Hch 9,26-31; Sal 22(21), 26b-27. 28 y 30. 31-32; 1Jn3, 18-24; Jn 15,1-8
Oh Señor Jesús...,
sin ti no podemos hacer nada, porque tú eres el verdadero jardinero, creador,
cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu
espíritu y haces crecer con tu fuerza
Guerrico d'Igny
…Dios Padre procura
la unidad del Hijo con sus sarmientos o miembros. Esta unidad es el
acontecimiento central del mundo y de su historia, y es tan estrecha que no
permite las medias tintas: o el sarmiento está unido a la cepa o está separado
de ella.
Hans Urs von
Balthasar
Vamos
a leer el “Cartel” que está pegado a la entrada de esta Liturgia (Antífona de
Entrada): “Canten al Señor un Cantico
Nuevo porque ha hecho Maravillas y ha revelado a las naciones su Justicia”.
Esta antífona remite directamente al Salmo 98(97), versos 1 y 2. Nos pide que
hagamos algo por una razón doble: Nos pide cantar, o sea, glorificar no con
cualquier tipo de cántico sino con un “canto
nuevo” y esto porque a) El Señor ha hecho maravillas, y, b) porque Él nos
he revelado su Justicia, y su Justicia es el Amor. Pasemos, sin más
comentarios, a detallar la Oración Colecta: allí se dice que hemos sido
“renovados”, por medio del bautismo y luego –haciendo mención de otro
sacramento, se dice que “hemos sido santificados”, que cosa tan esplendida,
nosotros ¡hemos sido “santificados”!; ¿cuál es este sacramento que nos
santifica?, a renglón seguido nos enteramos que ese Sacramento es el Sacramento
Pascual, que es la Eucaristía, porque la Eucaristía es el Sacramento que
celebra la Pascua, que celebra este regalo prodigioso que Jesús nos ha dado en
su Muerte-y-Resurrección: Verdaderamente que estamos celebrando en esta Liturgia,
el Sacramento Pascual del Resucitado, que es un Sacramento que abre una
expectativa para nuestra vida, cual es que demos fruto y que gocemos –en el
esjatón- de la Vida Eterna. Primero, en esta vida y en esta tierra, dar frutos
que manifiesten nuestra filiación, porque si son frutos de cristiano tienen que
ser, frutos rebosantes de ese ser de “hijos”; y, después de nuestra
peregrinación por la vida terrenal, ser –para siempre- reflejo del Esplendor de
Dios en su Gloria: reflejo aquí de nuestro ser de hijos y allá de la Presencia
de la Divinidad que nos acogerá por los siglos de los siglos, ya no para lo
pasajero sino, para lo perdurable. Pero –lo aclara perfectamente la oración
colecta- eso se dará sólo si contamos con el Auxilio de Dios que nos asiste.
Este fruto será la permanencia en vínculo estrecho con Jesús, por eso diremos
para cerrar el comentario de la antífona y de la Oración Colecta, que esta
celebración del Quinto Domingo de Pascua se encuentra bajo el signo del μένω
“permanecer”.
Permanecer
implica “constancia”, permanecer es “fidelidad”. Pero la permanencia tiene una
connotación de fraternidad, o sea que para los herman@s en la fe, implica “acogida”,
llama al “cuidado”. Muchas veces reclamamos la permanencia por ejemplo, en el
compromiso, y censuramos a nuestros hermanos en las comunidades eclesiales,
pero nosotros –que a nuestra vez estamos llamados a la “acogida y el cuidado
fraterno, sólo tenemos agallas para reclamar que el otro “persevere”, y… nos
preguntamos si acaso, le hemos aportado el “apoyo” necesario para poderse
mantener firme y fiel. Es cierto que la fe nos reclama “permanecer”, pero todos
somos hermanos y para que los otros puedan llegar a ser “fieles” nosotros, sus
hermanos, debemos brindarle todo ese desvelo, ese que reclamó Jesús a sus
discípulos, velar con Él (Cf. Mt 26, 40). Aquí viene un detalle -quizás
ignorado por muchos- respecto al cuidado que requiere una viña, y es que a
medida que crecen los sarmientos, estos requieren “apoyo”, y este apoyo se les
brinda con “redes”, para que en ellas se puedan recostar. Esto es mucho más
evidente en el cultivo del tomate, donde se precisa una tarea de respaldo
denominada “entutorado”, que se hace en las tomateras con varas o perchas,
postes y alambres y atando a ellas los tallos.
Si
miramos atentamente la Primera Lectura, este “entutorado” lo conduce Bernabé en
favor de Pablo, para que él se pueda vincular y sea aceptado por los discípulos
que temían y desconfiaban de él. Perdónenme, pero viene al caso observar algo
sobre la etimología de la palabra tutor que salió de un verbo latino, el verbo tueri que significa precisamente,
vigilar, proteger, observar con ojo cautelar. Es decir, el tutelaje está
directamente conectado con el “pastoreo”, es el homólogo en agricultura del cuidado
“Pastoral” referido este, a la atención del rebaño. Son dos figuras una de
origen agrícola y la otra de fuente ganadera que nos llaman a velar por
nuestros compañeros (los que comen del mismo pan) que nosotros, por ser ellos -hijos
del mismo Padre- preferimos llamar “hermanos”. No, no basta rezar hace falta
“tutorar” que es una forma de fidelidad y constancia para facilitarle al
hermano su incorporación a la comunidad y su pervivencia en el seno de la
fraternidad de fe.
Veamos
como concluye la perícopa de la Primera Lectura y comprendamos que gracias a
este “tutorado” las Comunidades cristianas iban progresando ¿en qué?,
precisamente en “fidelidad”, o sea en la posibilidad de que su fe no fuera una
experiencia pasajera sino que se convirtiera en eje de su existencia. Hoy día
nos lamentamos por la baja numérica de nuestras comunidades que –antes que
“multiplicarse”- menguan: y, entonces cabe la pregunta y la revisión de cómo va
el “tutorado”, cuánto nos desvelamos por los hermanos… o quizás sólo nos afanamos
en multiplicar los “rezos”, pero pocos se interesan en esos Pablos que se
quedan huérfanos y en quienes nuestra actitud acrecienta más bien la sensación
de abandono y desprecio.
(Claro
está que cuando uno adelanta estas reflexiones, no es que uno lo esté haciendo
de maravilla. También nosotros somos conscientes que esta cerbatana se clava en
nuestra propia piel y que también muchas veces –las más de ellas- incurrimos en
el descuido de los Pablos que se acercan como débiles sarmientos y que requieren
una “red” que los sostenga).
El
Salmo 22(21), es el que se proclama este V Domingo de Pascua, es un Salmo de
Acción de Gracias, verdaderamente que regresar del exilio para el pueblo de
Israel fue como una resurrección, al
ser llevados al cautiverio se podía pensar que habían sido borrados de la faz
de la tierra y, sin embargo, he aquí que han podido volver y se anuncia que se
iniciaran las obras de reconstrucción del Templo. En el Salmo se refiere a la
fidelidad llamando a los que no abandonaron la esperanza en el Dios de Israel, “los
que Lo buscan”, y dice que “su corazón ha de vivir por siempre”, en esta
expresión encontramos una semilla del “esjatón”. También nos da vislumbre de lo
que pasará en la otra vida y declara que ante Él y sólo ante Él “se postraran
todos los que mueren”.
El
salmo parece empezar hablando de un Dios que abandonó a su Pueblo o a su Siervo
¿Cómo le podemos hablar a alguien que ha abandonado? Si ha abandonado no está,
entonces, no se le puede dirigir algún reproche porque ya se ha ido. Si le
hablamos, es porque no se ha ido; y, si no se ha ido “no nos ha abandonado”. Si
no nos ha abandonado le podemos dar las gracias por su lealtad fiel y de allí
brota la Acción de Gracias, el cantico Nuevo, la Glorificación de su Justicia
que es Amor.
En
la Segunda Lectura, en un tejido muy denso, que tiene su estambre principal en
la “fidelidad de Dios” para con sus fieles, se teje y entreteje con otras
hebras: los Mandamientos, el Mandamiento de creer en Jesucristo y amarnos entre
hermanos, y el Don que nos entregó Jesús, el Espíritu Santo. Ya al principio de
la perícopa señala las limitaciones de nuestro conocimiento y las contrapone a
la Omnisciencia Divina que “todo lo sabe”; luego se refiere a nuestra fidelidad
respecto de los Mandamientos y augura que quienes son fieles a ellos lo
obtendrán todo. Luego alude al Mandamiento del AMOR, llamándolo el “precepto” (enseñanza
que nos dio desde antes, desde el principio, quedó estipulado), es una herencia
que hemos recibido de Jesús. Toda esta secuencia desemboca en la feliz
consecuencia: Que sepamos –con un conocimiento no intelectual sino de Gracia-
que Dios μένει
permanece en nosotros, por ese “empuje”,
por ese “impulso”, por ese “ímpetu” que nos habita y no nos deja
decaer que es Πνεύματος como un “viento” que impulsa las velas de los
barcos veleros. «Y
sabemos que permanece con nosotros
por el espíritu que nos ha dado”.
Ahora,
vamos a plasmar el Evangelio de esta Liturgia con cuatro elementos que nos
parecen los elementos “puntales” que nos generan un “tutelaje” para abarcarlo
integralmente, a saber:
1) “YO SOY Ἐγώ εἰμι
(ego eimi) la Verdadera Vid y mi Padre es el Viñador. Al sarmiento que no da
fruto en mí, Él lo arranca y al que da fruto lo poda para que dé más fruto”.
Así es, Él -como vid verdadera- genera el verdadero vino de su sangre y con esa
sangre se ofrece el Sacrificio Redentor: Sacramento Pascual, como ya se ha
dicho. Además, no descuidemos que el vino es símbolo de la Alegría y en la Cena
es el Elemento del Brindis, con el que “Levantamos la Copa de la Salvación”.
2) “El sarmiento no puede dar fruto por
sí mismo, si no permanece en la vid”.
Esto es lo esencial para nosotros, nosotros no somos “autosuficientes”, no
podemos dar nada, si no estamos en la
Vid somos frutos vanos; pero, sí permanecemos unidos a Él, ¡que rico será el
jugo de nuestras uvas!, y no seremos agrazones (en la Biblia significa: “uvas
agrias”). La vid no da fruto por cualquier lado, no los da por la zona del
tallo, sino por unas ramitas que son los sarmientos y que -claro está- no
pueden dar nada si las desgajan del tronco.
3) “Sin mi nada pueden hacer,… el que no permanece en mí se le echa
fuera, como el sarmiento, y se seca; y luego lo recogen, lo arrojan al fuego y
arde”.
4) La Gloria de mi Padre ἐδοξάσθη consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos. Edoxasté significa, “valorarlo por lo que realmente Es”, experimentar que Él es El Dios Verdadero, viviendo esa conciencia en lo más profundo de nuestro corazón, esa es la Gloria de Dios-Padre y se alcanza a través del ejercicio del discipulado, permaneciendo fieles al estilo de vida cristiana, trasparentando a Jesús en nuestra vida. Como lo dijera San Ireneo de Lyon: “…la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. Sólo lo vemos si permanecemos fieles a Él.
Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; miranos siempre con Amor de padre y haz que cuántos creemos en Cristo, tu hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna.
ResponderEliminarAMÉN