El amor a los hermanos no se fabrica,
no es resultado de nuestro esfuerzo natural, sino que requiere
una transformación de nuestro corazón egoísta. Entonces nace de una
forma espontánea la célebre súplica: “Jesús, haz nuestro corazón semejante al tuyo”. Por esta misma
razón, la invitación de san Pablo no
era: “esfuércense por
hacer obras buenas”. Su invitación era más precisamente:
«Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).
Papa
Francisco
DILEXIT
NOS 168
En
el lenguaje común el éxtasis refiere a un alucinógeno, pero también se dice de
un tipo de ensoñación que conlleva un viaje a la irrealidad. Vamos a examinar
un tipo de éxtasis muy particular, el “trance” espiritual que le trajo a
San Juan el conocimiento apocalíptico respecto de la venida de la Ciudad Santa.
Es urgente darle una expansión a nuestra mente para poder entender el mundo de
la religiosidad. Lo que pasa es que hemos sido muy manipulados para robarnos
las verdades de la fe que se nos han entregado. Urge entender que cuando Jesús
nos legó su Espíritu lo que nos heredó fue la capacidad de acceder a las
realidades superiores, a la trascendencia. En el capítulo 1º de Apocalipsis,
exactamente en el verso 10, San Juan nos declara que esta Revelación (que es el
significado de la palabra griega Ἀποκάλυψις “apocalipsis”) tuvo lugar cuando él
cayó en éxtasis: ἐγενόμην ἐν Πνεύματι. (No dice exactamente éxtasis sino, “en
el Espíritu”, o aún mejor, “bajo el poder del Espíritu”). Es lo que nos encontramos
hoy en la Segunda Lectura: El Infinito Amor en la Nueva Jerusalén es extático,
es capaz de ver más allá de lo evidente; limpia los ojos del corazón y -por
fin- alcanza a ver las realidades celestiales, aun cuando -por ahora- no las
penetra con nitidez, sino que las descubre como “en un mal espejo”. Juan dice
que “vio”, εἶδον del verbo ὁράω, que se refiere a una
percepción espiritual -no es la visión física
común y corriente, sino algo trasmitido y desvelado por el Espíritu Santo- un
Cielo Nuevo y una tierra nueva, engalanada como una esposa para contraer
Alianza: La Novísima Alianza; porque los viejos cielo y tierra habrán
desaparecido.
Con mucha frecuencia oímos hablar de los santos que caían en éxtasis. Y entendemos esto como entrar en un estado de arrobamiento, de embeleso. Como una enajenación sensorial, donde algo atrae nuestra atención con “brillo” refulgente, encandelillante, hasta tal punto que aquello que normalmente ocuparía nuestro ánimo, pierde todo atractivo frente a este “nuevo objeto” de atención que nos sustrae plenariamente. Esta es la experiencia que se suele enfrentar en la relación con Dios. Si analizamos la palabra éxtasis su esencia se funda sobre un movimiento del ser que se desplaza de dentro de sí hacía afuera. Inclusive, podríamos hablar de un “descentramiento”, “de un estado en salida”, donde superando el egoísmo alcanzamos un tipo de comunicación con el Otro, y, el Otro por su grandiosidad nos desborda y con su resplandor nos “enamora”.
Quisiéramos referirnos a la experiencia de Santa Margarita María Alacoque: «Pidiendo a mi maestra que me enseñase a hacer oración, me dijo: ‘Ponte delante del Señor como una tela preparada para un pintor’. Fui a la oración y Jesús me hizo conocer que la tela preparada era mi alma, sobre la cual quería trazar todos los rasgos de su vida… que los imprimiría en mi alma después de haberla purificado de todas las manchas que le quedaban de apego a mí misma y a las creaturas… Me despojó de todo y después de haber dejado mi corazón vacío y desnudo, encendió en él un deseo ferviente de amar…».[1]
Ya hemos pisado dos veces la gran frontera: La primera cuando hablamos de “enamorar”, y ahora, al referirnos al “deseo ferviente de amor”. Pero ¡urge precisión! ¿Qué es esto de “amor”? Nos auxiliará, en grado sumo, apelar a una precisión de Søren Kierkegaard: «Sólo cuando el amor se vuelve un deber, y sólo entonces, queda el amor eterna y felizmente asegurado contra la desesperación»[2]. He aquí la clave para entender el mandamiento del amor. Nosotros hemos llegado, por el contrario, a una perspectiva disoluta del “amor”: “te amo porque me gustas y cuando me dejes de gustar (o, quizás antes) ya te habré dejado de amar; y si vamos entendiendo lo que se propone, nos lleva a reconocer que este amor “oportunista” es cualquier cosa, menos amor o, mejor dicho, es precisamente egoísmo puro. El verdadero amor entraña “compromiso” y no puede existir sin compromiso, el amor “se casa”. Y no es que pretendamos que los sentimientos sean invariantes, no, para nada. Somos plenamente conscientes que tanto en el amor -el que ama como el que es amado, y recíprocamente- van cambiando, y no a la misma velocidad, y ni siquiera en la misma dirección. Pero, a pesar del cambio, el amor es responsable, asume el “deber” de seguir amando, de crecer en el amor. ¡Se compromete y responde! «El amor no es deseo de posesión, sino donación a la persona amada. El amor no se da de forma fulminante, sino que madura poco a poco; es una lenta construcción; es un decidirse continuamente y siempre más por la otra persona; es la profundización constante de la autodeterminación de un yo hacía un tú. Es una elección constante que no pasa, sino que permanece para siempre, incluso aunque desaparezca la pasión o la espontanea simpatía inicial.»[3]
La
enseñanza de Jesús sobre el Mandamiento del Amor, (un Mandamiento Nuevo) se da
en el marco de la Última Cena, después del lavatorio de los pies (para
pre-definir el amor como capacidad de servicio), antes de “dar” (otra donación
de Jesús que todo lo da y se entrega sin tasar ni separar algo para Sí), está
delimitado ¡entre la traición de Judas y la infidelidad de Pedro, con el
preaviso que lo negará tres veces! ¡Este es el marco que rodea la entrega del
Mandamiento del Amor! Qué quiere decir, que Jesús nos enseña que amemos hasta
al que elije otro rumbo, al que deserta, al que contradice y opta, por lo
contrario, al que nos vende, hasta amar también a aquel que tiene a Satanás en
el corazón. Judas lleva en sí la Comunión (Jesús se la acababa de entregar,
bajo las dos especies del pan y el vino, con el bocado que Él βάψας del verbo βάπτω “sumergir”), o sea
que ¡transporta en su “pecho” a Jesús y al Malo! pero en su ser “ya era de
noche” (Cfr. Jn 13, 30) o sea que ya había optado por la profunda tiniebla que ya
se había asentado en su pecho, se había entregado al Malo. Pese a lo cual,
Jesús no interrumpe su amor, ni lo proscribe, como tampoco proscribe a Pedro
aun cuando lo niegue tres veces, y, más tarde, la única cuenta que le pedirá
será si ha aprendido a amar con constancia, sin rendirse. Tres veces podría
entenderse 1ª. ¿Al fin amas?, 2ª ¿Te
mantienes amando? 3ª ¿Persistirás en ese amor? O, dicho de otra manera: ¿Has
aprendido la fidelidad perseverante del amor? Como
lo dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor” En su constancia,
en su compromiso, en su responsabilidad.
Hay más: En los versos Jn 13, 34c-35 nos dice que sólo si
verdaderamente nos amamos como Él nos ama, estaremos demostrando que somos sus
discípulos. Santa Francisca Javier Cabrini dice. «No pudiendo por mi
insuficiencia ser perfecta como yo quería… creceré en amor, amaré a Jesús
siempre más, me disolveré en amor por Él. El amor es fuerte… Nunca diré no a
Jesús, sino que buscaré ser generosa en todo y especialmente en las ocasiones
difíciles y de contrariedad, reflexionando que el amor se conoce en las
pruebas.»[4]
Todo
esto apunta a que amemos sin límites, sin discriminaciones, sin excepción, en
la Primera Lectura nos cuenta que las puertas de la fe se les habían franqueado
a los paganos. Esta fe, regida por el Mandamiento Nuevo, se ira
universalizando, devendrá “católica”. Y en la Segunda, se nos da cuenta que la
multitud eran “seres humanos” y que ellos conformaban “su pueblo” (Cfr. Ap 21,
3). Esta es la Nueva Jerusalén (la Vieja Jerusalén había sido destruida, junto
con todo “lo viejo”, porque todo lo que antes existía, entonces, dejará de
existir y Él mismo hará nuevas todas las cosas (Cfr. Ap 21, 5)). Será una Nueva
Creación, el Mundo donde las criaturas se dedicarán a loar a Dios en Su
Presencia. Para eso sirve el amor que Jesús nos mandó, para dar paso al Reino
de Dios, la Nueva Jerusalén, el lugar donde Dios vive con los hombres. «La
nueva Jerusalén es la nueva morada de Dios en la tierra (21,39). Dios ya no
habita en el Cielo o en un santuario, sino en la nueva sociedad trascendente,
creada por Dios en el mundo Nuevo… La Biblia comienza con una sociedad
idolátrica y opresora que quiere llegar hasta el cielo, termina con una ciudad
trascendente que desciende del cielo a la tierra.»[5]
Este
grandioso Mandamiento, le da sentido a toda nuestra existencia y se ofrece como
eje sobre el cual pivota toda nuestra existencia espiritual. Es el objetivo de
nuestro ser, hacia allá apuntamos; y, Jesús nos lo entrega como su Herencia,
esta es la parte nuclear de los extensos discursos de despedida de Jesús que
ocupa los capítulos 13-17 en el Evangelio Según San Juan-, y donde se establece
cómo Jesús es Camino, Verdad y Vida; y donde el norte, es el andar todo el
Camino Amando.
“…una transformación de nuestro corazón egoísta” es lo que en lenguaje
técnico se llama metanoia que traducido del griego viene a ser “conversión”.
Esa conversión es la que nos trastoca, haciéndonos “discípulos suyos”.
[1]
Galilea, Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia
1995 p. 129.
[2] Citado
por Buscaglia, Leo. EL AMOR. Ed. Diana Colombiana Bogotá-Colombia 1985 p. 142
[3]
Guerra Héctor L.C. y Ledesma, Juan pablo L.C. ¡VENID Y VERÉIS! LA EXPERIENCIA
DE UN AMOR QUE NO SE ACABA. Ed.Planeta. Barcelona-España 2009 pp. 80-81
[4]
Galilea, Segundo. Loc. Cit.
[5]
Richard, Pablo. APOCALIPSIS RECONSTRUCCIÓN DE LA ESPERANZA. Ed. Tierra Nueva.
Quito –Ecuador 1999 p. 225.
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