sábado, 13 de abril de 2013

¿QUIÉN ERES?



σὺ τίς εἶ



οὐδεὶς ἐτόλμα τῶν μαθητῶν ἐξετάσαι αὐτόν· σὺ τίς εἶ; εἰδότες ὅτι ὁ κύριος ἐστιν.
 Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “Quién eres? Porque ya sabían que era el Señor.
Jn 21, 12b

Lo que no es Resurrección

Qué aprietos pasamos cuando una persona que no veíamos después de años nos saluda y nosotros no acertamos a reconocer detrás de esa voz y ese rostro, con quién estamos hablando. Realmente es una situación embarazosa; que unos capean mejor que otros. Cuán difícil debió ser para los siete discípulos sobrellevar aquellas circunstancias e ir descubriendo a cada segundo (que parecían siglos) que detrás de aquella “Presencia” estaba Él, el Maestro, el Señor. Por eso queremos empezar con una reflexión sobre la “apariencia” del Resucitado; sabe sólo Dios ¿cuántas veces? Se nos habrá cruzado en la vida con apariencia de niño, de anciano, de enfermo, de pordiosero, de triste, -bueno, en fin- con uno y mil Rostros inconfundibles, pero que nosotros no acertamos a identificar. Al llegar a este punto, irremediablemente siempre desembocamos en la misma idea: por eso el señor no permitió que tuviéramos una estampa Suya, habríamos empezado a discriminar entre los que se parecen y los que no. Las imágenes de un hermoso joven de cabellos rubios y elegantes túnicas pueden convertirse en un peligroso fetiche que nos impida reconocerlo cuando se nos acerca totalmente diferente, tal vez mugriento y tiznado, tal vez mal oliente, anciano, o cogeante…

Nos gustaría ante todo repasar algunas ideas sobre la Resurrección planteadas por nuestro queridísimo Papa Emérito Benedicto XVI que, consideramos fundamentales para acceder a los textos que la liturgia nos señala para este Tercer Domingo de Pascua, y en general,  para adentrarnos en la vivencia pascual –valga decir- estas ideas vertebran y concatenan toda esta temporada que la Iglesia vive con regocijo aun cuando no siempre los fieles logramos superar la esfera de lo ritual.


Decimos todavía más. Si alcanzáramos a ver todas las connotaciones y las implicaciones que la Resurrección tiene para los creyentes, seguro segurísimo que después de Semana Santa seríamos otros; estaríamos - en el mejor sentido de la palabra- completamente cambiados, verdaderamente cristificados.

«… no es un hombre que simplemente ha vuelto a ser como era antes de la muerte… Él es plenamente corpóreo. Y, sin embrago, no está sujeto a las leyes de la corporeidad, a las leyes del espacio y el tiempo. En esta sorprendente dialéctica entre identidad y alteridad, entre verdadera corporeidad y libertad de las ataduras del cuerpo, se manifiesta la esencia peculiar, misteriosa, de la nueva existencia del Resucitado. En efecto, ambas cosas son verdad: Él es el mismo –un hombre de carne y hueso- y es también el Nuevo, el que ha entrado en un género de existencia distinto… La novedad de la “teofanía” del resucitado consiste en el hecho de que Jesús es realmente hombre: como hombre, ha padecido y ha muerto; ahora vive de un modo nuevo en la dimensión del Dios vivo; aparece como autentico hombre y, sin embargo, aparece desde Dios, y Él mismo es Dios...., Jesús no ha retornado a la experiencia empírica, sometida a la ley de la muerte, sino que vive de un modo nuevo en la comunión con Dios, sustraído para siempre a la muerte. ..Jesús, en cambio, no viene del mundo de los muertos,… sino al revés, viene precisamente dl mundo de la pura vida, viene realmente de Dios»[1].

En otra parte hemos combatido la visión del resucitado como un fantasma. Ahora quisiéramos arrancar la idea de la resurrección de Jesús vista como la resurrección de Lázaro: un muerto que –por medio de algún enigmático proceso- vuelve a la vida por un determinado espacio de tiempo para, finalmente volver a morir. Se ha dicho que si así fuera la Resurrección no sería nada más allá de la reanimación de un cuerpo fallecido por algún tiempo, y vuelto a la vida por maniobras de re-animación. Lo sustancial aquí, en cambio, es que Jesús resucita para no morir ya más.


«… la resurrección de Jesús es mucho más que una simple reanimación biológica»[2] Nosotros por ser sus hermanos, hijo del mismo Padre-Celestial somos coherederos de este tesoro de la Vida-Inmortal, «Es cierto, no sabemos con qué cuerpo resucitaremos luego de la muerte. Pero ningún teólogo concibe que tendremos un cuerpo con las características biológicas del actual.»[3]


Alianza ratificada

Sobre la continuidad que hay en el Evangelio entre la comida y el dialogo que sostienen el Señor Resucitado y Pedro, nos dice Carlos María Martini: «De esa comida se deriva ahora el dialogo y por eso hay que leer las dos cosas juntas. Hay tres preguntas: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? ¿Simón, hijo de Juan, me amas? ¿Simón, hijo de Juan, me amas? Y tres respuestas: “Claro Señor, tú sabes que te amo; Claro Señor, tú sabes que te amo; Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo ». Luego la triple misión: “Apacienta mis corderos.  Apacienta mis ovejas. Apacienta mis ovejas!”… Puede ser que la triple repetición sea el signo de un compromiso, de un contrato, en buena y debida forma, según el uso semítico”… En esa civilización donde prevalece la forma oral (la forma escrita es secundaria), hay casos en los cuales el contrato asume una solemnidad y una irrevocabilidad particularmente sentidas que se expresan con la triple repetición de la misma cosa. Jesús hace una sola pregunta, siempre la misma repetida para que quede bien claro que es la más importante: la de la relación personal con él. Pregunta que va a lo íntimo de la persona, que compromete todo el ser.»[4]


Cómo actúa Pedro después

La primera Lectura de este Domingo, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra un Pedro totalmente transformado, convertido. Si antes falló, víctima de su miedo, también de su confusión, ante la sorpresa de un desenlace que no se esperaba; ahora, decidido confiesa ante el Sanedrín y se declara amigo de Jesús, su discípulo, dispuesto a arriesgarse. ¡Confiesa su discipulado, su compromiso de seguimiento!

Todavía más, enjuicia a las autoridades religiosas y civiles, sin ambages les enrostra su responsabilidad en la muerte de Jesús. Realmente que sus encuentros con el Resucitado lo han revestido de decisión y valentía para asumir la misión. «Jesús le pasa la misión, aquella por la cual Él murió: la misión de reconducir a la unidad a los que están dispersos.»[5]



Así como los que iban camino de Emaús eran desertores alejándose, dispersándose de la Comunidad ante la derrota de su mesías; así también cuando Pedro – en el evangelio- declara que se va a pescar está desertando: Este asunto no prosperó, así que abandonamos la cuestión y volvamos a nuestro viejo oficio, ¿quién me sigue?

De hecho, nada pescan. Sin Jesús toda faena es vana: “Si el Señor no 
construye la casa, en vano se afanan los albañiles; si Él no guarda la ciudad en vano velan los centinelas” Sal 126, 1-2. Pero cuando Jesús es el líder de nuestra vida y de nuestra acción –especialmente cuando se trata de nuestra labor pastoral- entonces las redes estarán repletas a reventar; y sin embargo, no se reventaran porque el Señor mismo fortalece hasta las propias cuerdas de la red y todos los aparejos de pesca.

Caminando hacía el punto Omega

La segunda Lectura proviene del Apocalipsis; la perícopa que corresponde a este Tercer Domingo de Pascua viene después de aquella en que es requerido Alguien Digno de abrir el “Libro” sellado con siete sellos; y hay nadie digno de abrirlo. Pero aparece Jesús, a quien se alude aquí con el título de Cordero, de Cordero que había sido sacrificado pero a pesar de ello, está vivo, y viene y tomo el Libro de las Mano Derecha del Padre –a quien se alude llamándolo “el que está Sentado en el Trono”; es decir, el rey Eterno de la Eternidad, el Padre Celestial.



Toda esta escena escatológica, el ya-pero-todavía-no, ratifica lo que dijera san Pedro en la Primera Lectura: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús,… La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados”. No es un Dios que reina con pompa y boato; es un Dios cuya majestad reside en el perdón, en la conversión, en la reconciliación de toda la Creación con el Creador.

Teilhard de Chardin pensaba que el hombre se mueve en una dimensión de inteligencia, signos y cultura que conforman la noosfera, y profetizaba –con óptica de científica- el advenimiento de una noosfera que gracias al perfeccionamiento de la comunicación, llegaría a una “perfecta” comprensión y entendimiento, todos podrían llegar a comprenderse superando los egoísmos sin diluir la personalidad individual, sino, sólo eliminando las barreras que nos incomunican; se llegaría por esta vía a la superación de la guerra, la violencia, y otros males. Llegando por fin a una meta de paz universal y armonía perfecta: el punto Omega.



El pensamiento Teilhardiano apunta hacía una “evolución” social que llevaría a la situación que describe el apocalipsis en la perícopa que nos ocupa:

“«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.»
Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían:
«Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.»
Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje



[1] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET 2da parte. Ed. Planeta. Madrid – España 2011 pp. 309-312
[2] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia, 1996 p. 74
[3] Álvarez Valdés, Ariel Pbro. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA (II) Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá-Colombia. p. 109
[4] Carlo María Martini.  ITINERARIO ESPIRITUAL DEL CRISTIANO Santafé de Bogotá- Colombia 1992 pp. 102 - 106
[5] Ibid

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