jueves, 29 de agosto de 2013

LOA A LA HUMILDAD


Eclo 3, 19-21. 30-31; Sal 68(67), 4-5ac. 6-7ab. 10-11; Heb 12, 18-19. 22-24a; Lc 14, 1. 7-14

καὶ μάθετε ἀπ’ ἐμοῦ, ὅτι πραΰς εἰμι καὶ ταπεινὸς τῇ καρδίᾳ,
“…y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”
Mt 11, 29b


“Lo que agrada a Dios es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia…”
Sta. Teresita del Niño Jesús

El hombre no es nunca un estómago o una boca.

Arturo Paoli


Del terror a la dulzura



El Salmo 68(67) es un Salmo del Reino donde los exegetas ven una grandiosa teofanía; tomaremos  de allí 6 versos, y ni siquiera completos, de los versos 5 y 7 tomaremos las partes ac y ab respectivamente. El Salmo inicia con una cita de Moisés cuando tomaban el Arca de la Alianza para re-emprender su vagabundeo por el desierto (bajo la guía del Señor) advirtiendo a todos los rivales de Dios que יָק֣וּם  אֱ֭לֹהִים  יָפ֣וּצוּ  אֹויְבָ֑יו  וְיָנ֥וּסוּ  מְ֝שַׂנְאָ֗יו  מִפָּנָֽיו׃  “Se levanta Dios, que se dispersen sus enemigos, huyan de su presencia los que lo odian” Num 10, 35. El salmo nos cuenta que cuando avanzaban por el desierto la tierra temblaba y el cielo destilaba; los reyes y los ejércitos iban huyendo,… llevando cautivos,… aplastando las cabezas de los enemigos y los cráneos de los malvados contumaces Nos habla del poder de Dios diciendo que tiene miles y miles de carros de combate.



En este salmo se nombran los clientes de Dios, los que Él ha escogido para apadrinar. Es importante que veamos quienes son porque también con Dios se cumple el adagio popular “Dime con quién andas y te diré quién eres”:

a)    Padre de huérfanos
b)    Protector de viudas
c)    Los desvalidos reciben casa de sus bondad
d)    Los cautivos son liberados y enriquecidos por Él
e)    Su rebaño, los pobres, habitaron la tierra que Él les preparó



Esta lista nos da idea por dónde se encaminan las preferencias de Dios y cómo hace la distribución de su heredad.

En la Segunda Lectura, último Domingo que tomamos de Hebreos, nos señala un enorme cambio de estilo en la teofanía: Ya no veremos πυρὶ καὶ γνόφῳ καὶ ζόφῳ καὶ θυέλλῃ καὶ σάλπιγγος ἤχῳ καὶ φωνῇ ῥημάτων, ἧς οἱ ἀκούσαντες παρῃτήσαντο μὴ προστεθῆναι αὐτοῖς λόγον· a) fuego encendido, b) densos nubarrones c) tormenta d) sonido de trompeta e) ni esa Voz que el pueblo rogaba no volverla a oír Heb 12, 18b-19.






En cambio, ahora Dios ha escogido la suavidad, el susurro, hablarnos dulcemente al oído, musitarnos apenas, gran silencio se requiere para identificar su Voz –ya para nada atronadora y mucho menos aterradora- ahora la vía es la de lo tenue, lo humilde: ahora la vía es Jesús. «¡Ay! Sólo la miseria no despierta envidia… Quiero ofrecerme a los humanos como el hombre despreciado y el último de todos… para que ellos, por celos, ardan en deseos de imitar en mi la humildad, mediante ella alcanzarán la gloria…»[1]

Divino Maestro de Humildad



Jesús nos indica un rasgo definitorio y definitivo de su seguimiento: La humildad. No está entre las pautas de nuestro discipulado la ambición por los “puestos” destacados; todo lo contrario, nuestro discipulado consiste y tiene como consigna la búsqueda de los “últimos lugares”. Prácticamente este es nuestro programa de acción. Queremos exhibir –sin pretender ser exhaustivos- algunos puntos de la Vida de Jesús donde lo vemos optar por los últimos puestos; se trata de la ratificación –con hechos de su Vida- de lo que nos señala en la perícopa Evangélica que nos ocupa este XXII Domingo Ordinario del Ciclo C.



Nació en el seno de una familia “pobre”, sin realeza, ni importancia especial
Nació en una pesebrera, por no haber sitio en la casa para un parto; y su cuna fue el cajón del alimento para el ganado.
Siendo aún un niño su familia tuvo que huir a Egipto para salvar su vida.
El oficio de su papá es la “carpintería”
Su adolescencia y  juventud se mantienen en silencio, cosa que no habría ocurrido con un “notable”.
Viene a vivir en Nazaret, población menor, sin  ningún realce; no se la tenía como cuna para nadie especial.
Vive rodeado  de gente muy del “común”, incluso gente mal vista, tenida por prostitutas y “publicanos”, es decir, judíos cobradores de impuestos al servicio del Imperio Romano.
Sus amistades cercanas son pescadores.
Él se equipara con un “Pastor”, gente “maloliente” según los prejuicios corrientes; (el Papa Francisco nos señala deber llevar nuestro discipulado llegando a oler como Él).
Se abaja a dialogar con mujeres, aún más, da relieva a los niños y los acoge.
Toca a leprosos y cadáveres aun cuando se le tome por “impuro”
Lava los pies a sus discípulos.
Cabalga en un borrego: imagen ridícula -hasta el absurdo- para el Ungido
Lo detienen “de noche”. Lo condenan en un juicio clandestino, llevado a cabo al amparo de la oscuridad, en horario irregular par las deliberaciones del Sanedrín.
Pilatos ofrece liberarlo como alternativa proponen a un tal Bar-Abbas, en Mt 27, 17c
Lo tratan como a un criminal y lo crucifican entre “ladrones”
Le arrebatan todo, sumiéndolo más aún que en la pobreza, en la indigencia: le quitan hasta la ropa, y se juegan su túnica
No perdamos de vista que morir en cruz era una muerte denigrante, infamante, reservada a los delincuentes políticos, rebeldes, sediciosos, criminales contumaces. Es decir, se le quita enteramente la honra, se le infama.
Una vez resucitado, se manifiesta a mujeres. Con este “abajamiento” parece que Él se rebaja, y –por el contrario- con eso dignifica y realza a la mujer.
No pone reparos ni impide que hurguen sus llagas, por el contrario, se las brinda a Tomás para que las explore.



Estos puntos de la Vida de Jesús son sólo una muestra, algunos ejemplos que se nos vinieron a la memoria sin esforzarnos mucho y –como dijimos arriba- no creemos ni tratamos de agotarlos; seguramente mientras ustedes leían la lista se les ocurrieron otros que no se mencionaron. Conclusión: Jesús no sólo predicaba la “humildad” sino que Él mismo la practicaba y para Él era “el Pan suyo de cada día”.

Pero, y ahí está la ironía, toda nuestra cultura y nuestra educación apuntan en el sentido directamente opuesto: Se nos orienta que debemos “ser alguien en la vida”, se nos forma para ser “doctores”, “gerentes”, “mandamases”, “políticos” (en el mal sentido de la palabra, no para trabajar por el avance y la autonomía de las comunidades sino para encontrar vías hacía el “dinero fácil”, para desangrar el erario público).

Realmente, y otra vez eso hace tan desconcertante el mensaje de Jesús, Él es el Único que nos indica encaminarnos hacía “el último puesto”. También es el único que nos propone organizar un banquete e invitar a quienes no puedan retribuirnos la “atención”. Él nos propone que nuestros invitados sean (y aquí sobresale en la selección de los invitados la opción preferencial por los más necesitados, los clientes de Dios, sus ahijados) πτωχούς, ἀναπήρους, χωλούς, τυφλούς· “… a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos;” Lc 14, 13b La palabra πτωχός que se traduce por “pobre”, se traduce también por “humilde”.



Santa Teresita de Lisieux nos propone tener una actitud de niño al amar a Dios, es decir, amarlo con simplicidad, con confianza absoluta, con humildad sirviendo a los demás. Esto es a lo que ella llama su “caminito”. Es el camino de la infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta a Dios.

«La naturaleza humana se capacitó en Cristo para ser semejante al amor de Dios… El amor es el ícono de Dios»[2]

Humildad para servir

Sólo la humildad nos permite servir. En cambio, la arrogancia, la soberbia, conducen a la ambición de ser servidos y nos inmovilizan a la hora de poder actuar a favor de los πτωχός. Viene a colación la siguiente parábola atribuida a Leonardo da Vinci:

«Un día la navaja, saliendo de la chuspa que le servía de funda, se puso al sol y vio el sol reflejado en ella. Entonces se enorgulleció, dio vueltas a su pensamiento y se dijo:
"¿Volveré a la tienda de la que acabo de salir? De ninguna manera. Los dioses no pueden querer que tanta belleza degenere en usos tan bajos. Sería una locura dedicarme a afeitar las enjabonadas barbas de los labriegos. ¡Qué bajo servicio! ¿Estoy destinada para un servicio así? Sin duda alguna que no. Me ocultaré en un sitio retirado y allí pasaré mi vida tranquila".

Después de vivir este estilo de vida durante algunos meses, salió fuera de su funda al aire libre, se dio cuenta de que había adquirido el aspecto de una sierra oxidada y que su superficie no podía reflejar ya el resplandor del sol. Arrepentida, lloró en vano su irreparable desgracia y se dijo: "¡Cuánto mejor hubiera sido gastarme en manos del barbero que tuvo que privarse de mi exquisita habilidad para cortar! ¿Dónde está ya mi rostro reluciente? El óxido lo ha consumido".»[3]

En cambio, la persona humilde y el referente ideal de nuestra época es la Madre Teresa de Calcuta, no tiene reparos porque la soberbia no puede frenarla, porque no está sujeta a la ambición del poder. Quien ansía el poder está preferentemente ocupado en velar por su imagen, le preocupa el ¿qué dirán?, y prefiere la inmovilidad para no “ensuciarse”. Todo lo contrario de Jesús a quien nada importaba si lo llamaban “impuro”.



La Madre Teresa de Calcuta nos da una valiosa indicación para poder aliñar nuestra vida con el aroma del pastor sin temer a la vaciedad, a la kénosis, al abajamiento, en fin, sin temer a la humildad: «Aparta los ojos de ti mismo y alégrate de no poseer nada, de no ser nada, de no poder nada. Sonríele confiadamente a Jesús cada vez que tu vaciedad te atemorice». «Cada uno de nosotros no es más que un simple instrumento de Dios. Llevamos a término nuestra humilde tarea y desaparecemos.». Este enfoque, esta mirada que toma conciencia de su fragilidad, de su ser pasajero nos permite dimensionarnos y reconocernos transitorios, “peregrinos aquí en esta tierra”; y, entonces, podemos encarnizarnos en nuestra “misión”, en el cumplimiento de nuestra vocación, en el despliegue de nuestros talentos; no por nosotros mismos, no para brillar y aparecer, sino apartando los ojos de nosotros mismos para ponerlos en las Pupilas de Jesús.

Evitar el ómfalo-psiquismo (ejercicio auto-hipnótico consistente en mirarse el ombligo hasta caer en trance) es decir, queremos exhortarlos a combatir esa forma de religión que no sabe apartar la mirada de sí mismo, que –en vez de ser humilde es auto-centrada, pretenciosa-, que sólo se preocupa de la propia salvación, que se encierra en la soledad cultual (aun cuando miles lo rodeen en la práctica del mismo culto; como una forma de solipsismo de la fe). Riesgo mucho más frecuente de lo que se pudiera pensar puesto que muchas veces la fe se ha enseñado como una práctica cultual, oracional y hasta sacramental donde la fe y la salvación son problema individual y los hermanos, los “prójimos” no tienen nada que ver, allá ellos, que luchen por su propia salvación; yo aquí, con mis propias oraciones, mis ritos severamente cumplidos, la carpetica y la veladora, la estampita y la novena, la camándula y la medallita. Y, en cambio, «el reino de Dios debe buscarse y construirse en las ocasiones concretas que nos ofrece la historia enfocada como historia de la liberación del hombre. Este “tuve hambre y me disteis de comer” es un imperativo muy fuerte para el hombre que tiene fe y que busca a Dios; lo obliga a la vigilancia y a la búsqueda, no sólo de Cristo hambriento, que es fácil de hallar en cualquier camino del mundo, sino de todos los hambrientos que es necesario alimentar en la tierra. Y de cómo saciarlos en la verdad y en el amor, ya que toda la vida del cristiano está acompañada por esta música de fondo: hacer la verdad en el amor”… debemos estar en el mundo y en la historia porque una historia aparte es necesariamente falsa por el simple hecho de que no hay más que una historia: “Vosotros sois la sal de la tierra” Mt 5, 13. Estáis hechos para mezclaros con la tierra. “Más si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para tirarla afuera y ser pisoteada por los hombres”(ib). Mezclados con la tierra, perdidos en el advenimiento, coparticipes del éxodo, hombres cualesquiera pero discípulos de Cristo los que han escuchado el Evangelio, no como raza aparte, no separados, sino como sal, es decir, ricos de aquella esperanza que da sabor y sentido a los acontecimientos y que, saturándolos con un mensaje de liberación y personalización impiden que se enajenen»[4]



«…la bondad tiene siempre un carácter tripersonal. Es la bondad de alguien, pero a la postre es la bondad de Dios, porque de Él es de donde viene toda Bondad y es bondad hacia alguien. No hay bondad si no hay un objeto sobre el cual se ejerce, y este a quien se dirige la bondad juega también su papel en la posibilidad, para alguien, de ser bueno.»[5]

La Madre Teresa de Calcuta hacía un diagnóstico de la pobreza y se encontraba que «Hay diferentes clases de pobreza. En la India algunas personas viven y mueren hambrientas. En esos lugares, hasta un puñado de arroz es valioso. En los países occidentales no hay esa tipo de miseria material. Allí nadie se muere de hambre, ni siquiera se conoce el hambre como se conoce en la India y en algunos otros países. Pero en Occidente hay otra clase de pobreza: la pobreza espiritual que es mucho peor. La gente no cree en Dios, no reza. A la gente no le importa nada del prójimo. En Occidente tenemos la pobreza de aquellos que no están satisfechos con lo que tienen, que no saben enfrentar el sufrimiento, que enseguida se abandonan a la desesperación. La pobreza del corazón es muchas veces más difícil de aliviar y de exterminar que la pobreza material. En Occidente hay una gran cantidad de hogares desunidos, de niños abandonados, y el divorcio es moneda corriente».

Nos disculpamos por prolongar la cita de las ideas que la Madre Teresa de Calcuta nos esbozó sobre esta pobreza y lo hacemos porque traza una fibra de coherencia entre la humildad, la misión del creyente y el hambre que asuela el mundo y es que la Madre desenmascara otras violencias-pobrezas que claman al Cielo: «La pobreza espiritual del mundo occidental es mucho mayor que la pobreza física de nuestra gente. Ustedes en Occidente, tiene millones de personas que sufren de una terrible soledad, un tremendo vacío. Sienten que nadie los ama, que son rechazados. Esta gente no padece hambre en el sentido físico, pero está hambrienta de otras cosas. Sabe que necesita algo más que dinero, pero no sabe lo que es. Lo que en el fondo extraña es una relación real y viva con Dios…. Me parece que la pobreza en Occidente es mucho más difícil de satisfacer porque es mucho mayor que la pobreza que podemos encontrar en la India, en Etiopía o en el cercano Oriente, ya que esta última es sólo una pobreza material. Por ejemplo, hace unos meses, antes de venir a Europa y a América, recogí a una mujer de las calles de Calcuta que se estaba muriendo de hambre: todo lo que tuve que hacer fue darle un plato de arroz para satisfacer esa hambre. Pero aquí (en Occidente) se trata de curar el hambre que padecen los solitarios, los marginados de la sociedad, los que no tienen hogar ni familia, los presos de todo tipo que pasan la vida en terrible soledad, que sólo son conocidos por el número de celda y no por su nombre. Creo que esta es la peor pobreza, una pobreza que el ser humano no puede aceptar, soportar ni sobrevivir». Todo esto nos llama y nos reta a no ser como la navaja oxidada de la que nos contó Leonardo de Vinci.




[1] Guillermo de St Thierry, De Natura et dignitate amoris, 40. Citado por Ratzinger, Joseph Card. UN CANTO NUEVO PARA EL SEÑOR. LA FE EN JESUCRISTO Y LA LITURGIA HOY Ed. Sígueme Salamanca España 1999 p.32.
[1] Agudelo, Humberto. Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU t. 3 Paulinas Bogotá – Colombia 2006 p. 36
[2] Chr. Schönborn, Die Christus-Ikone Schaffhausen 1984, 134 Citado por Ratzinguer, Joseph. Card. En Op. Cit. p.32.
[3] Agudelo, Humberto. Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU t. 3 Paulinas Bogotá – Colombia 2006 p. 163
[4] Paoli, Arturo. DIALOGO DE LA LIBERACIÓN Ed. Carlos Lohlé Bs. As. 1970 pp. 84 y 90
[5] Staniloaë, Dumitru. ORACIÓN DE JESÚS Y EXPERIENCIA DEL ESPÍRTU SANTO . Ed. Narcea. Madrid- España 1997. P. 52

sábado, 24 de agosto de 2013

CATOLICIDAD

Is 66, 18-21; Sal 117(116); Heb 12,5-7.11-13; Lc 13, 22-30



«Una sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad»
Escrito en un muro de la Sorbona

San Juan Crisóstomo nos refiere que fue San Ignacio de Antioquía quien en sus Cartas (siete que redactó en su camino de Siria a Roma, donde era conducido a su sacrificio, «...para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo» Ad Rom 4, 1; dirigidas a las Iglesias de Éfeso, Esmirna, Filadelfia, Magnesia, Roma y Trales), a finales del siglo I, se empezó a referir a la Iglesia de Jesucristo como καθολικός [católicos] lo que quiere decir “Universal”. A esta “universalidad” alude la liturgia de la Palabra en este XXI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.




Este hermoso tema de la “Universalidad” nos remite y exige un posicionamiento frente a su ejercicio y al espíritu de humildad que reclama, puesto que no son los rótulos que esgrimamos  los que nos abrirán la Puerta de la Salvación, como nos lo explica Jesús en la perícopa del Evangelio que se lee en esta fecha.

Del trito-Isaías

El libro de Isaías comprende 66 capítulos, de los cuales los doce últimos (55-66) corresponden al Trito-Isaías. La Primera Lectura de este Domingo proviene del capítulo 66, precisamente, dedicado a rechazar el culto pagano. En él, el propio Señor rechaza los sacrificios de toros, ovejas, perros y hasta seres humanos. En cambio, dice el Señor, le agrada y se fía del pobre y afligido que respeta su Palabra, es en él en quien se fija el Señor. ( Is 66, 3b).

El texto que nos ocupa en la liturgia se refiere a los llegados desde apartados rincones de la tierra, en los diversos puntos cardinales, como אֲחֵיכֶ֣ם hermanos” (de  אָח hermano) Is 66, 20; esta hermandad que nos enlaza es el corazón de la perícopa, mostrándonos a todos los miembros de la Iglesia, a todos los bautizados, sin distinción de nación o lengua, como miembros de la misma familia, la Familia de Jesús, que Él mismo caracterizó como “los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” Lu 11, 28; o como “todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial” Mt 12, 48.



Dice el Señor, por boca de su profeta, Isaías, que Él vendrá לְקַבֵּ֥ץ  אֶת־  כָּל־  הַגֹּויִ֖ם  וְהַלְּשֹׁנֹ֑ות  “para reunir a las naciones de toda lengua” Is 66, 18; y en esa profecía vemos el anuncio de la venida de Jesús, de la Encarnación de Dios. Aún más, nos habla la profecía de unos “mensajeros” que Él “enviará”, se refiere a ellos como פְּ֠לֵיטִים (פָּלִיט) “sobrevivientes” de una persecución; vemos en esta alusión una referencia a los apóstoles, a la Iglesia, y a nosotros mismos, quienes no hemos dejado de ser perseguidos en tanto y cuanto sostenemos la Palabra de Jesús, guardando fidelidad a su Espíritu. Y esto lo decimos sin ninguna clase de soberbia, sino reconociendo que también en muchas oportunidades le hemos fallado, y que en muchas oportunidades ; siendo así que la Santidad de la Iglesia se mantiene no en cuanto a nuestro fidelidad al mandato sino porque ella es la Esposa de Jesús y es Él quien se la confiere, y no nosotros.

Jesús nos ha llamado, este llamado deviene un compromiso, un “envío” a cumplir con esta “mensajería”; somos convidados no para “poseer” ciertas “verdades”, sino para “compartir” y comunicar un “Amor”, una manera de vivir Jesús-mente, una manera Cristiforme de relacionarnos con Dios, con nuestros semejantes, con el  mundo. Este anuncio que estamos llamados a compartir ¿cómo se hará?

No se nos dice que traeremos “hermanos” así sea a la fuerza, no se nos convida en ninguna parte a coaccionar a nadie para lograr la aceptación de la “noticia”; al contrario, dice que los traeremos םבַּסּוּסִ֡י וּ֠בָרֶכֶב וּבַצַּבִּ֨ים וּבַפְּרָדִ֜ים  וּבַכִּרְכָּר֗וֹת “a caballo, en carro, en literas, en mulos y camellos” Is 66, 20b, lo entendemos como que nosotros traemos las bestias de cabestro, nosotros de a pie, como siervos, ellos montando, como señores; nosotros felices de servirles para seguir el ejemplo del Maestro que dice “Yo estoy entre ustedes como el que sirve” Lc 22, 27c, ejemplo, enseñanza y modelo, para obrar en todo como Él nos enseña.



Muchos nos reprochan el periodo histórico de la Iglesia cuando se sintió llamada a llevar el anuncio a “sangre y fuego”, lo cual también corresponde a un “momento histórico”, a un proceso en la continuidad madurativa de una Iglesia que –sin dejar de ser la Iglesia de Jesucristo- busca y progresivamente va encontrando los “cómos”. Una Iglesia que –desde su maternidad y magisterialidad- es enseñada y corregida por Jesucristo “Camino, Verdad y Vida”. Así como una persona no puede llegar a la madurez sin atravesar una infancia, una adolescencia y una juventud; así tampoco la Iglesia –pese a ser la Iglesia que Dios quiere- podía llegar a la Claridad perfecta de la Luz de Nuestro Señor, sin ir lavando sus ojos criaturales con el colirio de la Gracia.

El Salmo más breve

Este salmo 117(116), está formado por tan solo dos versículos, lo que lo constituye en el Salmo más corto de todo el Salterio. Desciframos en este Himno cinco temas que decodificamos, siguiendo a Carlos Vallés:

1)    Una palabra de alabanza
2)    La presencia del Grupo
3)    El horizonte de la humanidad entera
4)    La propia fe en la Misericordia de Dios
5)    La fidelidad de Dios a su Promesa salvífica.

Una vez más, alude a “todas las naciones”, a “todos los pueblos” continuando con la “universalidad” de nuestra fe, una fe que está abierta para todo el que quiera venir, una fe que se caracteriza por esa “acogida”. Acogida que debemos esmerarnos en depurar de continuo, de tal manera que cada día seamos más acogedores con todos nuestros hermanos y se pueda experimentar la “hermandad” en el trato fraterno, en la preocupación e interés que uno tiene con los “hermanos de sangre”.



Bien es cierto que, así como muchas veces la paternidad como la ejercemos no es trasparencia de la paternidad de Dios-Padre; también es cierto que muchos hermanos más parecen perros y gatos; lo cual no niega cómo debe ser la hermandad ideal y perfecta, ni oculta el compromiso que tenemos de obrar como tales. Este compromiso exige una conciencia vigilante que permita sobreponernos a nuestros egoísmos y nuestros individualismos tan fuertemente fomentados por una cultura del consumismo para exacerbar con ello nuestro espíritu acumulativo y nuestras ansias por el “poder”, un poder mal-entendido. Sea pues nuestro único poder el poder servir como sirvió Jesucristo; y no olvidemos jamás la imagen del Señor, con la toalla atada a la cintura, lavando los pies a sus discípulos.


Somos hermanos, entonces somos hijos

El hecho de ser hermanos no se puede quedar sin consecuencias en nuestra relación con Dios Padre. Así es que Dios nos recibe como hijos suyos: πάντα υἱὸν ὃν παραδέχεται. Este verbo παραδέχομαι significa que Él nos reconoce como hijos; siguiendo la analogía con las conductas humanas, todos sabemos las profundas consecuencias legales que conlleva ese reconocimiento, quien es reconocido como “hijo” tiene derechos, adquiere inmediatamente esos derechos, además tiene derechos sobre la herencia, se hace heredero. Entre los derechos adquiridos están los así llamados “derechos de amor”, en los que se incluye el derecho de “alimentos”, ¡no nos preocupemos, que Él proveerá!

Un derecho-deber que se adquiere es la que llamamos “patria potestad” que encierra en sí el deber de “corregir y reprender”. Este derecho mal entendido y peor aplicado fue durante siglos, pábulo al atropello y maltrato, convencidos como se estaba que “la letra con sangre entra”, era buen pretexto para usar y abusar de la violencia contra los hijos que terminaba en los peores episodios de maltrato familiar y no faltaba quien compitiera en “dejar marcas y moretones” en procura de probar la responsabilidad en el ejercicio de su paternidad. Otra consecuencia colateral fue la de construir –por parte de las mamás- el mito de los papás-cocos amenazando al hijo: “se lo digo a tu papá”. Todo esto desembocó en una cultura -no del respeto- sino del temor desvirtuando la relación padre-hijo y afectando –de rebote- la idea que teníamos de nuestra relación con Dios que llegó a verse como un Dios-castigador.



La sicología en sus estudios descubrió todos los “traumas” que acarreaba este planteamiento de la relación paternal-filial y empezó su labor para desmontar la violencia intra-familiar con todas las malformaciones y la cadena de reproducción mecánica de estos patrones de crianza, pues si a mí me criaron así ¿Cómo más voy a criar a mis hijos? Pero, como suele suceder y lo comprobamos en la historia, luchar contra un mal lleva-muchas veces- a que el tratamiento sea peor que la enfermedad. Se desembocó en la teoría del papá-amigo, del papá-cómplice, que fue degenerando en el papá-monigote, en el papá-pintado-en–la-pared, y del papá-cajero-automático; llevado este remedio más lejos, se alcanzó el límite del papá-que-desautoriza-a-la-mamá, del papá-yo-nunca-corrijo-ni-regaño y del papá-confío-en-mi-hijo y él-es-muy-inteligente.

La Segunda Lectura de hoy impulsa hacía una búsqueda del punto de equilibrio. Nadie promovería la enseñanza por medio del uso de la fuerza bruta, se recomienda la enseñanza por medio de la razón, de los argumentos. Pese a eso, tengamos en cuenta   τίς γὰρ υἱὸς ὃν οὐ παιδεύει πατήρ; “¿Qué padre hay que no corrija a sus hijos?” Un padre que no corrige no está pues obrando como un padre de verdad sino como un extraño, como un padre desnaturalizado, como un padre irresponsable; tan irresponsable como el padre violento del fuete en mano, el padre del rejo y del garrote. Ninguno de los dos extremos.

Y el hijo también adquiere el deber de “no despreciar la corrección… no desanimarse cuando lo reprendan” y así lo dice con todas las letras en esta Segunda Lectura. No espera –y en eso es muy realista la Carta a los Hebreos- que uno se ponga feliz por la “corrección”, dice la Carta que es lógico y se espera que uno se ponga triste pero, no se queda en la tristeza sino que mira hacía los frutos que recogerá a raíz de la corrección. Dios corrige, castiga y todo lo hace con amor; no castiga con rabia, con ira, sino –como un buen papá- le duele el corazón porque ha tenido que castigar a su hijo-amado, pero no lo abandonará para que crezca torcido o haga lo que se le venga en gana. En estos tiempos que corren ¡cuán importante es este equilibrio! Y ¡cuán valioso mantener la equidistancia entre los extremos patológicos! Un hijo violentado será un violento en potencia; un hijo dejado a “su aire” será un descarrilado para siempre.

Tema de los últimos y los primeros

Para poder ver, para poder descubrir y vivir la Voluntad de Dios, ya lo hemos dicho mil veces, pero nos parece necesario repetirlo 10 millones de veces, se requiere la Conversión. La Conversión es la que nos corrige la visual, la que nos deja ver aqullo que es intangible e invisible, la Conversión nos permite trascender. No os extrañeís si el próximo blog decimos lo mismo. (Cambiará la tonada más la letra de nuestra canción será la misma).

Sólo la Conversión nos deja entender por qué los que son primeros, pasan a ser últimos. Eso a simple y desnuda vista nos parece una injusticia, algo intolerable, como una especia de atropello delante de los que se han mantenido fieles en primera línea. Es explicable, en la parábola del Padre Misericordioso también el hijo que siempre había estado ahí, trabajando al lado del Padre se siente atropellado y le reclama al Padre con requiebros amargos ¿Por qué a mí no me has regalado un cabrito para hacer un parrandón con mis amigos?

Todos nosotros, los que nos hemos conservado “fieles y firmes” tendremos la tentación de hacer el mismo reclamo. En el Evangelio de este Domingo el reclamo suena así: ἐφάγομεν ἐνώπιον σου καὶ ἐπίομεν καὶ ἐν ταῖς πλατείαις ἡμῶν ἐδίδαξας· “Hemos comido y bebido contigo, y Tú has enseñado en nuestras plazas”. Es delicado que empecemos a creer que Dios está obligado con nosotros, que Dios tiene deudas pendientes y está obligado a pagarnos. ¿No sabemos que toda acción buena que hemos cumplido ha sido Gracia de Dios que nos la infundió? ¡Ha sido Dios el motor de nuestro corazón, y ha sido Él Quien nos ha dado la oportunidad y nos ha puesto en circunstancia! Nosotros somos “simplemente siervos inútiles” Lc 17, 10 a,b. ¿No reconocemos nuestro corazón de piedra cuya única dulzura brota de YHWH?

Aún –vayamos más lejos- aventuremos la hipótesis que “nuestras buenas obras si salieron de nuestra iniciativa” ¿por qué son buenas? ¿Quién tiene Autoridad para constituir escalas de valores? ¿Quién permitió que fuéramos creados? ¿…que naciéramos? ¿…que viviéramos? ¿… que hubiéramos estado allí en el preciso momento y en el preciso lugar? ¡Quien tenga oídos para oír que oiga. Quien tenga ojos para ver, que vea! Mt 13, 9-19.

Dice el Señor ἀγωνίζεσθε εἰσελθεῖν διὰ τῆς στενῆς θύρας “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha”. No todo cuanto hacemos es vano, hay algo que podemos hacer, “esforzarnos” Y ¿cuál es la puerta estrecha? Pues –parece que no se nos dice- pero, leamos atentamente ¿quiénes no pueden entrar? ¿a quiénes les dirá el Señor “no los conozco”? A los que hacen el mal (el texto dice: a los injustos ἀδικίας a los que cometen lo malo. Ah, entonces si sabemos a qué debemos esforzarnos: ¡A ser justos!


Dios mío, te lo ruego, permíteme obrar con justicia para que mis actos te trasparenten y así otros también te descubran y anhelen obrar el mismo bien que a Ti te gusta entonces, nosotros que hoy somos últimos, tú nos harás primeros en el banquete del Reino de Dios. Amén.

sábado, 17 de agosto de 2013

FUEGO HE VENIDO A TRAER

Πῦρ ἦλθον βαλεῖν 
Jer 38, 4-6,8-10; Sal 39, 2-4. 18 (R.14b); Heb 12, 1-4; Lc 12, 49-53



Seguir a Jesús no es repetir las formas históricas de su fidelidad (absolutamente irrepetibles), sino… ser fieles a la causa del Padre en el tejido de nuestra historia.
Segundo Galilea

"No se turbe vuestro corazón ni se acobarde"
(Jn 14,,27b)



No se angustien ni tengan miedo Jn 14, 27d

Cualquier valor que se tome puede convertirse en fetichismo si se le enfoca mal o se le desarticula y desvirtúa. Tal vez el ejemplo más antiguo, si nos atenemos al relato bíblico sea el querer parecernos a Dios. Toda nuestra vida está bajo el signo de Dios porque Él es nuestro Padre y por eso a Él debemos tender y a Él debemos imitar. Pero, ¡guardando el sentido de las proporciones! Evidentemente, somos humanos, es decir, criaturas y no podemos pretender llegar a ser “como” Él. Podemos, eso sí, en cuanto somos sus hijos (con minúscula) abrillantar los rasgos que de Él heredamos: podemos intentar ser muy misericordiosos, ser portadores de perdón, procurar que nuestro amor no sea pasajero, ni superficial, sino “eterno”, pero con la humildad suficiente para comprender las limitaciones que nos son inherentes: al fin de cuentas no somos Dios, sino humanos que hemos recibido del Hijo el mandato de procurar parecernos a Él: Sean perfectos como su Padre que está en el Cielo es perfecto. (Mt 5, 48) Muy probablemente, si Adán y Eva hubieran podido guardar el sentido de las proporciones y no hubieran pretendido equipararse con Dios la historia toda de la humanidad estaría escrita de otra manera. (Como dice el Pregón Pascual: ¡Oh Feliz Culpa que mereció tan gran Redentor!)



Otro caso de “torsión” y desvío que produjo fetichización lo encontramos en el episodios de Caín y Abel: Por motivo del culto. Por culto cada cual ofrecía las primicias de sus crías y sus cultivos, pero la manera de ofrecer era distinta: la de Caín estaba impregnada de envidia. No es a causa de lo ofrecido sino de lo que hay en el fondo del corazón lo que determina que la ofrenda sea o no agradable al Señor. Quizás la situación llegó al colmo en la situación del Becerro de Oro que Aarón  le hizo al pueblo, como para darles gusto, como para que se entretuvieran en un culto “desviado”, “degenerado”, no dirigido a Quien es-Digno- de-Culto. Por tanto era una acción idolátrica. Un acto de paganismo, precisamente de lo que YHWH estaba tratando de purificar a “su pueblo” que había adquirido estos vicios idolátricos en su esclavitud en Egipto.

Tampoco la Paz está exenta de este riesgo. Una opinión muy difundida no cesa de invitar a “torcer” la doctrina de la Iglesia en aras de una “paz” con otros cristianos; es decir, claudicar de la verdad en aras de la “unidad”. A primera vista suena muy positivo, hasta loable; pero no es ese el camino a la unidad. Esa sería una meta-fetiche alcanzada por medio del abandono al Jesucristo que se nos ha revelado, más aún, a la revelación que el propio Jesucristo nos entregó. Cierto es, y muy cierto, que esta división no puede alegrar para nada el Corazón de Jesús pero, no es menos cierto que la unidad lograda con sacrificio de la Verdad para nada cicatrizaría las crueles llagas con las que hemos lanceado sus heridas haciéndolas sangrar una y otra vez. El camino será más arduo y no tan simplista: Esa paz no se puede fetichizar.

El argumento que nos presentan muchas veces es que el propio Jesús se presentó a sus Discípulos Resucitado, soplando sobre ellos el Espíritu Santo y entregándoles la Paz, no una sino dos veces. Jn 20, 19f. 20d y, aún una tercera vez, ya con la presencia de Tomás (Jn 20, 26g). Fácilmente podemos fetichizar estos saludos de paz en procura de convertirnos en acérrimos defensores de la paz, en pacifistas a ultranza. Hermoso y rayano en lo poético; no cabe discusión que el pacifismo es una hermosísima bandera digna de un Discípulo de Jesús; pese a ello, tampoco a tal consigna se la puede fetichizar. Mejor dicho, la fe verdadera está muy distante de las fórmulas facilistas. Estamos llamados a buscar la paz, a defender la paz, a ser constructores de la paz y ello nos hará bienaventurados, pero nuestro discipulado no nos llama a la infidelidad a los principios y enseñanzas que nos entregó Dios a través de los patriarcas, de los profetas, de Jesús y sus apóstoles, de los padre y Doctores de la Iglesia y de los romanos Pontífices que Él mismo puso en la continuidad de la tradición Eclesial. Y es que el propio Jesús nos corrige lo que significa la paz que Él nos entrega: “Les dejo la Paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo”. Jn 14, 27a-c.



Los que son del mundo nos brindan una paz de componendas, o, como lo hemos dicho en otra parte, muchas veces la que nos ofrecen es la paz de los cementerios. Con escalofriante frecuencia, su paz es la paz de la coerción, la paz de la amenaza, la paz del silencio obtenido por la fuerza. ¿Cuántas veces su propuesta de paz no ha tenido como logotipo un arma o una motosierra?



La Primera Lectura, que para este vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario en el ciclo C proviene del profeta Jeremías, nos muestra al Profeta víctima de aquellos interesados en silenciarlo y que cuentan con el respaldo del propio rey Sedecías quien da el permiso y la orden para llevarlo al pozo y abandonarlos allí, semienterrado en el barro. Salvado después por el Eunuco Cusita Ébed- Melek.

Decía Monseñor Carlo María Martini que Jeremías es el personaje bíblico más parecido a Jesús; más adelante, nos muestra respecto de este episodio, un parecido adicional que lo acerca aún más a la imagen del hijo de Dios: «Es sobretodo interesante el versículo 4: “Ea, hágase morir a este hombre, porque con eso desmoraliza a los guerreros que quedan en esta ciudad y a toda la plebe, diciéndoles tales cosas. Porque este hombre no procura en absoluto el bien del pueblo, sino su daño.” Es la misma acusación que se hizo contra Jesús: subleva al pueblo, no piensa en el bien del pueblo, vendrán contra nosotros los romanos… Jesús debe morir. Hay un verdadero paralelismo con la pasión de Jesús.»[1]

Varios aspectos nos muestra, aún más, nos enseña Jeremías:

a)    No fetichizar un valor
b)    No dar a torcer el brazo por cobardía
c)    Tampoco por propia conveniencia, por salvar el pellejo
d)    Permanecer fiel a la misión encomendada por el Señor
e)    En este caso, la misión es –una de las facetas del profeta- la denuncia.




¿Cómo distinguir el sendero de la fidelidad?, es decir, ¿Cómo saber hasta dónde es lícito trabajar en la defensa de un valor y dónde se inicia el riesgo de la fetichización del valor? Diremos que es muy fácil responder desde el punto de vista teórico, inclusive, es muy fácil comprenderlo; la verdadera tarea empieza cuando ser coherente con esa respuesta nos  desacomoda, o nos duele. Es entonces cuando el auxilio viene del Señor, cuando tenemos que apelar a la gracia y clamar por abundante efusión de Espíritu Santo: תְּאַחַֽר׃ אַל־ אֱ֝לֹהַ֗י אַ֑תָּה וּמְפַלְטִ֣י עֶזְרָתִ֣י לִ֥י  יַחֲשָׁ֫ב  וְאֶבְיֹון֮ וַאֲנִ֤י  עָנִ֣י  אֲדֹנָ֪י 



“Y a mí, que estoy pobre y afligido, no me olvides, Señor. Tú eres quien me ayuda y me liberta; ¡no te tardes Dios mío!” (Sal 39, 18) La respuesta es que nosotros no somos seguidores de valores, nuestra fe, nuestra religión no es una ética heroica. Nosotros somos seguidores de una Persona, que Dios mismo nos entregó como Revelación, allí reposa una de los más preciosos valores de la Encarnación, no hemos visto el Rostro del Padre, al Padre no lo conocemos directamente, pero Él se nos ha manifestado a través de su Hijo. Recordemos lo que dice en San Juan: εἰ ἐγνώκειτε με, καὶ τὸν πατέρα μου “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 7a.)



Atención, lo hemos comentado más arriba, tenemos los Evangelios, toda la Sagrada Escritura, toda la Revelación, toda la Santa Madre Iglesia, que es la esposa de Jesús (¿Cómo podría la Esposa no saber a fondo como y quien es el Esposo). Pero, inclusive allí también cabe la fetichización. Primero que todo, lo más elemental, se sabe de personas que conocieron punto por punto estos “datos” pero sin la linterna de la fe, se puede quedar en una visión de un Hombre muy especial, una especie de super-profeta, pero nada más.



En nuestro ambiente post-moderno, adicto a las biografías de farándula, siempre se leerá la vida pasión y muerte como se leería la biografía de la Princesa Diana, como la de un sonado político, la de un jugador de fútbol o la de un renombrado beisbolista. En cambio, hay que leerla como un hombre de Carne y Hueso que a la vez es Dios, buscando denodadamente encontrarse con la Persona, con el Amigo, con el Hermano Mayor, que nos ama con verdadero y profundo Amor fraterno, comunicándonos el Amor del Padre.



Volver una y otra vez, desprovistos de nuestra visión socio-cultural de telenovela, pero también ajenos a la mirada cientificista plagada de positivismo. No podemos encontrarnos con el Amigo, o con el Hermano como un sicólogo atiende a su paciente en el diván, o como el biólogo trata de apreciar el micro-organismo con su microscopio.

De lo que se trata es de acercarnos humanamente al contacto humano con otro  Ser Humano pero desde una dimensión teológica, abiertos a la fe, dispuestos a encontrarnos con Alguien y –si logramos enamorarnos- estar dispuestos a seguirlo, dispuestos al seguimiento, al discipulado. Y, tengamos presentes que hay diversas manera de enamorarse, desde el amor a primera vista, hasta un amor que va creciendo –a partir de un mínimo encanto- hasta alcanzar su identidad de Amor después de un largo o larguísimo periodo, hasta ser amor maduro.



Además, este acercamiento y enamoramiento puede estar mediatizado por otros seres humanos por medio de quienes el Señor nos comunica dimensiones inaccesibles por la barrera histórica pero que cobran inmediatez con esos “pequeños” que le permiten decirnos “conmigo lo hiciste” (Mt 25, 40c).

La verdad os hará libres

Libres de engaño, libres de ilusiones, libres de fantasías bobaliconas. Pero también libres de temores, de pusilanimidades, porque Él ha venida a darnos Vida y Vida abundante. Si pensábamos en un camino de mullidos cojines y dulces terciopelos,… de eso no se trata. Jesús no engaña a nadie, Él ha venido a traer “división”, a traer un fuego que anhela arda cuanto antes; un fuego que parte las familias entre los que se ponen en un bando y aceptan y los otros que se ponen del otro lado para criticar, desanimar, desalentar, hacerte la guerra, ayudarte a descolgar en la cisterna y dejarte allí, medio sumido en fango…

Jesús nos deja ver a la cara y nos mira a los ojos: Si, nos da la paz, pero no la dulzona, la almibarada, la cómoda y muelle; no, por el contrario, nos advierte lo que sucederá ἔσονται γὰρ ἀπὸ τοῦ νῦν “de aquí en adelante”. Será incomodo, duro, arduo, sin doble túnica, ni alforja, ni cambio de residencia a otra más confortable.

Nos exige, sobre todo desacomodarnos de los fetiches: los dos domingos anteriores nos prevenía contra los fetiches del dinero y la riqueza. No se tratará de tener una casa más bonita o una catedral más amplia y alta; no se tratará de cambiar con frecuencia de auto y de teléfono portátil de altísima tecnología y de la última generación, muchos exhibiremos nuestra importancia recibiendo frecuentes llamadas al celu… el discípulo…probablemente, ni celu tendrá, no somos acumuladores de cosas, ni de ideas, ni de valores hechos fetiche; cosas así nos ha venido insinuando el Papa Francisco. Invitación a vivir desacomodados, humildes, con lo necesario, despojados de símbolos de poder y boato. El Señor πῶς συνέχομαι ἕως ὅτου τελεσθῇ “desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 50b). o… ¿ya está ardiendo? De pronto, eso significa cuando nos dijo  ἰδοὺ γὰρ ἡ βασιλεία τοῦ θεοῦ ἐντὸς ὑμῶν ἐστιν. “El Reino de Dios ya está entre ustedes” Lc 17, 21b.



No nos hagamos ilusiones: Él ha venido “a traer un fuego a la tierra” y el fuego –es inevitable- ¡quema, purifica! Pero el fuego no es para temer aun cuando hemos crecido creyéndolo. El Fuego arde desde la Zarza y habla a Moisés lo llena de decisión, no una decisión tibia, atolondrada: lo hace capaz de cumplir su Encargo. El Fuego, guía: Como guió al Pueblo Escogido a través del desierto, fue su brújula. En fin, el Fuego anima, llena de valor, de ímpetu de decisión, de resolución. Así fue el Fuego de Pentecostés, ese Fuego los des-acobardó y los capacitó para llevar el Evangelio.(Eu-aggelión: εὐαγγέλιον). No miremos el fuego con temor, no nos dejemos llenar de pereza o de rechazo a ser “quemados” por Ese-Fuego que es el Fuego del Espíritu Santo.



El fuego licua el hierro, lo funde y permite darle una nueva forma, permite su conversión en algo nuevo. El Fuego que trae Jesús dará a luz el Hombre Nuevo, el hombre cristiforme; dará paso al Reino. El ejemplo nos lo da Jesús mismo: Ἰησοῦν, ὃς ἀντὶ τῆς προκειμένης αὐτῷ χαρᾶς ὑπέμεινεν σταυρὸν αἰσχύνης καταφρονήσας ἐν δεξιᾷ τε τοῦ θρόνου τοῦ θεοῦ κεκάθικεν. “Jesús, en vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, sin temer ignominia, y por eso está sentado a la derecha del trono de Dios.” (Heb 12, 2).










[1] Martini, Carlo María Cardenal. VIVIR CON LA BIBLIA Ed. Planeta. Santafé de Bogotá – Colombia 1999. P. 290