Jr 17, 5-8; Sal 1,
1-4.6; 1Cor 15, 12.16-20; Lc 6,17.20-26
Él anuncia a los
pobres, a los hambrientos, a los abandonados y sedientos de justicia que Dios
ha elegido estar a su lado… Ellos que hasta ahora han estado excluidos de la
vida, serán los privilegiados, los preferidos del Señor… a nosotros los
creyentes nos corresponde el importantísimo y fascinante cometido de hacerles sentir
el amor privilegiado de Dios.
Vincenzo Paglia
Tomemos
como umbral de acceso la Oración Colecta: “Oh Dios, que prometiste habitar en
los corazones rectos y sinceros: concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera
que te dignes permanecer siempre en nosotros.”
Toda
la Liturgia de la Palabra de este Domingo está atravesada por el eje de la
bienaventuranza y la malaventuranza. Enunciadas como dicha prometida, como
felicitación, como alegría por venir, como regocijo escatológico; o, de la otra
parte, como ¡ay!, como maldición, como desgracia, como desdicha. Detrás de ello
está la libertad que Dios ha entregado al hombre, su facultad decisoria, su
albedrío. El discípulo está abocado a una toma de posición, a una toma de
partido, y no se nos ocultan las consecuencias de nuestra opción. «La pregunta
moral, a la que responde Cristo, no puede prescindir del problema de la
libertad, es más, lo considera central, porque no existe moral sin libertad:
“El hombre puede convertirse al bien sólo en la libertad». Pero, ¿qué libertad?
El Concilio —frente a aquellos contemporáneos nuestros que “tanto defienden” la
libertad y que la “buscan ardientemente”, pero que “a menudo la cultivan de
mala manera, como si fuera lícito todo con tal de que guste, incluso el mal”—,
presenta la verdadera libertad: “La verdadera libertad es signo eminente de la
imagen divina en el hombre. Pues quiso Dios "dejar al hombre en manos de
su propia decisión" (cf. Si 15, 14), de modo que busque sin coacciones a
su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y feliz
perfección”. Si existe el derecho de ser respetados en el propio camino de
búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave para cada
uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida. En este sentido el
cardenal J. H. Newman, gran defensor de los derechos de la conciencia, afirmaba
con decisión: “La conciencia tiene unos derechos porque tiene unos deberes”.
Algunas
tendencias de la teología moral actual, bajo el influjo de las corrientes
subjetivistas e individualistas a que acabamos de aludir, interpretan de manera
nueva la relación de la libertad con la ley moral, con la naturaleza humana y
con la conciencia, y proponen criterios innovadores de valoración moral de los
actos. Se trata de tendencias que, aun en su diversidad, coinciden en el hecho
de debilitar o incluso negar la dependencia de la libertad con respecto a la
verdad.
Si
queremos hacer un discernimiento crítico de estas tendencias —capaz de
reconocer cuanto hay en ellas de legítimo, útil y valioso y de indicar, al
mismo tiempo, sus ambigüedades, peligros y errores—, debemos examinarlas
teniendo en cuenta que la libertad depende fundamentalmente de la verdad.
Dependencia que ha sido expresada de manera límpida y autorizada por las
palabras de Cristo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,
32).»[1]
El
Salmo 1 nos plantea –frente a la encrucijada de la vida- el dilema fundamental,
la disyuntiva primordial entre la “justicia” y la impiedad. Este es un Salmo
del ritual de la Alianza que era una clase de liturgia que –al principio- se
celebraba esporádicamente como respuesta a una situación concreta, en momentos
“álgidos” de la historia del pueblo de Israel, luego se empezó a celebrar cada
siete años y, con el correr del tiempo se incorporó como un momento en la
celebración anual de la fiesta de las “enramadas”. «La Alianza, recordada y
renovada por los profetas, es una categoría interpretativa que arranca el gesto
de Jesús de la trama de las simples relaciones de dedición entre los hombres y
nos lo presenta como el signo supremo de la dedición de Dios en su Hijo, el
signo del amor terreno y fiel con el que Dios alimenta, sana, libera, perdona y
construye a su pueblo» [2].
«En
la época de la Biblia, como hoy, había diversos tipos de contratos. Estamos
bastante bien informados sobre este punto desde que se han descubierto los
modelos de contrato hititas establecidos entre un soberano y sus vasallos. Los
textos de alianza en la Biblia se inspiran en estos modelos… no se trata de un
contrato entre partes iguales. La iniciativa viene de Dios: es Él quien “hace
salir a Israel del país de Egipto”. Subrayo esta expresión porque es la fórmula
que se repite como un estribillo para exaltar la iniciativa de Dios que precede
a la respuesta del hombre y le da un sentido. En definitiva, lo primero en la
alianza es la revelación de Dios… El compromiso de Dios pide la respuesta del
hombre. El espacio en que encuentra su sitio esta respuesta es la ley…. La
palabra “alianza” hace pensar en la palabra “ligar” (la palabra “ley” viene del
latín lex, que quiere decir “poner en relación”, “ligar”, “vincular”)… No se
trata por consiguiente de un concepto estrecho y legalista, sino de la
fidelidad del pueblo… Dios se forma un pueblo liberándolo de la esclavitud;
pero este acto liberador de Dios exige que el pueblo entre al servicio de Dios…
La otra parte que firma la alianza es la comunidad y no en primer lugar el
individuo… el contratante con Dios es un pueblo, una comunidad.»[3]
En
este caso ¿cuál es la respuesta que se espera de nosotros? Está dada en la
antífona. “Dichoso el que pone su confianza en el Señor”. “Porque el Señor
protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal”. «En
nuestro mundo moderno, estamos tentados a decir que este salmo es irreal,
demasiado bello para ser verdadero. Vemos en efecto, santos que fracasan y
malvados que prosperan… Ahora bien, hay que escuchar esta afirmación
paradójica, y comprenderla en el nivel de la fe, y no en el nivel de los éxitos
materiales inmediatos. Pascal, al finalizar su famoso “Apuestas sobre Dios” nos
da la clave del problema… diciendo que el justo es profundamente “dichoso”, aun
si es probado dolorosamente en la vida, “¿qué perdéis escogiendo a Dios? ¿qué
mal os alcanzará si estáis a su lado? Seréis fieles, honestos, humildes,
agradecidos, bienhechores, amigos sinceros, veraces. En realidad, no estaréis
en medio de placeres apestosos, en la gloria, en las delicias; pero tendréis
otra clase de placeres. Os digo que ganaréis en esta vida y que cada paso que
avancéis por este camino, veréis con certeza la ganancia, y la nada de aquello
que arriesgáis; conoceréis finalmente que habéis apostado por una cosa cierta,
infinita, por la cual no habéis dado nada” (Pensamientos de Pascal, Número
343)… Es evidente que el hombre es nada sin Dios… estamos lejos de una
comprensión mezquina de la palabra “éxito”,… Se trata de algo muy distinto de
lo que comúnmente se llama “retribución temporal”: La dicha, el éxito, el de
los pobres, de los “anawin”… ¡Bienaventurados los pobres! ¡No se les promete
dinero! Se les promete la dicha, y el éxito de su vida en Dios.»[4]
«La
gente habla de sus vidas sin rumbo, de su falta de dirección, de seguridad, de
certeza, de su sentirse a la deriva en un viaje que no sabe de dónde viene ni a
dónde va, del vacío en su vida, de las sombras de la nada… Mucha gente es en
verdad “paja que arrebata el viento”, colgados tristemente de los caprichos de
la brisa, de las exigencias de una sociedad competitiva, de las tormentas de
sus propios deseos… Tal es la enfermedad del hombre moderno y, según aprendo en
tu Palabra, Señor, era también la enfermedad del hombre en la antigüedad cuando
se escribió el primer Salmo. También aprendo allí el remedio que es tu palabra,
tu voluntad, tu ley… Tú me haces sentirme como “un árbol plantado al borde de
las aguas”. Siento la corriente de tu gracia que me riega el alma y el cuerpo,
hace florecer mi capacidad de pensar y de amar y convierte mis deseos en fruto
cuando llega la estación y el sol de tu presencia bendice los campos que tú
mismo has sembrado.»[5]
«Después
de haber leído y releído el salmo preguntémonos que es lo que se dice sobre el
hombre, cuál es la premisa antropológica a todo el salterio: quién es
exactamente este hombre a quien se le dice justo, quién es este hombre a quien
se le dice impío. Notemos que este discurso antropológico sobre el hombre se
distingue de cualquier discurso puramente evolutivo. Es un discurso dramático,
porque es el discurso del hombre que del bien evoluciona hacia lo mejor; es una
contraposición, una elección, un discurso profundamente ético-moral. El hombre
sigue un camino o sigue otro; continuamente está ante decisiones serias que
tienen consecuencias dramáticas para él, para su vida y para la vida del mundo.
La aventura humana no pasa de una experiencia a otra: es una aventura que va de
una decisión a otra, y toda decisión compromete el futuro del hombre. Este
salmo está lleno de un sentido dramático de la existencia humana, que es una
elección. Una elección que puede ser equivocada, y equivocada definitivamente;
una elección en la que el hombre se pone en juego a sí mismo, su porvenir, su
mismo ser como hombre. El hombre se hace o se destruye en sus decisiones; se
encuentra ante decisiones constructivas o destructivas respecto de él o de los
demás; nadie escapa de esta realidad dramática…: se describe al hombre no según
la conducta moral, sino en relación con lo que ama. Entonces, ¿Quién es el
hombre justo? Es el hombre que vive de la Palabra de Dios, el hombre que ha
elegido como amor la Ley, la Ley entendida como la Torá, es decir, como proclamación
de lo que Dios es para el hombre y de lo que el hombre está llamado a ser en la
Palabra de Dios… La moralidad del hombre va, pues, unida a la capacidad de
dejarse interpelar por esta Palabra que lo ha creado y que lo explica en lo más
profundo de sí mismo. Preguntémonos seriamente cuánto tiempo podemos quitarle
sin ningún perjuicio a lo que puede ser la escucha indiscriminada, al mirar
indiscriminado, la televisión, el perder el tiempo sin fin preciso, para
dedicarlo en cambio a la escucha y a la lectura de la Palabra. Sin este tiempo
es claro que no vivimos de la Palabra, y, por tanto, ella no tiene en nosotros
esa fuerza que se describe aquí.»[6]
Consideremos,
ahora, el primer verso de la Primera Lectura: “Maldito el hombre que confía en
otro hombre” (Jr 17,5), «La expresión… es escrita con frecuencia en los murales
de la ciudad y repetida constantemente por personas que no piensan como los
cristianos católicos. Dicen “lea, aquí está escrito: ‘Maldito el hombre que
confía en otro hombre’”. El objetivo de citar de manera literal el texto es
desautorizar el sacramento de la reconciliación por medio del cual se obtiene
el perdón de los pecados y que nuestro Señor Jesucristo trasmitió a los
apóstoles. El problema es una lectura fundamentalista del texto, ignorando u
obviando el contexto histórico y teológico en que fue escrito el mismo, que fue
unos cinco siglos antes de Cristo… nos damos cuenta que no tiene mucho que ver
con el sacramento de la reconciliación que tiene otro origen y otro contexto; después
de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, que trasmite a sus apóstoles el
poder de perdonar los pecados por la acción del Espíritu: “Jesús les dijo otra vez
¡La paz con ustedes! Dicho esto, soplo y les dijo reciban el Espíritu Santo, a
quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan,
les quedan retenidos.” (Jn 20, 21-23).»[7]
Si
el hombre que pone su confianza en otro hombre es maldito, ¿entonces, quien es
bienaventurado? La respuesta está explícita en el Salmo: “Dichoso el que pone
su confianza en el Señor”. Vamos a añadir un paso: ¿Dichoso quien desconfía de
todo hombre? ¡No! No podemos vivir de la desconfianza, más grave aún, con la
desconfianza de por medio la convivencia se hace imposible. Si siempre estamos desconfiando,
todas las relaciones interpersonales se vuelven tóxicas. ¡Eso es lo que nos
propone el “mundo”! En realidad, lo que nos inocula la cultura destruye la
solidaridad y –en consecuencia- lesiona radicalmente el concepto de fraternidad
al que estamos llamados –insistimos- como hijos todos que somos del mismo
Padre. La cizaña del Malo ha fructificado y su cosecha es abundante si Ese
logra introducir brechas entre cada uno, si logra dividirnos, si fractura lo
esencial de nuestra Unidad. ¿Cómo podemos ser Cuerpo Místico si entre nosotros
campea la suspicacia?
¡Lo
que no podemos hacer es vivir de espaldas a Dios! «Por supuesto guardando
siempre las diferencias entre Dios y el hombre; descubriendo que no son dos
seres en oposición o pelea, sino dos seres complementarios: uno es Creador, y
el otro criatura. Basta pensar en el sol y la luna; aunque el sol alumbre de
día y la luna de noche no son opuestos, sino complementarios puesto que la luna
alumbra cuando el sol la ilumina. Los seres humanos alumbramos, cuando nos
dejamos iluminar por la luz eterna de Dios.»[8]
Es
hora de mirar el Evangelio. Leemos la perícopa de Lucas que denominamos “el
Sermón de la Llanura” por contraposición al análogo de San Mateo que conocemos
tradicionalmente como “el Sermón del Monte”. «Lucas hace “bajar a Jesús” del
monte, como Moisés para llevarle al pueblo la nueva ley. Es la condescendencia
de Dios hacia ese pueblo que no podía subir hacia Él (cf. Ex 19, 12s). Él hace
su discurso “en un paraje llano”, humilde y modesto como toda la revelación de
Dios en Jesús: en Él el fuego, el terremoto y el viento impetuoso se vuelven
brisa suave, como lo había previsto el padre de los profetas (1R 19, 11ss); el
águila (Ex 19,4; Dt 32,11) se convierte en clueca (Lc 13, 34).»[9]
Se
trata de las bienaventuranzas y de las lamentaciones. Queremos echarles un
vistazo, enfocando sólo el tiempo verbal:
·
Bienaventurados los pobres, / porque vuestro es (presente) el Reino de Dios.
·
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, / porque seréis (futuro) saciados.
·
Bienaventurados los que lloráis ahora, / porque reiréis (futuro).
·
Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os
injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del
hombre. /Alegraos ese día (alegraos está en presente, pero al añadirle
“ese día” se transforma en futuro) y saltad de gozo, que vuestra recompensa
será (futuro) grande en el cielo.
Pues de ese modo trataban (antecedente,
en pasado, como es lógico) sus padres a los profetas."
Hagamos
otro tanto con los ¡ayes!
· Pero ¡ay
de vosotros, los ricos!,/ porque habéis (pasado)
recibido vuestro consuelo.
· ¡Ay de
vosotros, los que ahora estáis hartos!,/porque tendréis (futuro) hambre.
· ¡Ay de los
que reís ahora! / porque tendréis (futuro)
aflicción y llanto.
· ¡Ay cuando
todos los hombres hablen bien de vosotros!,/ pues de ese modo trataban (pasado) sus padres a los falsos
profetas."
Hay
que notar el tiempo presente de la primera bienaventuranza y de la primera
lamentación. “Ya ahora” el reino es de los pobres y “ya ahora” los ricos se
excluyen de Él con su sustitutivo de consolación. Las otras bienaventuranzas
/lamentaciones están en el futuro simple: son respectivamente los
frutos/sustitutivos del reino que madurarán en el futuro. Esta tensión
presente/futuro entre un ahora y un después, es el mismo espacio de la historia
lugar de decisión del hombre para acoger la libertad de Cristo.»[10]
«…es
injusto hacer de las bienaventuranzas una lectura solamente intimista. Pero es
cosa necia hacer de ella una “clasista”, que ve el mal solamente fuera de sí
misma y demoniza al “otro” como enemigo. En realidad, cada uno de nosotros
lucha y es combatido entre el tener, el poder y el aparecer, por una parte, y
la llamada del señor a la pobreza, al servicio, a la humildad, por la otra.»[11] «…las bienaventuranzas no
son debilidades ni conducen a la debilidad. Mire usted: es más fácil el odio
que la bondad. Sólo los fuertes -fuertes por la gracia del Señor- pueden
mantenerse de veraz en la bondad. Y es curioso ver cómo los poderosos de la
tierra le temen a la bondad. Los no-violentos les plantean tremendos problemas.
Es más fácil emplear la fuerza contra la fuerza. Pero, frente a la no-violencia
activa, los poderosos no saben lo que tiene que hacer. Su única solución
consiste en matar o hacer matar a los líderes de la no-violencia: un Gandhi, un
Martin Luther King y tantos otros, que no ven su nombre impreso en los
periódicos… ¿No, las bienaventuranzas no son sinónimo de debilidad!»[12]
Ahora
sí, enfoquemos la Segunda Lectura: «No; Jesús de Nazaret no podía quedar muerto
en la tumba custodiada por esbirros. Lo mataron porque era hombre; pero como
poseía el Espíritu Santo, resucitó. Su estilo de vida, su manera de vivir
durante 33 años, no podía acabar en una tumba. El odio, la envidia, la rabia y
la mentira de los sumos sacerdotes y compañeros contra Jesús no podía triunfar.
Una vez en la historia ganó Caín; ahora triunfa Abel. El bien, sobre el mal; la
luz, sobre las tinieblas; la libertad, sobre la opresión. El modelo del hombre,
la norma de vida del hombre, no podía terminar con la cruz. ¡Dios Padre, por su
Espíritu lo resucitó, lo puso en pie! Ahora, Jesús resucitado se presenta como
el Hombre pleno, el Hombre acabado, el hijo del hombre. Ahora se presenta como
el Cristo de Dios, como el Señor del hombre, como el Salvador del hombre. Ahora
Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre»[13]
«…ni
la resurrección ni las apariciones pueden ser, propiamente hablando, objeto
adecuado de crítica histórica… el testimonio de San Pablo en 1Cor 15, 5-8 que,
según el mismo Pannenberg, sería el único texto capaz de superar un examen
histórico crítico. Resulta en realidad que el testimonio de san Pablo en 1Cor
15 asegura la convicción de los cristianos –en el momento, al menos, de la
redacción de la carta (año 56 ó 57)- de que una numerosa serie de discípulos
habían sido beneficiados de la manifestación de Cristo resucitado… podemos
tranquilamente atenernos a las conclusiones, más bien moderadas y optimistas
del padre Grelot: “El historiador puede concluir con toda seguridad que en los
años 30 se contaba en la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, un importante
número de hombres que se habían beneficiado de las manifestaciones de Cristo
resucitado y habían fundado con su testimonio, la fe cristiana primitiva. El
historiador nota con interés que esta lista era mucho más amplia que la que
podía establecerse sobre la base de las solas narraciones evangélicas, aunque,
debido al contexto cultural judío, donde sólo los hombres podían emitir
testimonio válido, la lista no nombra a ninguna mujer”… No siendo la
resurrección de Jesús la simple reanimación de un cadáver, ni el mero retorno a
la vida temporal presente, “verlo” no puede tener el mismo sentido que si se
aplica a la actividad ocular normal. Para decirlo con las palabras de un
eminente exegeta, “las nociones ‘aparición’ y ‘ver’, tomadas en su sentido
habitual, son trascendidas por otro elemento. En el contexto de los evangelios,
la palabra opthe “se apareció”
significa igualmente que el Resucitado se comunica a Sí mismo por la palabra y
el signo… Tanto si es palabra o signo, salutación o bendición, interpelación,
invocación, mensaje, consolación, enseñanza, misión o fundación de una nueva
comunidad, es siempre un don gratuito… Sí así es su aparición, “ver” al
Resucitado equivale a escucharlo, acogerlo y participar personalmente.”»[14]
«No
es posible aceptar al Resucitado si no tenemos una fe fuerte. La fe es un don
bautismal que es preciso desarrollar, porque se nos da como en semilla. Si se
cultiva sobre todo con la Palabra de Dios y la oración, la fe crece; si se
cultiva con la vida de la comunidad en clima de fe, la fe aumenta; si se
cultiva con la experiencia de los sacramentos de la fe, la fe se robustece; si
se cultiva con una vida de ascesis, de renunciar a las obras de la carne y
vivir las del espíritu, la fe se hace adulta; si se cultiva con el compromiso
en la misión anunciando al Señor Jesús, la fe madura; si se cultiva
compartiendo experiencias de fe con otras personas que también las tienen, la
fe guarda su vigor. Muchos llegan hasta Cristo que muere en la cruz –Cristo
histórico-, y no tantos los que llegan a ver la tumba vacía porque el Señor se
puso en pie al impulso del Espíritu. Esta experiencia supone humildad, supone
rendirse como Tomás, en un “Señor mío y Dios mío”. Los ojos de la fe parten de
un “corazón de pobre”.»[15]
La
pobreza de nuestro corazón, la humildad que nos cristifica, el Espíritu de
servicio, es sumergirnos en su Palabra, hasta saturarnos de Él hasta que –dócilmente-
vivamos, nos movamos y existamos en Él, y así poderlo trasparentar: ¡Esa es la
bienaventuranza! “Vivir de tal manera que Él pueda vivir en nosotros, plantados
al borde de la acequia. Alegrémonos porque su recompensa será grande en el
Cielo.
[1] Juan Pablo
II CARTA ENCÍCLICA VERITATIS SPLENDOR C. Vaticano 6 de agosto de 1993. # 34
[2] Martini,
Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo, Santafé de Bogotá, D.C.-Colombia
1995 p.56
[3]
Equipo “Cahiers Evangile”. PRIMEROS PASOS POR LA BIBLIA. Ed. Verbo
Divino. Cuadernos Bíblicos No. 35 Estela(Navarra) – España 1992 p. 12
[4]
Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS Tomo I Ed San Pablo
Santafé de Bogotá, D.C.-Colombia 1996. pp. 12-13
[5]
Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO.ORAR LOS SALMOS Ed. Sal
Terrae Santander-España 1989 pp. 11-12
[6] Martini,
Carlo María ORAR CON LOS SALMOS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá, D.C.
–Colombia 1999 pp. 30-35
[7]
Chigua, Milton Jordán.
PINCELADAS BÍBLICAS DE LOS PROFETAS. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2015 pp.
131.133
[8] Ibidem,
p.132
[9] Fausti,
Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed San Pablo Bogotá-Colombia
3ª ed. 2014 p. 163
[10]
Ibidem pp. 166-167
[11] Ibidem
p. 167
[12]
Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae-Santander, 1985
p.39
[13] Mazariegos,
Emilio L. DE AMOR HERIDO Ed. San Pablo Bogotá, D.C. –Colombia 2001 p. 183
[14]
Sala, Ramón. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS en DE LA
FE A LA TEOLOGÍA Pou, R. etal. Ed. Herder Barcelona 1977 pp. 121. 118-120
[15] Mazariegos,
Emilio L. EMAÚS: EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003
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