martes, 13 de mayo de 2025

Miércoles de la Cuarta Semana de Pascua

 


 Hch 12, 24-13, 5a

«La misión ejercida por Pablo en 13-28 no hace más que continuar la misión apostólica descrita en 1-12 y especialmente la de Pedro, que se menciona en los capítulos 10-11. En efecto, es Pedro el que bautizó y admitió en la iglesia a Cornelio y a los suyos en Cesarea (10, 44-48). Pues bien, estos, aunque temerosos de Dios muy próximos al judaísmo, seguían siendo considerados como “paganos”. De manera que es Pedro el que inauguró así la misión “hasta los confines de la tierra”, que a continuación seguirá Pablo hasta el final». (Michel Gourgues)

 

Muy a pesar de todas las dificultades, contradicciones y a la persecución y desplazamiento, vamos a ver que Dios había previsto y designado precisamente a los que estarían encargados de dar el impulso decisivo a la expansión del Evangelio.

 

Fue la persecución la que condujo a la diáspora y desplazo a Jerusalén como foco de irradiación de nuestra fe, y llevó a Antioquía de Siria -importante ciudad por ser un pasadizo obligatorio del tránsito de los viajeros y comerciantes- donde se agilizaba la circulación de las culturas y de los credos.

 

Aparece la idea de “misión a los paganos”, y la estrategia de los “viajes misionales” que son como los dos hitos que nos traducirán esta diseminación y difusión, que como se nos informa hoy, fueron Cirineos y chipriotas sus precursores.

 

Ya a partir de esta perícopa tenemos la disyuntiva urgente para los “misioneros” de discernir entre lo sustantivo y lo incidental y se entró a plantear cómo se realizaría lo que en tiempos recientes hemos dado en llamar la inculturación, valga traducir, la adaptación a las realidades particulares, la idiosincrasia y el modo de pensar tan propio de cada comunidad, sin sacrificar en absoluto lo esencial de nuestro mensaje en la fe y nuestro discipulado cristiano.


También es conveniente tomar en cuenta el signo sacramental del envío: “la imposición de manos” que simbólicamente expresa la entrega de los dones del Espíritu Santo, para que bajo su Luz y Guía se lleve a cabo la Misión Encomendada. Se aloja en este signo una “brújula” que garantiza la recepción del carisma indispensable para discernir con sabiduría lo esencial de los adyacente. Y así, no desfigurar y perder lo que Jesús les había encomendado a su custodia: Que no era inventarse cosas o cambiar aleatoria y caprichosamente todo lo que se les ocurriera y antojara, sino dar continuidad a los Revelado con sagrada fidelidad.

 

Sal 67(66), 2-3. 5. 6 y 8.

El salmo hace un claro encomio a la idea de “misión”, de “evangelización”, y clama suplicante que tengamos esa Luz diáfana de la fidelidad para no desviarse y para no desviar ni confundir a los destinatarios del mensaje. Solo la Tutela Celestial sobre los discípulos-misioneros puede preservar y salvaguardar de desfigurar la esencia del Mensaje y librarnos de deformar el Anuncio.

 

Este es un salmo de “bendición” una especie de imposición de manos sobre los que llevarán la Noticia a todos los pueblos. Hoy podríamos estar preocupados de no tener nada que hacer porque el Anuncio ya parece haber alcanzado los límites y las fronteras propuestas. Pero, es el momento de diagnosticar las flaquezas del proceso vivido y la tibieza del anuncio para reconocer que nuestras fuerzas no quedaran en balde, sino que tenemos la oportunidad de avivar y rejuvenecer el anuncio con una proclamación “encendida”, entusiasmante, renovadora. Es en ese sentido que se dice “Nueva Evangelización”.


Estamos en el bendito momento de darnos cuenta que la Justicia que debió anunciarse se desdibujó en medias tintas y en odios y rivalidades intestinas; y hacer notar que los gobiernos humanos se han retrasado en nimiedades y vanos intereses, y que, sólo Dios “gobierna con justicia las naciones de la tierra”. El y sólo Él acallará los cañones y desvanecerá el armamentismo nuclear para dar paso a la realidad paradisiaca que tanto añoramos y que estamos llamados a proclamar.

 

Entonces, caigamos en la cuenta que no todo está hecho, que aún queda un maravilloso y enorme trasegar a recorrer, que tenemos que descubrir su Rostro Radiante y dejar ver, superando nuestros propios fanatismos, que Su Bondad es Eterna y que es Eterna Su Misericordia. Para que sea alabado hasta los confines del Orbe.

 

Jn 12, 44-50

TERCER Y ÚLTIMO GRITO DE JESÚS

Creer constituye un acto de inteligencia, que logra descifrar el significado de los signos, un ver lo invisible, la gloria que en ellos se manifiesta, un desentrañar el significado de una palabra.

Silvano Fausti


Muchas veces, con total humildad y la más sincera reverencia nos esforzamos por poner a Jesús en el centro del foco. Pero hoy Jesús parece decirnos algo un poquitín diferente: Hoy nos recalca muy enfáticamente que, al creer en Él, en realidad de verdad estamos aceptando al Padre, que Es-El-Que-Lo-Envió.

 

¡Esta precisión que nos hace no es de poca monta!

 

¡Continuemos! Dios -El Infinitamente Misericordioso- ha querido revelarse y para eso se ha “humanado” y se ha dejado ver en su Hijo. Tenemos que reconocer que, en Jesús Dios ha tenido la Suprema Bondad de dejarse ver a nuestros pobres ojos.

 

En el siguiente peldaño nos dice que hay unas tinieblas invasivas que sólo pueden ser derrotadas y echadas atrás por el Luminoso Resplandor de una Celestial-Linterna, un Poderosísimo Faro.

 

Pero ahí mismo entra a intervenir -se da el gigantesco salto- que pasa del Emisor Divino, al receptor humano- porque se pone en juego nuestra “intelección”.

 

Antes que nada, hay que reconocer que Dios nos ha dado dos cosas, que en este contexto son fundamentales.

-Una inteligencia, limitada, ¡sí! pero, a pesar de todo “capax Dei”.

-Y, nos entregó un “Mensaje”, al darnos a su Hijo.

 

Que enorme paradoja sería que Dios nos hubiera enviado su maravilloso “Emisario” que nos viene a decir ciertas cosas que nos somos capaces de entender. (Aquí se debe añadir que no las podemos entender en su totalidad, profundidad y vastedad; pero sí en lo requerido para nuestra salvación). Y que la Luz de Jesucristo es tan Misericordiosa que cada día avanza Victoriosa agrandando el circulo de claridad e derrotando las tinieblas.

 

La Iglesia está llamada a ser “guardiana” de la fidelidad y a viabilizar su expansión, su llegada a todos los que quieran “escuchar”.

 

Entonces Dios se ha comunicado y ha “facilitado”, poniéndola a nuestros alcances -si bien es cierto “limitados”, Su Palabra.

 

Hay quienes la oyen y se hacen los “sordos”. A pesar de lo cual, Jesús no los juzga. Aquí hay una férrea declaración que no podemos dejar por ahí, escondida detrás de bastidores: Él no ha venido a juzgar; ¡¡¡ha venido a Salvar”!!!

 

¿Qué quiere decir que “los juzgarán las Palabras que Él ha pronunciado”? Que ahí están las pautas, los “códigos” en los que se fundamentará el juicio y la sentencia. Llegado el esjatón, cada quien se pondrá frente a la Palabra que Él nos reveló y se medirá con ese espejo-métrico; como por automatismo, brotará en su consciencia la “sentencia”.

 

Quitándose del Centro, declara que las Palabras que Él ha dicho, no provienen de Él, que Él ha sido el Profeta para la Voz que el Padre puso en sus Labios. Casi -aunque es exagerado- podríamos hablar de una Función ventrílocua del Hijo.

 

Viene, a continuación, otro poderoso enunciado digno de mucha atención: El Mandato del Padre es “Vida Eterna”. Significa que ninguna Silaba del Hijo es Sentencia de Perdición. Todo lo que habla el Padre, por medio de su Hijo, es Vida y Vida Perdurable. El Espíritu Santo -que es la Personificación de su mutuo Amor- nos envuelve y vence, no por la fuerza sino por el poder imbatible de su Ternura.

 

(Tan pronto se dice Ternura, convulsionan, los que ya habían preparado sus dispositivos de tortura, para entrar a actuar con su autodenominada “justicia”).  


«En efecto, Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio del Él. Este árbol de la Cruz nos salva, a todos nosotros, de las consecuencias de ese otro árbol, donde comenzó la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia de querer conocer, nosotros, todo según nuestra mentalidad, de acuerdo con nuestros criterios, incluso de acuerdo a la presunción de ser y de llegar a ser los únicos jueces del mundo.» (Papa Francisco)

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