Abre mi corazón,
Señor,
para que entienda que
todos los días
me toca a mí ir mar
adentro,…
Averardo Dini
El Señor
capacita
Es sorprendente y raya en lo
inimaginable todo lo que un ser humano puede llegar a hacer y qué límites puede
traspasar en su capacidad de sufrimiento, en su sobre pasamiento de las
fronteras humanas, gracias a la asistencia del Espíritu Santo. Basta leer la
vida de los santos, basta estudiar la trayectoria de los mártires. La
exclamación que se nos viene a los labios es –claro- de respeto admirado por
tanta valentía, a la vez que supera toda comprensión: ¡Qué locura!
Si, ¡locura santa! Cuando
sabemos que muchos mártires con sólo haber abdicado de su fe habrían “salvado
el pellejo”. Cuando usamos este giro idiomático se hace evidente la lógica del
mártir: ¡Qué poco vale el pellejo para salvarlo, comparado con el Amor de Dios!
Se nos dirá que eso no tiene nada que ver con el Amor de Dios, y tendremos que
decirles que tiene todo que ver. Esa es la fidelidad, negarlo es la infidelidad,
renunciar a Él es perderlo todo, perder la vida porque Él es la Vida misma.
En el profeta Isaías, perícopa
que da motivo a la Primera Lectura de la liturgia de este V Domingo del Tiempo
Ordinario, se apela a la figura literaria de la brasa tomada del Altar con unas
tenazas, o sea, una brasa ardiente, que para no quemarse se manipula con
pinzas. Esa brasa no proviene de cualquier fuego, viene del Altar que roza la
Orla del Manto del Señor.
Cabe notar que se hace mención
de los שְׂרָפִ֨ים “serafines” palabra hebrea que significa
“seres de fuego” o mejor aún “ser ardiente”. Leyendo atentamente la perícopa de
este Domingo podemos llegar a una definición de serafín:
Primero que todo, son seres
dotados de tres pares de alas: (aunque esta parte de la perícopa no está
incluida en la Primera lectura de este Domingo), con dos alas se cubren la
cara, con otras dos se cubren los genitales el testo hace aquí una paráfrasis y
lo dice de manera recatada: וּבִשְׁתַּ֛יִם יְכַסֶּ֥ה רַגְלָ֖יו “se
cubren loa pies”) y con las otras dos vuelan.
El segundo elemento de la
definición es que son cantores, su himno reza así: קָדֹ֧ושׁ קָדֹ֛ושׁ קָדֹ֖ושׁ יְהוָ֣ה צְבָאֹ֑ות מְלֹ֥א כָל־ הָאָ֖רֶץ כְּבֹודֹֽו׃ “Santo,
Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos צְבָא֑וֹת [sebeot]
(de las huestes, dice el texto
original, que eran agrupaciones integradas especialmente para guerrear, gente
armada para este propósito además de mercenarios muchas veces las huestes se
armaban con confederaciones organizadas con tal propósito incluyendo gente
extranjera contratada para prestar ese servicio), su Gloria llena la tierra”.
Pero, definitivamente el
primer rasgo de su definición es que están junto al Señor.
Retornemos a nuestro tema. ¿Cómo
el Señor nos entrega los carismas necesarios? En la figura literaria pringa
nuestros labios impuros, impuros porque son los labios de gente que pertenece a
un pueblo impuro. Y la brasa cumple esa función, es fuego purificador. Una vez
hemos sido purificados, estamos listos para asumir y asumirnos para ser
enviados: esa “purificación” es una dignificación para ser designado portavoz
del Señor, dignificado con las capacidades de cumplir con la misión.
“¿A quién enviaré? Pregunta el
Señor, ¿Quién ira de parte mía?; y el profeta, que siente haber recibido por
medio de la quemadura de sus labios con la brasa, llevada por manos del
Serafín, todos los dones necesarios para ser mensajero, responde: “Aquí estoy
Señor, envíame”.
Él nos acompaña siempre, démosle gracias
En el Salmo responsorial nos
ofrecemos para unirnos a la corte de los Serafines y ser también cantores de la
Alabanza del Señor, diciendo: “Te cantaremos delante de los ángeles, te
adoraremos en tu templo.” Lo cual encierra además otro compromiso: a) Alabar al
Señor en su templo, es empezar nuestras alabanzas desde ya, es el presente de
nuestro compromiso, y b) el compromiso para el futuro escatológico, cantar sus
alabanzas en su Celestial Presencia.
Puesto a continuación de la
Primera Lectura, después de que el Señor nos dota con lo indispensable para
satisfacer el envío a cabalidad. Este Salmo 138(137), nos dice que el Señor, no
sólo llama, y no sólo capacita sino que, además, permanece a nuestro lado: “Tu
mano Señor nos pondrá a salvo y así concluirás en nosotros tu obra”.
Se trata de un himno, con su
estructura tripartita: la invitación a loar al Señor, que en este caso no se
propone a la comunidad, sino que está auto-dirigida al mismo salmista, puesta
en primera persona “Te doy gracias Señor, de todo corazón; delante de los
ángeles cantaré para Ti.”; la sección hímnica en sentido neto y, la conclusión,
que en este caso es una súplica, después de alabar al Señor y de reconocer que
Él es nuestro Artífice, le rogamos: “Señor tu Amor perdura eternamente; obra
tuya soy, no me abandones.”
Ninguno es llamado por mérito propio
Dice en el Salmo que “el Señor
es sublime, se fija en el humilde” Sal 138(137), 6ab. En la Primera Lectura,
nos encontramos al profeta que reconoce su indignidad pues forma parte de un
pueblo impío. En el Evangelio encontraremos a San Pedro que le ruega a Jesús:
“¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”(Lc 4, 8d), también él reconoce que no es
merecedor, que es indigno, que no debe estar delante de Dios, que un humano
pecador morirá al ver a Dios; inclusive, los serafines, tapan sus ojos con un
par de sus alas para no ser cegados por el resplandor del Tres veces Santo. Por
tanto, nadie es llamado por sus merecimientos, por sus propias bondades. Es el
Señor nuestro Dios quien en medio de su Sublimidad nos convoca a ser sus enviados.
En la Segunda Lectura, donde
continuamos nuestra lectura de la 1Co, esta vez leemos 15, 1-11; allí, San
Pablo hace también su confesión de indignidad: “que soy como un aborto. Porque
yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles
(enviado) e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios,
soy lo que soy”.
Esto es muy de nuestra
incumbencia que muchas veces declaramos -porque desconocemos esta Misericordia
de Dios que no pide perfecciones como requisito, sino que nos acepta con todos
nuestros altibajos- que a nosotros no nos llamará porque somos tan pecadores,
tan indignos, los menos indicados. Recordemos, otra vez: “el Señor es sublime,
se fija en el humilde”.
Se requiere que nos re-enfoquemos
Insistimos en el tema del
Evangelio que nos parece de suma importancia: No llamó a los apóstoles para que
dejaran de ser pescadores y se metieran de albañiles, o de atletas, o de
soldados. Los llamó para que siguieran siendo pescadores. Si hay un cambio, ya
no van a pescar peces, ahora van a pescar hombres. Ahora, han sido llamados
para subir en “la barca de Pedro”, la Iglesia, y “enseñar a la multitud”.
Se nota cierta arrogancia de
Pedro: Maestro, si nosotros que somos pescadores profesionales, y sabemos a qué
hora y en qué sitio arrojar las redes, hemos fracasado la noche entera, ¡Cómo
se le ocurre que a esta hora del día podríamos pescar algo!
Pese a todo, hay un espacio de
obediencia a la Autoridad del Maestro Divino: “pero confiado en tu Palabra,
echaré las redes”.
No se trata de hacer otra cosa
distinta de la que hacemos, más bien, se trata de re-enfocar lo que siempre
hemos hecho, ya no para hacerla por hacer, sino para hacerla en provecho de los
“hombres”, dirigiendo, enfocando lo que hacemos en la humanidad, no en la cosa
misma. Hacerlo, en lo sucesivo, no como una actividad por ganarnos la vida, o por
no aburrirnos, sino con calor humano, con corazón misericordioso. Ese es el
cambio que nos pide la llamada, ese es la metanoia esperada.
…en medio
de la muchedumbre,
entre los
problemas de mí época,
y lanzar
la red de tu Palabra
para la
gran pesca.
Haz,
señor, que yo viva este compromiso
a pesar de
que nadie se comprometa conmigo,
dejándome
arrastrar
por la
corriente de la fe
y por el
soplo de tu Espíritu.
Amén [1]
[1] Dini,
Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. Tomo III-Ciclo C. Ed, Comunicaciones
Sin Fronteras. Bogotá- Colombia. p. 58
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