1Sam 26, 2. 7-9. 12-13.
22-23; sal 103(102), 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13; 1Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38
… el cristiano sabe que
él mismo es un producto de la magnanimidad divina. Y todo hombre lo es también,
por lo que no tengo necesidad de demostrarle que soy más magnánimo que él, sino
que simplemente le recuerdo con mi acción que todos nos debemos a la
magnanimidad divina.
Hans Urs von Balthasar
Si amar es como
engendrar un hijo, perdonar es como resucitar a un muerto.
Silvano Fausti
Venimos
navegando en un río de Luz, Dios va iluminando nuestra existencia y –conforme
lo que hemos visto- Dios nos dio como contexto existencial la Libertad, que
podemos comprender como un gran bien, un tesoro de inapreciable valor, a la vez
que un referente en el cual el ser humano puede construirse, puede desarrollar
sus “potencialidades” y –en ese hilo de ideas- potenciar los dones recibidos
para poderse poner de pie ante el Rostro Luminoso de Dios con bienaventurado
balance: ¡la Vida tiene sentido, la Vida es un don que no se retira, la hemos
recibido para que sea nuestra, para conservarla! ¡Dios no quiere esclavos! Ahora
bien, la palabra Libertad se puede cargar de muy diversas connotaciones y, de
hecho, sucede que se la aplica subrayando algunas de ellas, pero tendríamos que
procurar entenderla con mayor precisión y no, de pronto, conformarnos con una
oscurecida y reducida definición, y que, en vez de acercarnos a la Luz de Dios,
nos aleja de Ella. Entre las más menesterosas versiones está aquella de “poder
hacer lo que se nos viene en gana”, otra –muy cercana en sus escases de miras-
es aquella que reza “aprovechar las oportunidades que se nos presentan en la
vida”. Realmente cualquiera de estas versiones no parecen provenir de la Luz, y
más bien parecen conducirnos de cabeza contra un peñasco.
Parecería
que en el relato bíblico que nos trae la Primera Lectura, el personaje Abisai, usa una lógica que podríamos denominar
“oportunista”: cree reconocer en la
situación, que la Providencia Divina (precisamente el nombre Abisai significa
Dios Padre existe) les ha entregado en “bandeja de plata” la cabeza de Saúl, y
de esa manera concita a David para que, sin mediar reflexión ni reparo alguno-
cobre su vida. Y, sin embargo, David (el Elegido de Dios, el amado) recuerda y
actualiza –de inmediato- que Saúl es un “Ungido de Dios”, lo cual hace que
David le respete la vida; a su vez, David –por esa actuación leal- será honrado
por Dios. Notemos que la indefensión de Saúl es grande, porque Abner (Linterna
para el Camino, es el significado de este nombre) y todo su ejército “escolta”
estaba sumido en profundo letargo y no lograron detectar la presencia “enemiga”
de David y Abisai que se infiltraron de noche entre sus filas. El regalo
providente es la profundidad de su sueño, no la vida de Saúl, que Dios detenta
como Dueño Legítimo, como lo es de toda vida.
Lo
más interesante –nos parece- es la ética de David, quien no ve, solamente la
situación de indefensión y la vulnerabilidad del “enemigo”, no se queda en la
oportunidad sino que la interpreta y discierne en ella y antepone la óptica de
Dios a la suya propia –y resaltamos la expresión “enemigo” porque en esta
Liturgia es central el tema del “amor al enemigo” como nos lo enseñará Jesús,
en el Evangelio-, mostrado como el amor que es esencial, el que de verdad
refleja nuestro discipulado, el amor que sobrepasa el oportunismo y es capaz de
perdonar. (No dejamos de observar que este amor -de David- está dirigido a
Dios, que puso su mirada en Saúl para constituirlo “Ungido”. Es lo que respeta
David -el Amado).
Sean misericordiosos como
su Padre
Jesús propone a sus
discípulos de todos los tiempos, también a nosotros hoy, a pesar de nuestra
pequeñez, un ideal tan alto como el cielo: Sean
misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No es una exhortación
moral, sino un estilo de vida.
Vincenzo Paglia
La
condición de discípulo y además de Apóstol viene a lograrse por una metanoia, una conversión que nos
explicará la Primera Carta a los Corintios en la perícopa que leemos este
Domingo (VII Ordinario del ciclo C), de la situación de simple χοϊκοῦ “hombre terrenal” (o sea, hecho de
polvo), a la condición de Hombre Nuevo, la heredad que nos trasmite Jesús, la
de ser ἐπουρανίου
“hombres Celestiales” (del ámbito ουράνιος
Celestial). Esto es definitivo, de alguna manera se podría interpretar el
derrotero del discipulado, el proceso de cristificación, como una
“transformación” de lo puramente biológico-material a lo
trascendente-espiritual. Ese proceso es –mucho más que humano, no depende de la
propia voluntad, ni la voluntad más tesonera podría -por sus propias fuerzas-
“levantarnos” hasta esas alturas. Sólo el Amor-Misericordia de Dios puede “salvarnos”,
el Amor-Ágape es nuestro único recurso-esperanza para poder enderezarnos.
Roguemos y agradezcamos con intensidad y perseverancia para que Dios nos ayude
con su Gracia y su Poder. ¡Señor, asístenos para caminar en pos tuya!
Nos ocupa, por otra parte, el Salmo 102(103) que pertenece a una clase que llamamos Salmos Eucarísticos, precisamente porque son “acciones de gracias” por todo el Amor que Dios nos da, por todos los beneficios que nos prodiga: Nos perdona, nos cura, nos rescata, nos provee con abundante gracia y ternura. Hay aquí, como culmen de la perícopa, una formulación proclamada, que será medular en el conocimiento que Jesús nos revela de Dios, que ¡Dios es Padre!: “Así como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles”. No es sólo que Dios Padre ve a Jesús como su Hijo, sino que Dios tiene ternura paternal por todos. Dios siente esta ternura, aun a sabiendas de nuestro origen del polvo, reconociendo que Él nos hizo de polvo, que somos frágiles, tiene Misericordia, e infunde en nosotros -junto con el soplo de vida- la dignidad, valga decir, la fabulosa potencialidad del Ascenso. Ese sublime Ascenso también es don de Dios, también es Gracia, también nos lo demuestra Jesús en su propia terrenalidad, toma su Trono, y con el Trono a cuestas “sube” hasta el Gólgota, y nos muestra que ¡es posible! Posible, despojándose de su Divinidad.
Por
eso aquí va el Salmo Eucarístico: gracias a Dios por ese Amor que brota –como
el amor materno- de las entrañas, del mismísimo “útero” (vientre materno) de
Dios Padre-Madre, lo que llevo a André Chouraqui a referirse a él como un amor
matricial. Nuestra fragilidad se granjea como rasgo que seduce ese
Amor-infinitamente-desinteresado de Dios, que no necesita nada de nosotros,
pero se complace en nuestro bien y se da, se entrega.
«El
material de la catequesis bautismal acerca de la misericordia, que se
desarrolla en los versículos 27-38, viene de la tradición de la Iglesia
primitiva.»[1]Para
adentrarnos en el Evangelio podríamos segmentarlo en cinco partes:
1. Amen a sus enemigos
2. Traten a los demás como querrían que los
traten a ustedes
3. ¿Qué mérito hay en hacer los fácil, lo
que todos hacen, lo que es natural,
lo “terrenal”?
4. El Padre es Misericordioso, la meta por
alcanzar es serlo también nosotros. Asumamos lo que nos compete por ser sus
hijos.
5. Recibiremos en la misma medida en que
seamos capaces de dar.
Pero
al mezclar las dosis convenientes de estos cinco elementos vamos a obtener que
–en nuestro caso personal-individual, y como miembros que somos del Cuerpo de
Cristo, valga reiterarlo, como miembros de la Comunidad, del organismo de la
Iglesia, nos corresponde, nos hace corresponsables de poder dejar brotar desde
el “útero” de cada uno de los fieles discípulos, el Amor-matricial: Amor-ágape.
Por
el contrario, «…el amor de intercambio es típico de los pecadores. Amar a uno
que me ama y porque me ama, significa que no lo amo sino me ama… este tipo de
amor es pecaminoso y destinado al fracaso… tiene las características contrarias
a las que se describen en 1Co 13: es siempre interesado, inconstante y
tendiente a la ira, se apropia de todos los bienes del otro y descarga todos
los males sobre él… rechaza al otro y sus necesidades. Es eros el brazo derecho de thanatos
(muerte), lo contrario del ágape que
da libertad y vida. Como es comercio y búsqueda de sí mismo, no hace feliz a
quien lo da ni a quien lo recibe. Dura mientras hay cómo despojar al otro; cesa
cuando ya el otro no tiene nada que dar… Hacer el bien a quien nos hace el bien,
y porque nos lo hace, no es amor. ¡Es desendeudarse!... Hacer el bien a quienes
nos hacen el bien es un principio inmovilizante, que impide la iniciativa:
ninguno se movería primero… Del bien queda sólo el envoltorio: dentro hay
chantaje, rapiña y muerte.»[2]
Perdonen y serán
perdonados
Jesús… pronuncia
palabras que nadie había pronunciado jamás… sólo en estas palabras el mundo
puede encontrar su salvación y la fuerza para detener las guerras, construir la
paz y fomentar la convivencia entre los pueblos.
Vincenzo Paglia
¿Cómo
se cohesionan esos cinco componentes, y como se aglutinan en el
Amor-Misericordioso? Por medio de una capacidad de actualización que tiene la
fe. No se trata de recordar, porque el recuerdo tiene por esencia la clara
comprensión de “lo pretérito”; se trata de una memoria cuya fuerza está en la
actualización. Es una clase muy especial de evocación en la cual, lo central no
está en entender su rasgo histórico, sino que, lo que se vuelve básico son dos
aspectos:
·
Se
hizo por mí, cuando sucedió se tuvo en cuenta mi existencia y que su fruto
sería para mí alimento, que sus consecuencias me tocarían
·
De
qué manera yo, no soy paciente-pasivo, sino agente-activo.
Es
como viajar en “el túnel del tiempo” para poder asumir y asumirme como
con-structor y participar en lo que de otra manera me resultaría extraño y
extrañante.
Si
Dios toma mis culpas sobre sí, si Dios perdona,
la consecuencia es que soy perdonado y –por tanto- también yo puedo perdonar hasta lo que me sonaba imperdonable. La
voluntad de Dios que no consiste en hundirnos sino en rescatarnos, esa Voluntad
que llamamos misericordiosa, puede ser la nuestra si podemos despegarnos de
nuestra terrenalidad excluyente y, en cambio, alcanzamos –esmerándonos en ello-
nuestro ser-Celestial. Único requisito y condición, cambiar el corazón de
piedra por un corazón de carne: «El cielo entero es mío, porque es tuyo en
primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi juventud surge en mis
venas mientras oteo el mundo con serena alegría y recatado orgullo. ¡Qué grande
eres, Señor, que has creado todo esto y a mí con ello! Te bendigo para siempre
con todo el agradecimiento de mi alma.»[3]
Al
elevar esta voz de agradecimiento no se puede olvidar el llamado a zambullirnos
en la profundidad del Mandamiento del Amor. Venimos repitiendo en todas las
tonalidades y con las más diversas palabras que el Amor Ágape es un don. Y,
acabamos de agradecer ese don. No obstante, la liturgia de hoy avanza otro
paso, entra a hablarnos del Súper-Don, este Don que está –por así decirlo, por encima
de todos los dones y carismas, es el “Don de todos los Dones”, es el per-dón.
«La venganza no engendra justicia
y el odio no engendra amor.
La violencia no engendra paz
y el egoísmo no engendra amistad.
Si quiero que cambie el rostro del
mundo,
no puedo seguir yo con los mismos
rasgos.
Si quiero, Señor,
que mi ciudad sea vivible,
tengo que cambiar sus piedras
que saben de ley antigua
pero no encajan con tu evangelio,
aunque por esto se me ubique
entre los pasados de moda.»[4]
Entremos
en el aprendizaje de ser hijos en el Hijo, de ser “lentos a la ira y ricos en
clemencia”: Decíamos arriba, refiriéndonos a la Primera Lectura, que el
“enemigo” tenía un papel fundamental en el contexto trasversal de la Liturgia
de la Palabra de este Domingo. Nos va a decir sobre la esencia del cristiano y
del cristianismo. El amor que Dios nos ha dado, que ha depositado en nuestras
manos y en nuestro corazón -que es a imagen y semejanza suya- es el amor que es
capaz de volverse súper-don, que no reclama nada y no pide nada a cambio. Que
pasa por nosotros sin venir de nosotros y del cual podemos ser
cristal-transparente.
[1]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed San Pablo
Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 197
[2] Ibid
p. 180
[3]
Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO.ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae.
Santander-España 1989 p. 198
[4]
Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. Ciclo C-Tomo III Comunicaciones
sin fronteras. Bogotá Colombia p. 61
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