Is 50,
4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56
Sabemos que el cielo es
cielo, lugar de la gloria y de la paz, porque allí reina totalmente la voluntad
de Dios. Y sabemos que la tierra no es cielo hasta que en ella se realice la
voluntad de Dios. Por tanto, saludemos a Jesús que viene del cielo y pidámosle
que nos ayude a conocer y a hacer la voluntad de Dios. Que la realeza de Dios
entre en el mundo y así el mundo se colme del esplendor de la paz. Amén.
Benedicto XVI
Hay
una parrafada de José Luis Martín Descalzo que, cada vez que llega el Domingo
de Ramos en la Pasión del Señor, vuelve a repicar en mi mente, ineludiblemente,
aquí la tenéis: «Uno de los hechos más desconcertantes para quien lee la
historia de la Pasión de Cristo, tal y como la narran los evangelistas, es el
contraste, al menos aparente, entre la multitud que el Domingo de Ramos aclama
a Cristo y quiere poco menos que proclamarle rey, y esa misma multitud que,
sólo cinc o días más tarde, grita ante la procuraduría de Pilato lo del “crucifícale,
crucifícale”»[1].
El
episodio del “becerro de oro” que nos encontramos en el capítulo 32 del Libro
del Éxodo nos ilustra la “maldad del corazón” que hay en el “pueblo” que le
impide entregar su vida plenamente en las Manos del Señor, y –por el contrario-
les lleva a hacerse ídolos. La palabra fetiche proviene de la latina facticius
“producido, hecho, hechizo”; según
otros investigadores, su origen se remonta a la palabra portuguesa feitiço,
“maleficio”. El fetichismo está profundamente relacionado con la creencia
animista de la presencia de un alma que “anima” todos los objetos; y con las
religiones totémicas, que identifican un objeto –de madera o de piedra- que
puede ser un animal (el oso, el cocodrilo, el bisonte, la serpiente, el águila,
etc.), una planta o, inclusive, un fenómeno natural como la lluvia, o el rayo,
tenidos como “espíritu protector”, que coincide con el ser que dio origen, del
que brotó el impulso existencial de ese grupo humano, por lo general
representados en un “poste” tutelar; la palabra proviene de una expresión de
origen algonquino, en uno de sus dialectos, el ojibwa, que se hablaba en la
región del actual Ontario, en vocablos como nīnōtēm “mi marca familiar”; el
tema con estas manifestaciones cultuales se encuentra en el desplazamiento de
la relación entre las personas y Dios, para enfatizar , de manera excluyente,
sólo la relación con objetos materiales: ciertamente se trata de una
“cosificación”, como la llama Sartre y reificación (si seguimos la denominación
que le da Adorno). El tema de la cosificación problematiza doblemente la
relación Dios-hombre, porque pone en cuestión la libertad de Dios para obrar su
proyecto salvífico, y la del hombre para aceptarlo libremente.
Ese
peligro también nos acecha, y no está nada alejado de nuestra vida del siglo
XXI. Vemos un desplazamiento muy evidente en la desmedida importancia que se da
a la estampita del Santo, a los “rosarios”, al agua bendita, las estatuillas
representativas de una escena sacra y, en estas fechas, a los “ramos”, a los
panes bendecidos, a las botellas de vino presentadas en el templo, a los
“pascualitos”. De esta manera, el objeto se torna protagónico, y –lo realmente
importante- nuestro Redentor, su Santísima Persona, ni siquiera se asoma en
nuestro pensamiento, ni en nuestro
corazón, quedando relegado al último -y bien remoto- puesto. Velas, novenas,
imágenes, sacramentales se enfocan desde una perspectiva mágica, como
talismanes que obligan a Dios a “cumplir nuestra voluntad”, a obrar lo que
queremos y como lo queremos –además- en el momento que lo queremos. ¿Dónde
queda la libérrima majestad de Dios? ¿Qué pasa entonces con su Santa Voluntad?
Y, todavía hay más ¿Qué es de la aceptación de la bondadosa, generosa,
providencia del Señor? Entonces, el tema consiste en preguntarnos, ¿Cómo lograr
que las cosas recuperen su “legitimo” puesto y orden? ¿Cómo hacer para que nos
centremos en Jesús, en su dolorosa-amorosa pasión? ¿Cómo podemos pronunciar con
sincero corazón lo de “hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo?
Todos estos interrogantes no son cuestión de poca monta porque están en el
meollo mismo de la fe.
En
primer lugar, quisiéramos insistir que el “signo” es algo que “esta puesto en
lugar de”, o como decía San Agustín: “aliquid
stat pro aliquo”, y exige, por parte del destinatario, de un constante
estado de alerta para decodificarlo
sin alienaciones. Es lo que Jesús nos pide cuando nos llama a “velar”, valga
decir a “no dormirnos”, donde se alude más a un estado de conciencia que a la
función fisiológica del descanso.
En
segundo lugar, es trascendente que volvamos sobre los textos de la Pasión, este
domingo lo hacemos sobre la Pasión según San Lucas, capítulos 22 y 23.
Sumergirnos en su lectura con plena “atención” prestando aplicación a cada
frase. La Lectura litúrgica de este Domingo toma arranque en el verso 14 del
capítulo 22 haciendo pie en la Última Cena, precisamente allí donde Jesús
instituye la Eucaristía, haciendo todo lo contrario de una cosificación: se
trata de una “personalización” ya que haciendo uso de su Divino poder, hace de
una cosa, una persona, su Presencia-personal; más que una
“fabricación”, nos hallamos frente a una “entrega” expresada con palabras
“personalizantes” tales como, “Tómenla y compártanla”; “Este es mi Cuerpo que
será entregado por ustedes” y “mi sangre que será derramada por ustedes”. Estamos
frente a la “entrega” que es una entrega total; no se queda con nada, da hasta
su ropa, no se queda con nada ni con nadie, se queda íngrimo, abandonado de
todos, lo más triste, inclusive (y siempre nos ha causado ese doloroso asombro)
de aquellos que lo vitoreaban a su entrada en Jerusalén, los que entonaban el
Hosanna, ahora gritan ¡Crucifícalo!
A
continuación, viene una actuación antifetiche: Él declara que está en medio de
nosotros como el que sirve. Es, nada
más ni nada menos, una re-edición totalmente nueva del mesianismo, Él no es
Mesías que domina y somete, sino Mesías que sirve. El “servicio” es la
traducción en acciones de la acogida
misericordiosa. «El juicio y el perdón pertenecen a nuestro espacio; el
acoger está en el espacio del amor, ambos espacios no son inter-comunicantes,
sino paralelos. El hombre por sí sólo puede llegar al remordimiento, pero no al
amor que implica un renacimiento… Por “acogida” entendemos una relación en la
que no cabe ni el dominio, ni la subordinación, ni la venganza, ni mucho menos
el perdón tal como lo entendemos nosotros cuando pensamos: el pasado permanece,
pero yo –que soy bueno- no lo tengo en cuenta.»[2] Mucho se ha tenido que
repetir que el perdón no tiene que ver con el olvido sino con la capacidad de
recordar sin ira, cosa que nos negamos en asimilar para volver a la vieja
definición del “perdono pero no olvido” que traduce -solapadamente- “lo tengo guardado
y enroscado como un resorte que saltará en cualquier momento; y además, estoy
en mi derecho”.
Este
juego es intrincado. Las secretas intenciones del corazón están agazapadas tras
del fariseísmo. Fue lo que llevó a Jesús a exclamar, airado, “¡Hipócritas!” «El
oprimido que pasa a la esfera del poder es opresor… Es necesario transformar la
opresión en acogida»[3] El reinado que los judíos
reclaman del Mesías es el que oprime a los otros bajo su férula.
¡Expliquémonos!
«Jesús
es como una papa caliente que las autoridades no logran tragar. Las autoridades
religiosas ya lo habían condenado a muerte… el Sanedrín podía juzgar a
cualquier persona del pueblo, hasta condenarla a muerte, pero no podía ejecutar
la sentencia. Esto estaba reservado al poder romano… ¿Cómo interesar al poder
romano en la causa contra Jesús? La
disculpa de un motivo “religioso” no era suficiente. Ante el poder político
romano la causa debía ser política, y contra Roma. … Los miembros del Sanedrín
presentan a Jesús ante Pilato… el motivo fundamental es que Jesús sería un
subversivo,… prohíbe pagar el tributo al emperador (distorsión de 20, 20-25);
afirma ser Él el Mesías, el Rey;… “Provoca rebelión entre el pueblo con su
enseñanza” es decir, difunde ideas contra el “orden romano”. Jesús, con su
palabra y su acción, estaba conmoviendo los privilegios económicos y políticos
de que gozaba la élite judía, gracias a la explotación y opresión del pueblo.»[4]
A
veces el debate se ha torcido hacia el interrogante de quien habría sido el
responsable y culpable de la muerte del “Justo”, romanos-vs-judíos, en la
puntuación se da un empate. Habrá que confesar –sin embargo- que los culpables
somos todos. ¡Sí!, todos los que hemos permitido la supervivencia de un estado
de injusticia, unos pretextando impotencia, algunos víctimas de los medios
masivos des-informantes, otros, porque sus ocultos intereses se veían
favorecidos, otros cobardemente hemos callado, o –incluso- avalado con nuestra
indiferencia o nuestro silencio, no pocos han consagrado sus fuerzas a
alimentar rencores, a envenenar almas, a hacer sangrar las heridas -en proceso
de cicatrización- argumentando el valor de la guerra, la persecución y hasta de
la tortura; y no pocos han tomado partido simplemente porque los encandelilla
el brillo del fuego, los destellos de la pólvora y los visos luminosos de las
armas pavonadas, de los cinematográficos “sables de luz”, y hay otros, nada
escasos que han desempolvado antiguas ideologías para justificar la re-edición
del odio. Todos nosotros, con diversas variantes lo hemos crucificado, con
nuestras “muy buenas y válidas razones” para fomentar el desamor, para esparcir
el esperma del Maligno. ¡Cuánta falta nos hacen los que siembren las semillas
de las cruz!
«A
los que esperan el Reino, Dios les concede el cuerpo del Hijo…. Su cuerpo es el
reino, grano de trigo que muere y produce fruto (Jn 12, 24). Se trata de una
semilla pequeña tomada y arrojada en el jardín, que llegará a ser el árbol
grande; es una medida de levadura que se toma y se oculta, que hará fermentar
la tierra, rompiendo su costra de muerte y abriendo sus sepulcros. El reino de
Dios entre los hombres es la humanidad de Jesús, en la que “reside toda la
plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9), la cual se entrega a
nosotros.»[5]
[1]
Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed. Planeta. Barcelona – España.
1998. p. 114
[2]
Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS. Siglo XXI editores. Bs
As.- Argentina 5ª ed. 1976. pp. 160-161
[3]
Ibid p. 163
[4] Storniolo,
Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE SAN LUCAS. LOS POBRES CONSTRUYEN LA NUEVA
HISTORIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 pp. 202-203.
[5]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo.
Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 775
Dios todo poderoso y eterno. Tú quisiste que nuestro Salvador se abonará, haciendose hombre y muriendo en la Cruz, para que todos nosotros sigamos su ejemplo.
ResponderEliminarConcédenos que las enseñanzas de tu Pasión nos sirva de testimonio y que un día participemos en su resurrección gloriosa. AMÉN