σὺ τίς εἶ
οὐδεὶς ἐτόλμα τῶν μαθητῶν ἐξετάσαι αὐτόν· σὺ τίς εἶ; εἰδότες ὅτι
ὁ κύριος ἐστιν.
Y ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle: “Quién eres? Porque ya sabían que era el
Señor.
Jn 21, 12b
Lo que no es
Resurrección
Qué
aprietos pasamos cuando una persona que no veíamos después de años nos saluda y
nosotros no acertamos a reconocer detrás de esa voz y ese rostro, con quién
estamos hablando. Realmente es una situación embarazosa; que unos capean mejor
que otros. Cuán difícil debió ser para los siete discípulos sobrellevar
aquellas circunstancias e ir descubriendo a cada segundo (que parecían siglos)
que detrás de aquella “Presencia” estaba Él, el Maestro, el Señor. Por eso
queremos empezar con una reflexión sobre la “apariencia” del Resucitado; sabe
sólo Dios ¿cuántas veces? Se nos habrá cruzado en la vida con apariencia de
niño, de anciano, de enfermo, de pordiosero, de triste, -bueno, en fin- con uno
y mil Rostros inconfundibles, pero que nosotros no acertamos a identificar. Al
llegar a este punto, irremediablemente siempre desembocamos en la misma idea:
por eso el señor no permitió que tuviéramos una estampa Suya, habríamos
empezado a discriminar entre los que se parecen y los que no. Las imágenes de
un hermoso joven de cabellos rubios y elegantes túnicas pueden convertirse en
un peligroso fetiche que nos impida reconocerlo cuando se nos acerca totalmente
diferente, tal vez mugriento y tiznado, tal vez mal oliente, anciano, o
cogeante…
Nos
gustaría ante todo repasar algunas ideas sobre la Resurrección planteadas por
nuestro queridísimo Papa Emérito Benedicto XVI que, consideramos fundamentales
para acceder a los textos que la liturgia nos señala para este Tercer Domingo
de Pascua, y en general, para
adentrarnos en la vivencia pascual –valga decir- estas ideas vertebran y
concatenan toda esta temporada que la Iglesia vive con regocijo aun cuando no
siempre los fieles logramos superar la esfera de lo ritual.
Decimos
todavía más. Si alcanzáramos a ver todas las connotaciones y las implicaciones
que la Resurrección tiene para los creyentes, seguro segurísimo que después de
Semana Santa seríamos otros; estaríamos - en el mejor sentido de la palabra-
completamente cambiados, verdaderamente cristificados.
«…
no es un hombre que simplemente ha vuelto a ser como era antes de la muerte… Él
es plenamente corpóreo. Y, sin embrago, no está sujeto a las leyes de la
corporeidad, a las leyes del espacio y el tiempo. En esta sorprendente
dialéctica entre identidad y alteridad, entre verdadera corporeidad y libertad
de las ataduras del cuerpo, se manifiesta la esencia peculiar, misteriosa, de
la nueva existencia del Resucitado. En efecto, ambas cosas son verdad: Él es el
mismo –un hombre de carne y hueso- y es también el Nuevo, el que ha entrado en
un género de existencia distinto… La novedad de la “teofanía” del resucitado
consiste en el hecho de que Jesús es realmente hombre: como hombre, ha padecido
y ha muerto; ahora vive de un modo nuevo en la dimensión del Dios vivo; aparece
como autentico hombre y, sin embargo, aparece desde Dios, y Él mismo es Dios....,
Jesús no ha retornado a la experiencia empírica, sometida a la ley de la
muerte, sino que vive de un modo nuevo en la comunión con Dios, sustraído para
siempre a la muerte. ..Jesús, en cambio, no viene del mundo de los muertos,…
sino al revés, viene precisamente dl mundo de la pura vida, viene realmente de
Dios»[1].
En
otra parte hemos combatido la visión del resucitado como un fantasma. Ahora
quisiéramos arrancar la idea de la resurrección de Jesús vista como la
resurrección de Lázaro: un muerto que –por medio de algún enigmático proceso-
vuelve a la vida por un determinado espacio de tiempo para, finalmente volver a
morir. Se ha dicho que si así fuera la Resurrección no sería nada más allá de
la reanimación de un cuerpo fallecido por algún tiempo, y vuelto a la vida por
maniobras de re-animación. Lo sustancial aquí, en cambio, es que Jesús resucita
para no morir ya más.
«…
la resurrección de Jesús es mucho más que una simple reanimación biológica»[2] Nosotros por ser sus
hermanos, hijo del mismo Padre-Celestial somos coherederos de este tesoro de la
Vida-Inmortal, «Es cierto, no sabemos con qué cuerpo resucitaremos luego de la
muerte. Pero ningún teólogo concibe que tendremos un cuerpo con las características
biológicas del actual.»[3]
Alianza ratificada
Sobre
la continuidad que hay en el Evangelio entre la comida y el dialogo que
sostienen el Señor Resucitado y Pedro, nos dice Carlos María Martini: «De esa
comida se deriva ahora el dialogo y por eso hay que leer las dos cosas juntas.
Hay tres preguntas: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? ¿Simón, hijo
de Juan, me amas? ¿Simón, hijo de Juan, me amas? Y tres respuestas: “Claro
Señor, tú sabes que te amo; Claro Señor, tú sabes que te amo; Señor, tú lo
sabes todo, tú sabes que te amo ». Luego la triple misión: “Apacienta mis
corderos. Apacienta mis ovejas.
Apacienta mis ovejas!”… Puede ser que la triple repetición sea el signo de un
compromiso, de un contrato, en buena y debida forma, según el uso semítico”… En
esa civilización donde prevalece la forma oral (la forma escrita es
secundaria), hay casos en los cuales el contrato asume una solemnidad y una
irrevocabilidad particularmente sentidas que se expresan con la triple
repetición de la misma cosa. Jesús hace una sola pregunta, siempre la misma
repetida para que quede bien claro que es la más importante: la de la relación
personal con él. Pregunta que va a lo íntimo de la persona, que compromete todo
el ser.»[4]
Cómo actúa Pedro después
La
primera Lectura de este Domingo, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos
muestra un Pedro totalmente transformado, convertido. Si antes falló, víctima
de su miedo, también de su confusión, ante la sorpresa de un desenlace que no
se esperaba; ahora, decidido confiesa ante el Sanedrín y se declara amigo de
Jesús, su discípulo, dispuesto a arriesgarse. ¡Confiesa su discipulado, su
compromiso de seguimiento!
Todavía
más, enjuicia a las autoridades religiosas y civiles, sin ambages les enrostra
su responsabilidad en la muerte de Jesús. Realmente que sus encuentros con el Resucitado
lo han revestido de decisión y valentía para asumir la misión. «Jesús le pasa
la misión, aquella por la cual Él murió: la misión de reconducir a la unidad a
los que están dispersos.»[5]
Así
como los que iban camino de Emaús eran desertores alejándose, dispersándose de
la Comunidad ante la derrota de su mesías; así también cuando Pedro – en el
evangelio- declara que se va a pescar está desertando: Este asunto no prosperó,
así que abandonamos la cuestión y volvamos a nuestro viejo oficio, ¿quién me
sigue?
De
hecho, nada pescan. Sin Jesús toda faena es vana: “Si
el Señor no
construye la casa, en vano se afanan los albañiles; si Él no guarda la ciudad en vano velan los centinelas” Sal 126, 1-2. Pero cuando Jesús es el líder de nuestra vida y de nuestra acción –especialmente cuando se trata de nuestra labor pastoral- entonces las redes estarán repletas a reventar; y sin embargo, no se reventaran porque el Señor mismo fortalece hasta las propias cuerdas de la red y todos los aparejos de pesca.
construye la casa, en vano se afanan los albañiles; si Él no guarda la ciudad en vano velan los centinelas” Sal 126, 1-2. Pero cuando Jesús es el líder de nuestra vida y de nuestra acción –especialmente cuando se trata de nuestra labor pastoral- entonces las redes estarán repletas a reventar; y sin embargo, no se reventaran porque el Señor mismo fortalece hasta las propias cuerdas de la red y todos los aparejos de pesca.
Caminando hacía el punto Omega
La
segunda Lectura proviene del Apocalipsis; la perícopa que corresponde a este
Tercer Domingo de Pascua viene después de aquella en que es requerido Alguien
Digno de abrir el “Libro” sellado con siete sellos; y hay nadie digno de
abrirlo. Pero aparece Jesús, a quien se alude aquí con el título de Cordero, de
Cordero que había sido sacrificado pero a pesar de ello, está vivo, y viene y
tomo el Libro de las Mano Derecha del Padre –a quien se alude llamándolo “el
que está Sentado en el Trono”; es decir, el rey Eterno de la Eternidad, el
Padre Celestial.
Toda
esta escena escatológica, el ya-pero-todavía-no, ratifica lo que dijera san
Pedro en la Primera Lectura: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús,… La
mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la
gracia de la conversión y el perdón de los pecados”. No es un Dios que reina
con pompa y boato; es un Dios cuya majestad reside en el perdón, en la
conversión, en la reconciliación de toda la Creación con el Creador.
Teilhard
de Chardin pensaba que el hombre se mueve en una dimensión de inteligencia,
signos y cultura que conforman la noosfera, y profetizaba –con óptica de
científica- el advenimiento de una noosfera que gracias al perfeccionamiento de
la comunicación, llegaría a una “perfecta” comprensión y entendimiento, todos
podrían llegar a comprenderse superando los egoísmos sin diluir la personalidad
individual, sino, sólo eliminando las barreras que nos incomunican; se llegaría
por esta vía a la superación de la guerra, la violencia, y otros males.
Llegando por fin a una meta de paz universal y armonía perfecta: el punto
Omega.
El
pensamiento Teilhardiano apunta hacía una “evolución” social que llevaría a la
situación que describe el apocalipsis en la perícopa que nos ocupa:
“«Digno es
el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza.»
Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían:
«Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.»
Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje
Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían:
«Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.»
Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje
[1]
Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET 2da parte. Ed. Planeta. Madrid – España 2011 pp.
309-312
[2]
Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá –
Colombia, 1996 p. 74
[3]
Álvarez Valdés, Ariel Pbro. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA (II) Centro Carismático “Minuto
de Dios” Bogotá-Colombia. p. 109
[4]
Carlo María Martini. ITINERARIO
ESPIRITUAL DEL CRISTIANO Santafé de Bogotá- Colombia 1992 pp. 102 - 106
[5]
Ibid
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