Eclo 3, 17-18. 20.
28-29; Sal 68(67), 4-5ac. 6-7ab. 10-11; Heb 12, 18-19. 22-24a; Lc 14, 1. 7-14
“Cuando la imagen
Divina, Dios Hijo, vio como el ángel y el hombre, que fueron creados conforme a
Él, es decir, a imagen de Dios (sin ser la imagen de Dios) se perdían por una
apropiación indebida de la imagen, dijo ¡Ay! Sólo la miseria no despierta
envidia… Quiero ofrecerme a los humanos como el hombre despreciado y el último
de todos… para que ellos por celos, ardan en deseos de imitar en mí la humildad,
mediante ella alcanzarán la gloria…”
Guillermo de St.
Thierry
Entendamos
-antes de empezar a entender lo demás- a qué Banquete de Bodas solemos ser
invitados, mínimo una vez a la semana. Hoy, se vale recordar que la palabra
humildad hace alusión a la palabra latina humus,
que significa tierra, para hablarnos
y destacar a quienes están a nivel del suelo, virtud que fuera ensalzada ya por
los Santos Padres Cipriano de Cartago y Ambrosio de Milán, inicios del siglo
III y finales del IV, respectivamente; pero no se puede seguir de largo sin
observar que el humus es aquella capa
orgánica del suelo que es rica en nutrientes y -dada su permeabilidad-
contribuye a la aireación de la tierra y la hace fértil. Para entender la
esencia de la humildad, y la lógica hacia la que nos convierte- debemos
examinar con rigurosidad el Salmo 67, que al finalizar la perícopa que leemos
hoy, subraya:
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una
lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
Y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los
pobres.
Hay
cosas pequeñas, como el pan, las uvas, los peces, el cajón del heno de un
pesebre, una modesta barcarola, o una burda cruz que casi desde cualquier
perspectiva están en el abismo de la insignificancia. Estamos tan acostumbrados
a nuestra “lógica” con la que juzgamos todo, discernimos y optamos. Pero, es
tan supremamente importante para nuestra salvación tratar de aprender de la
Lógica de Dios. Porque Dios no piensa
como nosotros (Cfr. Is 55,8)
y en realidad la Liturgia de este Domingo es un verdadero curso de Lógica Divina.
Esa lógica, desde nuestro punto de vista, es por lo menos paradojal. Nos parece
que está patas arriba y eso se debe a que la nuestra se apiló sobre el poder,
la arrogancia y el egoísmo: Cicatrices imborrables que quedaron en Adán-Caído.
Sin
embargo, la Redención no es otra cosa que el Sacrificio de Dios Humanado para
que pudiéramos reconocer las descompuestas bases que soportan nuestro estilo de
pensamiento. ¿Cómo y qué podemos hacer para enderezar nuestro entendimiento? ¡No
es fácil, no es fácil! Decir humildad es fácil, pero la frontera entre la
sincera humildad y la humildad fingida-la humildad actuada, es muy tenue. Por
otra parta la humildad no puede vulnerar la dignidad; por muy humilde que se
sea, jamás se puede olvidar que somos “hijos de Dios”, y tampoco que somos –en
virtud del bautismo- “Sacerdotes, Profetas y Reyes”. Por un lado está el abismo
de la humildad falaz y –del otro lado- el precipicio donde la persona es
denigrada, negada en su dignidad, envilecida. La humildad, por eso, es en la verdad:
La humildad está entre las virtudes cristianas y está entre las herramientas
perentorias para la construcción del Reino.
Así
como el albañil requiere la espátula para su obra, a los obreros del Reino les
urge la humildad. Para ver cómo se la uso en las fases fundamentales de la
Redención, nos gustará disfrutar del siguiente relato intitulado “Tres árboles
sueñan”[1] que parece ilustrar la
famosa frase de Marcel Aymé, “La humildad es la antecámara de todas las
perfecciones”. (Perfección que se busca como meta propuesta por Jesús: Sed
perfectos como mi Padre es perfecto (Mt 5, 48); y no como arrogancia
comparativa con nuestros hermanos a quienes nos aconseja San Pablo, “en
humildad, tened a los demás por superiores a vosotros,” (Flp 2, 3b)) Vale la
pena –a medida que leemos- ir teniendo en cuenta que la humildad de los tres
árboles jamás les impidió mirar hacia arriba, y tener aspiraciones; porque
mientras la soberbia entorpece el Camino, las aspiraciones legítimas nos
ennoblecen, nos alzan, nos levantan, acercándonos a los Ojos y a la Sonrisa del
Paternal Orgullo de Dios.
«Érase
una vez, en la cumbre de una montaña, tres pequeños árboles amigos que soñaban
en grande sobre lo que el futuro deparaba para ellos.
El
primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo quiero guardar
tesoros. Quiero estar repleto de oro y de piedras preciosas. Yo seré el cofre
de tesoros más hermoso del mundo".
El
segundo arbolito observó el pequeño arroyo en su camino hacia el mar y dijo:
"Yo quiero viajar a través de mares inmensos y llevar conmigo a reyes
poderosos. Yo seré el barco más importante del mundo".
El
tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados de tantos
infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero jamás dejar la
cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que cuando la gente del pueblo se
detenga a mirarme, levanten su mirada al cielo y piensen en Dios. Yo seré el
árbol más alto del mundo".
Los
años pasaron. Llovió, brilló el sol y los pequeños árboles se convirtieron en
majestuosos cedros. Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña.
El primer leñador miró al primer árbol y dijo: "¡Qué árbol tan
hermoso!", y con la arremetida de su hacha el primer árbol cayó.
"Ahora me deberán convertir en un cofre hermoso, voy a contener tesoros
maravillosos", dijo el primer árbol.
Otro
leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este árbol es muy fuerte, es
perfecto para mí!". Y con la arremetida de su hacha, el segundo árbol
cayó. "Ahora deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo árbol,
"Deberé ser el barco más importante para los reyes más poderosos de la
tierra".
El
tercer árbol sintió su corazón hundirse de pena cuando el último leñador se
fijó en él. El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo. Pero el
leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo: "¡Cualquier árbol me
servirá para lo que busco!". Y con la arremetida de su hacha, el tercer
árbol cayó.
El
primer árbol se emocionó cuando el leñador lo llevó al taller, pero pronto vino
la tristeza. El carpintero lo convirtió en un pobre pesebre para alimentar a
las bestias. Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras
preciosas. Solo contenía pasto.
El
segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó cerca de un embarcadero. Pero
pronto se entristeció porque no era el mar sino un lago. No había por allí
reyes sino pobres pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus
sueños, hicieron de él una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil
para navegar en el océano. Allí quedó en el lago con los pobres pescadores que
nada de importancia tienen para la historia.
Pasó
el tiempo. Una noche, brilló sobre el primer árbol la luz de una estrella
dorada. Una joven puso a su hijo recién nacido en aquel humilde pesebre.
"Yo quisiera haberle construido una hermosa cuna", le dijo su
esposo... La madre le apretó la mano y sonrió mientras la luz de la estrella
alumbraba al niño que apaciblemente dormía sobre la paja y la tosca madera del
pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo ella y, de repente, el primer
árbol comprendió que contenía el tesoro más grande del universo.
Pasaron
los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo vecino subió con unos
pocos seguidores a bordo de la vieja barca de pesca. El maestro, agotado, se
quedó dormido mientras el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago.
De repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió sobre ellos. El
segundo árbol se llenó de temor pues las olas eran demasiado fuertes para la
pobre barca en que se había convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le
faltaban las fuerzas para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla.
¡Naufragaba!. ¡Qué gran pena, pues no servía ni para un lago! Se sentía un
verdadero fracaso. Así pensaba cuando el maestro, sereno, se levanta y, alzando
su mano dio una orden: "Calma". Al instante, la tormenta le obedece y
da lugar a un remanso de paz. De repente el segundo árbol, convertido en la
barca de Pedro, supo que llevaba a bordo al Rey del cielo, tierra y mares.
El
tercer árbol fue convertido en sendos leños que por muchos años fueron
olvidados como escombros en un oscuro almacén militar. ¡Qué triste yacía en aquella
penuria inútil, qué lejos le parecía su sueño de juventud!
De
repente un viernes en la mañana, unos hombres violentos tomaron bruscamente
esos maderos. El tercer árbol se horrorizó al ser forzado sobre las espaldas de
un inocente que había sido golpeado sin misericordia. Aquel pobre reo lo cargó,
doloroso, por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma
fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado sobre los
maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba a su Padre mientras su
sangre se derramaba sobre los maderos. El tercer árbol se sintió avergonzado
pues, no solo se sentía un fracasado, se sentía además cómplice de aquél crimen
ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos ante la víctima levantada.
Pero
el domingo en la mañana, cuando al brillar el sol, la tierra se estremeció bajo
sus maderas, el tercer árbol comprendió que algo muy grande había ocurrido. De
repente todo había cambiado. Sus leños bañados en sangre ahora refulgían como
el sol. ¡Se llenó de felicidad y supo que era el árbol más valioso que había
existido o existirá jamás pues aquel hombre era el Rey de reyes y se valió de
él para salvar al mundo!
La
cruz era trono de gloria para el Rey victorioso. Cada vez que la gente piense
en él recordarán que la vida tiene sentido, que son amados, que el amor triunfa
sobre el mal. Por todo el mundo y por todos los tiempos millares de árboles lo
imitarán, convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar más digno de
iglesias y hogares. Así todos pensarán en el amor de Dios y, de una manera
misteriosa, llegó a hacerse su sueño realidad. El tercer árbol se convirtió en
el más alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán en Dios.»
Con
la lógica falaz del mundo creemos ver tres árboles “arrogantes” que
sobrepasaban en vanidad su verdadera estatura, y nos parece estar mirando al
Monte Sion, sin ser capaces de reconocer en él a la Asamblea de los
primogénitos inscritos en el Cielo, el Cuerpo Místico de Cristo. Al ser
invitados al Banquete de Bodas del Cordero Mediador de la Nueva Alianza-, queremos
compartirles la invitación a los vecinos ricos, amigos y familiares, y -en
cambio- el Evangelio nos propone invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos.
Nuestra senda de santidad está bordeada por la modestia y sencillez de la que
nos habla Jesús en el Evangelio y, -por el otro lado- por la Misericordia del
Creador que nos ofrece “crecer como cedro del Líbano plantado en la casa del
Señor… para proclamar que el Señor es Justo, que en mi roca no existe maldad (Cfr.
Sal 92(91)), para que no se pisotee al humilde con la jactancia del arrogante,
que siempre lo mira por sobre su hombro. Volvamos, ahora al Salmo 68(67): Definitivamente,
“se levanta Dios, que se dispersen sus enemigos”.
[1] Agudelo
C. Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed Paulinas-CORESPAD. 3ª
re-imp 2005 p. 229