martes, 3 de enero de 2012

LA IGLESIA, LUNA QUE REFLEJE LA LUZ DE CRISTO

Is 60, 1-6 / Sal 71, 1-13 / Ef 3, 2-3.5-6 / Mt 2, 1-12

Πεσόντες προσεκύνησαν ατ κα νοίξαντες θησαυρος               ατν προσήνεγκαν ατ δρα χρυσ κα λίβανον κα σμύρναν
…echándose por tierra, le rindieron homenaje. Después abrieron sus cofres y le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra.
Mt 2, 11b

…el resplandor de Cristo alcanza a los Magos, que constituyen las primicias de los pueblos paganos.
Benedicto XVI[1]

El evangelio es la propuesta de un mundo donde “Dios reina”
Consuelo Vélez


1

Leyendo sobre la Estrella de Belén nos encontramos con el siguiente comentario: «…lo que Mateo pretende decirnos es que Jesús, una vez nacido en Belén como un niño judío y para salvar a los judíos, quiso brindar también al paganismo, ya desde la cuna, la posibilidad de un encuentro, para lo cual envía la luz de la fe (estrella), cuya misión es guiar a los gentiles (magos) hasta el lugar donde se encuentra el Salvador (Jesús).»[2]

Predicaba un Padre por estas fechas que los Tres Reyes Magos no eran tres, ni eran reyes, ni eran magos. Ocupémonos primero de su oficio de magos (gr. μάγοι, μάγος y este del antiguo persa [Magav] grande) era una casta sacerdotal numerosa, una de las seis tribus de los medos que se habrían conformado a la religión persa, pero, eso sí, conservando algunas de sus antiguas creencias (Herodoto 1:101). Cuando los persas los sometieron no perdieron su influencia, intentaron apoderarse del trono, sufriendo por ello una masacre; sin embargo, según Herodoto, recuperaron su influencia (Herodoto 3:79). Adoraban los cuatro elementos (aire, tierra, agua y fuego). Elevaban las así llamadas “torres del silencio”. Según parece sus vestiduras rituales estaban formadas por un ropaje blanco y un alto turbante de fieltro con dos piezas que tapaban las mejillas, ataviados con ellas, ofrecían sus sacrificios (Herodoto 1:132; 7:43); además, practicaban la oniromancia (v. DB, I vol., 565 f.; DB, iii, 203 ss.).

Paulatinamente, la palabra μάγος pasó a significar, para los griegos, toda arte adivinatoria emparentada con ritos orientales, por eso no es seguro que los Magos de San Mateo sean persas (en un mosaico bizantino de mediados del siglo VI, en San Apollinare Nuovo -Rávena, Italia- van ataviados a la usanza persa; en él aparecen por primera vez los nombres con los que los conocemos actualmente: Baltasar de barba oscura; Melchor joven y sin barba y Gaspar, el mayor, con pelo y barba blancos y largos).

Para algunos investigadores podría tratarse de Caldeos o Babilonios: argumentan que entre los persas no hubo tradición astrológica y por lo tanto el tema de las estrellas les sería indiferente; distinto de los Babilonios de quienes sabemos que predecían eclipses y, ya en el Siglo III a.C. había dividido el día en 24 horas; o de los caldeos quienes configuraron –a partir de sus constelaciones- el zodiaco (palabra griega que significa el camino de los animales zoo-diakos) que con adaptaciones conocemos y con el cual estamos ampliamente familiarizados actualmente.

Casi todo lo que sabemos de los “Reyes Magos” ha sido creación de la tradición que los fue “inventando”. Solemos hablar de “Tres” porque la Biblia nos habla de tres regalos: χρυσὸν, λίβανον y σμύρναν (oro símbolo de la realeza divina; incienso, símbolo de la divinidad y mirra que significaba que era mortal) sin embargo, en otras tradiciones Melchor, rey de los persas, habría ofrendado también finos textiles, entre ellos muselina, púrpura, piezas de lino además del oro; Gaspar, rey de los indios, preciadas especias, nardo, canela e incienso y Baltasar, rey de los árabes, también oro, plata, zafiros, piedras preciosas, perlas y mirra. Ya Orígenes (185-253) había hablado de tres, sin embargo, en el siglo III y IV se hicieron varias representaciones donde son 60 para los coptos, 12 entre sirios y armenios, 4, 3 o –inclusive- 2.
Detengamos un momento en el significado de sus nombres: Melki-or provendría del hebreo y significa “mi Rey es Luz”; Gaspar, también de origen griego, deriva de "ga-ges" que es (tierra) y de "para" (procede de), significaría "viene de alguna parte" o sea, de proveniencia poco clara o no establecida; aunque según otros viene de "Kansbar"  que significaría "buscador de tesoros"; finalmente, Baltasar sería nombre de origen babilonio (Bel-šarru-usur que significa "Dios protege al Rey") mencionado en el profeta Daniel.

Como hemos recordado en diversas oportunidades, los judíos fueron llevados esclavos a Babilonia y llegaron a ser alta proporción de sus habitantes; por eso, se ha llegado a presumir que la espera del Mesías era patrimonio cultural conocido entre los Caldeos de Babilonia. En la Biblia, se designan también, con el título de magos a Simón, que los había entretenido encantados con su magia (He 8, 9) y a Barjesús mago y falso profeta  (He 13, 6). Tertuliano, en el siglo III de nuestra era, motivado por la pésima fama de los magos y apoyado en el Salmo 68,30-32 y en  Isaías 49, 7. 60, 3-10 (de esta última perícopa está tomada la primera Lectura de hoy) los nombró “reyes de oriente” (venían de ἀνατολῶν leemos en el Evangelio de San Mateo).

La descripción que conserva la tradición la debemos al Venerable Beda: Melchor, anciano de largas cabellera y barba blancas; Gaspar, joven imberbe, blanco; y Baltasar, por su parte, es presentado con piel morena -no negro. Todo esto dio pie para identificar los tres reyes con los tres hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) que, según el Antiguo Testamento, representaban las tres razas que poblaban el mundo. Melchor a los europeos descendientes de Jafet; Gaspar, a los asiáticos descendientes de Sem y Baltasar a los africanos descendientes de Cam.

Según su misión de traer regalos a los niños Melchor traía dulces, golosinas y miel; Gaspar ropa, zapatos y cosas útiles y Baltasar castigaba a los niños desjuiciados trayéndoles carbón. Por esta razón, en muchas culturas, se suele dejar los zapatos viejos en el alfeizar de la ventana para que en ellos dejen los Reyes Magos sus θησαυροὺς tesoros.

2

En el año 300 de nuestra era la madre del Emperador Constantino, Santa Elena, se dio a la búsqueda de las reliquias cristianas; no sabemos cómo ubicó los restos de los Reyes Magos, pero se dice que los halló en Saba y las hizo llevar a Constantinopla donde permanecieron tres siglos. Federico Barbarroja fue quien se las llevó a Colonia donde, para alojarlas, se construyó una de las 10 iglesias más grandes del mundo con torres de 157 metros, colosales puertas de bronce, 144 metros de largo por 45 de ancho y con 43 metros de altura. En esta magnifica Catedral se encuentra la obra del artífice francés Nicolás Verdún quien hace ocho siglos les elaboró un relicario de oro, plata y joyas preciosas con forma de basílica,  de 2.20 metros de largo.


«Los habitantes de Colonia han hecho fabricar para las reliquias de los Reyes Magos el relicario más precioso de todo el mundo cristiano y, como si no bastara, han levantado sobre él un relicario más grande todavía, como es esta estupenda catedral gótica que, después de los desperfectos de la guerra, ha vuelto a presentarse a los ojos de los visitantes en todo el esplendor de su belleza. Junto con Jerusalén la «Ciudad Santa», con Roma la «Ciudad Eterna», con Santiago de Compostela en España, gracias a los Magos, Colonia se ha ido convirtiendo a lo largo de los siglos en uno de los lugares de peregrinación más importantes del occidente cristiano.»[3]


3
Su Santidad, Benedicto XVI nos define lo que es la Epifanía con las siguientes palabras: «La Epifanía es misterio de luz, simbólicamente indicada por la estrella que guió a los Magos en su viaje. Pero el verdadero manantial luminoso, el "sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78), es Cristo ». [4]
Continua explicando el Papa: «Los pastores, junto con María y José, representan al "resto de Israel", a los pobres, los anawin, a quienes se anuncia la buena nueva. Por último, el resplandor de Cristo alcanza a los Magos, que constituyen las primicias de los pueblos paganos… Pero ¿qué es esta luz? ¿Es sólo una metáfora sugestiva, o a la imagen corresponde una realidad? El apóstol san Juan escribe en su primera carta: "Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5); y, más adelante, añade: "Dios es amor". Estas dos afirmaciones, juntas, nos ayudan a comprender mejor: la luz que apareció en Navidad y hoy se manifiesta a las naciones es el amor de Dios, revelado en la Persona del Verbo encarnado. Atraídos por esta luz, llegan los Magos de Oriente... El manantial de este dinamismo es Dios, uno en la sustancia y trino en las Personas, que atrae a todos y todo a sí.»[5]

En el numeral 528 de CEC leemos: «La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del Mundo. Con el bautismo de Jesús y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos” representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para “rendir homenaje al rey de los judíos” muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David, al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos la promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La epifanía manifiesta que “la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas” y adquiere “la dignidad del pueblo elegido de Israel.» Regresemos, ahora, a la Homilía de Benedicto XVI: «En la liturgia del tiempo de Navidad se repite a menudo, como estribillo, este versículo del salmo 97: "El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia" (v. 2). Son palabras que la Iglesia utiliza para subrayar la dimensión "epifánica" de la Encarnación: el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre, su entrada en la historia es el momento culminante de la autorrevelación de Dios a Israel y a todas las naciones. En el Niño de Belén Dios se reveló en la humildad de la "forma humana", en la "condición de siervo", más aún, de crucificado (cf. Flp 2, 6-8). Es la paradoja cristiana. Precisamente este ocultamiento constituye la "manifestación" más elocuente de Dios: la humildad, la pobreza, la misma ignominia de la Pasión nos permiten conocer cómo es Dios verdaderamente. El rostro del Hijo revela fielmente el del Padre. Por ello, todo el misterio de la Navidad es, por decirlo así, una "epifanía". La manifestación a los Magos no añade nada extraño al designio de Dios, sino que revela una de sus dimensiones perennes y constitutivas, es decir, que "también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio" (Ef 3, 6)… es precisamente permaneciendo fiel al pacto de amor con el pueblo de Israel como Dios revela su gloria también a los demás pueblos. "Gracia y fidelidad" (Sal 88, 2), "misericordia y verdad" (Sal 84, 11) son el contenido de la gloria de Dios, son su "nombre", destinado a ser conocido y santificado por los hombres de toda lengua y nación… Los Magos adoraron a un simple Niño en brazos de su Madre María, porque en él reconocieron el manantial de la doble luz que los había guiado: la luz de la estrella y la luz de las Escrituras. Reconocieron en él al Rey de los judíos, gloria de Israel, pero también al Rey de todas las naciones.»[6]

4

Los sacramentos de la Iniciación Cristiana son tres: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Ellos depositan en nuestro ser de cristianos una doble vocación: a) a la santidad y b) a la misión evangelizadora. Regresemos al CEC. Al numeral 1533 donde podemos leer que estos tres sacramentos «Fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo».

Dice la Dra. Consuelo Vélez «Lo que el evangelio de Jesucristo se propone es la vida digna de todos los pueblos y el discipulado misionero es necesario para lograrlo»[7]

«En el contexto litúrgico de la Epifanía se manifiesta también el misterio de la Iglesia y su dimensión misionera. La Iglesia está llamada a hacer que en el mundo resplandezca la luz de Cristo, reflejándola en sí misma como la luna refleja la luz del sol. En la Iglesia se han cumplido las antiguas profecías referidas a la ciudad santa de Jerusalén, como la estupenda profecía de Isaías que acabamos de escuchar: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz. (...)…Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60, 1-3). Esto lo deberán realizar los discípulos de Cristo: después de aprender de él a vivir según el estilo de las Bienaventuranzas, deberán atraer a todos los hombres hacia Dios mediante el testimonio del amor: "Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo (Mt 5, 16)…"¿Cómo sucederá eso?", nos preguntamos también nosotros con las palabras que la Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Precisamente ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, nos da la respuesta: con su ejemplo de total disponibilidad a la voluntad de Dios —"fiat mihi secundum verbum tuum" (Lc 1, 38)—. Ella nos enseña a ser "epifanía" del Señor con la apertura del corazón a la fuerza de la gracia y con la adhesión fiel a la palabra de su Hijo, luz del mundo y meta final de la historia.»[8]

El Papa nos señala con frase sintética y contundente la vía que la Virgen nos modela para ejercer nuestra vocación misional de discípulos; son dos directrices: a) apertura del corazón a la fuerza de la gracia y b) adhesión fiel a la Palabra de Jesús, que en resumidas cuentas es Él mismo, porque Él es la Palabra que se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. (Jn 1, 14).

«…si lo que se pretende es ofrecer este evangelio integral no puede hacerse desde la mera puesta en acción de planes de desarrollo sino que necesita la fuerza de la vida interior que brota del seguimiento cada día renovado del Señor Jesús. El discípulo es el que empeña todo su ser en la causa que realiza. El discípulo es el que da testimonio con su propia vida de la autenticidad de lo que anuncia. El discípulo es el que puede ser auténticamente misionero porque no realiza un oficio por el que espera una paga, sino que constituye una exigencia intrínseca de su relación con el Señor y una responsabilidad ineludible por el amor que le profesa. Discipulado-misión, misión-promoción humana integral, son binomios que han de animar la misión evangelizadora de la Iglesia, máxime hoy urge mostrar la vitalidad del Evangelio no sólo a los que aún no han oído hablar de él sino también a los que conociéndolo, lo han abandonado por falta de compromiso con este presente que es, a fin de cuentas, donde se juegan nuestros días y se define nuestra eternidad.»[9]

5

Leyendo una glosa sobre el Salmo 71 nos encontramos con lo que sigue: «”Hasta los confines de la tierra… Todos los países, todas las razas…” ¿Tengo el corazón suficientemente abierto? ¿Me encierro en mi pequeño universo aislado y mohoso? El proyecto de Dios es universal. Por la televisión, la radio y demás medios de comunicación, el universo entero está a las puertas. Puedo obrar en Bangla Desh, en Rusia, en Indonesia… mediante la oración, y mis compromisos. Las misiones y todas las obras a favor de los pobres del tercer mundo, esperan mi cooperación activa.»[10]

Nos parece esencial para este enfoque de la Epifanía retomar el mensaje de la V Conferencia Episcopal de Latinoamérica y el Caribe que se reunió en aparecida en 2007. Vamos a referirnos  a la sinopsis de Ramón Cazallas Serrano, misionero de la Consolata que trabaja en Sao Paulo: «En el fondo, el discipulado tiene sus orígenes en el gran amor de Cristo por la humanidad y en el gran amor de los discípulos para con su Señor. “Dios es amor”, como nos dice Benedicto XVI, “Dios no es una doctrina o ideología, Él es una persona y el ser cristiano es fruto de un encuentro personal con Cristo”. Como misioneros –continua diciendo Cazallas Serrano- somos sensibles a la misionariedad de nuestra Iglesia…El evangelio exige un corazón universal, abierto a todas las culturas y disponible para predicar el Evangelio en todas las situaciones. La fe en nuestro continente fruto de la misión de tantos hombres y mujeres que abandonaron todo para compartir sus vidas con los pueblos latinoamericanos y caribeños. “Jesús invita a todos a participar de su misión. ¡Que nadie se quede de brazos  cruzados! Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia en todos los lugares donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial, en los ambientes difíciles y olvidados y más allá de nuestras fronteras” (Mensaje a los pueblos)… los pobres son la epifanía de Dios… Queremos contribuir para garantizar condiciones de vida digna: salud, alimentación, educación, vivienda y trabajo para todos. La fidelidad a Jesús nos exige combatir los males que dañan o destruyen la vida, como el aborto, las guerras, el secuestro, la violencia armada, el terrorismo, la explotación sexual y el narcotráfico” (Mensaje a los Pueblos).»[11]

A manera de resumen y cierre digamos con el Padre Vallés la siguiente oración de petición: «…que la realidad desnuda de la pobreza actual se levante en la conciencia de todo hombre y de toda organización para que los corazones de los hombres y los poderes de las naciones reconozcan su responsabilidad moral y se entreguen a una acción eficaz para llevar el pan a todas las bocas, refugio a todas las familias y dignidad y respeto a toda persona en el mundo de hoy.»[12]

               


[1] Basílica de San Pedro, 6 de enero de 2006
[2] Álvarez Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA? (I) Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá- Colombia. p. 47
[3] Discurso de Benedicto XVI desde la Roncalliplatz, tras visitar la catedral de Colonia. 19 de agosto de 2005.
[4] Benedicto XVI. HOMILIA EN EPIFANÍA Basílica de San Pedro 6 de enero de 2006. Fuente: vatican.va
[5] Las cursivas son nuestras.
[6] Ibid
[7] Vélez, Consuelo. DISCIPULADO, MISIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA INTEGRAL. En Revista SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. #348 p.11
[8] Benedicto XVI. HOMILIA EN EPIFANÍA Basílica de San Pedro 6 de enero de 2006. Fuente: vatican.va Otra vez, las cursivas son nuestras.
[9] Vélez, Consuelo. Loc. Cit.
[10] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS T.1 Ed. San Pablo Santafe de Bogotá D.C. –Colombia 1978 p. 146
[11] Cazallas Serrano, Ramón. LA CONFERENCIA DE APARECIDA Y LA MISIÓN En Revista SINFRONTERAS #301Julio de 2007 pp.23-31. También publicado en la Revista Missões de Julio-Agosto de 2007
[12] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO ORAR LOS SALMOS Ed. Sal térrea Santander 1989. p. 135

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