Deut 30, 10-14; Sal 69(68), 14.17.30-31.33-34.36ab.37;
Col 1,15-20; Lc 10,25-37
…
dondequiera haya un hombre, hay un hermano. Ninguno es insignificante.
Silvano
Fausti
… no
existe más sacramento de Dios que Cristo”
San
Agustín, Epíst. 187,
34.
A
quien ame apasionadamente a Jesús oculto en las fuerzas que originan el
progreso de la Tierra, la Tierra, levantándole maternalmente en sus brazos
gigantes, le hará ver el rostro de Dios.
Pierre
Teilhard de Chardin
Jesús
hace participes a sus discípulos de su compasión sensible, pronta, de su
capacidad de ver los sufrimientos y los males de los demás.
Carlo
María Martini
En estos cuatro Domingos, empezando hoy –XV Domingo Ordinario
del ciclo C-, hasta el XVIII Domingo Ordinario (31 de julio de 2022), vamos a
tomar la Segunda Lectura de la Carta a los Colosenses. En Colosas, península de anatolia, sobre el río Lico, cerca de Laodicea, en la ruta de Éfeso, había
surgido una forma de fe, una doctrina, con una angelología que identificaba a
Jesús como un Ángel más de la múltiple jerarquía angelical, ordenada en
principados, potestades y dominaciones; estipulando una serie de fiestas y una
tabla de comidas y de alimentos y bebidas impuras, con celebraciones especiales
de luna llena, y prescripciones sobre la circuncisión; todo esto relacionado
por medio de la superstición y la gnosis, aun cuando apoyado sobre basamento
bíblico, con un denso toque de sincretismo. Si leemos detenidamente la perícopa
de este Domingo, lo que se propone es desmantelar esa tergiversación:
1. Cristo es la imagen del
Dios Invisible
2. Primogénito de todo lo
creado
3. Dios ha creado en Él
todas las cosas: todo lo que existe en el cielo y en la tierra, lo visible y lo
invisible,
4. Sean tronos,
dominaciones, principados o potestades,
5. Todo lo ha creado Dios
por Cristo y para Cristo.
6. Cristo existía antes
que hubiera cosa alguna,
7. Y todo tiene en Él su
consistencia.
8. Él es también la
Cabeza, del cuerpo que es la Iglesia;
9. En Él comienza todo; Él
es primogénito de los que han de resucitar,
10. Teniendo así la
primacía de todas las cosas.
11. Porque en Él quiso Dios
que residiera toda la plenitud.
12. Y por Él quiso
reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo
la paz por la sangre de su cruz.
Nos gustaría, en este punto, hacer un homenaje a Teilhard de
Chardin quien intuyó profundas implicaciones lógico-teológicas, teleológicas y
escatológicas que él llamó, el Punto Omega; poniendo por título a este himno “Cómo
es Jesucristo Alfa y Omega de la Creación entera”, y es que Jesucristo no es
solamente el Principio de todo sino que Él lo atrae todo hacia Sí, para
esperarlo –al final de los tiempos- Redimiendo así, no sólo al ser humano, sino
a toda criatura. Él es incuestionablemente, la Piedra Angular, desechada por
los arquitectos, pero que ha venido a constituirse –por Voluntad de Dios Padre-
en el sustento y razón de ser de toda edificación, material, intelectual y
espiritual.
«El Cristo, hic et nunc, ocupa para nosotros, en
posición y en función, el lugar del Punto Omega». Para convencernos de ello nos
basta considerar los datos más tradicionales del cristianismo y las declaraciones
más auténticas de la Sagrada Escritura, concernientes a la dignidad y a la
función de Cristo. Todo consiste en Él; todo está unificado por Él; todo
adquiere en Él su perfección, no sólo en el orden de la Gracia, sino también en
el orden de la naturaleza… toda la historia está orientada hacia la edificación
y la unificación de toda la humanidad en una comunión sobrenatural, de la que
Cristo constituye la cabeza y nosotros los miembros. El cristianismo es
esencialmente de estructura escatológica. Orienta nuestras miradas hacia el futuro,
hacia la realización del Reino de Dios. La visión escatológica del cristianismo
es la de una unión sobrenatural y definitiva, edificada y mantenida por un
centro personal, el Cristo histórico, cuyo regreso es esperado al fin de los
tiempos.[1]
Hay algo vital en la perícopa de Colosenses, se trata del
verso 20, donde se nos revela el medio del que se valió Dios para reconciliar conSigo
toda la Creación, ¿cuál es? La Sangre derramada en la Cruz. Tengamos muy presente cómo y por qué
ascendió Jesús al Monte Calvario con una Cruz a cuestas, el salmo lo corrobora,
porque ¡nos ama!, porque ¡su Fidelidad es eterna! Pero si esas parecen pocas
razones, aun se nos dan –en el Salmo- otras dos: Porque el Señor escucha a los oprimidos,
no desprecia a los cautivos.
En el verso 28 Jesús
concluye la respuesta a la primera
pregunta del Doctor de la Ley diciéndole “¡Haz esto y vivirás!” Jesús no vino a
abolir la Ley Mosaica, sino a llevarla a su perfección. Cfr. Mt 5,17.
Dios, en la Persona de su Hijo, se hizo “buen Samaritano”;
nosotros, como lo reconocemos en el Salmo- somos los “medio-muertos” (versículo
30, que no se incluye hoy), (por causa de la golpiza que nos dio el pecado,
para robarnos el tesoro de la Gracia), Jesús El Buen-Samaritano, nos pone en su
cabalgadura, haciéndonos curaciones para lo más urgente y llevándonos donde el
posadero y pagando, posteriormente, todo lo que se adeude por habernos
atendido-sanado. Por eso, el herido del salmo le ruega al Samaritano: ¡Que tu
Poder salvador, oh Dios, me proteja!
Siempre hemos de concluir preguntándonos: ¿y, todo esto, qué
tiene que ver conmigo? La respuesta es contundente, tajante, humana,
humanizante, humanitaria: Está en la conclusión de la perícopa del Evangelio:
“Pues vete y haz tú lo mismo”. Actuar con corazón de prójimo consiste en asumir el hacer-de-Dios obrando con Su
mismo talante, si Él pasó haciendo el bien, ¿qué hemos de hacer nosotros? Pues
la Primera Lectura nos dice: “Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus
preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete
al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.” Y, ¿qué es lo que
está escrito en el código de esta ley? se puede leer en el Evangelio, “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al
prójimo como a ti mismo”, esta última parte –la del prójimo- ya la leemos en Levítico
19, 18. Este Mandamiento está en la boca, listo a pronunciarse, pero está
también, lo que es más importante, en el corazón, para que nos sea fácil
guardarlo y no protestar que vive bajo nuestra ignorancia, y que nadie nos lo
ha manifestado. No hay que subir al Cielo para irlo a traer, ni hay que cruzar
los mares para poderlo importar. Está allí, ¡con solo extender la mano a
nuestro propio pecho! Este Mandamiento de Amor como toda palabra que sale de la
Boca de Dios, tiene su actualización, que tal vez podría pronunciarse con clave
de “dar un paso más”, en el pentagrama de la profundización del compromiso
cristiano: «Estoy convencido, sin embargo, de que, hoy día, el buen samaritano,
no se limitaría a cuidar de las víctimas de los bandidos y a subirlos, no ya en
su cabalgadura, sino en su coche. Hoy, el buen samaritano se ocuparía de las
víctimas, cada vez más numerosas, de la injusticia. Estaría ahí -lo está de
hecho- para luchar pacífica pero valerosamente contra las estructuras de
injusticia que oprimen a los hombres. Porque no basta con socorrer a las
víctimas de la desdicha, sino que hay que atacar las raíces mismas de esa
desdicha, que es inaceptable.»[2]
El Padre Alberto Camargo nos
propone cinco directrices generativas para vivir la Samaritanidad, a saber.
1.
Toda persona tiene algo de
bondad en su corazón
2.
También los samaritanos son
hijos de Dios
3.
Ser misericordiosos no es
sólo del pueblo samaritano, también los judíos viven la samaritanidad.
4.
La Iglesia está llamada a
ser samaritana
5.
Nuestra espiritualidad tiene
que ser samaritana
El vector que anima la
cristificación total es el ejercicio de esta caridad con todo prójimo. Hagamos
nuestra esa parte de la Oración a Cristo
siempre mayor, de Teilhard de Chardin: «Jesús, en forma de un “pequeñín” en
brazos de su Madre –según la gran Ley de Nacimiento-, te estableciste en mi
alma de niño. Y he aquí que, repitiendo y prolongando en mí el circulo de tu
crecimiento a través de la Iglesia, he aquí que tu humanidad palestinense ha
ido extendiéndose poco a poco, por todas partes, como un arco iris innumerable,
por el que tu presencia, sin destruir nada, penetraba, sobreanimándola,
cualquier otra presencia a mi alrededor…»[3],
para que logremos ver en todo prójimo, en cada hermano, el Divino Rostro que
escogió y acepto, enamorado, el camino de la Cruz, el ejercicio de la compasión:
«Los discípulos,… ven cuanto mal hay en el mundo, cuánto sufrimiento, cuánto
abandono, cuánta depravación, y son educados para adquirir para cada realidad
un corazón, una sensibilidad, una capacidad de sintonía. Es la educación a la
bondad, a la beneficencia, a la compasión para con cualquier mal del hombre»[4]…
«la característica fundamental de Dios: sus entrañas maternas se mueven de
conmoción a la vista del hombre, que es su hijo, al que no puede dejar de amar»[5],
de la Misericordia a la cual nos llama y nos invita a participar convocándonos
a la construcción del Reino, un reino de valores perdurables: Fraternidad, Paz
y Amor.
[1] Wilders. N. M. TEILHARD DE CHARDIN Ed. Fontanella
S.A. Barcelona-España 1963 p. 140
[2]
Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander-España
1985 p. 130
[3] Cuénot, Claude. TEILHARD DE
CHARDIN. Ed. Nueva Colección Labor Barcelona-España 1966 p. 59
[4]
Martini, Carlo María. EL EVANGELIZADOR EN SAN LUCAS. Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá, D.C.- Colombia. 1996. p.76
[5]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 392
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