domingo, 8 de enero de 2012

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Fe, Catecismo, Bautismo y Teofanía
Is 42, 1-4.6-7 / Sal 29(28), 1-11 / Mc 1, 7-11

Se comprende que la tradición haya podido llamar al bautismo sacramento de la fe.

Ignace de la Potterie, sj.


1

Nuestro Papa ha instituido como año de la fe el que comenzará el 11 de octubre de 2012, y concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. El 11 de octubre de este año se conmemoran 50 años de la Instalación del II Concilio Vaticano y, además, los 20 años de la “Constitución Apostólica “Fidei Depositum” con la cual Juan Pablo II presentó, a la Comunidad Cristiana y al mundo entero, el Catecismo de la Iglesia Católica y donde «el beato Juan Pablo II escribía: “Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial”»[1]. Para promover el año de la fe Benedicto XVI ha publicado su Carta Apostólica en forma de motu proprio PORTA FIDEI, de la cual queremos transcribir aquí, en toda su extensión, el numeral 1: «”La puerta de la fe” (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor»[2].
Refiriéndose al Catecismo de la Iglesia Católica dice Benedicto XVI en Porta Fidei, en el numeral 4: «…el Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis»[3]. Luego, en el numeral 10, refiriéndose al Credo o Profesión de fe dice: «Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”. Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor»[4].
Al anunciar el Año de la Fe, el Papa dijo que este tiempo busca «dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia, para conducir a los hombres lejos del desierto en el cual muy a menudo se encuentran en sus vidas a la amistad con Cristo que nos da su vida plenamente»[5]. Y en su Carta Apostólica, en el numeral 12 se refiere a la importancia y utilidad del Catecismo, diciendo « el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.»[6] y en el numeral 11, había dicho: «en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe…En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.[7]


Cuando el Papa se refiere a la estructura del Catecismo es adecuado recordar como se ha estructurado este siguiendo un paradigma que ha probado, a través del tiempo, su eficacia expositiva y su organicidad interna: «El antiguo catecumenado cristiano agrupó los elementos fundamentales a partir de la Escritura: son la fe, los sacramentos, los mandamientos, el Padre Nuestro… lo esencial: para ser cristiano hay que aprender la manera cristiana de vivir, por así decir, el estilo cristiano de vida; hay que poder orar como cristiano y finalmente hay que familiarizarse con los misterios, con el culto de la Iglesia…Así… la división en cuatro partes del Catecismo de Trento –confesión de fe, sacramentos, mandamientos, oración- mostró ser, hoy como antes, la vía más adecuada para un catechismus maior;… algo así como un “sistema” . Se presenta sucesivamente lo que la Iglesia cree, lo que celebra, lo que vive, como ora.»[8]
A propósito del Catecismo, en la Segunda Parte dedicada a LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO, vayamos a la sección segunda: “LOS SIETE SACRAMENTOS”, en el Capítulo primero el Catecismo se ocupa de los SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA y, específicamente en el artículo primero, al SACRAMENTO DEL BAUTISMO. En el primer numeral que le dedica a este Sacramento, el #1213, allí leemos: «El santo bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu (“vitae spiritualis iannua”) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos» donde nos interesa subrayar este sentido de “puerta” que lo constituye en pre-requisito para la recepción de los otros sacramentos.
Con el “Bautismo de Jesús” queda cerrado el ciclo de Navidad y abrimos la puerta al ciclo litúrgico ordinario. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo” estos tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos enfrentamos a Jesús adulto, que con treinta años ya puede –según la usanza judía- actuar en la vida pública. Si en la fiesta de los Reyes Magos celebramos la epifanía, hoy, en la celebración del bautismo de Jesús damos paso a una Teofanía: Dios se presenta para revelarnos a su “Hijo querido, mi predilecto” Mc 1,11.

2

Ya sabemos que el verbo βαπτίζω [baptixo] significa, sumergir, zambullir, hundir, inmersión, ahogamiento, implica muerte, con un toque de ruptura, ruptura total, prácticamente violenta: así queremos enfatizar la continuidad en Juan el Bautista de conversión-bautismo. Él llamaba a la “conversión” μετανοίας Mc 1, 4; esta conversión es pues, en la imagen del bautismo una conversión rotunda, de 180º ; así, el “bautizado” es sumergido y se ahoga para morir a la carne; deja de ser nacido de la carne para volverse un “nacido del espíritu” (Jn 3, 6); ha recibido una Nueva Vida, la vida misma de Dios y se ha capacitado, de esta forma, para vivir la vida eterna y hacerse, en cuanto tal, constructor del Reino; hay una nueva forma dignificada del “ser”, capaz de entablar una relación de comunión con el Espíritu y que no se debe dejar tocar por el pecado.


«La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el infierno… Juan Crisóstomo escribe: <La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección>»[9]

El agua con su poder lavativo, con sus propiedades limpiadoras; evoca el diluvio que purificó la tierra de pecado. Por eso, el agua es mistagógicamente hablando, el signo esencial de este sacramento, El “agua bendita” se hace portadora del Espíritu, de manera tal que, este bautismo no es sólo de agua, sino que es un bautismo del “agua y del Espíritu” El bautismo que concedía Juan el bautista era sólo bautismo de “Agua” que, como lo leemos en los antecedentes de la perícopa de Marcos que hoy nos ocupa, era un bautismo penitencial μετανοίας Mc 1, 4, durante el cual, los bauzados confesaban sus pecados Mc 1, 5 sin alcanzar su perdón.  En cambio, el bautismo de Jesús, contiene un carisma absolutorio. Ver en He 2, 38 y 22, 16 en Col 2, 12-13 y en la 1Pe 3, 21. Esta superioridad se expresa con la figura literaria de las sandalias, donde Juan el bautista declara que él “no es digno de soltarle la correa de las sandalias” Mc 1, 7. (ésta figura literaria de superioridad ilustrada con el tema de las sandalias, aparece también en los otros dos sinópticos).

Tenemos que destacar, para que no pase desapercibido, que en esta perícopa es donde Jesús aparece por primera vez en el Evangelio de Marcos. Como si atravesara la puerta e hiciera su debut en  escena[10].

Yo los bautizo con agua, él los bautizará con Espíritu Santo ἐγὼ ἐβάπτισα ὑμᾶς ὕδατι αὐτὸς δὲ βαπτίσει ὑμᾶς ἐν πνεύματι ἁγίῳ. Tratemos de aproximarnos a la inmensidad de este misterio: ¡nuestro bautismo es con Espíritu Santo! πνεύματι ἁγίῳ. Esto nos remite a la Carta a los romanos donde leemos, en el capítulo 6:3 ¿No saben ustedes que a todos los que fuimos bautizados consagrándonos al Mesías  Jesús, nos sumergimos en su muerte? 4 Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la acción gloriosa del Padre, también nosotros para vivir en una Vida nueva. 5 Porque si nos han injertado σύμφυτοι[11] por Cristo en una muerte como la suya, lo mismo sucederá por su resurrección.” Pero en Jn 3,5 se establece como una especie de condición: “Te aseguro que si uno no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios”.

Esta distinción del bautismo de Juan el bautista respecto del bautismo cristiano se ratifica en He 1,5. Ahora bien, si vamos al capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles, en los cuatro primeros versículos, se nos presenta otro sacramento de iniciación, se trata de la Confirmación, que los discípulos que permanecían en el “aposento alto” recibieron en Pentecostés.

Pero, téngase en cuenta que una vez atravesado el umbral, con el sacramento del bautismo (otra vez la idea de puerta asociada a este sacramento), el cristiano no cesa de recibir el Espíritu Santo, en la misma medida en que ore pidiéndolo, y así se “cargará”, por así decirlo, con la fuerza profética necesaria para testimoniar, para lo cual basta la disponibilidad para la recepción. Esta disponibilidad se llama apertura. La efusión del Espíritu se expresa en los frutos espirituales que el creyente disponible produce. Lo anterior nos lleva directamente a Jn 3, 20-21: “Quien obra mal detesta la luz y no se acerca a la luz para que sus acciones no lo delaten. Quien procede lealmente se acerca a la luz para que se manifieste que procede movido por Dios.”

Llegados hasta aquí, convendría que releyéramos toda la perícopa de Rm 6, 1-11, así como Rm 8, 2-4. 9. 14-17 para mejor acceder al sentido de asimilación-comunión con Cristo que se nos brinda por el Sacramento del Bautismo, su significado, sus propósitos y sus consecuencias por ese “estar revestidos de Cristo” del que se nos habla en Gal 3, 27. Tal asimilación implica  dignificación, liberación y entrar a formar parte del Cuerpo Místico de Cristo; y ya que somos hermanos y hermanas de Jesús (totalmente equiparados, libres de cualquier segregación), somos hijos también de Dios y por tanto co-herederos.



3

Este año del Ciclo litúrgico B nos enfoca en el Evangelio de San Marcos, un Evangelio destinado a cristianos no judíos sino posiblemente romanos. Nos referiremos ahora a la estructura de este Evangelio. Podríamos dividirlo en tres partes:

- Preliminar introductorio: 1, 1-13
- Ministerio de Jesús en Galilea 1, 14 – 8,26
            -Recorrido por Galilea 1, 14 – 7, 16
            -Recorrido por la Decápolis 4, 35 – 5, 43
            - Continuación de la travesía por Galilea 6, 1 – 6, 29
            - Camino de Jesús rumbo a Jerusalén 6, 30 – 8, 26
- Pasión, muerte y resurrección 8, 27 – 16, 20
            - Actividad en diversas regiones 8, 27 – 10, 52
            - Pasión en Jerusalén y muerte 11, 1 – 15, 47
            - Resurrección 16, 1 – 16,8
- Epílogo 16, 9 – 16

El primer Evangelio en ser escrito fue este (después de la muerte de San Pedro y San Pablo) y parece que la intención de San Marcos era mostrar a sus lectores quien es Jesús: En la perícopa de hoy, en su pináculo, Mc 1, 11 –recién iniciado el Evangelio- leemos “Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto”; ya al final del Evangelio, en 15, 39 nos encontramos que “El centurión que estaba enfrente, al ver cómo expiro dijo: <Realmente este hombre era Hijo de Dios>”.


Conviene señalar que al título mesiánico de Hijo de Dios « Σ ε υός μου » (en verdad dice mi Hijo, pero si es una Voz del Cielo, ¿Quién más puede ser el que habla que el propio Dios); ¿qué más dice la voz? « γαπητός ν σο εδόκησα» “el amado, en quien me complazco”. « γαπητός» aparece en Gn 22, 2. 12. 16 haciendo referencia a Isaac, cuando Abrahán lo va a sacrificar, lo que puede entenderse como que ese Mesías que es Jesús va a ser llevado hasta el sacrificio.

Pasemos nuestro foco en otra dirección: observemos el doble movimiento, mientras Jesús sale del agua ἀναβαίνων, el Espíritu en forma de Paloma, baja καταβαῖνον. Está aquí el tema de la Paloma περιστερὰν rodeado de otros temas teofánicos como son “el Cielo abierto” y la “Voz del Cielo”. Efectivamente, como todos lo recordamos, en el Gn 1, el Espíritu de Dios voloteaba sobre las aguas, lo que inspiró la idea de que el Espíritu tuviese forma de ave. Luego, otra vez en Gn, en el capítulo 8, del 8-12, Noé envía la Paloma que al regresar le confirma que el mundo está listo para aceptar la Nueva Vida, como una Nueva Creación. Más adelante en Dt 32, 11 donde Dios tiene forma de Águila o, en otros textos del A. T. donde cabalga sobre estas figuras aladas que son los Querubines; todo ello permitirá que en la tradición talmúdica se le asignen alas, a la Shkina (Presencia de Dios).

Se debe tener en cuenta que nunca se dice que el Espíritu sea la Paloma sino que se manifiesta como tal; en el caso que nos ocupa dice que «τ πνεμα ς περιστερν» donde el adverbio «ς » establece la comparación: “el Espíritu como Paloma”. Ya veremos en el Nuevo Testamento que el Espíritu se manifiesta como temblor de tierra, viento, soplo, lenguas de fuego, agua viva, Abogado Defensor (Paráclito), etc. 


4

Miremos la amenaza herética que también aquí está presente. Esta vez se trata del adopcionismo que data del siglo II, cuando Teodoro el Viejo y Pablo de Samosata afirmaron que Jesús era el Hijo Dios, pero adoptado por Él en un momento X, para algunos de ellos, en la cruz, para otros en el momento bautismal. Para ellos Jesús no es Dios, sino Hijo adoptivo de Dios, un hombre común y corriente.

No es esto lo que nos quiere decir aquí San Marcos. «No se trata para el Evangelista de afirmar que Jesús es adoptado o hecho Hijo de Dios en ese instante. Su interés es explicar que ese Jesús que se hace bautizar por Juan, como un pecador más, es el Hijo de Dios, sobre el cual se abren los Cielos, que inicia su ministerio en el poder del Espíritu Santo y como dador de ese mismo Espíritu.»[12]

El tema que se ha puesto es ¿para qué se iba a bautizar el propio Dios que no tiene pecados de que arrepentirse y que –al fin de cuentas- si los tuviera, Él mismo se los podría absolver sin apelar a Juan el bautista? Rechacemos enfáticamente todo adopcionismo y en cambio, apreciemos –como lo hemos dicho insistentemente- el abajamiento kenótico de Jesús que recibe el bautismo de manos de Juan para llevar a cabo su fiel asimilación al hombre en todo detalle, sin exceptuar el cumplimiento de los preceptos de la ley de Moisés, que para el pueblo judío, era la ley dada por Dios en el Sinaí (aún cuando los destinatarios principales de este Evangelio no fueran los judíos, se entiende que Jesús nació en un marco cultural y cultual, y del que al tomar tal estirpe, estaba aceptando su “legalidad” pese a que más tarde impugnara su “interpretación farisaica”), y que como tal, era de estricto cumplimiento para un judío como lo era Jesús por su cuna. Como tal, fue presentado en el Templo, fue circuncidado, iba al Templo en peregrinación, etc. Un verdadero judío entre judíos.






[1] Juan Pablo II, Const. ap. FIDEI DEPOSITUM 11 octubre 1992.
[2] Benedicto XVI PORTA FIDEI Roma, 11 de octubre de 2011 #1
[3] Ibid .#4
[4] Ibid #10
[5] Benedicto XVI. HOMILÍA DESDE LA BASÍLICA DE SAN PEDRO, 16 de octubre de 2011
[6] Benedicto XVI PORTA FIDEI #12
[7] Ibid. # 11
[8] Ratzinger, Joseph y Schönborn, Christoph. INTRODUCCIÓN AL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. Ed. Ciudad Nueva Madrid España. 1994 p.31
[9] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET I. (Desde El Bautismo a La Transfiguración). Ed. Planeta 2007. pp. 41-42
[10] Hemos dicho en blogs anteriores que la palabra “escena” deriva de la palabra griega σκηνόω [eskeno] que significa “tienda de campaña”, y hemos recordado que “El Verbo se hizo carne y vino a poner su tienda ἐσκήνωσεν en medio de nosotros” Jn 1, 14
[11] Lo traducimos “injertado”; el verbo σύμφυτος implica un “crecer juntos”, un “compartir la misma vida”; muchos traducen simplemente “unidos”
[12] Zea, Virgilio s.j. JESÚS, EL HIJO DE DIOS Facultad de Filosofía Universidad Santo Tomás de Aquino 1989 p. 57

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