sábado, 10 de mayo de 2014

PASTOR SIGNIFICA CUIDADO Y PROTECCIÓN


Hch 2,14a.36-41; Sal 22, 1-6; 1 Pedro 2,20b-25; Jn 10,1-10

¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna»

San Gregorio de Niza

Tú,  Señor, eres para mí…el hermano que me ayuda a descubrir una multitud de hermanos…

Averardo Dini

La vocación es un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial. Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La vocación surge del corazón de Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor fraterno.

Papa Francisco

Jesucristo-revelación-de-Dios es la primera Palabra

La palabra kerigma κήρυγμα está directamente relacionada con el “primer anuncio”. Se origina en la palabra griega keryx (plural kerykes) y alude al oficial cuya función consistía en proclamar un anuncio, llevar un mensaje (kerygma), hacer una proclamación, ser portador de un anuncio. Los romanos los llamaban caduccatores porque portaban un caduceo -puesto que estaban consagrados a Mercurio, mensajero de los dioses, y jefe de oradores y pastores. Entre sus funciones estaba la de imponer silencio para que el rey pudiera hablar o –en los juegos olímpicos- tocar la trompeta para después poder hacer una proclamación. El heraldo recibe la autoridad de parte de Dios para manifestar su palabra mediante el mensaje que debe predicar y así llevar a los elegidos de Dios a la fe y al conocimiento de la verdad (Tit 1,1) ἐν κηρύγματι ὃ ἐπιστεύθην ἐγὼ κατ’ ἐπιταγὴν τοῦ Σωτῆρος ἡμῶν Θεοῦ “… con la proclamación que me han encomendado, por disposición de nuestro Salvador, Dios (Tit 1, 3b). Pero hablamos de “primer anuncio” porque no nos estamos refiriendo a la catequesis posterior que profundiza y estructura la fe sino al llamamiento inicial que la suscita.



Pongámoslo en las palabras del Papa Francisco: «… lo importante de la predica es el anuncio de Jesucristo, que en teología se llama el kerigma. Y que se sintetiza en que Jesucristo es Dios, se hizo hombre para salvarnos, vivió en el mundo como cualquiera de nosotros, padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Eso es el kerigma, el anuncio de Cristo que provoca estupor, lleva a la contemplación y a creer. Algunos creen “de primera”, como Magdalena. Otros creen luego de dudar un poco. Y otros necesitan meter el dedo en la llaga, como Tomás. Cada uno tiene su manera de llegar a creer. La fe es el encuentro con Jesucristo… Después del encuentro con Jesucristo viene la reflexión, que sería el trabajo de la catequesis. La reflexión sobre Dios, Cristo y la Iglesia, de donde se deducen luego los principios, las conductas morales religiosas, que no están en contradicción con las humanas, sino que le otorgan una mayor plenitud. Generalmente, observo en ciertas elites ilustradas cristianas una degradación de lo religioso por ausencia de una vivencia de la fe… no se le presta atención al kerigma y se pasa a la catequesis, preferentemente al área moral… relegamos el tesoro de Jesucristo vivo, el tesoro del Espíritu Santo en nuestros corazones, el tesoro de un proyecto de vida cristiana que tiene muchas otras implicaciones…»[1]


Kerigma es el caso de la predicación de Pedro en el marco del evento de Pentecostés que tenemos en la Primera Lectura de este IV Domingo de Pascua. Él hace su proclamación de Jesús denunciando cómo se le victimó crucificándolo, pero Dios lo ha acreditado:  ἀποδεδειγμένον, que proviene del verbo ἀποδείκνυμι (acreditar, manifestar, confirmar, certificar, constituir), o sea, que Dios le da a Jesús unas “cartas credenciales”, a saber, a) δυνάμεσι poder, habilidad, milagro; b) τέρασι maravillas, prodigios; y, c) σημείοις signos.

Esta argumentación es muy importante porque los prodigios que Jesús obraba no formaban parte de una campaña para captar adeptos, no era una campaña para lanzar una candidatura, no se trataba del lanzamiento de un “producto” al mercado; se trata, en realidad, de una revelación, es una manifestación de una realidad trascendente, requiere una aclaración, es algo que hace necesario un “traductor” que permita acceder a este lenguaje Divino. Es ahí donde entra en funciones el keryx, que proclama el anuncio, el mensaje (kerygma), que lleva a tomar conciencia, que guía, que “pastorea” en el sentido de conducir la percepción de esta verdad que –aunque salta a la vista- no es auto-evidente. Lo que hace Pedro es abrirles los ojos a su auditorio para que comprendan que Jesús es su Salvador y que esto Dios mismo lo ha respaldado revistiéndolo de “poderes” superiores, asombrosos, sólo posibles al mismísimo Dios: καὶ Κύριον αὐτὸν καὶ Χριστὸν ἐποίησεν ὁ Θεός Dios lo ha nombrado Señor y Mesías. Este aval de Dios Padre tiene su cúspide en la Resurrección, que es la “prueba maestra”, el sumo respaldo.


Sin embargo, y esto también se debe acotar, el colirio que abre los ojos es la Gracia del Espíritu Santo. No de otra manera se entiende cómo esas sencillas palabras conmovieron tan hondamente a los escuchas que inmediatamente se muestran tan dispuestos que dan, así de súbitamente, el siguiente paso que sigue a la aceptación, ponerse a disposición de hacer lo que se deba. Por eso preguntan: ¿Qué tenemos que hacer?



Así se pasa de los doce a la Comunidad eclesial, “…unas tres mil personas”. Se da el paso hacía uno de los más antiguos signos sacramentales de la Alianza: el Bautismo. Así esta Amistad y el pacto bilateral que Dios nos ofrece encuentra un signo de su establecimiento y promesa de cumplimiento en la sacramentalidad bautismal. Para el hombre es compromiso de cambio, de conversión. Para Dios, es ofrecimiento de fidelidad, de permanencia, de inquebrantabilidad. Jesucristo es la Primera Palabra, será la Última y es, también, la Palabra Central. Es el eje del kerigma, será el núcleo de la catequesis y estará en el centro de toda nuestra vida, dándole sentido a toda ella.

Nuestro Pastor vela

Uno de los primeros elementos que nos entrega el kerigma es el encuentro con un Dios que cuida, protege, defiende, vela, ampara. Esas son las funciones de un pastor; así que nos encontramos con Dios-Buen-Pastor. Reflexionando en otro momento sobre el Buen Pastor descubríamos en Él, en su Presencia protectora, el antídoto contra toda zozobra: ¡No temáis!  Ese es el Dios que nos acompaña a nosotros en nuestro caminar, (el que con tanto esfuerzo el enemigo se empeña en robarnos, porque ya sabemos que a ese le gusta nuestra intranquilidad, nuestra preocupación, nuestro nerviosismo; ese hace buenas migas con nuestro corazón desgarrado por los afanes y las angustias; nos volvemos sus presas fáciles, es feliz cuando nos debilita con la intranquilidad de lo que sobrevendrá más adelante…);  cuando todo eso debe ponerse en las manos de Dios. Si no somos dueños ni de la caída o permanencia de nuestros cabellos pegados al cuero cabelludo, ¿qué podremos prevenir con afanarnos? ¡Insensatos!


En cambio, si logramos aquietarnos en la paz que nos regala el Señor, ¡qué solaz!, ¡qué infinita dulzura de paz y serenidad! Comparable a la grey cuando sabe que su Pastor la cuida, que está a cargo, que vigila al lobo y sus acechanzas, que no lo dejará atacarnos. Y no, no es inconciencia, no es irresponsabilidad; por el contrario, es comprensión clara de nuestros alcances, de nuestra fragilidad, de nuestros límites. Es, también, conciencia humilde y justiprecio de Quien-es-el-Todopoderoso. Él nos da la paz que el mundo no puede darnos y que, por el contrario, se empeña en conculcárnosla.

En cambio nuestro Pastor nos conduce hacia prados tranquilos, su vara y su cayado nos dan seguridad. Y no nos sirve una copa mezquina, por el contrario, nos sirve la copa rebosante que es la copa de la plenitud de vida, como lo afirma en la última frase de la perícopa del Evangelio de este día. Recordemos aquí, en las Bodas de Caná, “seis tinajas de piedra… con una capacidad entre setenta y cien litros…” ¿no es esto reflejo de  su generosa prodigalidad?


«Como un pastor guía a su grey, Así Dios guía a su pueblo, le da confianza en el camino, por cuanto conoce sus exigencias y sus necesidades. Él sostiene nuestros pasos en el andar del tiempo, hasta que nos reúna en su reino, y entonces será una sola grey y un solo pastor (cf. Jn 10, 16), en la casa de Dios.»[2]

Sin coerción alguna, bajo la más completa libertad.

Se puede intentar construir el reino a la fuerza, por imposición, a sangre y fuego, obligando por decreto a que se le acepte; pero ese no es el reino que Jesús nos propone. Jesús en el Evangelio se auto-designa como “Puerta”:  Ἀμὴν ἀμὴν λέγω ὑμῖν ὅτι ἐγώ εἰμι ἡ θύρα τῶν προβάτων. Jn 10, 7b; y más adelante dice que ἐάν τις εἰσέλθῃ, σωθήσεται, καὶ εἰσελεύσεται καὶ ἐξελεύσεται “…quien entra por mí se salvará; podrá entrar y salir…”(Jn 10, 9 b) y queremos enfatizar esta posibilidad de “salir” porque nos recuerda la libertad bajo la cual se construye el reino que Él nos propone. Si, podemos entrar, pero también si queremos, podemos salir; como el “hijo prodigo”, podemos si queremos ir a pasar fatigas, hambre e incomodidades, y podemos malgastar la herencia, y entregarnos a la vida licenciosa, porque en la casa del Padre se vive por gusto, no porque estemos amarrados a la pata de la cama.

Muchos han visto la lentitud con la que los corazones maduran hacía la aceptación de la propuesta de Jesucristo, muchos querrían el Reino para mañana (y nos dicen que “para mañana es tarde”) y entonces, buscan como solución a su premura, las vías impositivas dejando de lado la libertad del hombre. Nos argumentan con tenacidad que cada minuto de tardanza es ventaja para el enemigo que no se detiene, que aprovecha esa demora para fortalecerse y nos reprochan precisamente eso que “a cada instante el enemigo se hace más fuerte”, y que el enemigo jamás estará dispuesto a renunciar asus prebendas sino es por las vías de fuerza.

No sabemos si lo primero que se debe responder es que “para Dios no hay imposibles”, recordémoslo bien, recordémoslo siempre. Después repetiremos, que el reino no se puede construir a la brava y que no se puede imponer por vías de hecho, tiene necesidad de tomar en cuenta el albedrio del ser humano, tiene que conquistar el corazón y ser aceptado, de otra manera siempre será como un gusano que corroe, insatisfecho por las cadenas, estará codiciando el pasado, reclamando las cebollas que comía en la esclavitud, cuando en Egipto arrastraba las pesadas cadenas. Meditemos en aquellos de la “jaula de oro”, pese a que sea de oro, nada cambia respecto a ser una prisión que nos detiene el vuelo.

Dios nos creó con esa cualidad, (cualidad que para los impacientes es un despreciable defecto) ¡ser libres! y la construcción del Reino (del Reino verdadero) tiene que tomar en cuenta esa variable de nuestra personalidad, no nos podemos extirpar la libertad para poder vivir en “la jaula de oro”, que por otra parte no tiene nada que ver con el Reinado de Dios. Si Dios es el Dios del amor, ¿cómo podríamos gozar de un reino donde el amor es por la fuerza? Sería como un Pastor que trata a su rebaño a palazos como ruta de su “cuidado”, pero ¿qué cuidado es ese? ¿Bajo qué óptica puede verse la golpiza como Paraíso? Sólo cuando tus ojos descubren que es el paraíso, tendrás deseos de entrar, y habitar en él, por años sin término.

En la estructura de esta perícopa del Evangelio según San Juan, Jesús nos habla del Buen Pastor, pero también denuncia a todos los que, amparados en su autoridad religiosa o política han obrado como “malos pastores” y se han cuidado de engordar ellos, descuidando al rebaño, los denuncia como ladrones que han entrado sólo a saquear para su propio beneficio. Por otra parte, cuando dice ἐάν τις εἰσέλθῃ, σωθήσεται, “…si alguno entra…” [«Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3)] está indirectamente mencionando al otro grupo de ovejas, a las ovejas díscolas, las que hacen oídos sordos y simulan que la cosa no es con ellas, las que se niegan a entrar, pero en ningún momento se insinúa que debamos hacerlas entrar a palos.

Ceder la palabra a un Santo, a Juan Pablo II

También en un IV Domingo de Pascua, en la cuadragésima Jornada Mundial de oración por las vocaciones, el 11 de mayo de 2003, San Juan Pablo II nos interpeló hacía "La vocación al servicio", y dijo:

1. " He aquí a mi siervo, a quien elegí; mi amado, en quien mi alma se complace" (Mat. 12, 18, cfr. Is. 42, 1-4)

El tema del Mensaje de esta 40ª Jornada Mundial de oración por las Vocaciones, nos invita a volver a las raíces de la vocación cristiana, a la historia del primer llamamiento del Padre, el Hijo Jesús. Él es "el siervo" del Padre, proféticamente anunciado como el que ha elegido y plasmado el Padre desde el seno materno (cfr. Is. 49,1-6), el predilecto que el Padre sostiene y del que se complace (cfr. Is. 42, 1-9), en el que ha puesto su espíritu y al que ha transmitido su fuerza (cfr. Is. 49, 5 y al que exaltará (cfr. Is. 52, 13;- 53, 12).

Parece evidente, de pronto, el radical sentido positivo, que el texto inspirado da al término "siervo". Mientras, en la cultura actual, el que sirve es considerado inferior, en la historia sagrada es el que es llamado por Dios para cumplir una acción particular de salvación y redención, como quien sabe haber recibido todo lo que tiene y por lo tanto se siente también llamado a poner al servicio de los demás todo cuanto ha recibido.

El servicio en la Biblia, está siempre unido a una llamada específica que viene de Dios y por tanto representa el máximo cumplimiento de la dignidad de la criatura, o sea, que evoca toda la dimensión misteriosa y trascendente. Así ha sido también en la vida de Jesús, el siervo fiel llamado a cumplir la obra universal de la redención.

2. Como cordero llevado al matadero…" (Is. 53, 7)

En la Sagrada Escritura se da una fuerte y evidente ligazón entre servicio y redención, como de hecho se da entre servicio y sufrimiento, entre Siervo y Cordero de Dios. El Mesías es el Siervo sufriente que padece, que se carga sobre la espalda el peso del pecado humano, es el Cordero "conducido al matadero" ( Is. 53, 7) para pagar el precio de la culpa cometida por la humanidad y devolverle así el servicio del que más tiene necesidad. El Siervo y el Cordero que "maltratado, se dejó humillar y no abrir la boca" (Is. 53, 7), mostrando de esta manera una fuerza extraordinaria: la de no devolver el mal con el mal, sino respondiendo al mal con el bien.

Es la humilde energía del siervo, que encuentra en Dios su fuerza y que, por esto, Él le transforma en "luz de las naciones" y operador de salvación (cfr. Is. 49, 5-6). La vocación al servicio es siempre, misteriosamente, vocación a tomar parte de forma muy personal, aunque costosa y dolorosa, en el ministerio de la salvación.

3. …como el Hijo del hombre, que no ha venido para ser servido, sino a servir" (Mat. 20, 28)

Jesús es en verdad el modelo perfecto del "siervo" del que habla la Escritura. Él es quien se ha despojado radicalmente de sí, para asumir "la condición de siervo" (Fil. 2, 7), y dedicarse totalmente a las cosas del Padre (cfr. Lc. 2, 49), como Hijo predilecto en quien el Padre se complace (cfr. Mat. 17, 5). Jesús no ha venido para ser servido, "sino para servir y dar su vida en rescate de muchos" (Mat. 20, 28); ha lavado los pies de sus discípulos y ha obedecido al proyecto del Padre hasta la muerte de cruz ( cfr. Fil. 2, 8). Por esto, el Padre mismo, lo ha exaltado dándole un nombre nuevo y haciéndole Señor del cielo y de la tierra (cfr. Fil. 2, 9-11).

¿Cómo no leer en el tema del "siervo Jesús" la historia de cada vocación, la historia pensada por el Creador para cada ser humano, historia que inevitablemente pasa a través de la llamada a servir y culmina en el descubrimiento del nombre nuevo, pensado por Dios para cada uno? En tal "nombre" cada uno puede proponer su propia identidad, orientándose hacia una realización de sí mismo que lo hará libre y feliz. ¿Cómo no leer, en particular en la parábola del Hijo, Siervo y Señor, la historia vocacional de quien es llamado por Él, para seguirlo de cerca y llegar así, a ser siervo en el ministerio sacerdotal o en la consagración religiosa? En efecto, la vocación sacerdotal o religiosa es siempre por su naturaleza, vocación al servicio generoso a Dios y al prójimo.
El servicio, entonces se transforma en camino y mediación preciosa para llegar a comprender mejor la propia vocación. La diakonía es en verdad itinerario pastoral vocacional (cfr. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 27 c).

4. "Donde estoy yo, allí también estará mi siervo" (Jn. 12, 26)

Jesús, el Siervo y el Señor, es también aquel que llama. Llama a ser como Él, porque sólo en el servicio el ser humano descubre la dignidad propia y la ajena. Él llama a servir como Él ha servido: cuando las relaciones interpersonales son inspiradas en el servicio recíproco, se crea un mundo nuevo y en ello se desarrolla una auténtica cultura vocacional.

Con este mensaje, quisiera casi prestar la voz a Jesús, para que proponga a tantos jóvenes el ideal del servicio y ayudarles a superar las tentaciones del individualismo y la ilusión de procurarse así la felicidad. No obstante cierto impulso contrario también presente en la mentalidad actual, se da en el corazón de muchos jóvenes una natural disposición a abrirse a otro, de forma especial al más necesitado. Todo ello les hace generosos, capaces de empatía, dispuestos a olvidarse de sí mismos para anteponer al otro a sus propios intereses.

Servir, queridos jóvenes, es vocación del todo natural, porque el ser humano es naturalmente siervo, no siendo dueño de la propia vida y estando en cambio necesitado de tantos servicios al otro. Servir es manifestación de libertad por irrumpir del propio yo y de responsabilidad hacia el otro; y servir es posible a todos, con gestos aparentemente pequeños, pero grandes en realidad si son animados del amor sincero. El verdadero siervo es humilde, sabe ser "inútil" (cfr.Lc. 17, 10), no busca provechos egoístas, pero se empeña por los otros experimentando en el don de sí mismo el gozo de la gratuidad.

Os auguro, queridos jóvenes, sepáis escuchar la voz de Dios que os llama al servicio. Es éste el camino que abre tantas formas de ministerios favorables a la comunidad; desde el ministerio ordenado a los varios ministerios instituidos y reconocidos: la catequesis, la animación litúrgica, la educación de los jóvenes, las más variadas expresiones de la caridad (cfr. Novo millennio ineunte, 46). He recordado, en la conclusión del Gran Jubileo, que esta es "la hora de una nueva 'fantasía' de la caridad" (ibidem, 50) Toca a vosotros, jóvenes, de forma particular, hacer que la caridad se exprese en toda su riqueza espiritual y apostólica.

5. "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc. 9, 35)

Así dice Jesús a los Doce, sorprendidos al discutir entre ellos sobre "quien fuese el más grande" (Mc. 9, 34). Es la tentación de siempre, que no perdona siquiera a quien es llamado a presidir la Eucaristía, el sacramento del amor supremo del "Siervo sufriente". Quien cumple este servicio, en realidad, es todavía más radicalmente llamado a ser siervo. Es llamado, de hecho, a lograr "in persona Christi" y por lo tanto a revivir la misma condición de Jesús en la Última Cena, asumiendo por ello la misma disponibilidad para amar no sólo hasta el fin sino a dar la vida. Presidir la Cena del Señor, es por lo tanto, una invitación urgente para ofrecerse como don, para que permanezca y crezca en la Iglesia la actitud del Siervo sufriente y Señor.

Queridos jóvenes, cultivad la atracción por los valores y por la elección radical que hacen de la existencia un servicio a los demás tras las huellas de Jesús, el Cordero de Dios. No os dejéis seducir por los reclamos del poder y de la ambición personal. El ideal sacerdotal debe ser constantemente purificado por éstos y otras peligrosas ambigüedades.

Resuena también hoy el llamamiento del Señor Jesús: "Si uno me sirve, que me siga ( Jn. 12, 26). No tengáis miedo de acogerlo. Encontraréis seguramente dificultades y sacrificios, pero seréis felices de servir, seréis testimonios de aquel gozo que el mundo no puede dar. Seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno; conoceréis la riqueza espiritual del sacerdocio, don y misterio divino.

6. Como otras veces, también en esta circunstancia tendamos la mirada hacia María, Madre de la Iglesia y Estrella de la nueva evangelización. Invoquémosla con confianza para que no falten en la Iglesia personas dispuestas a responder generosamente a la llamada del Señor, que llama a un más directo servicio del Evangelio:

"María, humilde sierva del Altísimo, el Hijo que has generado te ha hecho sierva de la humanidad. Tu vida ha sido un servicio humilde y generoso: has sido sierva de la Palabra cuando el Ángel Te anunció el proyecto divino de la salvación.

Has sido sierva del Hijo, dándole la vida y permaneciendo abierta al misterio.
Has sido sierva de la Redención, "permaneciendo" valientemente al pie de la Cruz, junto al Siervo y Cordero sufriente, que se inmolaba por nuestro amor.

Has sido sierva de la Iglesia, el día de Pentecostés y con tu intercesión continúas generándola en cada creyente, también en estos tiempos nuestros, difíciles y atormentados.

A Ti, joven Hija de Israel, que has conocido la turbación del corazón joven ante la propuesta del Eterno, dirijan su mirada con confianza los jóvenes del tercer milenio.

Hazlos capaces de aceptar la invitación de tu Hijo a hacer de la vida un don total para la gloria de Dios.

Hazles comprender que servir a Dios satisface el corazón, y que sólo en el servicio de Dios y de su reino nos realizamos según el divino proyecto y la vida llega a ser himno de gloria a la Santísima Trinidad. Amén".



Y cerremos con el párrafo final del Mensaje del Papa Francisco, con este mismo motivo, en la 51ª Jornada mundial de Oración por las vocaciones: «Dispongamos por tanto nuestro corazón a ser «terreno bueno» para escuchar, acoger y vivir la Palabra y dar así fruto. Cuanto más nos unamos a Jesús con la oración, la Sagrada Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados y vividos en la Iglesia, con la fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros la alegría de colaborar con Dios al servicio del Reino de misericordia y de verdad, de justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y en la medida de la gracia que sabremos acoger con docilidad en nosotros. Con este deseo, y pidiéndoos que recéis por mí, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.»




[1] Rubin, Sergio. Ambrogetti, Francesca. EL JESUITA. LA HISTORIA DE FRANCISCO EL PAPA ARGENTINO. Ed. Vergara Grupo Zeta. Bs As. Argentina 2010 pp. 88-89
[2] De Capitani, Giorgio; Ambrosi, Olga. SALMOS DE LA TERNURA. Ed. San Pablo. Caracas- Venezuela 1993. p. 15.

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