Deu 4, 32-34. 39-40;
Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 ; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20
En lenguaje místico,
la fe es una noche luminosa.
Segundo Galilea
La
antífona de entrada (antiphona ad introitum) para la Liturgia de este Domingo
–Solemnidad de la Santísima Trinidad- Bendice a cada una de las Tres Divinas
Personas porque han tenido Misericordia con nosotros. Hoy, dedicamos la
celebración a hacemos conscientes del Don maravilloso que nos une a la Trinidad;
Ellos nos han querido hacer Bien, nos han regalado El Mayor Bien, y nosotros
–por pura Gracia- (no por algún mérito), somos “objeto” de su Magnánima
Predilección: Ellos han acogido en su Corazón nuestras dolencias, nuestra
pequeñez, nuestra fragilidad, nuestra debilidad, nuestra propensión a la caída;
y, con total gratuidad acuden en nuestra ayuda. ¿Qué nos dice eso? Que más allá
de tratar de “poseerlos”, en vez de tratar de adueñarnos de su conocimiento,
estamos llamados a aceptar y recibir la dilecta amistad que nos ofrecen.
Demos
una ojeada a la “Oración Colecta”, oración exclusivamente sacerdotal, en la que
el Presidente recoge todo lo que nos ha conducido a llegarnos hasta el Altar,
nuestros agradecimientos, nuestras intenciones, nuestros planes, nuestros
proyectos, nuestros ruegos, lo que queremos ofrecerle y lo que queremos poner
en Sus Divinas Manos, todo eso el Sacerdote lo amasa y con su Súplica le pide a
Dios que nos lo conceda. En esta ocasión, inicia (siempre se inicia diciendo a
Quien dirigimos la súplica y sus Títulos Nobiliarios) –poniendo como base- lo
que Dios ha hecho, y lo hace enumerando las acciones de Dios con dos verbos:
“enviar” y “revelar”. Quiere esto decir –si lo ponemos en relación con el
Introito- que Dios nos ha donado su Misericordia muy especialmente a través de
enviar y revelar. ¿A Quién ha enviado? A dos Personas: la Palabra de Verdad y
el Espíritu de Santidad; y, revelar… ¿Cuál ha sido su Revelación? Su Misterio
Admirable, ¿a quienes se los ha revelado? ¡A todos! De allí, pasa la Oración
Colecta a la parte “peticional”, donde todo lo pedimos por nuestro Señor
Jesucristo. Va a pedir tres cosas: que profesemos, reconozcamos y adoremos:
a) Profesemos la fe verdadera.
b) Reconozcamos la Gloria de la Verdad
Eterna.
c) Adoremos su Unidad en la Majestad
Omnipotente.
Los
que fueron mis catequistas me acercaron a la Majestad Omnipotente de la
Santísima Trinidad así: Son tres personas distintas y un solo Dios verdadero.
¡Punto! ¡Entiéndalo así! ¡No pregunte más! La mente más inteligente no podría
entenderlo. Grandes filósofos, sabios y aún los santos han luchado por
entenderlo y no lo han logrado. Es “una verdad de fe”, y lo que a nosotros
corresponde es aceptarla con obediente asentimiento.
Agradezco
y los bendigo por haberme donado esa aproximación: ¡No fue -para nada- mal
punto de partida! Encuentro belleza en el argumento, inclusive me seduce lo del
“obediente asentimiento”, me evoca la disciplina rigurosa: ¡Tiene su encanto!
Pese a lo cual, ¡hay algo que disuena!
De
verdad, pienso que Dios es tan Misericordioso que no nos revelaría algo que, al
no poderlo penetrar, se convertiría en una abstracción inútil. De ser así, creo
que Dios se habría abstenido de darnos un “vaso desfondado”. El Padre
Celestial, el que amamos, alabamos y adoramos nosotros no es así. Creo –y eso
si podría ser- que lo que quisieron decir estos amigos, es que la Verdad de la
Santísima Trinidad no se puede agotar, por lo menos en esta vida mortal: “un
Misterio inefable, infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según
la medida humana. ¡Ah, bueno, pero eso es algo totalmente diferente! «Fe es
creerle a Dios sin comprender totalmente el contenido de lo que nos dice, pues
si lo comprendiéramos sería como comprender a Dios, lo cual no es posible para
la limitación de la criatura.»[1] Pero creo que Dios nos
reveló esta imagen Trinitaria de su Ser, para enriquecernos, para guiarnos,
para darnos un “tesoro”, y ese tesoro no se puede quedar como los juguetes
regalados antaño, que se subían a una repisa y allí se mantenían, empacados en
sus cajas originales, acumulando una capa de polvo que se apelmazaba y
deslustraba el empaque tan vistoso y atractivo al principio. ¡No puedo aceptar
que Papá-Dios sea de esa clase de padres. Al contrario, mi teología está convencida
que Dios me regala cada juguete para que lo abramos y lo disfrutemos. Aún más,
creo que lo que alegra a nuestro Padre es que juguemos con el regalo todo
cuanto nos sea posible.
Dios es como una
columna entre mis brazos.
¡Intentad
arrebatármela!
Estamos felices de
estar juntos:
Nos decimos el nombre
de pila unos a otros.
Y entonces, queridos
hijos, atentos y todos juntos.
“Que tu amor, Señor
esté sobre nosotros,
como nuestra
esperanza está en Ti
Salmo 32, versión de
Paul Claudel
Al
empezar a jugar veo que la Santísima Trinidad es como una aversión-de-Dios-a-la-soledad.
Muy ingenuamente podríamos regresar a la explicación de mis catequistas y
argüir esta vez que Dios siendo Dios no se siente solo. Únicamente por volver
la bola al campo rival, daremos el siguiente raquetazo: No se trata de decir
cómo siente Dios, sino de aceptar lo que Dios nos ha manifestado sobre cómo es
Él. ¿Qué nos ha revelado? ¡Que Él es Trino! (Creo que a mis amigos catequistas
también les repudia la soledad porque no habría quien les devolviera la bola.
Por si eso fuera poco, Dios que es bondadoso con todos y a todos alumbra con su
sol, les dio a los catecúmenos). Quizá quepa –para contestar el raquetazo con
elegancia, dar el golpe con el revés de la raqueta: En Génesis dice Dios: “No
es bueno que el hombre esté solo. Le haré alguien que sea una compañía idónea
para él” (Gn 2,18). ¡Esta es la primera de las revelaciones que Dios nos hace
al manifestarse Trinitario! (Recordemos que Jesús nos enseñó que debíamos ser
perfectos “como el Padre” es perfecto (Mt 5, 48); esto lo entendemos como que el
Padre quiere que hagamos todo lo posible y nuestro mayor esfuerzo por
parecernos a Él, (también en lo de no estar solos).
Él ama la justicia y
el derecho
Sal 32, 5a
El
segundo rasgo de la Santísima Trinidad que nos parece una enseñanza esencial,
la leemos en Gregorio Nacianceno, el Teólogo: «Divinidad sin distinción de
sustancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que
abaje…»[2]. Esta propuesta de
igualdad nos cuesta, pero está en el proyecto que Dios nos ofrece como vía
hacia Él. Que aplaquemos nuestras manías de sometimiento, que anulemos las
ansias de inducir a la sumisión, sólo queramos ejercer dominio sobre nosotros
mismos, trabajando en progresar por el camino de la humildad, superando los pruritos
de superioridad. San Pablo nos invitaba para que con humildad, no nos sintamos
superiores a nadie sino que, consideremos a los demás superiores a nosotros (Cfr.
Fil 2, 3).
Aún
hay una tercera directriz que nos enseña la Trinidad Santa. Dios es Unidad y
nos llama y nos invita a ser Unidad. Sigamos de la mano de San Gregorio
Nacianceno: «No he comenzado a pensar en la Unidad y ya la Trinidad me baña con
su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la Unidad me
posee de nuevo»[3].
La Trinidad nos llama a ser Cuerpo Místico, a percibirnos y entendernos como
tal, a convertir nuestra Unidad en fraternidad, en amor misericordioso del
Señor en el objetivo de nuestra Misión. Evangelizar
es pues, nada diferente que buscar la Unidad en nuestro Hermano Mayor,
Jesucristo Dios y Señor nuestro.
Se
puede seguir profundizando, seguramente las notas serán múltiples, nosotros
hemos querido resaltar estas tres, convencidos que hay otras; por ejemplo, ser inspiración
y modelo de familia.
… con Él se alegra
nuestro corazón,
en su nombre confiamos
Sal 32, 21
¡Ah,
que dulces son las rutas de nuestra fe. Cuán regocijantes las demandas con las
que el Santo Espíritu nos arropa! Esta fe es un tierno mensaje de amor
constante para que vivamos con verdadera fraternidad, cosa que no se da de por
sí, requiere esfuerzo, pero al asumir la tarea de superación se llena de
sentido la existencia, que de otra forma es sólo un fardo cargoso. Por eso la
vida en la fe es de felicidad en una dicha que trasciende las tinieblas, que
Dios –Quien-nunca-nos-abandona- nos ayuda a atravesar. Están las tinieblas, ¡sí!
Surgieron de las entrañas del pecado; pero, la Luz Trinitaria las derrota.
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