Jer 1,4-5.17-19/Sal
71(70), 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15ab y 17/ 1Co 12,31-13,13/ Lc 4,21-30
La verdad, muchas
veces quema,
y preferimos entonces
dejarla bajo cenizas.
Averardo Dini
El Espíritu Santo es
su fuerza y protección
En
las lecturas que nos propone la liturgia para hoy (IV Domingo Ordinario, ciclo
C), hay una poderosa línea profética. Una línea que se tiende desde Elías hasta
Jesús, pasando por Eliseo y Jeremías. Este último es un hito puesto que «Entre
todos los profetas del Antiguo Testamento, Jeremías es sin duda la figura más
semejante a Jesús»[1]
«Como Jesús en Nazaret (Lc 4,29) es contestado y rechazado por sus
conciudadanos (Jr 11,18)»[2] Y esta contestación y
rechazo son los que nos dan motivo de reflexión en esta fecha.
Tratemos
de entrar en esta materia.
Una
fortaleza fue un diseño defensivo-protector tal como lo es una muralla, o unos
muros de bronce, inclusive, las columnas de hierro –que además de su
estabilidad y firmeza como pilar y basamento- están destinadas a proteger
puesto que no son incendiables como lo son las columnas de madera, cuyo talón
de Aquiles es el fuego. Demos aun otro paso. ¿Alguien fortificaría y reforzaría
los muros, construyendo una fortaleza si no existieran amenazas externas? La
respuesta suena a evidente. ¡No! La fortificación se hace precisamente para
contrarrestar las amenazas provenientes de “fuera”.
Un
profeta, tal como lo indica la etimología griega de la palabra, tiene por
misión hablar de parte de, o sea comunicar lo que “Dios” le dice. Por esto, el
profeta muchas veces se pronuncia en primera persona diciendo, por ejemplo “Yo
el Señor digo….” (Jer 47, 2a); en otras muchas habla así: “Yo el Señor lo
afirmo”, por ejemplo en (Jer 2, 22d). Pues si su oficio es comunicar el mensaje
de Dios, estará preservado y guardado como su vocero y “portavoz”.
Viene
al caso el rechazo y la contestación que pueden llevarse más lejos hasta la
persecución, el destierro, e inclusive, hasta la muerte. Lo que recibe el
profeta no es la preservación de toda amenaza, no es un seguro inexpugnable; en
cambio, recibe la fuerza moral, la valentía, la resistencia para no
desfallecer. Lo que recibe el profeta es esa resolución para cumplir su misión
a pesar de todo, contra todo, por encima de todo.
Ahora
leamos: “No les tengas miedo, porque de otra manera, yo te haré temblar delante
de ellos. Yo te pongo hoy como ciudad fortificada, como columna de hierro, como
muralla de bronce… Ellos te harán la guerra pero no te vencerán porque yo
estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra.”(Jer 2, 17
cd-18d.19). La protección está allí, es innegable, indubitable. Pero no es un
“chaleco antibalas”, es –más bien- un motor incesante, y un regocijo
capacitante: “Recibirán la fuerza (δύναμιν)
del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y los capacitará para que den
testimonio de mí” (Hch 1,8).
«…
lo que hacemos lo hacemos nosotros, es responsabilidad nuestra. Lo que hace el
Espíritu es activar, fortalecer y sostener nuestra acción y direccionarla… Él
nos dirige y fortalece, iluminando y alentando, pero es uno quien tiene que
aceptar esa luz y esa fuerza… El que se deja llevar por el Espíritu es un ser
humano nuevo (Ga 5, 16; 6, 10; Ef 4, 17; 5,2), desde su realidad se configura
en Cristo(Col 3, 1-17), adquiere la forma de Cristo, porque el Espíritu es ya
para siempre el de Jesús de Nazaret… El efecto más amplio de su acción es la
libertad. “Donde está el Espíritu del Señor hay libertad” (2Co 3, 17), dice San
Pablo programáticamente. Libertad liberada… de la seducción e imposición del orden
establecido…»[3]
«La
libertad es una cualidad en el hombre, que se adquiere a través de un
crecimiento durante toda la vida. Por eso el ser maduro implica una constante
superación.»[4]
Persistir a toda
hora, toda la vida
La
perícopa que nos sirve de Salmo responsorial en la liturgia de este IV Domingo
Ordinario del ciclo C, es tomada de un salmo clasificable como “oración de
súplica”, género al que pertenecen la mayoría de los Salmos.
La
estructura de esta clase de salmos es también tripartita:
a) El preámbulo
b) La súplica, donde se añaden razones y
argumentos propuestos a Dios para que Él la conceda.
c) Y la conclusión.
Este
Salmo 71(70) es una súplica de una persona mayor que ya entrado en su madurez implora:
“No me rechaces al llegar a la vejez,
Me van faltando las fuerzas, no me
abandones” Sal 71(70), 9.
Regresemos
a la situación de Jeremías. Él no puso por escrito su experiencia vocacional,
(la que examinamos hoy al leer Jer 1,4-5.17-19); «…no se trata de un relato
inmediato, sino que está escrito por el profeta muchos años después, y eso
testimonia lo impresa que estaba en él la Palabra que le dirigió el señor hacía
los dieciocho años… Según los exégetas, al menos unos veinte años después de
que recibiera la vocación… el profeta tiene unos cuarenta o cuarenta y un años…
ahora, su palabra se convierte en libro; es uno de los momentos en que
nace la Biblia, en que la palabra
hablada se hace escrita.»[5]
Qué
dice el preámbulo de este salmo:
Señor, en Ti busco protección;
¡no me defraudes jamás! Sal 71(70), 1.
El
sentido de la súplica es este:
Dios mío, no me abandones
aun cuando ya esté yo viejo y canoso Sal
71(70), 18 ab.
Esta
parte no se lee en la perícopa de esta Domingo.
A
manera de conclusión se propone un trueque:
Yo, por mi parte,
cantaré himnos y alabaré tu lealtad
al son del arpa y del salterio. Sal
71(70), 22ab.
Es,
pues, el ruego del profeta que súplica lograr la constancia y practicar el
mismo tipo de lealtad que tiene Dios. No flaquear y continuar profetizando:
“También mi lengua dirá a todas horas que Tú eres Justo.” Sal 71(70), 23ab.
Profetismo hasta sus
últimas consecuencias
Jesús
había tomado el rollo del profeta Isaías, había manifestado a través del texto
que leyó, su naturaleza divina, su misión salvífica, su tarea liberadora, y el
contenido central de su Evangelio, proclamar el Año de Gracia, el Año Jubilar.
Él sería el Justiciero, quien haría restituir al explotado, al oprimido, sus legítimas
pertenencias; el depauperado recobraría su propiedad y el esclavizado su
libertad.
Pero,
la comunidad de Nazaret no lo reconoce, ¿Cómo va a ser que el Ungido del Señor
fuera un vecino, un simple hijo de
carpintero, cómo puede el hijo de María, la mujer pobre y sencilla,
pretender que el Espíritu del Señor está sobre Él? La aprobación y la
admiración son neutralizadas con una pregunta que da vuelta a la tortilla: οὐχὶ υἱός ἐστιν Ἰωσὴφ οὗτος; “¿No es este el hijo de José?” «Está
cercano , pero como ausente. Es de ellos, pero no es de ellos… Lo tienen tan
cerca que la luz los ciega; lo ven tan claro que de puro claro no lo entienden;
lo sienten tan sencillo, tan descomplicado, que de puro sencillo no es posible…Y
ahora les viene el jarrón de agua. Ahora les trae a Elías y a Eliseo, profetas
como Él. Ahora les habla de sequía y lluvia, de lepra y sanación. Ahora les
habla de la viuda de Sarepta y del sirio Naamán. Y les dice que Dios tuvo
compasión con la viuda y el leproso que no eran de su pueblo. Y que no atendió
a las gentes necesitadas de su pueblo… Les dice, sin decirlo, que no tienen fe,
que los signos del Reino no se van a manifestar entre ellos. Que se ira como ha
venido. Que no lo quieren de verdad, que esperan de Él que les entretenga, que
los divierta, que haga cosas espectaculares. Esperan un numerito de circo. ¡Y
Jesús no se ha vestido de payaso!... Son los suyos, los primeros que quieren
dar muerte a Jesús… Es como un ensayo de la muerte de Jesús en otro monte, en
el Gólgota…. ¿Los primeros?... no; lo quiso matar de niño el gobernante de turno.»[6]
«La
fidelidad de Jesús se desenvolvió en medio de una historia, de circunstancias concretas,
en una sociedad y ante hombres como los de hoy, marcados por la mentira y el
pecado. Por eso la fidelidad de Jesús es conflictiva y dolorosa: tuvo que
llevar el peso del pecado y la fuerza del mal que se le oponían Esta oposición
fue tan tremenda, que le llevó al fracaso aparente en su vida pública y lo
precipitó en el martirio de la cruz… Su cruz –y la nuestra- no tienen sentido
sino al interior de la fidelidad a una misión. Por eso hemos dicho que no
existe propiamente una “espiritualidad de la Cruz”, sino una espiritualidad de la
fidelidad y del seguimiento.»[7]
«El
Documento de Aparecida declara que “la Iglesia necesita una fuerte conmoción
que le impida instalarse en la comodidad, en el estancamiento y en la
indiferencia, al margen del sufrimiento de los pobres del continente” y añade”:
“Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libere del cansancio, de la desilusión,
de la acomodación al ambiente; esperamos una venida del Espíritu que renueve
nuestra alegría y nuestra esperanza” (DAp 362)…. El nuevo Pentecostés sólo va a
suceder si la Iglesia está dispuesta a abrir las puertas para el mundo como
sucedió aquella memorable mañana en Jerusalén (cf. Hch. 2, 1-41), a salir del
escondite que armó detrás de los muros de los templos y de las instituciones, a
lanzarse en medio del mundo y anunciar con valentía el Evangelio de Dios, a
entrar sin miedo ni apocamiento en esta sociedad pluralista,
diversificada y a defender a los pobres, a los marginados , especialmente, aquellos
que hoy son considerados superfluos y desechables.»[8]
Una palabra sobre el
Amor-ágape
Algunos
traducen amor, otros han traducido compasión. La palabra que aparece allí
en 1Co 12,31-13,13 es ἀγάπη, y está definida y
caracterizada porque San Pablo nos indica con precisión todos sus rasgos; los
tiene, entonces es legítimo “ágape”, no los posee, entonces es falso, nos han
pasado “gato por liebre”. Vamos a enumerarlos:
a)
Es comprensivo
b)
Es servicial
c)
No tiene envidia
d)
No es presumido, ni se envanece
e)
No es grosero
f)
Ni es egoísta
g)
No
se irrita
h)
No
guarda rencor
i)
No
se alegra con la injusticia
j)
Goza
con la verdad
k)
Disculpa
sin límites
l)
Confía
sin límites
m) Espera sin límites
n)
Soporta
sin límites
Y
al llegar a la cumbre, el rasgo sumatorio, la mismísima cúspide del Amor: Ἡ
ἀγάπη οὐδέποτε πίπτει·
o)
El
amor dura por siempre.
«El
mayor don que puede existir es el amor. Sin él, todos los demás son pura
exaltación y exhibicionismo. Es interesante ver, en este himno, que Pablo
comienza citando precisamente los carismas ambicionados por los “fuertes”:
hablar en lenguas, profecía, conocimiento, fe, etc. Todos ellos sin el amor
solidario, no tienen sentido… sin el amor, todo el bien que se haga no pasa de
ser exhibicionismo infantil, Pablo recomienda que la comunidad busque este don
mayor (14, 1) y que valore la profecía. Ella es la palabra cierta que ilumina
los momentos inciertos del camino. Ella percibe el rumbo del proyecto de Dios,
para que la comunidad no pierda de vista
su misión trasformadora en la sociedad»[9]
Según
la teoría de la comunicación, la mediación entre el emisor y el receptor, para
que el mensaje pueda viajar a través de él, es el “canal”. Cuando el Emisor es
Dios, desde su dimensión Divina –Celestial hasta nuestra realidad terrenal ¿cuál
es el canal? Precisamente es el Amor.
Todo
el poder salvífico nos viene de la Dimensión-Teologal a nuestra vida, nuestro
mundo, nuestra temporalidad por ese canal: el Amor-Ágape. Toda la Revelación ha
sido posible por medio de ese “canal”, el salto del kairos al cronos. (Recordamos
ahora que Marshall McLuhan hizo celebra la identificación del mensaje con el
medio: podríamos aceptarlo teológicamente hablando, si el medio es el mensaje,
el medio es el amor, el contenido del mensaje es también el amor. ¡Vale!)
[1]
Martini, Crnal Carlo María. VIVIR CON LA BIBLIA Ed. Planeta Santafé de Bogotá –
Colombia 1999 p. 284
[2]
Ravasi, Gianfranco LOS PROFETAS Ed. San Pablo SNTAFÉ DE Bogotá- Colombia 1996
p. 176
[3]
Trigo, Pedro. LA MiSIÓN COMO ACCIÓN DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA Y EN LA
SOCIEDAD. En LA MISIÓN EN CUESTIÓN APORTES A LA LUZ DE APARECIDA. Ed.
Amerindia. Bogotá - Colombia 2009 p. 157
[4]
Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá
1999. p. 96
[5]
Martini, Crnal Carlo María. Op. Cit. pp. 273,277, 286.
[6] Mazariegos,
Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo.
Bogotá – Colombia 2001 pp. 49-52
[7] Galilea,
Segundo. Op. Cit. p. 74
[8]
Kräutler, Erwin. APARECIDA, UN LLAMADO A DESINSTALARSE Y A SUPERAR LA TIBIEZA,
SEGÚN EL TESTIMONIO DE NUESTROS MÁRTIRES. En LA MISIÓN COMO ACCIÓN DEL ESPÍRITU
EN LA IGLESIA Y EN LA SOCIEDAD. En LA MISIÓN EN CUESTIÓN APORTES A LA LUZ DE
APARECIDA. Ed. Amerindia. Bogotá - Colombia 2009 p. 249-250
[9]
Bortolini, José. CÓMO LER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS
CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Bogotá –Colombia 1996 p. 55-56
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