sábado, 3 de marzo de 2012

Μεταμορφόω


Así viven la Parusía anticipada; se les va introduciendo así poco a poco en toda la profundidad del misterio de Jesús.

Benedicto XVI

Al término de la vida terrena, el hombre deja tras de sí un cadáver. Es como el capullo que ha hecho posible la salida radiante de la crisálida y la mariposa que ya no se ve aherrojada por los límites estancos del capullo, sino abierta al amplio horizonte de toda la realidad.
Leonardo Boff[1]


1

En esta oportunidad quisiéramos resaltar la palabra μεταμορφόω [metamorfoó], expresión griega que está en la raíz de la palabra metamorfosis. Verdaderamente si miramos al Crucificado vemos una Oruga, una Oruga-Humana; si miramos al Resucitado vemos la Mariposa que, ha abandonado su capullo y despliega sus alas “gloriosas”. Esta palabra μεταμορφόω es la que aparece en el evangelio de San Marcos 9, 2 donde nosotros hemos traducido “se transfiguró” μετεμορφώθη [metamorfode] que quiere decir cambió de forma, de figura, de apariencia. ¿En qué consiste este cambio de apariencia? En tres cosas i) ya no es uno, ahora son tres: Jesús + Elías + Moisés. ii) Sus ropas se pusieron supremamente blancas, luminosas, radiantes τ μάτια ατο γένετο στίλβοντα λευκ λίαν οα γναφες π τς ο δύναται οτως λευκναι “como ningún batanero del mundo sería capaz de blanquearlas” iii) Dios mismo habla desde una nube y –una vez más- revela quien es Jesús: Οτός στιν υός μου γαπητός “Este es mi Hijo-Amado”, revelación que está acompañada de un Mandato: κούετε ατο  “Escúchenlo”. En ese preciso momento termina la revelación.

Sin embargo, Jesús mismo añade otro detalle a esa revelación: Posteriormente sobrevendrá una ἀναστῇ “Resurrección”, sólo entonces podrán contar sobre esta asombrosa anécdota. Nosotros, los creyentes, entendemos hoy día, a través del Magisterio de la Iglesia, lo que significa Resurrección. Pero en aquel momento, Pedro, Santiago y Juan no pueden hacer otra cosa que preguntarse τί στιν τ κ νεκρν ναστναι “qué podría significar eso de ‘resucitar de entre los muertos’”.

Suceso acaecido en una montaña, Nube que cubre, Voz que habla desde ella son todos elementos de una Epifanía. Dios ha manifestado el Poder de su Reinado con esta “Transfiguración”. No está incluido en la perícopa que leemos hoy pero el versículo anterior Mc 9, 1 dice que μν λέγω μν τι εσίν τινες δε τν στηκότων οτινες ο μ γεύσωνται θανάτου ως ν δωσιν τν βασιλείαν το θεο ληλυθυαν ν δυνάμει “En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no probaran la muerte sin haber visto el Reino de Dios venir con Poder” Mc 9, 1 esos τινες “algunos” serían Pedro, Santiago y Juan. Como esa Revelación tiene que ver con βασιλείαν το θεο ληλυθυαν la Venida del Reino de Dios, podemos clasificarla como una Revelación Escatológica. Esta Metamorfosis que denominamos Transfiguración es una Revelación Escatológica recibida por estos testigos Pedro, Santiago y Juan.



Podríamos explicar la escatología como el estudio de las cosas finales, del destino último, cuando se consumará la Segunda Venida del Señor y todo será llevado a su definitiva finalidad, a su meta histórica. Leemos en el numeral 2771 del Catecismo de la Iglesia Católica, donde se definen los “últimos tiempos” como «los tiempos de salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor.»

Leemos en el numeral 39 de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes «No conocemos ni el tiempo ni el modo de la nueva tierra y de la nueva humanidad, ni el modo en que el universo se transformará. Pasa ciertamente la figura (transfigura) de este mundo deformado por el pecado, pero sabemos que Dios prepara una nueva habitación y una nueva tierra, en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y sobrepasará todos los deseos de paz que ascienden en el corazón del hombre. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que se había sembrado débil y corruptible se vestirá de incorrupción; y permaneciendo la caridad y sus frutos, toda la creación, que Dios hizo por el hombre, se verá libre de la esclavitud de la vanidad.» Este fragmento, construido con segmentos bíblicos, es un compendio de la Promesa Escatológica, de la cual, la Transfiguración permitió transparentar un momento.

Pero nos engañamos de pe a pa si configuramos una imagen de la Resurrección como un retomar del cuerpo biológico, del capullo que hemos tenido en el tiempo-cronos, el tiempo físico de la existencia corpórea. Como lo dice Gaudium et Spes, “No conocemos ni el tiempo ni el modo… de la nueva humanidad” pero el cuerpo resucitado está allende las limitaciones biológicas –signadas por las condiciones de concupiscencia, mortalidad, dolor, sufrimiento, corruptibilidad, temporalidad- la realidad de la Resurrección está enmarcada en el tiempo del Kairós, de la intemporalidad, o mejor todavía, de la eternidad. Por eso dice Leonardo Boff glosando este numeral 39 «El reino ya está presente, en misterio, aquí en la tierra. Al llegar el Señor, se consumará»[2] La Transfiguración podemos entenderla como una ventana de “consolación” a través de la cual se les permitió mirar a estos tres recordados testigos, a quienes se dio la Gracia de presenciar –en exclusiva- varios episodios de la vida del Señor. ¿Qué vieron por esa ventana? Un destello de la Eternidad Venidera.



2

En la Carta de San Pablo a los Romanos, en la perícopa que leemos hoy, dice: “Dios… El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” Esta idea de “no ahorrarse ni al Hijo”, es como el eje en torno al cual pivota toda la liturgia de este domingo. En la Primera Lectura, tomada del Génesis, encontramos al Patriarca Abraham, que para demostrarle su amor infinito a YHWH, “no le negó a su único hijo”; gesto de Abraham (padre de muchedumbres) en el cual –guardadas las proporciones- se prefigura la entrega que hace  Abbá (Papaíto Dios) de su propio Hijo, para demostrarnos que su amor es eterno, infinito, inconmensurable, tierno, cariñoso, preocupado por los que mejor nos conviene.

Será que a Dios ¿no le dolió la muerte de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo? La respuesta está contenida en el Salmo 115, dentro de la perícopa que hoy leemos,: “A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos”. Si esto es la muerte de un amigo ¿Qué será la muerte del propio Hijo? En la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson nos encontramos con un plano donde, en el momento en que Jesús muere, una lágrima llorad por el Padre, cae desde “el Cielo”, a los pies de la Cruz, haciendo estremecer la tierra; esta imagen desde su rico simbolismo, nos sirve para palpar la “enormidad” del padecimiento de Dios Padre que, lejos de haber abandonado a su Hijo, le acompaña y muere de dolor –por así decirlo, con todo lo absurdo de la expresión puesto que ¿cómo puede morir Aquel que de Suyo es Eterno?



Así pues, tratemos de dimensionar la Misericordia de Dios, su Amor Paternal, que lo da todo, hasta lo que Él más ama, por nosotros, por nuestra Salvación. ¿Cómo será la talla del Amor del Padre? Dice San Pablo que Él está dispuesto a dárnoslo todo, y nos lo da por medio de Jesús, “por quien todo fue hecho y que por nuestra Salvación, bajó del Cielo y se hizo Hombre” recitamos en el Credo, porque verdaderamente lo creemos pese a nuestra limitado comprensión. Esta comprensión, que –por ejemplo en los teólogos- puede ser muy profunda, es más intelectual que vivencial, por eso no vive en nuestras venas sino en una especie de borrador mental, que sólo una fe fortalecida en la oración, en la vida sacramental y en un intenso estilo de espiritualidad se puede hacer experiencia.

El “esbozo mental” que tenemos de este Inmenso Amor se diluye en muchos momentos de nuestra vida, especialmente cuando nuestra fe flaquea y nos llenamos de incertidumbres con relación a la Promesa. Recordemos que, tal y como lo afirma hoy la Carta a los Romanos, Jesús está a la Derecha del Padre intercediendo por nosotros, y cimentemos nuestra plegaria en la jaculatoria: “Jesús en vos confío”


3

«Todas las fiestas judías tiene tres dimensiones. Proceden de celebraciones de la religión natural, luego se convierten en conmemoraciones de la acción de Dios en la historia y finalmente, basándose en esto, en fiestas de la esperanza que salen al encuentro del Señor que viene, en el cual la acción salvadora de Dios en la historia alcanza su plenitud, y se llega a la vez a la reconciliación de toda la creación.»



Parece ser que la primera vez que se menciona la fiesta judía Sukkot es en un antiguo libro judío denominado libro de los Jubileos que data de los tiempos de Abraham y Sara, se cree que hace unos 4000 años antes de Cristo, esta fiesta se llama allí Festival de los siete días en el Séptimo mes y se celebraba en la actual Beersheba ofreciendo el holocausto de un animal, mientras ellos daban siete vueltas hakafot alrededor de la pira coronados con guirnaldas y batiendo palmas de sauce. Con esta celebración, Abraham agradecía a Dios todo lo que tenía y de lo cual disfrutaba. Los eruditos judíos, sin embargo, no aceptan esta datación y argumentan que según el relato bíblico esta fiesta data de los tiempos de Moisés. Cuando los judíos vagaban por el desierto, al llegar el séptimo mes, acampaban porque había llegado la estación de las lloviznas, al concluir los días secos y calurosos. El motivo de las celebraciones eran las lluvias porque ellas garantizaban la vida de este pueblo, sin las cuales habrían muerto de sed.

Las ramas de sauce no eran exclusivas de los judíos en sus celebraciones, otros pueblos también las batían puesto que les atribuían, fuerza, curación de ciertas dolencias y fertilidad. En general, se les atribuían propiedades mágicas. Esta celebración del vagabundeo por el desierto, fue deviniendo en una fiesta agrícola, que celebraba la cosecha y se compilaron leyes que regían el ritual celebrativo que incluían el derramamiento de agua por parte del Sumo Sacerdote en un rito de ablución, los sacerdotes –en general- procedían al ritual de las Siete Vueltas y el pueblo portaba el Arba Minim mostrando su regocijo frente a Dios. El arba minim consta de cuatro especies, el etrog, especie de lima; el lulav o sea la palma de datiles; el hadas o sea el mirto; y el aravot o sea el sauce. Los eruditos argumentaban en dos bandos, según unos, no había ninguna referencia bíblica que estipulara sobre las abluciones y el batir de palmas y –por tanto- esto no tenía porque hacerse; otros conservadores de las tradiciones, propugnaban mantener los rituales, tal como se habían trasmitido, aún sin respaldo en las Escrituras Sagradas. Luego, se añadió a los rituales un griterio, que fue evolucionando hacía un coro que entonaba Aleluyas: “hoshiah na” ¡Por favor, sálvanos!

«… sólo cinco días separan dos grandes fiestas judías en otoño: primero el Yom Hakkippurim, la gran fiesta de la expiación; seis días más tarde, la fiesta de las tiendas (Sukkot), que dura una semana. Esto significaría que la confesión de Pedro tuvo lugar en el gran día de la expiación y que, desde el punto de vista teológico, se la debería interpretar en el trasfondo de esta fiesta, única ocasión del año en la que el Sumo Sacerdote pronuncia solemnemente el nombre de YHWH en el sanctasanctórum del templo… Jean Daniélou, en cambio, relaciona exclusivamente la datación que ofrecen los evangelistas con la fiesta de las Tiendas, que –como ya se ha dicho- duraba una semana… Los seis o cerca de ocho días harían regencia entonces a la semana de la fiesta de las tiendas; por tanto, la Transfiguración de Jesús habría tenido lugar el último día de esta fiesta,… los grandes acontecimientos de la vida de Jesús guardan una relación intrínseca con el calendario de fiestas judías; son, por así decirlo acontecimientos litúrgicos en los que la liturgia, con su conmemoración y su esperanza, se hace realidad, se hace vida que a su vez lleva a la liturgia y que, desde ella, quisiera volver a convertirse en vida»[3] nos dice Su Santidad Benedicto XVI.


[1] Boff, Leonardo LA RESURRECCIÓN DE CRISTO NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA MUERTE. Editorial Sal Terrae Santander España p. 167
[2] Ibid p. 168
[3] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET. DESDE EL  BAUTISMO A LA TRANSFIGURACIÓN. Ed. Planeta 2007. pp.357-358

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