 8,28-30; Mt 13,44-52

… las parábolas son expresión del carácter oculto de Dios en este mundo y del hecho que el conocimiento de Dios requiere la implicación del hombre en su totalidad,…. Un conocimiento que no puede darse sin “conversión”.

Benedicto XVI

Hablar de lo que es, a partir de lo que se le parece

La liturgia de la palabra para este Domingo XVII Ordinario del ciclo A, son, por así decirlo de “lujo”, maravilla de maravillas, “pura revelación”. De ellas diremos que son un deleite (no pregunten sí hay algún texto bíblico que no lo sea, porque toda la Sagrada Escritura es lujo, maravilla, revelación, deleite) y reiteraremos que constituyen un milagro. Sí, un verdadero milagro porque –por medio de palabras humanas- se nos permite vislumbrar una realidad trascendente: ὁμοία ἐστὶν ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν “Qué es el Reino de los Cielos”, a qué se le puede comparar; ὁμοία significa similar, comparable a, afín, semejante, parecido, análogo, cercano a, lindante con, equivalente, “como”, lo mismo que [la palabra ὁμοία/ ὅμοιος es clave en la perícopa del Santo Evangelio de este Domingo].


Como epígrafe hemos consignado una cita de Joseph Ratzinger, el Emérito Papa Benedicto XVI, a la que añadiremos aquí otra que aparece unos cuantos renglones más allá: «… el conocimiento de Dios no es posible sin el don de su amor hecho visible; pero también el don debe ser aceptado. Así pues, en las parábolas se manifiesta la esencia misma del mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el misterio de la cruz.»[1]

Es una piscina, en la que invitamos a zambullirnos, pero en vez de agua, vamos a sumergirnos (baptisei) en el Amor de Dios. El trampolín para esta clavada, las dos citas previas de Benedicto XVI, un estudioso, pero más aún que eso, un discípulo, un sucesor de Pedro, que por eso mismo sabe de qué está hablando.

Ruta de la “revelación” del Reino

«Es indiscutible que el centro de la predicación de Jesús lo constituía el reinado de Dios (basileía tou theou). Jesús habló incesantemente de él y lo explicó a través de parábolas. "(J. Gnilka, Jesús de Nazaret, Mensaje e Historia, Barcelona 1993, p. 109) Esta es una afirmación que cuenta con la unanimidad de los exegetas.

Por lo tanto, si pretendemos saber, qué era lo que Jesús mismo entendía por reinado de Dios o soberanía de Dios, es del todo necesario recurrir a sus parábolas.»[2]


«Cristo hizo uso de las parábolas para describir el reino de Dios: las varias respuestas a sus primeras manifestaciones, el éxito y el fracaso en su aceptación (el sembrador, 13, 3-9, 18-23); la coexistencia del bien y del mal y el constante aviso de un juicio final (el trigo y la cizaña, 13, 24-30. 36-43); la certeza de su advenimiento y su desarrollo (13, 31-32); el gran poder y eficacia del reino (la levadura, 13, 33); su importancia capital para los hombres (el tesoro escondido, 13, 44, la peral de gran valor, 13, 45-46), y finalmente, el misterio escatológico, la consumación del reino (la red barredera, 13, 47-50).»[3]

Una plenitud y gozo incomparables.

Hay, también, una ruta interna que expresa una bienaventuranza para aquellos que están comprometidos en la construcción del Reino:

a)    En el versículo 9 dice Jesús: “Quien tenga oídos que escuche”.
b)    En el 11-17: “Porque a ustedes se les concede conocer los secretos del reinado de Dios, a ellos no se les concede. Al que tiene, le darán y le sobrará; al que no tiene le quitaran aun lo que tiene. Por eso les hablo contando parábolas: porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden. Se cumplirá en ellos aquella profecía de Isaías: Por más que escuchen, no comprenderán; por más que miren no verán. Se ha embotado la mente de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos. No vayan a ver con los ojos, a oír con los oídos, a entender con la mente, ἐπιστρέψωσιν (del verbo ἐπιστρέφω, regresar, retornar, pero para retornar hay que dar vuelta, girar sobre su propio eje 180º, “convertirse”) a convertirse para que yo los sane. Μακάριοι Dichosos (bienaventurados, por eso hablamos de una bienaventuranza) sus ojos que ven y sus oídos que oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que ustedes ven, y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
c)    El Domingo pasado, continuó la bienaventuranza con estas expresiones, en el verso 43: “Entonces, en el reino de su Padre, los justos ἐκλάμψουσιν (el verbo es el futuro indicativo activo de ἐκλάμπω brillar, alude a un hecho escatológico, algo que sucederá en un “futuro salvífico”) brillaran como el sol. Quien tenga oídos que escuche.”
d)    En este Domingo XVII redondea la bienaventuranza con la siguiente expresión, nos referimos a los versos 51-52: “¿Lo han entendido todo? Ellos le responden que si, y Él les dijo: Pues bien, un letrado experto en el reinado de Dios se parece a un amo de casa que saca de su alacena cosas nuevas y viejas.”

«Los discípulos de Jesús viven en la plenitud que era objeto de las esperanzas de los profetas; de hecho, están experimentando el reinado de Dios.


¿Es posible que Jesús esté tan absorto en la acción de Dios que experimente la plenitud de su reinado y por ello sea verdaderamente dichoso? ¿Es posible que Jesús crea que cualquiera que experimente su presencia en la fe experimentará también esa plenitud y será verdaderamente dichoso? … Una pregunta más: ¿es posible que los seguidores de Jesús de todos los tiempos puedan tener la misma experiencia? No es que el Jesús histórico pensase necesariamente en esa posibilidad, sino que se trata de una pregunta empírica. ¿Experimentamos ahora la felicidad que se corresponde con el reinado de Dios? ¿Ha habido alguien que haya tenido dicha experiencia? En este punto invito al lector a reflexionar sobre su propia experiencia o sobre la de otras personas conocidas por él.

Permítaseme ofrecer algunos ejemplos. En el diario que quedó abandonado cuando fue llevada a morir en Auschwitz, la judía holandesa Etty Hillesum dejó un testimonio de su vida interior cuando afrontó su propia destrucción, así como la de su pueblo, por los nazis que habían invadido Holanda. Vemos una de sus anotaciones cortada por el mismo patrón que la alegría prometida por Jesús.

“Pero encima del estrecho sendero aún nos quedan zonas de cielo intacto. Realmente, no pueden hacer con nosotros lo que quieran. Podrán acosarnos, podrán despojarnos de nuestros bienes materiales y de nuestra libertad de movimientos, pero somos nosotros mismos los que perdemos el derecho a nuestros mayores bienes por nuestra contemporización. Por nuestra sensación de ser perseguidos, humillados y oprimidos. Por nuestro propio odio… Podemos, por supuesto, sentirnos tristes y deprimidos por lo que nos han hecho; es perfectamente humano y comprensible. Sin embargo, nuestra mayor herida nos la infligimos nosotros mismos. La vida me parece hermosa y me siento libre. Mi cielo interior es tan hermoso como el que se extiende sobre mi cabeza. Creo en Dios y en el hombre y lo digo sin rubor. La vida es dura, pero eso no es malo… La verdadera paz sólo llegará cuando todos los hombres logran estar en paz consigo mismos; cuando todos hayamos vencido y trasformado nuestro odio por nuestros hermanos humanos de cualquier raza, llegando inclusos algún día a amarlos, aunque quizá sea pedir demasiado. Sin embargo, es la única solución. Soy una persona feliz y amo verdaderamente la vida, en este año de Nuestro Señor de 1942, enésimo año dela guerra.” (An Interrupted Life , p. 151).



Otro ejemplo procede de un pobre aparcero negro sudamericano que fue encarcelado en los años treinta por realizar actividades sindicalistas. Ya anciano, cuenta su historia a Theodore Rosengarten y describe lo que le sucedió en la cárcel.

“Y de repente, Dios irrumpió en mi alma. No se imagina qué gritos y qué alegría; sencillamente noté que me abrasaba. Se me aclaró la mente y me sentí tan feliz que ni siquiera era consciente de dónde me estaba… Y el Señor empezó a hablarme como un hombre normal. Oía estas sencillas palabras: “Sígueme y confía en mí por mi palabra santa y justa”. Y entonces enloquecí al percibir el cambio…  Comencé a proclamar lo bueno, amable y misericordioso que era el Señor. Liberó mi alma del pecado… Bueno, me juzgaron y me encarcelaron. Pero el Señor bendijo mi alma y me preparó para soportarlo” (Rosengarten, All God´s Dangers: The life of Neta  Shaw, pp. 333-334)

El último ejemplo procede del pastor y teólogo luterano alemán Dietrich Bonhoeffer, que fue encarcelado y sentenciado a muerte después del atentado fallido contra la vida de Hitler. En una de sus últimas cartas a un amigo escribió:


“Por favor, no te preocupes ni te inquietes nunca por mí, pero no olvides la oración de petición… Estoy tan convencido de que la mano de Dios me guía, que espero ser siempre mantenido en esta certeza. No debes dudar nunca de que recorro con gratitud y alegría el camino por el que soy conducido. Mi vida pasada está colmada de la bondad de Dios, y sobre la culpa se halla el amor perdonador del Crucificado… Perdona que escriba estas cosas. Por favor, no dejes ni por un momento que te entristezcan o te intranquilicen: que sirvan tan sólo para alegrarte de verdad. Quería decirlas una vez por lo menos, y no sabía a quién, fuera de ti, podía colocárselas de tal manera que las escuchase tan sólo con alegría” (Resistencia y sumisión. Sígueme, salamanca 1983, pp. 274-275).

¿No es acaso verdad que muchas personas experimentan una increíble alegría en medio de un gran dolor y la atribuyen a su convicción de que todo está bien? ¿No es posible que en estos momentos de dicha experimentemos lo mismo que Jesús experimentó y atribuyó a sus oyentes? Quizá también nosotros queremos orar para vivir, al menos durante unos momentos en la nube con la convicción de Juliana de Norwich: “era conveniente que hubiera pecado: pero todo irá bien, todo se arreglará, todo irá bien, todo se arreglará, todo irá perfectamente” (Revelations of Divine Love, cap. 27, decimotercera revelación).»[4]

“Sabiduría”

וְנָתַתָּ֨ לְעַבְדְּךָ֜ לֵ֤ב שֹׁמֵ֙עַ֙ לִשְׁפֹּ֣ט אֶֽת־עַמְּךָ֔ לְהָבִ֖ין בֵּֽין־טֹ֣וב לְרָ֑ע

Siempre habrá que insistir que no se trata de erudición, ni de enciclopedismo; no se trata de esa supuesta sabiduría de los llenadores de crucigramas o de los concursantes en los programas de televisión, no es la experticia de los conferencistas sobre cierta temática o sobre alguna disciplina científica. La “sabiduría” de la que se nos habla en la Primera lectura de este Domingo, es la sabiduría que pidió Salomón. El eje de la Liturgia de la Palabra en el Domingo XVI Ord. (A) era la Justicia, hoy el eje es “Dale a tu siervo la sabiduría necesaria para aplicar esa justicia”. Salomón en su petición la caracteriza como “sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”.


Ya en esa misma petición se anida una enorme sabiduría, pidió sabiamente porque ese era su anhelo, no pidió larga vida, ni riquezas, ni la muerte de sus enemigos; sino que pidió por fuera de sus egoísmos, pidió por y para el bien de la comunidad, de los hermanos, de sus “semejantes”, de los “hijos de Dios”, los que Él había elegido para hacerse un pueblo fiel. Pidió para tener lo indispensable para poder aportar en la construcción del reinado de Dios.

Esencia de la Sabiduría

¿Cuál es la médula de esa sabiduría? Se nos dice en el Salmo: los Preceptos del Señor, sus Mandamientos, sus Enseñanzas. El verdaderamente sabio, el “escriba del reino” es el que sabe la Ley de Dios y la pone por obra; aquel que la oye y la lleva hasta su corazón, volviéndola carrilera de cada una de sus acciones y pensamientos, es el que la mira y ve, el que la tiene en la mente y la entiende. ¡El sabio es el bienaventurado! Aquel que además detesta la falsedad.



Amo, Señor,  tus mandamientos
más que el oro purísimo
por eso tus preceptos son mi guía
y odio toda mentira.

Cristificación

La carta a los Romanos nos explica el programa de “estudios”, teoría y práctica, para los aspirantes a esa sabiduría, para los que quieren el título de “escribas del reino” (no el de los falsos escribas que son sólo funcionarios de los reinos-del-mundo). ¿En qué consiste ese “plan de estudios”? συμμόρφους τῆς εἰκόνος τοῦ Υἱοῦ αὐτοῦ, “que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo”.



A este “entrenamiento” nos referimos frecuentemente diciendo que debemos trasparentar a Jesús en nuestras vidas, que debemos saturarnos de Jesús, que debemos ser reflejo suyo, que debemos vivir cristiformemente, Jesús-mente.



Nos dice el Padre Gustavo Baena: «…lo que se revela en Jesús no es solo el acontecer a plenitud de Dios en él, de manera singular, absoluta e irreversible, sino también la manera como Dios crea a todo hombre, dándose, hominizándose en él, comunicándose a él personalmente… Lo que Jesús pretendía con sus parábolas, aunque era un lenguaje sobre Dios, no era ofrecer ni una idea, ni una doctrina conceptual sobre Dios, sino mover o disponer, de alguna manera, a sus oyentes a tomar conciencia frente a esa realidad de Dios vivo que también acontece en ellos y espera que sea acogida voluntariamente por ellos en una decisión de la voluntad y que por lo tanto tenga consecuencias reales en su propia conducta… Se sigue, pues en buena lógica que propiamente la misión de Jesús que surge de su propia realidad, a saber, ser ontológicamente lenguaje de Dios para el hombre, al anunciarse ese mismo Dios aconteciendo en el hombre Jesús, es hacer comunión con sus hermanos De lo contrario Jesús no sería palabra de Dios, ni su vida sería el anuncio mismo del Reino de Dios… Para comprender esta trascendental conclusión bastaría volver sobre lo que Jesús entendía por Reino de Dios o Dios Creador en cuanto Creador de seres humanos, esto es, a partir de su experiencia, que Dios crea al hombre trascendiéndose en él, viviendo en él, haciendo comunidad con él, pero este acontecer acogido en su realidad por él, produce seres humanos que transparentan este acontecer divino dando testimonio, al trascenderse ellos mismos en sus hermanos, dándose a ellos incondicionalmente, esto es, sin búsqueda de interés propio, o en otros términos haciendo comunidad con ellos.


En resumen, lo que Jesús buscaba, no era simplemente un anuncio de verdades abstractas o un complejo de normas morales, sino el acontecer real de Dios en la historia humana y el comportamiento coherente con ese mismo acontecer, o sea, la comunidad.»[5]


Ese es el verdadero tesoro para nuestra vida, más valioso que miles de monedas de oro y plata; por el cual vale la pena dejar todo lo demás. Es la perla preciosa a cuyo lado todas las chucherías que arrumamos deben abandonarse, para seguirlo a Él.







[1] Ratzinger, Joseph. JESÚS DE NAZARET. Ed. Planeta Bogotá Colombia 2da ed. 2007 p. 234
[2] Baena, Gustavo. sj. EL ANUNCIO DEL REINO DE DIOS DE JESÚS. Fotocopias U. Javeriana.
[3] Fannon, Patrick. LOS CUATRO EVANGELIOS. BREVE INTRODUCCIÓN A SU ESTRUCTURA Y MENSAJE. Ed. Herder. Barcelona-España 1970. pp. 85-86
[4] Barry, William. sj. ¿QUIEN DECIS QUE SOY YO? ENCUENTRO CON EL JESÚS HISTÓRICO EN LA ORACIÓN. Ed. Sal Terrae Santander-España 1998. pp. 75-78
[5] Baena, Gustavo. sj. Loc. Cit. 

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