Gn 22,1-2. 9-13.15-18; Sal 115. 10 y 15. 16-17. 18-19; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 2-10
La “transfiguración”
no es tanto un acontecimiento temporal en la vida del Hijo del Hombre –es su
estado permanente- sino un momento especial en la vida de los discípulos. Sus
ojos se abran a las conexiones invisibles de Jesús hombre con el mundo
espiritual.
Michael Casey
…la actividad
“pre-pascual” de Jesús estaba ya basada en el hecho pascual de la resurrección
que había de venir. La Pascua, que constituye el acontecimiento fundamental de
la vida de Jesús, determina el sentido y la autoridad, no sólo de todo cuanto
vino después de ella, sino también de todo cuanto la precedió.
Carlos Vallés, sj.
Isaac
fue, en el primer momento, en el momento de la promesa, algo así como una
broma, un chiste de improbabilidad, algo que no podía suceder a una mujer ya
menopaúsica. La respuesta a este “chiste” fue la risa, esa risa dio razón de
ser al nombre Isaac: “dijo Sara: Dios me ha hecho reír; cualquiera que sepa que
he tenido un hijo, se reirá conmigo”. (Gn 21, 6). A esa risa se contrapone el
fin más doloroso y triste, seguramente anegado en lágrimas: Morir sacrificado,
víctima propiciatoria para demostrar obediencia a Dios. Cumplimiento de sus
designios. ¡Abrahán nunca pensó escatimarle su hijo al señor que se lo había
reclamado!
En
esta página bíblica, suponemos siempre –dándolo por sobreentendido- que Dios nunca
habría permitido la consumación del sacrificio. Dios-Omnisciente conociendo
como conocía el corazón de Abrahán, ya sabía que le sería obediente, entonces,
ya desde antes, encargó al Ángel detener la mano filicida, y ya desde entonces,
trabó los cuernos del carnero en la maleza para garantizar un reemplazo a la
víctima protegida y salvada.
Esta
obediencia da como fruto que Dios ofrezca Alianza a la humanidad, en la persona de Abrahán: “Yo
te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y las
arenas del mar. Tus descendientes conquistaran las ciudades enemigas, en tu descendencia
serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis
palabras” (Gn 22, 17). No podemos pasar adelante sin rememorar que Isaac
simboliza la unión de tribus hebreas e idumeas y, en ese sentido es figura
veterotestamentaria de Cristo y de la Iglesia, lo cual no es poca cosa ya que
prefigura y sirve como boceto a la Misericordia que luego se nos dará a conocer
en El Salvador. Sobre el marco espacial de este relato veterotestamentario,
también tenemos algo que añadir: Este episodio de la puesta a prueba de la fe
de Abrahán ocurrió en el Monte Moriá.
Los
montes –en general- por su altura, aluden a la cercanía con Dios. Vamos a
trasladarnos ahora a otro Monte Bíblico: el Tabor. Antes de llegar al Tabor,
debemos recordar que el Tabor hace referencia a otro par de Montes: al Carmelo
y al Monte Sinaí. Recordemos que el Carmelo se erguía prácticamente como un
farallón defensivo, a la vez muralla y barrera. El Monte Carmelo fue el sitio
donde el profeta Elías compitió con los falsos profetas de Baal, recibiendo el
apoyo y la “confirmación” del Señor que “devoró” con su Fuego el sacrificio,
mientras los falsos profetas quedaron ridiculizados y fueron degollados, su
sangre tiñó el Cisón. El Horeb o Monte Sinaí es el Monte del Decálogo, porque
no basta sacar al pueblo de la esclavitud si no se le daba una nueva
fundamentación, una estructura legal sobre la que construir nuevas relaciones
de libertad y fraternidad. Hay que subrayar esta dinámica, el hombre para ser
verdaderamente libre tiene que ser delimitado por la Ley, así que la Ley que a
muchos les parece talanquera, es en realidad la “línea del horizonte” por donde
sale el sol radiante de la verdadera libertad. De cualquier otra manera, el
hombre es esclavo de su no saber qué hacer, ni por donde ir.
El
episodio del Tabor ocurre en “el sexto día”, lo que nos dice que Dios está
creando con la Transfiguración una Nueva Humanidad, porque el Sexto Día fue el
día en el que Dios creó al hombre. En esta transfiguración nos hallamos ante
una superación: ya no se precisa a Elías y Moisés, porque aquí hay uno que es
más que Salomón y Jonás y todo el Antiguo Testamento; pero no sólo es
superación, en esta dialéctica también se enuncia la continuidad: porque es el
mismo YHWH.
La
Voz pronuncia una sentencia que llama y apunta hacia otra referencia: el
bautismo de Jesús. También allí la Voz declara que Jesús es “su Hijo amado”. También aquí se dan cita
toda una serie de elementos teofánicos, donde quizás los más destacados sean el
resplandor incomparable de las vestiduras y la Nube, sinónimo del Misterio
Divino. Este misterio se revela pero no se agota, no se puede traspasar
exhaustivamente. Se nos da pero no lo podemos concluir. ¡Es dato y don a la vez
que es imponderable!
¿Por
qué la referencia bautismal? Porque el sacramento del bautismo es el que nos
hace nacer para la Vida Nueva de esa Nueva Humanidad a la cual Jesús da
principio, así lo entendieron los primeros cristianos y así quedó formulado en estas
catequesis. El evangelio de Marcos está dividido en dos grandes partes, en la
primera Jesús elige y llama a los suyos, con ellos va a engendrar la Nueva
Comunidad, encargada del discipulado y el anuncio; pero, a partir de 8, 27 se
puede dar inicio a la construcción del Reino, como una semilla puesta en tierra
para que germine y que en cualquier momento brotará, (la Semilla ya está allí,
puesta en tierra, y –sin que nosotros sepamos cómo o cuándo, ella de pronto
retoñará). Este tiempo que la liturgia denomina Cuaresmal es –por consiguiente-
un tiempo eminentemente bautismal. El bautismo sella la adopción como hijos de
Dios, lo que significa la redención que se nos otorga Sacramentalmente por
Gracia de la Obediencia de El-Que-Es-Hijo-en propiedad.
En
los otros Evangelios contamos con un capítulo resurreccional: Mt 28, Lc 24, Jn
20-21 No así en el Evangelio de San Marcos, en él no se relatan estos
episodios. Sin embargo, este texto del Evangelio que leemos en este Segundo
Domingo de Cuaresma, reviste ese carácter post-pascual pese a estar colocado
aquí, en el capítulo 9, antes de la pasión. Jesús es revelado por el Padre, por
medio de la Transfiguración, como glorioso, justo ahora, después de la primera
predicción de su pasión 8, 31-37 y antes de la segunda predicción 9, 31-32.
Así, pues, debe entenderse la Transfiguración como una pre-visión consoladora
para afrontar las tinieblas que sobrevendrán, los duros momentos y amargos
tragos que ampollaran la vida de los discípulos.
Jesús,
el mismo ayer, hoy y siempre, Alfa y Omega, Señor del tiempo y de la historia,
que vive en la eternidad –aun cuando visitó el Cronos- existía desde el
Principio y perdura a la Derecha del Padre: «El teólogo de Múnich Wolfhart
Pannenberg ha acuñado un concepto técnico para referirse a este hecho: el
“derecho proléptico” de Jesús. En un intento de ‘suavizar’ o de hacer más
inteligible la expresión, Bruce Vawter la ha traducido como “retroactividad
resurreccional”. ¡No se sabe cuál es peor…! Pero la importancia del tema
justifica el neologismo. “Proléptico” proviene del griego “pro” (“de antemano”)
y “lambano” (“coger” o “tomar”). Es decir, algo “tomado de antemano”, algo que
va a venir después, que todavía no es realidad, pero respecto de lo cual, y en
la seguridad y la confianza de que ha de venir, se pueden ya tomar medidas y
adoptar actitudes. Y en la misma línea va lo de “retroactividad
resurreccional”, que significa que la resurrección, cuando todavía no ha tenido
lugar, puede actuar en la mente de los que ya saben que va a venir y están
seguros de ella, en este caso Jesús.»[1]
Nos fascina otro enfoque que se da a este fenómeno de la Transfiguración: Según
algunos teólogos, Jesús en todo momento estaba Transfigurado, pero no somos
capaces de darnos cuenta. Hay –sin embargo- esos momentos-cúspide, que muchos
llaman “del encuentro”, cuando vemos su Rostro Resplandeciente y sus ropas
limpísimas, y caemos en la cuenta que en Él se resumen Todas-las-Escrituras y,
entonces, toca con la Yema de sus Dedos nuestro corazón y nos trasforma, y nos
gana para Sí, y nos dona dadivosamente su Fuerza en nuestra vida. Es este
Jesús, Dios humanado, el que ha tomado partido por nosotros, anda a nuestro
lado, está –como lo dice la Carta a los Romanos- a nuestro favor, murió,
resucitó y está a la Derecha de Dios para interceder por nosotros. (Cfr. Rm 8,
34). Caminante a nuestro lado: «En el camino por un Mundo Nuevo, camino que
cada vez se amplía más, crece la esperanza y se confirma la certeza de que el
gran Proyecto de Dios, en vista de la “manifestación de sus hijos”, no es un
simple sueño sino una posibilidad que se proyecta en el futuro, dentro de los
horizontes de la historia.»[2]
¿Qué
implicaría esto para nosotros? Por una parte, se retoma la idea de la
“vigilancia”: Si Jesús está siempre Transfigurado, debemos estar vigilantes,
adorantes, contemplativos, alertas todo el tiempo, tratando de penetrar y
sobreponernos a la fragilidad de nuestros sentidos. Vigilantes para ver hacía
lo alto del Tabor, porque nos pasa como los Caminantes de Emaús, Él va a
nuestra vera, pero lo obligamos a decir que somos duros para entender y tardos
para caer en la cuenta de lo que nos previnieron los profetas. Tratar
–inclusive- de descubrirlo antes de que Él parta el Pan, y, ya mismo, rogarle
que se quede, que no parta, que entre y se quede con nosotros. Y, en segundo
lugar, a resguardar nuestras promesas bautismales, aplicándonos a mantener la
pureza de ese baño en las aguas del Espíritu que nos regenera, dedicándonos al
seguimiento, al discipulado misional que Él mismo nos ha encargado cuando su
Dulce Voz pronunció el “Sígueme”.