sábado, 24 de marzo de 2012

CADA GRANO DE TRIGO ENFRENTA SU PROPIA DISYUNTIVA


En ninguna parte Dios es tan poderoso como en su impotencia. Si el misterio del mal es indescifrable, el del amor de Dios lo es más todavía.

José L. Caravias sj.



En el capítulo séptimo nos encontramos un aspecto muy importante y relacionado con “la hora” de Jesús: Mientras Él andaba por Galilea, habiendo pasado a la clandestinidad, sus hermanos lo desafían para que vaya a Judea a obrar milagros allí dándose a conocer abiertamente. Jesús se niega argumentando que su Hora no ha llegado, les dice: “Para ustedes todas las horas son buenas. Pero yo tengo mi hora, que aún no ha llegado” (Jn 7, 6) Y se niega a subir con ellos a Jerusalén; sin embargo, más tarde va y predica delante de todo el mundo, y los “judíos” tratan de tomarlo preso; “pero nadie le puso la mano encima; porque aún no había llegado la Hora” Jn 7, 30.

El tema de la ρα es un tema reiterativo, como lo son diversos temas de capital importancia dentro de este Evangelio joánico. Una de las técnicas compositivas y redaccionales que rigen en este Evangelio es volver, una y otra vez, sobre los temas importantes; y al decir importantes queremos destacar que la “importancia” la elige el Evangelista, desde la Comunidad con la que él trabaja, sobre la historia y el devenir de esa comunidad, sus problemas, sus conflictos, su idiosincrasia, su identidad como comunidad. Cada evangelista dibuja a Jesús desde la perspectiva de la comunidad desde la cual surge ese Evangelio; muchas veces lo que se retrata es la comunidad cristiana que se está construyendo y las reflexiones, así también como la liturgia que van generando, y desde ese ángulo, el Rostro de Jesús que van descubriendo. Nos volvemos a encontrar con esta idea de “la Hora” en Jn 8, 20; ya en las Bodas de Caná, al responderle a su Madre María, cuando ella le presenta la dificultad por la que atraviesa la pareja de recién casados a quienes “se les agotó el vino” Jn 2, 3, Jesús le responde a su Santísima Madre, arguyendo precisamente que no puede obrar todavía puesto que “Todavía no ha llegado mi Hora” Jn 2, 4b. Es la primera vez que nos encontramos con este tema en el Evangelio Joánico.



Leyendo todas estas alusiones a la Hora, se intuye que Dios Padre maneja ciertos ritmos, que marcan y definen la oportunidad o inoportunidad de una acción, de un suceso o evento. Cierto que la mayor parte de las veces obramos de manera inopinada y –muy rara vez o casi nunca- preguntamos a Dios si es el momento preciso y adecuado para que pase algo. Se percibe, en cambio, que para Jesús esto reviste la mayor importancia; el respeto de los Ritmos Divinos, el saber aguardar por la Hora apropiada: La Hora de Dios.

Todo lo hacemos cuando se nos ocurre, y queremos que cada cosa se produzca en el momento de nuestro antojo. Sólo ciertas almas orantes, espíritus habituados a hablar con el Padre Celestial por la vía oracional, nos orientan y enseñan que Dios tiene su Tiempo y que el Tiempo de Dios no es el mismo tiempo de los hombres. Hoy, frente a este Evangelio, nos sentimos llamados a centrar nuestra mirada en los Ritmos de Dios, en el acompasamiento del tiempo humano, el Cronos, al tiempo de la Gracia, el Kairos.

La perícopa que leemos en este V Domingo de Cuaresma (Jn 12, 20-33) tiene a este respecto, un punto esencial: Las menciones sobre la Hora que se hacen antes se refieren todas a una Hora no llegada todavía. A partir de esta vez, Jn 12, 23 Jesús anuncia que: λήλυθεν ρα να δοξασθ υἱὸς το νθρώπου “Ha llegado la Hora en que va a recibir su Gloria el Hijo del Hombre”.
Su Santidad, Benedicto XVI, nos recuerda la herejía surgida en torno a esta temática de la Obediencia de Jesús y su capacidad de acoger la voluntad del Padre como su propia voluntad. Nos recuerda el Sumo Pontífice que los Monotelistas hicieron surgir la pregunta «¿Qué hombre es el que no tiene su propia voluntad humana? Un hombre sin voluntad ¿es verdaderamente hombre? ¿Se ha hecho Dios verdaderamente hombre en Jesús si este hombre resulta que no tenía una voluntad?» A este respecto es oportuno recordar al «…gran teólogo bizantino Máximo el Confesor (†662) ha elaborado la respuesta a esta pregunta en su esfuerzo por comprender la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. Máximo es ante todo y sobre todo un decidido adversario del monotelismo: la naturaleza humana de Jesús no queda amputada por la unidad con el Logos, sino que permanece completa… hay en Jesús la “voluntad natural” propia de la naturaleza humana, pero hay una sola “voluntad de la persona”, que acoge en sí la “voluntad natural”…Al asumir la voluntad divina, la voluntad humana alcanza su cumplimiento y no su destrucción. Máximo dice a este propósito que la voluntad humana, según la creación, tiende a la sinergia (a la cooperación) con la voluntad de Dios, pero, a causa del pecado, la sinergia se ha convertido en contraposición.»[1]




Esto nos sugiere un plan de acción en nuestro caminar salvífico, si queremos apartarnos del pecado y hacer la Voluntad de Dios, debemos trabajar por recuperar esa sinergia, no deformar la libertad y la voluntad como un querer lo que “yo quiero”, sino por medio de la espiritualidad de nuestra existencia, aprender a querer lo que Dios quiere, porque en el fondo, eso es lo que verdaderamente “quiero yo”, aunque el Malo se empeñe en convencerme que mi “querer” se opone al querer de Dios y que la realidad debe adquirir los ritmos humanamente impuestos, pretendiendo forzar a Dios a hacer “lo que a mi se me da la gana en el momento que a mi me viene en gana”.

2

Miremos por un momento la agonía de Jesús en Getsemaní: “Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní y Jesús dijo a sus discípulos ‘Siéntense aquí mientras voy a orar’ Y llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan y comenzó a sentir temor y angustia. Entonces les dijo: ‘Siento en mi alma una tristeza mortal. Quédense aquí y permanezcan despiertos.’ Jesús se adelantó un poco y cayó en tierra, suplicando si era posible no tuviera que pasar por aquella hora. Mc 14, 32-35


Proponemos compararlo con el Evangelio joánico, en 12, 27. Ahora, me siento turbado (τετάρακται). ¿Diré acaso: Padre, líbrame de esta hora? Pero no. Pues precisamente he venido para esta hora. (πάτερ δόξασόν σου τ νομα) Padre, ¡Da gloria a Tu Nombre! Como se nota de inmediato, mientras en Marcos la oración es evidentemente, pidiendo si es posible no tener que pasar por este trance; en Juan, Jesús asume la Pasión que le sobrevendrá, como la conclusión lógica del encadenamiento de los hechos. Y lo presenta aquí como la razón de ser de su Encarnación.

Se podría deducir de esta perícopa que le Plan de Dios se quedaría trunco si no sobreviniera la Pasión. Esta idea es muy enfática en los cuatro Evangelios donde, en diversas oportunidades se plantea la necesidad de dar la vida sin escatimes puesto que es donación es la que nos permite ganar la vida, mientras que escatimarla conduce a perderla. Ver Mt 10, 38-39; 16, 24-25; Mc 8, 34-35: Lc 9, 23-24 y también Lc 17, 33.

Jesús siempre pone como condición de un verdadero discipulado, la capacidad de tomar la propia cruz e ir en pos suyo: “El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre” Jn 12, 26.

Recordemos que lo que da pie a esta perícopa es la solicitud de algunos “griegos” que a través de Felipe y Andrés solicitan ser admitidos a la Presencia del Señor. Muchas veces se ha dicho que estas declaraciones de Jesús son –por lo menos extrañas- en ese contexto y, algunos han llegado a afirmar que no tienen nada que ver, que Jesús lo que hizo fue cambiar de tema. Pues ya vemos que no es así. Lo que Jesús hace es explicar las reglas de “afiliación”; podríamos explicar la concatenación diciendo que frente a una solicitud de admisión (por parte de unos griegos) Jesús responde señalando las condiciones y el “reglamento interno”.

Nosotros también podemos leer el “reglamento de admisión, la Misión-Visión” el requisito de llegar hasta las últimas consecuencias para “dar mucho fruto”, la regla del compromiso total, hasta dar la vida si fuere preciso –como tantos y tantos mártires lo demostraron; es decir, la norma de admisión es el compromiso total”, ahí verán, la admisión es libre y voluntaria, pero no a medias tintas, o todo o nada, el cero o el infinito.

Llegando a este punto conviene elevar nuestra oración

Pero, no es fácil
seguirte camino al Calvario
hacía el cual quieres ir a toda costa.

Sin embargo, si no mueres
no puedes entrar en la Luz de la Resurrección,
si no mueres no derrotas la muerte.

Dame la fuerza, Señor,
para estar cerca de Ti
también cuando el camino sube,
para que pueda estar contigo
en la cumbre de la montaña y gozar contigo
la belleza de las cumbres
siempre tan limpias y suaves. Amén[2]



Sobreviene una teofanía, similar al la Transfiguración, es la Voz Divina Atronadora que declara: Καὶ ἐδόξασα κα πάλιν δοξάσω “Tanto lo glorifiqué como lo volveré a glorificar”; en esta frase el verbo que domina es el verbo δοξάζω glorificar, prestar honra y honor, revestir de gloria.

Lo que nos lleva a la frase medular de esta perícopa en Jn 12, 24: μν μν λέγω μν ἐὰν μ κόκκος το σίτου πεσν ες τν γν ground, ποθάν ατς μόνος μένει ἐὰν δ ποθάν πολν καρπν φέρει “Si el grano de trigo que ha caído en tierra no muere sólo permanece (otros traductores dicen que “queda solo”); si  muere –en cambio- mucho fruto dará”

3

Hacía el final de la perícopa de Juan que hoy nos ocupa dice Jesús en Jn 12, 32 κγ ἐὰν ψωθ κ τς γς πάντας λκύσω πρς μαυτόν “Y si Yo soy levantado de la tierra, todos serán atraídos hacía mí”. Otra vez aparece la idea de ψωθ “ser levantado”, que –como hemos dicho en otra parta- se debe leer en varios niveles, ser levantado es
a) En el primer nivel, ser crucificado, y quedar en lo alto como la serpiente de bronce.
b) En el segundo plano, ser honrado y dignificado con la Gloria que acaba de ratificar el Padre con su Voz estertorea.
c) Ser glorificado con la Resurrección, que vence la muerte definitivamente, dándonos Vida Eterna, en calidad de co-herederos.

Este triple plano superpuesto impone, sin embargo, una restricción. Queremos invitarlos, aquí, a compartir un texto del Cardenal Martini: «El modelo de valor que el hombre está invitado a leer en el Crucificado parece a muchos el de un anti-humanismo; la cruz aparece como el equivalente de un ideal de negación, una especie de “no “ universal y, en cierto sentido, lo es. La cruz es un “no” a cualquier figuración de lo divino y de lo humano que no tenga en cuenta lo que nos revela el misterio del Crucificado.



La cruz de Jesús es un “no” dicho a toda figura de lo divino entendido como omnipotencia despótica, vengativa, incapacidad de don y de autodonación, como santidad o justicia inconciliables con la misericordia.

La cruz de Jesús es un “no” dicho a cierto tipo de proyecto de hombre…Es condenación de un hombre que quiere colocarse en la línea de Adán pecador y, por consiguiente, en la de Caín asesino del hermano. El humanismo condenado por Cristo es el humanismo de la autosuficiencia, de la alienación de Dios, del rechazo de cualquier referencia trascendente, es el humanismo de la prepotencia y de la insolencia, de la opresión y de la injuria hecha al hermano; es el humanismo del engaño y de la mentira… El Crucificado nos propone otro humanismo: el del discípulo de Jesús, que para serlo carga con la cruz cotidiana… hasta soportar –si es necesario- la persecución… El humanismo del Crucificado, vuelve a proponerse a la maravilla, al estupor humilde y adorante, de todos los hombres… El Crucificado es la cuestión fundamental para saber con qué idea de Dios me alineo, con qué Dios estoy, y por qué tipo de hombre quiero expresarme. En efecto, el hombre es él mismo cuando imita al verdadero Dios, y está de su parte, para compartir el anhelo de comunión, la fuerza de reconciliación, la capacidad de perdón creativo que resplandece en el Crucificado»[3]


[1] Benedicto XVI, JESÚS DE NAZARET SEGUNDA PARTE DESDE LA ENTRDA EN JERUSALEN HASTA LE RESURRECCIÓN Ed. Encuentro S.A. Madrid 2011pp. 189 - 190
[2] Dini, Averardo EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II –CICLO B. Ed. Comunicación Sin Fronteras Bogotá y Quito p. 34
[3] Martini, Carlos María Crnal. POR UNA SANTIDAD DEL PUEBLO Ed. San Pablo Santafe de Bogotá-Colombia 2da. Edición. 1994 pp. 30-31

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