Sam 7,1-5. 8b-12. 14a.16; Sal 88, 2-3. 4-5. 27. 29; Rom 16,25-27; Lc 1, 26-38
Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y
estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son
llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella
santidad con la que es perfecto el mismo Padre.
Lumen Gentium, #11
Lo que ilumina y da sentido pleno a la historia del mundo y
del hombre empieza a brillar en la gruta de Belén; es el Misterio que contemplaremos
dentro de poco en Navidad: la salvación que se realiza en Jesucristo.
Benedicto XVI
La palabra Adviento, de origen latino, tiene su
equivalente en lengua griega en el término παρουσία Parusía;
por lo general usamos el primero para referirnos a la Natividad y el segundo
para hablar de la Segunda Venida, Gloriosa y Triunfal. Explicando el
significado del Tiempo de Adviento, nos decía el Papa Emérito: «Estamos en el
tiempo litúrgico de Adviento que nos prepara para la Santa Navidad. Como todos
sabemos, el término Adviento significa “llegada”, “presencia”, y antiguamente
indicaba precisamente la llegada del rey o del emperador a una determinada
provincia. Para nosotros, cristianos, la palabra indica una realidad
maravillosa e impresionante: el propio Dios ha atravesado su Cielo y se ha
inclinado hacia el hombre; ha hecho alianza con él entrando en la historia de
un pueblo; Él es el Rey que ha bajado a esta pobre provincia que es la tierra y
nos ha donado su visita asumiendo nuestra carne, haciéndose hombre como
nosotros.»[1] Desde
nuestra fe, reconocemos la generosidad de Dios que nos ha hecho coparticipes de
su proyecto salvífico. No participamos de esta Historia a manera de simples
espectadores. Se ratifica una y otra vez en este camino de preparación hacia el
nacimiento de Jesús -en el Pesebre de Belén- que Dios nos quiere coparticipes y
quiere nuestro compromiso con el Plan Salvífico que va tejiendo con los hilos
del decurso de la historia.
El
Evangelio –para este Domingo- es el de la Anunciación que constituye,
evidentemente, un momento central en la Encarnación, y por ende un hito –el
medular- del Plan Salvífico. Este Evangelio que leemos en el IV Domingo de
Adviento (B), se puede dividir en dos partes: La Anunciación, propiamente
dicha, y la Vocación. Estos tipos de
texto tienen una estructura fija, dicen los exegetas que una Anunciación tiene
una estructura cuatripartita: a) primero está la aparición del “Mensajero
Celestial”, b) luego el Anuncio del nacimiento, c) luego viene la imposición
del Nombre y d) finalmente la declaración de la misión: damos como ejemplos Jue
13, 3-5
Y,
también, otro claro ejemplo es Lc 1, 11-20:
"Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad.» El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.»"
Por su parte, una vocación –también consta de cuatro partes: a) Dios convoca, b) el vocacionado expone sus dificultades, exhibe sus limitaciones, c) Dios le resuelve y disipa las dudas y, d) se cierra, con una señal de parte de Dios que ratifica y comprueba el hecho de haber sido llamado. Es muy interesante, al reconocer la estructura dentro de la perícopa, darnos cuenta que la primera parte -la vocación- está constituida por toda la Anunciación, valga decir, la Anunciación va de los versos 26 al 33; y, la vocación, del verso 26 al verso 38.
Demos una pequeña visita a la Christus Vivit en
el numeral 252, tratando de elucidar lo que significa “vocación”: «la vida
que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar
raíces en la tierra de cada uno… Esa vida no es una salvación colgada “en la
nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un
ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios
nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación
que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y
quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como
estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse»[2] ¿Qué es
lo central del ser humano en este relato? Que el hombre –en María- acepta su parte
en la Alianza, se compromete, se entrega en docilidad a su Creador que lo
vocaciona. Haber aceptado ser la Madre de Jesús, fue una entrega de toda su
vida, no se entregó por nueve meses, no se entregó por 10 ó 12 años, mientras
Jesús pasaba de tierno Infante a
Joven-Adolescente; no, nada de eso, como lo saben los que son padres de
familia, ser padre o madre es un rol que jamás se acaba, aun cuando el hijo ya
peine canas. Lograremos percibir los ecos de la perdurable responsabilidad, del
compromiso adquirido al responderle al Arcángel San Gabriel sobre las demandas
de Dios, cuando registremos la presencia de María camino del Calvario y también
a los pies de la Cruz. Allí veremos que la entrega de su disponibilidad a la
Voluntad de Dios fue Alianza para toda la vida. Estamos “vocacionados” para ser
coprotagonistas. Así María es figura de la Iglesia y la Iglesia somos todos los
bautizados. María nos da el ejemplo y responde “Hágase en mi según tu Palabra”
Lc 1, 38a). La Anunciación sella la Nueva Alianza y María Santísima toma la
palabra por nosotros y se da a conocer al Arcángel como “la servidora”, exhibiendo su disponibilidad
para acatar.
En el III Domingo de Adviento (B), Arturo Paoli
nos preguntaba, y –a la vez respondía- dando la única condición para lograrlo:
“¿Se puede exultar de alegría y cantar, en una historia que es drama? Sí, es
posible, pero sólo a condición de que uno esté en la historia del Éxodo, en la
tentativa real de transformar el mundo.” Aquí queremos mostrar cómo la Santa
Madre es modelo de Éxodo: «María es la mujer del éxodo. Su existencia, paso a
paso, fue un salir de algo para entrar en algo… Un camino al soplo del
Espíritu. Un camino en plan de Dios. Un camino abierto al proyecto de Dios
sobre su vida. Un camino llamado Jesús…. María lleva en su experiencia de Dios
el juego de la muerte y la resurrección. Sabe que en cada paso Dios destruye.
Sabe que el seguimiento pasa por la prueba de la espada, de la contradicción,
de la Cruz. Sabe que Dios le exige “salir” de lo suyo, de sus planes, de sus caminos,
para “entrar” en los caminos del Señor. Sabe que el nuevo camino, el nuevo y
definitivo éxodo de Dios al hombre se llama JESUS. Y en Jesús, Dios salva.»[3]
«El Catecismo de la Iglesia católica resume las etapas de la Revelación divina mostrando sintéticamente su desarrollo (cf. nn. 54-64): Dios invitó al hombre desde el principio a una íntima comunión con Él, y aun cuando el hombre, por la propia desobediencia, perdió su amistad, Dios no le dejó en poder de la muerte, sino que ofreció muchas veces a los hombres su alianza (cf. Misal Romano, Pleg. Euc. IV)… En Cristo se realiza por fin la Revelación en su plenitud, el designio de benevolencia de Dios: Él mismo se hace uno de nosotros.»[4]
Lo
que revela este pasaje del Evangelio Lucano es que Jesús es el Mesías, que para
Dios-Padre Él es su Hijo, y que –para que a nadie quepa duda- es del linaje de
David. ¿Cómo es este Dios enamorado de la humanidad, que ama con locura a su
criatura? Dios no ha enviado un representante, ¡ha venido Él mismo!
«El Adviento nos invita a recorrer el camino de
esta presencia y nos recuerda siempre de nuevo que Dios no cogió su cohte y se
fue, no se ha suprimido del mundo, no está ausente, no nos ha abandonado a
nuestra suerte, no se está haciendo el dormido, sino que nos sale al encuentro
en diversos modos que debemos aprender a discernir. Y también nosotros con
nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, estamos llamados cada día a
vislumbrar y a testimoniar esta presencia en el mundo frecuentemente
superficial y distraído, y a hacer que resplandezca en nuestra vida la luz que
iluminó la gruta de Belén.»[5]
Dios nos afianza y nos fortalece para que cumplamos nuestro rol: Proclamar sin
cesar la Misericordia del Señor y dar a conocer que su fidelidad es eterna.
(Cfr. Sal 88, 2). Todo este llamado a ser y vivir como la Virgen, siguiendo su ejemplo
de Madre de la Iglesia, con el más coherente estilo de Jesús, está concentrado
en el episodio de las Bodas de Caná, en el versículo 5 del capítulo 2 de San
Juan: “La Madre dice a los sirvientes:
-lo que les diga, háganlo”. Dios, en el ejemplo coherente de María, nos permita
vivir así toda nuestra vida, haciendo todo cuanto Jesús nos pida que hagamos.
Amén.
[1]
Benedicto XVI. AUDIENCIA GENERAL 12 de diciembre de 2012
[2] Papa Francisco. CHRISTUS VIVIT. ED. edv ESTELLA (Navarra) España 2019 p. 153 #252.Esta cita alude al discurso en la vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (26 de enero de 2019).
[3]
Mazariegos, Emilio L. EN ÉXODO CON MARÍA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá
D.C.–Colombia 1997 p.11
[4] Benedicto
XVI. Loc Cit.
[5] Benedicto
XVI. Loc Cit.
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