sábado, 25 de junio de 2022

PARA LA LIBERTAD NOS HA LIBERADO CRISTO

 


XIII Domingo del Tiempo Ordinario (C)

1 Re 19, 16b,19-21; Sal 16(15); Gal 5,1,13-18; Lc 9, 51-62

 

“Hay dos clases de libertad: la falsa, en la que uno puede hacer lo que le plazca, y la verdadera, en la que uno puede hacer lo que debe hacer”.

Charles Kingsley

 

La libertad es el poder creativo, poder de inventar una vida, de descubrir los pasos de liberación de la humanidad.

José Comblin

 

“Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” -empieza diciendo el Evangelio, como es frecuente en nuestra manera de acercarnos a las Lecturas, tratamos de precisar acercándonos a la versión griega, donde aparece el verbo στηρίζω [steridzo] que significa afianzarse en una decisión, afirmarse en una idea, algo así como cuando uno empieza a considerar cierta opción y, entre más lo piensa, más se convence que es por ahí; es así como Jesús, al ver que empieza a acercarse “su hora” tiene mayor claridad y se consolida que antes de su ἀναλήμψεως Ascensión (que es la palabra que aparece en el verso 51 del capítulo 9 del Evangelio lucano: “Levantado”), debe ir a Jerusalén. Se trata de un ponerse en camino, es como si hubiera concluido -por decirlo de alguna manera- una fase de su vida, una fase de “escucha” y pasáramos a otra fase de caminar, junto con Él (fase sinodal), de Galilea hacia Jerusalén, pasando por territorio samaritano, donde, es rechazado y no se le aloja, precisamente porque τὸ πρόσωπον αὐτοῦ ἦν πορευόμενον εἰς Ἱερουσαλήμ. “tenía intención de ir” a Jerusalén, (no dice precisamente que tenía esa intención, sino que “mostraba trazas”, que eso era “lo que comunicaba su aspecto”).

 

Santiago y Juan (como suelen proceder los “hijos del trueno”), proponen descargar la ira Celestial contra aquella gente que le negaba hospitalidad. Eso para Jesús lo único que merece es una severa reprensión, pero, la palabra ἐπιτιμάω -que encontramos en el verso 55- no se queda en la reprensión, sino que, además, re-direcciona, indica no solamente por donde no, sino que añade, además, y señala “por dónde sí”.

 

Mantenernos en la libertad de los hijos de Dios

Uno puede iniciar un camino, recorrer media cuadra, arrepentirse, volver a la intersección y emprender otra ruta, de la cual también se arrepiente, y vuelve y juega, y así, ad infinitum, todos los días, mañana tras mañana. Algo así como iniciar mil carreras y no terminar ninguna. O, cambiarse una y otra vez de ropa sin decidirse jamás a salir y regresando una y mil veces a la primera muda, sin poder optar cual llevar ese día. Otros, quizás, con la idea de usar su libertad, hacen y deshacen, se hacen daño y se lo causan a otros, dañan el medio ambiente, destruyen las riquezas y bondades de la naturaleza, agreden a sus semejantes y –al concluir la jornada- hacen gala de su “manejo de la libertad”, se trata de la libertad anti-social. Ni siquiera la libertad limitada por la libertad de mi prójimo alcanza a ser sano ideal para la edificación del Reino. Hay que ir más lejos para poder disfrutar la libertad, para vivir la felicidad -diríamos mejor, la bienaventuranza-, el esplendor de la vida (que está conectado muy estrechamente con el resplandor de la verdad), es preciso ir más allá del respeto de la línea limítrofe de una libertad equitativa, con gestos de solidaridad, dialogo, escucha, fraternidad y búsqueda del bien común, caridad, misericordia, que equiparen al más débil. La construcción del reino implica aprender, aceptar y partir de un nuevo paradigma: mi libertad comienza solamente cuando tú también puedes ejercer la tuya, y nos equipara como hijos de Dios, hermanos en Cristo Jesús. Esta es la manera de contrarrestar el hecho que siendo todos iguales, hay -por ahora- unos “más iguales” que otros.

 


Evidentemente, no basta con saber que tenemos libertad, es indispensable saber en qué consiste. Porque para alguien que siempre ha sido pisoteado, su libertad es tan mínima, tan ínfima, tan incomprensible que prácticamente no tiene libertad, entonces, los límites de la libertad del más fuerte, han acaparado desde antes, los espacios legítimos de la libertad del “oprimido”, del “anawin”. “Pues si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse” (Ga 5, 15) Para que mejor conozcamos nuestra libertad queremos citar -así sea fragmentariamente- del Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1731-1735. 1739-1742; sin embargo, los invitamos muy cordialmente a leerlos en toda su extensión:

 


1731 La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

1732 Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y, por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar… La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.

1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado (cf Rm 6, 17).

1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.

1735 La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales…

1739 Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho, el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.

1740 Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre “sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina

1741 Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. “Para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5,1). En Él participamos de “la verdad que nos hace libres” (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, “donde está el Espíritu, allí está la libertad” (2 Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la “libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21).

1742 Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración, a  medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo.

 

Pautas útiles para la construcción de un Manual del Reino

Así, tomando por otro “tubo” de los vasos comunicantes, el de la “libertad”, una vez más desembocamos en el concepto de Cuerpo Místico de Cristo, Iglesia ampliada, comunidad fraternal mundial, universal, que no disuelve a todos en un “uno” abstracto como el que aparece en el verso 57 del Evangelio, sino que equipara a cada uno como miembro, como órgano, con su identidad, con sus funciones, con su “persona” en una macro-entidad de respeto mutuo, de mutua valoración, donde “Se dice: ‘Uno es libre de hacer lo que quiera. Es cierto, pero no todo conviene. Si, uno es libre de hacer lo que quiera, pero no todo edifica la comunidad. No hay que buscar el bien de uno mismo, sino el bien de los demás.’” (1Co10, 23-24).

 

Hay una generosidad, en Cristo y no podemos incurrir en un pensamiento ego-céntrico, sino que debemos colocar a Jesús en el centro de nuestra existencia de manera tal que cada acto y cada instante se hagan Cristo-céntricos. Vayamos directamente a la Segunda Lectura de este Domingo XIII Ordinario, (Ciclo C): “Su vocación hermanos, es la libertad. Pero cuiden de no tomarla εἰς ἀφορμὴν como pretexto (ocasión, oportunidad) para satisfacer σαρκί (su egoísmo, materialismo, cuerpo, carne); antes bien, háganse δουλεύετε servidores (esclavo, consagrado a) los unos de los otros por ἀγάπης amor.” (Ga 5, 13). Así que nuestro egoísmo, nuestra “carnalidad” debe ser contrarrestada y contrapesada por nuestra disposición al amoroso servicio de nuestro prójimo.

 

Viene aquí la frase –consigna del Manual para la Construcción del Reino: “Porque toda la ley se resume en un solo λόγῳ precepto: Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Ga 5, 14). «… el espíritu es la memoria de todo lo que Jesús hizo y enseñó (Cfr. Jn 14, 26). Por tanto, vida según el Espíritu es vivir del modo como vivió Jesús, creando relaciones de fraternidad, justicia y amor, a fin de que la vida de Dios se manifieste plenamente. … la vida según el Espíritu y la vida según los instintos egoístas son como dos árboles con frutos totalmente diferentes: el primero produce frutos buenos; el segundo frutos malos».[1]

 

Quemar las amarras

En la Primera Lectura, tomada del Primer Libro de los Reyes, encontramos que Dios está preparando el relevo de sus huestes, ya que Jezabel había obligado a Elías a huir y lo tenía amenazado de muerte. Como relevos designa a Hazael para Rey de Siria, a Jehú como Rey de Israel y a Eliseo como sucesor del propio Elías (1Re 19, 15d-16): Estamos en la escena en que Eliseo es vocacionado. Sin embargo, cuando Elías cumpliendo el encargo de Yahvé llega donde Eliseo, este pide plazo, como lo pide también el tercer “aspirante a discípulo de Jesús” en el Evangelio de este Domingo. Se trata del asunto de las prioridades: el mundo de la carne nos presenta tres lazos esclavizantes, tres alienaciones, tres tentaciones -que sólo por casualidad son las mismas con las que el Tentador trato de morder a Jesús: el tener, el poder y el aparecer, que nos conducen a la idolatría arrastrándonos hacia “falsos dioses”. «Todo afecto por más que sea sublime es secundario y derivado,… Nuestra voluntad, a causa del pecado, no es indiferente y no tiene la prioridad que debe ser… La realidad humana, incluso la más grande, no se debe absolutizar… El pecado nos ha hecho perder el rostro del cual somos imagen e idolatrar la imagen reflejada… colocar a la creatura antes del Creador, como si estuviera en competencia, es invertir la relación vital hombre-Dios… En realidad el único deber es la obediencia al Padre,... La llamada al reino supone que ningún afecto sea jamás prioritario ni sea jamás absolutizado… Si no abandonas todo afecto prioritario con respecto a Dios y no ordenado hacia Él, no eres libre y fallas en darle sentido a la vida»[2].

 

Hablemos de vacunas, porque junto a estos tres eslabones de la cadena existen tres antídotos: pobreza, castidad y obediencia los que agrupamos en el cartón de vacunas con el nombre de “consejos evangélicos” porque con ellos se nos facilita poner de primeras en la jerarquía de nuestras decisiones al Señor. No son “yugos”, son dones por los que se opta para estar en mejor disposición de poner en el primer lugar la Voluntad de Dios.

 


Elías le permite a Eliseo irse a despedir, pero, acto seguido y sin solución de continuidad Eliseo recapacita y entiende que el llamado no se hace para darle largas, que cuando uno es llamado es para ya; o como dice la fórmula popular: “Para antier es tarde”. El llamado que nos hace Dios debe ser acogido con perfecta e inmediata disponibilidad: “¡Aquí estoy, háblame Señor que tu siervo escucha!” o como en la respuesta de Santa María: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Esta es la enseñanza que podemos sacar de la Primera Lectura, juntándola al Evangelio: El Señor quiere ver nuestra entrega, y disponibilidad, Él tiene urgencia de nuestros servicios, en su Plan Salvífico tiene escritos un “ya” y un “ahora” que no admiten dilación. Así que conviene que “matemos los bueyes” y “hagamos trisas el arado y con sus pedazos encendamos una fogata” (cfr. 1Re 19, 21). Recordemos como se desmovilizaron por ejemplo los dos de Emaús, se desgranaron del equipo y se volvieron a su pueblo (Lc 24, 13-18); o San Pedro, que una vez muerto Jesús anuncia que volverá a ser pescador: “Voy a pescar” (Jn 21, 3b); como cualquier desertor, avisa que vuelve a lo de siempre, que abandona para volver a lo mismo, a lo conocido, a lo seguro, a lo rutinario; y ¿dónde queda la misión?… debería haber quemado las redes desde el principio y la barca; quemar las naves siempre significa que no hay vuelta atrás, conservarlas, así sea en secreto, quiere decir que, en el fondo, siempre estamos pensando en la deserción, en la vuelta al pasado. “Mirar hacia atrás” siempre síntomatiza que no estamos preparados para entrar a construir el Reino de Dios:

 

Que podamos decir con el Salmista:

…lejos de Ti no hay cosa buena

El Señor es la parte que me ha tocado en herencia

Mi vida está en sus Manos

                                                                                    Sal 16(15), 2b. 5b.6



[1] Bortolini, José. CÓMO LEER LA CARTA A LOS GALATAS. EL EVANGELIO ES LIBERTAD Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2002 p. 35

[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogota -Colombia 2014 pp. 349-350

domingo, 12 de junio de 2022

FAMILIA DIVINA



Prov 8:22-31, Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9.Rm5:1-5, Jn 16:12-15

 

…la persona humana más crece, más madura y más se santifica, a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas.

Papa Francisco

 

Nos gustaría empezar con una afirmación supremamente importante para nuestro “ser-comunidad”. Siempre estamos recalcando que nuestra individualidad personal está vinculada a su pertenencia a un “ser-Mayor” que nombramos: el “Cuerpo Místico de Cristo”. La afirmación importante es que nuestro ser no termina en la frontera de nuestra piel. Nuestro  ser se “extiende” más allá de la frontera determinada por nuestro cuerpo. Tratar de lidiar con este tema resulta muy arduo puesto que nuestras palabras –todas las que usamos- por lo general parten de un “enfoque” que, para poder hablar de los asuntos espirituales, tiene que rebasarse. Cuando entendemos nuestra “yoidad”, ese “yo”, en nuestra mente, tiene un croquis, cuyos límites son precisamente, los de la piel. Insistimos, el prejuicio tradicional considera que terminamos allí donde termina nuestra dermis. En cambio, quisiéramos tomar conciencia que somos más allá de esa frontera.

 


Quisiéramos remitirnos a la situación cuando vemos un ser querido a quien le pasa algo, por ejemplo, le duele algo, y, a nosotros también “nos duele”. Más aún, pese a la distancia, aun cuando ese ser querido esté distante, en otro país –puede ser el caso-  a pesar de la distancia, la sensación no es menos nítida. No se limita a situaciones dolorosas, somos capaces también de experimentar la alegría, el bienestar, la mejoría; y no sólo de seres queridos, en muchos casos –variará según el desarrollo del sentido de “solidaridad” que hayamos cultivado y desarrollado- somos capaces de σπλαγχνίζομαι co-padecer con cualquier prójimo aun sin conocerlo y ni siquiera saber su nombre.

 

La madurez de nuestra conciencia “trascendente” nos permitirá menor o mayor identificación con los “otros”, mayor o menor sentido de “projimidad”, porque cualquier semejante es nuestro hermano y todo lo que le pasa a un hermano repercute en nosotros mismos. Esto nos lleva a recordar el capítulo 4 del Génesis y su interesantísima continuidad con el pecado de sus progenitores. Adán y Eva pecaron queriendo “ser como Dios”, lo que seguramente destaca que no debemos pretender ser lo que no somos, ahí está la esencia de la fatal falta cometida por ellos. Ahora, Caín anda “malgeniado” porque Dios no le acepta las ofrendas como las recibe de manos de su hermano Abel. Ya a él lo corroía el pecado de envidia, que consiste en “desear tener lo que otro tiene”. Caín peca no envidiando a Dios –como lo hicieron sus padres- sino envidiando al “otro”, a su “hermano”. ¡Ya aquí está explicito que el “otro” es mi “hermano”! Sí, ¡no hay que nacer de la misma madre para ser hermano”. (Es la misma envidia que tiene el hermano mayor del –así llamado “hijo prodigo”, porque no le dan “un cabrito para gozárselo con sus amigos”. (Lc 15, 11-32).

 


Todos estos conceptos de la espiritualidad nos cuestan mucho trabajo. No menos trabajo nos da aquello de que marido y mujer “ya no son dos sino que son una sola carne”. (Mt 19, 6b) Esta cita nos habla de un desborde de la “yoidad” en dos cuerpos, como resultado del vínculo conyugal. Toda la mentalidad manipulada por el mundo tiende a rebelarse contra esta “unicidad”. El individualismo exacerbado por nuestra cultura promueve una idea de “persona” en la que quepan ideologías como la de la “auto-realización”, la “auto-determinación-personal”, el “respeto al espacio del otro” y todo aquello que “divide” porque el objetivo del Malo es dividirnos, alimentar nuestra “separación”, fomentar nuestra “soledad” junto con nuestra “increencia”.

 

«Nuestras experiencias directas suelen ser de divisionismo, de individualismo extremo, de separatismo, de sectarismo, de ruptura, de quiebre, de separación, todo eso que la cultura popular acuño en el refrán “que coma yo y coma mi macho y que se reviente el muchacho”; todos estos son elementos esenciales de la cultura de la muerte que usa como plataforma de despegue el egoísmo a ultranza. Nada es más extraño a nuestra experiencia directa que la unidad, la solidez, la comunión, la fidelidad, la compenetración, la solidaridad. Presenciamos unidades transitorias, superficiales, momentáneas, puntuales, estratégicas; lo que se da en nuestro mundo de todos los días son las componendas interesadas, podemos prometer hoy, esta vida y la otra, con tal de apoderarnos de nuestras apetencias momentáneas. Pensamos –en cambio- que lo “sano” es ser capaces de conmovernos, de sentir el dolor y la necesidad del otro como urgencias propias. Pensamos que un organismo sano y salvo es aquel capaz de buscar el bien del prójimo, mucho pero mucho más que el lucro y la gratificación propias. ¿Por qué esto? ¿Qué hace que prefiramos esa óptica a la del egoísta?

 

Hay un determinante básico: Dios nos hizo a “su Imagen y Semejanza”, lo que para nosotros se debe leer como “nuestra sana manera de ser es parecernos a Él”. Primero que todo, y en esto la Santísima Trinidad es clave, ¡Dios no es soledad, Dios es Familia! La Trinidad Santa pone por delante el sentido de Comunidad. Dios desde toda la eternidad ha sido Trinitario. Y esa Trinidad no se caracteriza porque cada Uno esté peleando abierta o soterradamente por ser “independiente”. Por ejemplo, ¿Cómo nos queda el ojo cuando Jesús afirma que Él y su Padre son Uno? (Jn 10, 30) O, si queremos corregir nuestro enfoque sádico que piensa que Dios Padre expuso a su Hijo a la muerte, y pensamos que Jesús nos informó abiertamente que Él daba su vida libremente, que nadie se la quitaba, sino que Él la daba “libremente”, “voluntariamente”. (Jn 10, 18). Y si el Hijo sufrió, ¿no estaba el Padre todo el tiempo sufriendo por Él y con Él? ¿No nos damos cuenta que si “son Uno” no le puede doler al Uno y el Otro mirar indiferente? ¡No le puede doler al Uno menos que al Otro! ¡El Padecimiento en el Calvario fue Trinitario! Todo padecimiento que haya sufrido el Hijo dolió con igual o con mayor intensidad (sic) en el Corazón del Padre y en el Amor del Paráclito. Como “epifanía” de ese dolor del Padre se nos da el dolor de María, la Madre al pie de la cruz: Así como le dolía a la Madre ver a su Hijo morir clavado en la Cruz, así le dolía el Padre. María Santísima es Revelación de ese Amor y por eso es heroicamente-divina su firmeza al pie de la Cruz.

 

Las Tres Personas de la Santísima Trinidad “viven” en intercompenetración plena. De ellos se puede predicar el pleroma de la comunión, lo que implica una armonía perfecta, una comunicación absoluta, un entendimiento reciproco total y un compromiso “eterno” de aceptación, de comprensión, de unidad; ese es su modo de ser el Padre es en el Hijo y el Hijo en el Padre; el Padre es en el Espíritu Santo.  El Padre es Creador por eso los Tres son creadores, el Hijo es Compasivo, por tal, los Tres son Compasivos, pero el Espíritu está en nosotros, nos in-habita, por eso los Tres están con nosotros siempre, Ellos se aman infinitamente, porque Dios es Amor, los Tres se aman recíprocamente y generan un dinamismo hacia el Amor, su Amor solidario es los que los une, los entrelaza, los armoniza; y de su Amor brota la que es su “oferta” para todos nosotros. Son una propuesta, un desafío a optar un estilo de Vida Divino: Papa Francisco en la Laudato si lo ha expresado así: «San Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre, ni el ojo del hombre se había enturbiado». El santo franciscano nos enseña, que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real, que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.

 


Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez, es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sin número de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica, a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia, ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.»[1]

 

Si, en La Santísima Trinidad está la clave de nuestra propia realización, que consiste en  salir de sí misma y volcarse generosamente hacia el otro, ejerciendo la fraternidad que a todos nos enlaza; fraternidad que como nos lo enseñó San Francisco es extensible a todas las criaturas de la realidad, porque ¡todas las criaturas son nuestros hermanos!. Buscar esa unidad construida en clave de Amor ese es el reto. Y la Santísima Trinidad no cesa de llamarnos a participar, a asociarnos a su Vida Divina, no como piezas sueltas, sino fraternalmente, como su Pueblo escogido junto con el que Ella Reine.

 

 

 

 

 

 



[1] Papa Francisco. LAUDATO SI’. Ed. Paulinas Bogotá D.C.-Colombia 2015 p.198 ##239-240

domingo, 5 de junio de 2022

ALGO QUE LA CARNE Y LA SANGRE NO PUEDEN REVELAR

 


Hech 2,1-11; Sal 104(103),1-2a. 24. 35c. 27-28. 29bc-30; 1Cor 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23.

 

El Espíritu Santo, como fuerte huracán, hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habríamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas.

Santa Teresa de Jesús

 

Lecturas de este Domingo de Pentecostés

En el bautismo se nos entrega el Espíritu Santo y somos introducidos en el mundo de la Gracia porque Dios nos constituye en hijos suyos -por medio de ese acto sacramental de adopción. Queremos destacar esta manera sacramental como Dios nos regala un “favor” y para que nosotros podemos captarlo, toma “criaturas” para que nuestros sentidos las perciban y podamos asimilar la realidad invisible -por espiritual- que se nos otorga. El agua del Espíritu -recalquemos, agua espiritual- nos lava de toda mancha (de nuevo espiritual); hay como una especie de paralelismo entre el agua física, el líquido que vemos, nos toca, nos humedece, y la otra agua, la del Espíritu, que no vemos pero que es la que verdaderamente nos lava el pecado, dejándonos más blancos que el blanco más límpido que batanero alguno podría lograr. Ya allí se nos ha dado junto con el Espíritu Santo, la filiación y Dios no la revocará, muy a pesar de los fracasos en nuestra coherencia de vida respecto de esa blancura obsequiada, pero que nosotros no sabemos conservar.

 


El Cardenal Martini, escribió en 1995 sobre esta liturgia: «El capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles nos coloca en un clima de lo extraordinario… El capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, en cambio, está en un clima de ordinariedad. La invocación “Jesús es el Señor” que nadie puede pronunciar sino bajo la acción del Espíritu Santo[1], es la invocación más ordinaria de la vida cristiana y todos tienen necesidad de ella para la salvación… El Evangelio según San Juan, en el capítulo 20, unifica la relación entre lo extraordinario y lo cotidiano. Los apóstoles son habilitados para cumplir, gracias a las palabras de Jesús Resucitado, un servicio preciso: “A quienes les perdonen los pecados les serán perdonados”… Sin embargo, este servicio cotidiano que pertenece a la fragilidad ordinaria de la existencia humana y eclesiástica, es extraordinario y sobrehumano y obtiene su eficacia del Espíritu del Resucitado; es una acción, un servicio, una gracia que presupone la muerte de Jesús, por amor, es decir, el acontecimiento más extraordinario de la Redención.

 

Teniendo en cuenta este enlace de lo extraordinario y lo cotidiano, podríamos definir así la acción del Espíritu Santo: es la extraordinaria respiración cotidiana de la Iglesia.

 


Es, pues, una gracia necesaria y también imperceptible, como la respiración que está presente en todas las operaciones más ocultas, más sencillas del hombre, pero es también un don extraordinario, maravilloso que vivifica y eleva la fatigada existencia cotidiana de los hombres y que impulsa día por día el decadente peso comunitario»[2]

 

Espíritu Santo alma del Cuerpo Místico

La palabra "corporación" se deriva de corpus, que significa cuerpo, o un "grupo de personas", define una “persona colectiva”. Una corporación puede ser una iglesia, una empresa, un gremio, un sindicato, una universidad, una ONG, etc. Este concepto casi siempre lo usamos para referirnos a un ente comercial: A las empresas se les reconocen derechos y deberes como a las personas físicas (como a la "gente") ante la ley, inclusive, pueden ser acusados y hacérseles responsables de violaciones a los derechos humanos. Del mismo modo, pueden ejercer los derechos humanos contra las personas y el Estado. Pues bien, no sólo los entes comerciales son “corporaciones”; aun cuando muchas veces lo perdemos de vista, la Iglesia es un “ente corporativo” y cada creyente, cada fiel, cada bautizado goza/porta su corporatividad. Somos sujetos corporativos, como decir que cada uno tiene un cuerpo, su propio cuerpo, pero entre todos, constituimos una “corporación”, otro cuerpo, εἰς ἓν σῶμα, uno que se escribe con mayúsculas: El Cuerpo Místico de Cristo: “Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu.” 1Co 12, 13.

 


En la parábola de “la muralla ancha y elevada” (Ap 21, 12) podríamos figurarnos, como cuando llegan los materiales para construir una casa, un edificio, un conjunto residencial, la pila de ladrillos -no importa cuántos ladrillos sean- mientras no estén ensamblados con mortero, no son “muralla”, son sólo una pila de ladrillos, puedes derribarla con empujarla, claro -con el riesgo- que se te venga encima. Sin embargo, una vez argamasados, por los albañiles, y seco el mortero, puedes “soplar y resoplar” -como en la historia del “lobito”- y el muro resistirá. También, en la parábola biológica, un grupo de células conformadas en un tejido, difiere rotundamente -cualitativamente hablando- de las mismas células desorganizadas, desperdigadas, sin articulación. Según nos lo explicaba el -ahora Papa Emérito- en el 2007, hablando del Espíritu Santo: «Nos impulsa a encontrarnos con el otro, enciende en nosotros el fuego del amor, nos convierte en misioneros del amor de Dios.»

 

“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común” (1Co 12, 7). La palabra συμφέρον [interés] en griego, encierra ese sentido de comunidad que se debe destacar en los carismas, los diferentes servicios, los diferentes dones, los diversos servicios con los que el Espíritu ad-orna a la persona, no son para uso ego-ísta, no se donan para el beneficio o el lucro propio; se otorgan para el bien común, para favorecer a los “otros ladrillos”, a las otras “células”. No son auto-provechosos sino συμφέρον unificador, colectivo, se combinan de una manera que genera -bajo la concurrencia de ciertas circunstancias- para toda la comunidad ventaja, favor, mejora, beneficio. Esto viene a empalmar perfectamente con Mt 25, 40. 45.

 


Y, quizás lo más importante. Ese sentido de fraternidad, de colectividad, de hermandad en la relación, de ser “ladrillos” de la misma “muralla”, no se queda allí encerrada en el “aposento alto” donde llegó el Espíritu en forma de “Lenguas de Fuego” que hacían arder los corazones de los "escuchas" en el Fuego del Amor de Dios. No, ¡este “ardor” los impulsa a salir a anunciar, a proclamar! En el Evangelio, Jesús nos envía. No es un envío cualquiera, es envío de la misma naturaleza que los Envíos de Dios-Padre: καθὼς ἀπέσταλκεν με ὁ πατήρ, καγὼ πέμπω ὑμᾶς. “Como el Padre me ha enviado, así mismo los envío yo” (Jn 20,21b). No es un regalo hermoso para lucirlo –guardado en la caja original- puesto en una repisa. ¡Esto es para tener muy en cuenta: Se nos da el Espíritu Santo y se nos envía, las dos cosas juntas, en continuidad!

 

Lo que verdaderamente urge

Y bueno, hoy es Pentecostés, no un elemento histórico, tampoco una evocación de un suceso pasado, sino una actualización, la venida del Espíritu Santo sobre nuestro propio ser, el descenso sobre nuestras cabezas de la Llamarada-enamorada para vivir el amor fraternal, más aún, lengua de Fuego sobre nuestra fragilidad; si lo pedimos, si clamamos que se nos dé nos ha sido prometida por quien tiene verdadera autoridad para prometer; basta que lo pidamos: pedir el Santo Espíritu para que nos construya -no como individualidades- sino como comunidad creyente, discipular y misionera.

 

 

 

 



[1] 1Co 12, 3

[2] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá. Colombia. 1995. pp. 228-229