Ex 34:4b-6.8-9; Dan 3,
52-56a; 2 Cor 13:11-13; Jn 3:16-18
Es la infinita
connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios
todo entero… Dios los Tres considerados en conjunto… No he comenzado a pensar
en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a
pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo.
Gregorio Nacianceno
(CEC #256)
Subió
Moisés al Monte Sinaí y se quedó allí en oración cuarenta días y cuarenta
noches (Ex 24, 18) Dios, bajó a comunicarse con Moisés envuelto en la Nube,
durante seis días la Nube cubrió la montaña y en ese tiempo Dios dio
instrucciones para darle culto en un Santuario, cuyas características el
mismísimo Dios explicó y describió con cierta menudencia.
Estipuló
cómo debía ser el Arca para conservar las Tablas, las ofrendas y su
especificidad, puestas sobre un altar de estipuladas dimensiones y características;
la Tienda del Santuario, prolijamente descrita, así como las vestiduras de los
Sacerdotes encargados del culto. En el Efod, y gravados en piedras de
cornalina, estarían escritos los doce nombres de los hijos de Israel para que
Aarón, Sumo Sacerdote, al presentar las ofrendas los pusiera en la Presencia
del Señor.
También
describió el Señor cómo debía ser la ofrenda diaria, cómo debía ser el
candelero y el altar del incienso; e, incluso, pidió Dios escogerle y
consagrarle artesanos para el cuidado y fabricación de los objetos cultuales
que se ameritaban para estas liturgias. Finalmente, y antes de hacerle entrega
de las Tablas de la Ley escritas por el propio Dedo de Dios, demandó la
consagración del Sábado como señal de pertenencia del pueblo a Dios que los
escogió para Sí, o sea, signo de la Alianza Eterna entre Dios y su Pueblo.
Pero
–debido a la tardanza de Moisés para regresar con el pueblo- se hicieron el
famoso “becerro de oro” y le tributaron holocausto. Cuando por fin regresó
Moisés y los halló en medio de semejante desvarío, la ira y el celo por su Dios
ardieron en el corazón de Moisés y destruyó las Tablas y, acto seguido, redujo
a polvo el becerro de la idolatría. Luego, Dios les ordena avanzar en su
peregrinaje por el desierto y Dios le permitía a Moisés contemplarlo, aun
cuando no su Rostro, sino sólo sus Espaldas.
Entonces
Dios dispuso para volverles a entregar la Ley y ordenó a Moisés cortar las dos
Tablas y convocó una vez más a Moisés en el Sinaí. Es en este contexto donde se
inserta la perícopa que leemos en la Primera Lectura de este Domingo.
Recordamos
que Dios desde la zarza que ardía sin consumirse se autodenominó YWHW, “Yo soy
el que Soy”; en esta segunda entrega de las Tablas de la Ley y renovación de la
Alianza, Dios explica y clarifica cómo Es-el-que-Es: אֵ֥ל רַח֖וּם וְחַנּ֑וּן אֶ֥רֶךְ אַפַּ֖יִם וְרַב־חֶ֥סֶד
וֶאֱמֶֽת׃
Tierno,
Compasivo, Paciente (Lento a la cólera), Grande en Amor y en Verdad (Fiel y
Firme) (Ex 34, 6b).
Que
ruego tan hermoso y tan realista brotó de los labios de Moisés. Decimos de los
labios, pero por la manera como está comprometido el cuerpo entero de Moisés
debemos aclarar que su oración de intercesión brotó de su corazón: no solamente
habla sino que se inclina y toca, con su frente, el suelo. Intercede,
reconociendo la fragilidad, la concupiscencia, nuestra “terquedad” para
insistir en el pecado; ruega –apelando a la Fidelidad del Amor de Dios que
“dura por mil generaciones”, perdonando “la maldad, la rebeldía y el pecado”
(Ex 34, 7a), que “nos acepte como su pueblo” (Ex 34, 9e).
Resplandece
en esta perícopa frente a la infidelidad humana (la de nuestra naturaleza
infortunadamente herida por el pecado) la fidelidad inquebrantable de Dios para
con su criatura: Se trata de la Paciencia paternal, no de cualquier padre, sino
del Padre Celestial. No se trata simplemente de un dios, sino de un Dios que es
Persona, capaz como la mejor persona de sentimientos grandes y nobles tales
como la ternura, la paciencia y la compasión.
Tan
es Persona que su amor es personalizado, distingue a cada hijo por nombre y
apellido, a cada uno lo incorpora en su “Testamento”, que no otra cosa es la
Alianza, que una manera de legar a cada hijo-hija su parte en la herencia. A Él
no le da igual un hijo que otro, como al mejor de los padres, cada hijo le
importa y se cuida del porvenir de cada uno. Por todos vela, de todos se
interesa, por todos se preocupa. En estos rasgos está retratada la persona de
un padre; pero, queremos insistir en ello, no es cualquier padre sino nuestro
Padre del Cielo, nuestro Creador, Dueño y Señor.
La
Alianza ha vuelto a ser rota, se repite la desobediencia adánica, esta vez con
la adoración del becerro de oro (oro como símbolo de codicia), y Moisés
intercede para restaurar la Alianza en los dos planos, en el material y en
moral-espiritual, apela al perdón de los pecados y busca –de Manos de Dios- una
legislación que preserve la Alianza, que nos comprometa a ser conscientemente
responsables de nuestra “amistad” con Dios y consagrados a esforzarnos por
preservarla. Nos explicó el Padre Raniero Cantalamessa ofm cap. que : «… en
nosotros el hombre viejo convive aún con el hombre nuevo, y mientras existan en
nosotros las concupiscencias, es providencial que existan los mandamientos que
nos ayudan a reconocerlas y a combatirlas, tal vez incluso con la amenaza del
castigo.
La
ley es un apoyo que se da a nuestra libertad, aún incierta y vacilante en el
bien. Es para, no contra, la libertad, y hay que decir que quienes han creído
que tenían que rechazar toda ley en nombre de la libertad humana, han errado,
desconociendo la situación real e histórica en la que obra tal libertad.»[1]
Inter-leccional
El mundo entero está
lleno de la Grandeza de Dios
Gerard Manley Hopkins,
sj.
En
esta oportunidad el interleccional no ha sido tomado de un Salmo. Proviene del
Libro deuterocanónico de Daniel, donde aparece con una clara intención
litúrgica. Este cántico ya trae su propio responsorio: “Digno de honor y de
toda alabanza por siempre” en los cinco primeros versículos; “canten en su
honor eternamente” en los versos 57-88.
Volvemos
–una vez más- sobre el contexto de la perícopa de la Primera Lectura, porque es
muy interesante e importante contemplar cómo la liturgia no es resultado de
unas decisiones humanas de ofrecer culto y hacerlo de una cierta manera, Es
Dios mismo quien nos ha enseñado a rendirle culto y –precisamente- como Padre
Bondadoso que es nos enseña cómo orar, cómo juntar nuestras manos para
hablarle, y pone en nuestra boca las palabras.
Así
ocurre con los Salmos, donde el mismísimo Dios nos enseña la oración, ocurre
también con este texto de hoy donde el sentido de toda la creación es alabar a
su Creador.
¿Co-incidencia
sí o no? Este texto en el Libro de Daniel sigue al relato de los tres jóvenes
que fueron llevados al horno, Sadrac, Medrac y Abed-negó quienes reúsan adorar
la estatua de oro que Nabucodonosor quiso imponerles. Recordemos que ellos
andaban ilesos entre las llamas y cantaban alabanzas a su Dios aun cuando el
horno había sido avivado 7 veces más de lo corriente.
Otra
vez estamos en presencia de la idolatría, la idolatría ante figuras hechas de
oro; pero esta vez, nos hallamos ante la fidelidad heroica de los hombres del
pueblo escogido, por contraste con la infidelidad de los adoradores del becerro
de oro.
¿Cuál
sería el mensaje de este cántico que entonan los tres jóvenes judíos en el
horno puesto al rojo vivo? Que el sentido de la vida es la oración y adoración
del hombre hacia Dios. Pongámoslo en las mismas palabras del numeral 1 del
catecismo de la Iglesia Católica: «Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado
en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para
hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo
lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle
y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado
dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Para lograrlo, llegada la
plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como Redentor y Salvador. En Él y por
Él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y
por tanto los herederos de su vida bienaventurada.» Y, luego en el numeral 1730
leemos: «Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una
persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios “dejar
al hombre en manos de su propia decisión” (Si 15,14.), de modo que busque a su
Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y
feliz perfección”(GS 17)»[2]
Así
es como podemos consagrar nuestra existencia a la alabanza y la adoración; y
unir nuestras voces a las de Sadrac, Mesac y Abed-negó y decir: “Digno de honor
y de toda alabanza por siempre, cantemos en su honor eternamente”.
De la Segunda Carta a los Corintios
San
Pablo pronuncia como saludo a la Asamblea, esta evocación Trinitaria que
repetimos en diversas ocasiones dentro de la Eucaristía (Ritos Iniciales,
saludo #2): "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13). San
Pablo nos hace presente tres sustancias que aglutinan los miembros del Cuerpo
Místico de Cristo, a saber, la Gracia, el Amor y la Comunión.
Estas
tres sustancias son segregadas respectivamente (claro que estamos hablando
metafóricamente) por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo respectivamente. No
se trata de un constructo ideológico sino de una realidad concreta que nos
enlaza, nos fraterniza, nos hace hijos del mismo Padre, hermanos todos en
Cristo Jesús Nuestro Señor y Salvador y el Espíritu Santo Paráclito, que une al
Hijo en el Amor con el Padre y al Padre en el Amor por su Hijo y a nosotros, su
pueblo escogido.
Las
Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas
entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las
relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las
personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu
Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas
considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia"
(Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "en Dios todo es uno,
excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año
1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo,
todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu
Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio
de Florencia, año 1442: DS 1331).[CEC #255]
«La
idea de la comunión como participación en la vida trinitaria está iluminada con
particular intensidad en el evangelio de san Juan, donde la comunión de amor
que une al Hijo con el Padre y con los hombres es, al mismo tiempo, el modelo y
el manantial de la comunión fraterna, que debe unir a los discípulos entre
sí: "Amaos los unos a los otros,
como yo os he amado" (Jn 15, 12; cf. 13, 34). "Que sean uno como
nosotros somos uno" (Jn 17, 21. 22). Así pues, comunión de los hombres con
el Dios Trinitario y comunión de los hombres entre sí… Por tanto, esta doble
comunión, con Dios y entre nosotros, es inseparable. Donde se destruye la
comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu
Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión entre
nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros, tampoco es viva y
verdadera la comunión con el Dios Trinitario, como hemos escuchado.»[3]
Ahí
llegamos de nuevo a la médula de nuestra fe. Estamos en una condición de
fraternidad, de koinonía con todo el género humano que hace de nuestra tarea y
de nuestro envío un requisito de entrega perfecta por la paz, por la unidad de todos y con todo, incluidas las
realidades del medio ambiente, todas las criaturas y especialmente con toda la
raza humana.
Esta
tarea esta por así decirlo “aterrizada” por San Pablo con cuatro propósitos:
1) χαίρετε
Vivir en la alegría
2) καταρτίζεσθε
Trabajar por la perfección
3) παρακαλεῖσθε
Animarse mutuamente, apoyarse, abogar unos por otros
4) τὸ αὐτὸ φρονεῖτε, εἰρηνεύετε Vivir en paz y armonía (con un solo corazón y una sola
alma, como viven las Tres Personas de la Santísima Trinidad)
Nada
de abstracciones sino verdaderas concreciones. Claridad en los propósitos que
deben animar la vida del cristiano.
La Buena Nueva
Nuestra
fe y nuestro Dios es un Dios que se manifiesta en el tiempo (cronos) su
revelación pasa del tiempo kairótico (el tiempo de la gracia) a nuestro tiempo
histórico. Las referencias y la manifestación de Dios han ocurrido en el
tiempo, son datos históricos que tienen un marco temporal y espacial.
El
enunciado de hoy parece arrancar en un pasado muy remoto, un momento de
decisión divina, cuando Dios tuvo la Voluntad de crearnos para la salvación
(muchas veces a pesar de nosotros mismos que andamos persiguiendo siempre sombras
y fantasmagorías), y enhebra todo el tiempo desde el remotísimo pasado, pasando
por los años y los años, pasando por el hoy y el ahora y dirigiéndose hacia el
futuro que Él y sólo Él tiene previsto, escrito en el libro de su Infinita
Bondad, sin quebrantar nuestra libertad, sino pasando a través de ella, pero
respetando el querer de los hijos: Οὕτως γὰρ ἠγάπησεν ὁ Θεὸς τὸν κόσμον, ὥστε τὸν Υἱὸν τὸν
μονογενῆ ἔδωκεν, ἵνα πᾶς ὁ πιστεύων εἰς αὐτὸν μὴ ἀπόληται ἀλλ’ ἔχῃ ζωὴν αἰώνιον.
Nos encontramos con dos verbos en aoristo
indicativo activo (algo que se hizo de una vez por todas, señala la
perfectividad puesto que la acción es rotunda, sin pendientes, no le quedan
faltantes o facetas por desarrollar, por eso es empleado en literatura como
tiempo verbal para hacer avanzar la historia): ἠγάπησεν ἔδωκεν amó y
entregó; ese pasado se remite a un pasado ante-histórico, antes de todos los
tiempos, antes de que el mundo fuera creado, cuando Dios ya había decidido crearnos
y no dejarnos perder sino darnos un Redentor y que ese Redentor fuera su propio
Hijo. ¡Así de grande es su Amor, y así de grande ya era desde antes del
Principio! ¡Su fidelidad es por Siempre!
Si hay un requisito para poder gozar de este
obsequio incomparable, inefable y es aceptarlo, reconocerlo, creer en Él. No es
necesario explicarlo o entenderlo, no es cuestión de conocimiento intelectual
sino de vivencia afectiva, amor entre personas humanas y Divinas. Amor incondicional,
que se enamora locamente sin imposiciones, con gratuidad, aun cuando no se
entienda, o el “entendimiento” sea incompleto… Dice Calixto Cataphygiotés:
«Tú
abrasas mi espíritu con la herida del eros,
iluminándolo
cada vez más,
y lo introduces en las maravillas
que lo haces contemplar,
maravillas inaccesibles, místicas,
que están por encima del cielo.
¡Oh unidad infinitamente celebrada,
Trinidad infinitamente venerada,
Abismo sin fondo de poder y sabiduría!
¿Cómo consigues hacer entrar
en tu Tiniebla Divina al espíritu
que se ha elevado tal como lo quiere
la Ley,
llevándolo de gloria en gloria (2 Cor
3, 18)
y concediéndole con frecuencia habitar
dentro de la
Tiniebla-más-que-luminosa?
Yo no sé, al contrario que Tú,
si Moisés entró en esa Tiniebla (Ex
20, 21)
si él fue la imagen de la misma
o si la Tiniebla fue su imagen.
Yo sólo sé una cosa:
Que esa Tiniebla es perceptible por el
espíritu,
y que en ella son celebrados
divinamente,
sobrenatural e inefablemente,
en lo secreto del alma,
los misterios de la unión y el amor
espirituales.»[4]
«La
"comunión" es realmente la Buena Nueva, el remedio que nos ha dado el
Señor contra la soledad, que hoy amenaza a todos; es el don precioso que nos
hace sentirnos acogidos y amados en Dios, en la unidad de su pueblo congregado
en nombre de la Trinidad; es la luz que hace brillar a la Iglesia como
estandarte enarbolado entre los pueblos: "Si decimos que estamos en
comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero
si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz, estamos en comunión unos
con otros" (1 Jn 1, 6-7). Así, a pesar de todas las fragilidades humanas
que pertenecen a su fisonomía histórica, la Iglesia se manifiesta como una
maravillosa creación de amor, hecha para que Cristo esté cerca de todos los
hombres y mujeres que quieran de verdad encontrarse con él, hasta el final de
los tiempos… El Señor no habla en pasado, sino que habla en presente, habla hoy
con nosotros, nos da luz, nos muestra el camino de la vida, nos da comunión, y
así nos prepara y nos abre a la paz.»[5]
Nuestra
participación presente en la Trinidad Santa consiste en vivir la comunión viviendo
en comunión dentro de la Iglesia. Dios no castiga nuestra “terquedad” sino que
nos convoca nuevamente a restaurar la unidad, llamándonos a vivir en la
Comunión Eclesial, la fraternidad que nos conduce a ser familia de la Familia
Trinitaria y a vivir esa comunión ejercitándonos en los cuatro propósitos
señalados por San Pablo. La economía salvífica incluyó, además de un Redentor,
Hijo Único del Padre, el Único Mediador, un puente para cruzar, que es la
Iglesia, como factor procesual de la construcción del Reino: ἵνα
ὦσιν ἓν καθὼς ἡμεῖς ἕν·
ἐγὼ ἐν αὐτοῖς καὶ σὺ ἐν ἐμοί, ἵνα ὦσιν τετελειωμένοι εἰς ἕν “Para que sean uno como lo somos
nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno;” (Jn 17,
22b-23a)
[1] "LA LEY DEL ESPÍRITU QUE DA LA VIDA"
20 de marzo de 2009
zenit.org/es/articles/segunda-predicacion-de-cuaresma-del-padre-cantalamessa.
[2]
CEC. #1730
[3] BENEDICTO XVI. AUDIENCIA GENERAL Miércoles 29 de marzo de 2006
[4]
Cataphygiotés, Calixto. XI, 91-92, pp. 226-228. Citado por Javier Melloti
Ribas, s.j. en LOS CAMINOS DEL CORAZÓN EL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL EN LA “FILOCALIA”.
Ed.
[5]
Benedicto XVI Loc. Cit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario