Ez 18,25-28; Sal 24,4bc-5.6-7.8-9;
Fil 2,1-11; Mt 21,28-32
CONVIDADOS A LA CONVERSIÓN
Dios no envió su Hijo
al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por Él.
Jn 3, 17
Está esperando a
perdonarles en cuanto hagan un mínimo gesto de arrepentimiento.
José Luis Caravias
s.j.
Hablemos
sobre la Soberanía de Dios: La Conversión. La Misericordiosa opción que Dios
nos regala de corregir nuestros yerros. Gracias a la cual -existe siempre- la
ocasión de optar por el buen Camino. Esa opción no se excluye porque nos es tan
necesaria, pues somos de barro y al barro tendemos; más, hay un soplo
espiritual que siempre impulsa nuestro velamen por las rutas del Señor.
En
una sociedad veleidosa y farandulera donde se nos educa para desgarrarnos,
entre hermanos -porque no podemos olvidar que somos hermanos aun cuando no lo
seamos de sangre- en procura del papel protagónico; lo que puede sonar más
disparatado y menos deseable es la sencillez, la mansedumbre, la humildad, el
abajamiento. En cambio, toda nuestra fe está cimentada en el Camino de la Cruz.
Se trata del Misterio por excelencia, el mismo que pareció tan absurdo a San
Pedro que lo llevó a decir “¡Dios te libre, Señor, de que te llegara a suceder tal!”
(Mt 16, 22b). Y es que –a primer pensamiento- repugna que, precisamente Dios,
tuviera como desenlace el Sendero de la Cruz: no se podía presentir la
Resurrección. Quizá todos quisiéramos corear con los regentes y el pueblo: “A
otros salvó; que se salve a sí mismo si verdaderamente es el Ungido de Dios, su
Escogido” (Lc 23, 35). Es por eso que la Redención es “Misteriosa” lo que debe
entenderse como “ilógica para el pensamiento humano”, no es que a Dios le guste
el género misterio, sino que “nuestro pensamiento no es su Pensamiento y
nuestros planes no corresponden a los suyos” (Is 55,8); sino que los
Pensamientos y los Senderos de Dios, son más דְרָכַי֙ “altos”, son “superiores”,
enormemente “superiores”, como el Cielo lo es respecto de la tierra. (Is 55,
9). Son tan radicalmente diferentes que un abismo los separa.
Se
nos imbuye del ansia devoradora, y en cambio el Padre nos da a Jesús quien nos
enseña a hacernos Pan, ¡Dulce y masticable. Pan revestido de simplicidad,
sencillo bocado! Sin embargo, nosotros estamos –insistimos- “con-vidados” a ser
ovejas que, al conocer a su Pastor, lo siguen (Proclamación antes del Evangelio
para la liturgia de este XXVI Domingo Ordinario, tomada de Jn 10, 27), ovejas
dóciles que escuchan la Voz del Señor. Estamos convidados a esta conversión
profunda, a renunciar al espíritu que normalmente nos mueve – en la Carta a los
Filipenses se señala que regularmente lo que constituye nuestro móvil proviene
de la rivalidad, la presunción, de nuestros intereses egoístas; y, en cambio,
lo que tiene que empujarnos es la identificación con los sentimientos de
Nuestro Señor Jesucristo. (Cfr. Fil 2, 5). Sí, se trata de optar las misma
perspectiva que tuvo el Señor, de pensar (el verbo que se usa en la Carta a los
Filipenses es el verbo φρονέω,
que se traduce por “pensar”) –si se nos permite el adverbio- Jesusmente.
Y
¿cuál es el núcleo del pensamiento de Jesús? Un pensamiento humilde, abajado,
capaz de ver a los demás como “superiores”. Siempre destacamos que pensar Jesus-mente es una kénosis, un
anonadamiento, del verbo κενόω
vaciamiento, anonadamiento, o sea de hacerse y evaluarse “nada”; despojo de
toda vanidad, de toda superioridad, asimilación profunda de ser, ante los ojos
de Dios, todos iguales. Capacidad de hacerse siervo –no servil- sino
¡consagrado al servicio! Un asombroso sentido de sencillez, de simplicidad.
Y,
nos sentimos obligados a enfatizar que no se trata de seguir el camino de la
Cruz por alguna clase de masoquismo, o por algún gusto al victimismo. ¡No!,
recordemos que Jesús rogó al Padre, de ser posible, apartar de Sí ese Cáliz. Lo
que tenemos que reconocer como grandiosa –aun cuando desconcertante- es la
obediencia sin límites, a cualquier costo y a toda prueba. Y es que un hombre
tuvo dos hijos envió a uno, Adán, y este dijo que “si” pero no cumplió; tuvo ,
sin embargo Su Otro Hijo, Jesús, que de manera obediente fue a la Viña de su
Padre y “laboró” en ella y se encargó de ella y la redimió haciendo todo nuevo
(Ap 21, 5). Nadie en sano juicio abandonaría todas sus ventajas para dejarse
matar, menos para dejarse matar con una muerte de cruz, y mucho menos para
redimir “pecadores”. Creando nuevamente el mundo entero. Reparando y sanando
todo lo que fue herido. Y es que el Universo integro, que había sido creado en
la Perfección, necesitaba ser re-creado, sublimado, re-generado, vuelto-a-hacer-Perfecto.
La rebeldía de Adán surgió de su arrogancia, de su deseo de igualarse a Dios,
la Obediencia de Jesús brota de su abajamiento de su Voluntad salvífica de
–siendo Dios-hacerse hombre. Es justamente el movimiento inverso el uno quiere
“subir”, el Otro, para sanar, acepta bajar, “no considera que deba aferrarse a
su condición divina”, sino que dadivosamente se nos hizo Semejante. ¡Semejante
en todo, excepto en el pecado! La perícopa del Evangelio nos habla de esa
transformación radical de enfoque: el tema de la conversión cuando dice μετεμελήθητε palabra esta que proviene de μεταμέλομαι que significa cambiar un interés por
otro superior, una manera de pensar por otra, radicalmente opuesta, pero mejor.
Esto fue lo que hizo el hijo que originalmente se negó pero después fue porque μεταμεληθεὶς› se arrepintió, lo miró desde otra
perspectiva, renunció a su egoísmo, a su anhelo de figurar, de aparecer, de
lucirse él, y optó por un enfoque piadoso-obediente: Misericordioso.
Esta
dialéctica encuentra su antecedente en el co-texto que nos da la Primera
Lectura, la del Libro de Ezequiel en el capítulo 18, donde se presenta en la
doble dinámica, la del malvado que deviene justo y la del justo que recalcitra
a malvado: “Si el malvado se convierte”, de una parte, y de la otra, “Si el
justo se aparta de su justicia”. La conversión se expresa en la palabra שׁוּב
[shub], y, lo enfatiza aún más el Señor por boca de su profeta:
“¿Acaso quiero yo la muerte del malvado –oráculo del Señor- y no que se
convierta y que viva? (donde nuevamente está la voz שׁוּב
contenida en בְּשׁוּב֥וֹ); y, a la des-conversión del
justo alude con la expresión וּבְשׁ֨וּב “apartarse”, también
derivada de שׁוּב [shub].
Pero
el abismo no es insalvable, porque lo que es imposible para el hombre es
posible para Dios. ¡Dios sabe, desde el principio, cuanto trabajo nos cuesta
obrar el bien! Sabe que se nos revuelve el ego queriendo salirnos con la
nuestra aun cuando sea nuestra perdición y lo sepamos. Por eso nos da el Espíritu
Santo, para que someta el espíritu de envidia, de prepotencia, de avaricia y
codicia. Por eso el Espíritu Santo no está en el huracán, ni está en el
terremoto, ni en el fuego aun cuando estos tengan la fuerza para romper las
rocas, (ni en las armas, ni en las bombas, sean N, sean H; tendríamos que
añadir hoy); sino en la dulzura de un apenas-soplo, suave y delicado. No cesó
la sorpresiva lógica de Dios, sino que de ese Gusano clavado en una cruz y
sepultado, brotó la más radiante Mariposa. ¡La-Mariposa-Divina-que-Redime! ¿El
Pelícano que nos nutre con la Sangre de su propio Costado! Todo esto es, según
nosotros, una flagrante paradoja; según la Lógica de Dios, pura Misericordia.
Esta
parábola, que conocemos como la parábola de los dos hijos, está inserta en la
sección del Evangelio que nos habla de la Venida Definitiva del Reino, la
llegada de la Soberanía Decisiva de Dios, -el contexto es la entrada triunfal
de Jesús en Jerusalén- donde Jesús nos entrega lineamientos para constituirnos
en Pueblo de Dios; pasamos del Reino que había sido entregado al pueblo israelita
a la nueva entrega, la entrega a la “hija de Sión”, la Iglesia. Se enfrenta
Jesús a los Sumos sacerdotes y a los Ancianos del pueblo, usurpadores de la
Cátedra de Moisés. Presenta el Divino Maestro la comparación contraponiéndolos
a publicanos y prostitutas. Jesús acaba de tener tres gestos que Mateo resalta:
Jesús purifica el templo, seca la higuera lo que es equiparable a un
des-reconocimiento del pueblo judío y se niega a contestar de dónde proviene Su
autoridad. Esta, la de los dos hermanos, es la primera de tres parábolas, a
saber: la del padre y los dos hijos, la de los viñadores que matan al
Hijo-enviado y la del Rey que invita, a todos,
a las bodas de su Hijo. Pero, en resumidas cuentas, lo que nos ocupa
esta vez es la dinámica entre opción y fidelidad; en esta dialéctica lo que
vale son los hechos, no las intenciones, ni las palabras: ¡Seremos juzgados, no
por lo que digamos que vamos a hacer, sino por lo que hagamos!
Nos
conceda Dios la humildad requerida, ese corazón manso y tierno, para andar el
Camino de la Vida y renunciar a nuestra altanería. En el Salmo, precisamente,
elevamos nuestra súplica para que Dios nos muestre ese camino, no permita que
erremos o que desistamos de caminar sus senderos, que nuestra conversión sea un
movimiento de lealtad perenne y nunca nos des-convirtamos, que podamos vivir,
no de intenciones sino de hechos:
“haz que camine con
lealtad;
enséñame, porque tú
eres mi Dios y Salvador
……………………………………….
no te acuerdes de los
pecados
ni de las maldades de
mi juventud;
acuérdate de mí con
misericordia,
por tu bondad, Señor.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario