sábado, 25 de abril de 2020

LIBERADOS POR EL CORDERO INMACULADO



Hech 2, 14. 22-33; Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11; 1Pe 1, 17 – 21; Lc 24, 13-35


¿Ustedes creían que mi martirio era “verso”, y mi cruz de papel? ¿Pensaban que mi cáliz era un licuado de banana…?
Héctor Muñoz

Empecemos nuestra reflexión de hoy rememorando las palabras de Daniel y alabando el Santísimo Nombre de Dios: “Bendito sea Dios por los siglos de los siglos, ya que suyo es el saber, y suya la fuerza; Él ordena los tiempos y los acontecimientos, da el poder a los reyes o se lo quita; da a los sabios sabiduría, y ciencia a los entendidos. Él revela los misterios y los secretos, conoce lo que ocultan las tinieblas. Donde está Él, está la luz.” (Dn 2, 20-22). Todo este momento histórico que nos ha tocado vivir se nos antoja, de alguna manera, ser el retrato de un coloso de hierro, bronce y oro que golpeado en su base por una piedrita se viene a tierra hecho añicos. Nos tocó vivir una hora de paganismo, de idolatría, de politeísmo. Es triste pero hasta nosotros mismos hemos caído en la adoración de falsos dioses y de “becerros de oro”. «… también yo adoro a esos dioses en secreto y me postro ante sus altares. También yo busco el placer y las alabanzas y el éxito, y aun llego a envidiar a aquellos que disfrutan los “bienes de este mundo”…»[1] Pero, nada de eso debe ni tiene porque ocupar nuestro interés. Lo único que a nosotros compete es el Reino que Dios hará surgir, que permanecerá eternamente y que jamás será destruido. Nada más tiene porque hacernos temblar, nada de eso tiene porque gozar de nuestros afanes. El coloso será demolido por la אֶבֶן “piedrita”, palabra esta de origen arameo que, a nosotros nos evoca la que fue desechada por los arquitectos, pero que ha venido a ser la Piedra Angular.

Rechazo a los paganismos de toda laya
La tentación siempre estará presente, una especie de dilema, de bifurcación de la vida: o bien mantener la fidelidad al Señor Nuestro Dios o bien tomar la ruta del paganismo; el paganismo con sus múltiples rostros y sus diversas denominaciones. Cuántas veces no encaramos el dilema cuando vemos a Dios –a simple vista- como un derrotado, cuando nuestros ojos no alcanzan a descubrir su Presencia, cuando nuestro corazón se siente frio y desamparado, cuando nuestra propia vida atraviesa el Huerto de Getsemaní; entonces, la tentación es desistir de la fe; si Dios (aparentemente) nos ha abandonado, entonces, abandonémoslo nosotros también. Siempre nos sorprenden las miles de personas que van de denominación en denominación, de iglesia en iglesia, de un culto a otro, o que optan, como gran solución –para desistir de la búsqueda- por arrojarse en los brazos abiertos del agnosticismo, del ateísmo. Existen demasiados paganismos en la actualidad, no sólo la diversidad de “cultos” sino también el paganismo materialista, la adoración del dinero como panacea, aunque este culto se solape tras el argumento de que no es dios pero todo lo puede y ¡qué bien se vive con él!; la droga y el alcoholismo están en el grupo de los paganismos, como también lo están los super-héroes que se presentan como los verdaderos salvadores con sus fórmula redentoras que –todo lo destruyen, todo lo destrozan (aun cuando ahora está de moda que “no matan a nadie” sino que los neutralizan, entregándolos a la policía o conduciéndolos a prisión), nos ofrecen salvar el mundo y llevarse la maldad a “otra dimensión”, a “otro planeta”. Otras formas de paganismo presentan la ciencia o los avances tecnológicos como nuestros salvadores, confiándoles a ellos y a sus gadgets la salvación del mundo, la redención de todo nuestro aburrimiento y el logro del nirvana donde todas las emociones fuertes sean llevadas a su apoteosis.


En esta apuesta al paganismo, con sus tintes politeístas, se zambullen los publicistas para proponernos cada artículo y cada producto que a ellos les comisionan promocionar, ofreciéndolos como las “llaves” que franquearían el acceso a esos nirvanas. Hasta la salsa de tomate, pasando por los pañales y los perfumes, desodorantes y lociones, se ofrecen con la promesa de llevarte a “un cielo de placer”. Y, colateralmente, ofrecen también redimirte de un supuesto tedio que parece colmarlo todo en una cultura de la muerte que todo lo tiñe con su tinte de hastío, de hartazgo, de bostezo y de aburrimiento, sin mencionar que para contrarrestarlos se proponen a más de las emociones llevadas al clímax, el grito, la amoralidad y el riesgo llevado al extremo. Los antídotos que se nos proponen son los del extremismo y el paroxismo.

Todas estas alternativas se subsumen en las salsas de la evasión. Irse, partir para otro lado, armarse otra familia, buscarse otros socios existenciales, si este no me satisface aquel otro… tal vez; si en esta ciudad no soy feliz, quizás si viviera en el extranjero; hasta las vacaciones se nos promocionan como formas de evasión, como oasis de escapismo. Quizás era la misma fórmula la de los dos de Emaús: su propuesta era darle la espalda a todo aquello que se había venido abajo como un castillo de naipes: ¡valiente Mesías! “Nosotros esperábamos que Él sería el libertador de Israel… y sin embargo, han pasado ya tres días….” Lc 24, 21b; ¡tres días, tres días significa que ya está recontramuerto!, o  sea,  la derrota total, ¡ya no hay esperanza!


Si nos ponemos en los zapatos de los dos de Emaús, los podemos comprender, ellos habían depositado todas sus expectativas en Jesús como sucesor de David; lo  esperaban como Mesías-caudillo que los liderara para ser una nación soberana, para expulsar a los romanos, para no tener que pagarles tributos, para mejorar su nivel de vida, para conquistar otros pueblos y convertirse en una nación poderosa. Cualquier coincidencia con las expectativas que nos inducen los medios de comunicación del mundo actual sólo prueba que la fragilidad humana, su concupiscencia y sus debilidades han venido siendo las mismas a través de la historia y que lo que cambia son las maneras como son manipuladas por el Malo para inducir nuestro perjuicio.

El salmo de hoy (un salmo de huésped de Dios, de un levita, cuya heredad es la de, aunque sin tierra, poseer y tener derecho a la parte en todo lo que le ofrenden al Señor), nos remonta a esta situación de paganismo, entre dioses y señores de la tierra, de múltiples estatuas y a los que les ofrecen “libaciones sangrientas”.

Cristo-centrismo y pedagogía de Jesús
Señor Jesús, haz que comprendamos la sagrada Escritura. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.
Cf. Lc 24, 32

Cristocentrismo es una invitación para poner a Jesús en medio de todo, de manera que sea el centro en torno al cual gira nuestra existencia. Existen cosmovisiones geocentristas, heliocentristas, egocentristas, plutocéntristas, pero nosotros proponemos como eje de nuestro sistema a Jesucristo.


Aun cuando estos dos de la historia van pensando que Dios los abandonó y que la muerte de Jesús significó la derrota total, Jesús (que es el mismo Dios) viene y se pone a su lado, y camina con ellos. ¡Es Dios-con-nosotros! ¡Qué manera de desmentir su desespero! Dios no nos abandona, ¡camina a nuestro lado! A nosotros nos hace mella la propaganda anti-Jesús porque la esparcen a toda hora… «… el Ministerio del Interior acaba de dar un comunicado donde se afirma que varios maleantes robaron el cuerpo del mencionado delincuente, Jesús, precisamente para poder confundir y engañar a la opinión pública, informando que ha resucitado. ¡Hay que ser caraduras para largar semejante versión desestabilizadora!»[2]

El problema está en que nuestro ojos (los que tenemos en la cara) no son capaces de verlo,… (Lc 24, 16). “están velados”, la expresión en griego significa “mantenerlo a uno en incapacidad de ἐπιγνῶναι conocer o de reconocer (del verbo ἐπιγινώσκω, que es un conocer por medio de una relación personal, digamos como por experiencia propia”. Después de vivir toda la experiencia, que desemboca en la “fracción del pan”, lo reconocen y toman conciencia que ya lo habían intuido con el corazón: “Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino, y nos explicaba las Escrituras” (Lc 24, 32).

Revisemos cuál es la pedagogía de Jesús: Les explica las Escrituras pero tomándose a sí mismo como referente de esas Escrituras: “… les explicó todos los pasajes de las Escrituras que se referían a Él” (Lc 24, 27).

Si tuviéramos que explicar el cristocentrismo de las Escrituras tendríamos que partir de aquí, de la pedagogía de Jesús, todo cuanto está escrito en ellas, desde Moisés hasta los profetas, permanece “velado”, “alienado” (veräußern), necesita que sea  διερμηνεύω explicado, interpretado, traducido a la Luz de Jesucristo (porque Él es la Luz) Él es quien Re-vela.


Qué pasa cuando leemos las Escrituras a la Luz de Jesucristo el Resucitado, (si recordemos que es el muerto pero Resucitado; repasemos en la Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles: “… a este Jesús Dios lo resucitó…” (Hch 2, 32a) aquí el verbo que se usa para “resucitar” significa levantar de entre los muertos, es el verbo ἀνίστημι. Inmediatamente ¡se nos abren los ojos y lo reconocemos y hacemos conciencia de que su amor nos arde en el corazón mientras Él nos habla!

…y descubrir que todos los fonemas
son mágicas señales que se entreabren,
constelación de soles generando
en círculos de amor que de repente
se abren flor en el suelo de la casa.
A veces ni hay casa: apenas suelo…[3]

Miremos una vez más las etapas de esta Pedagogía que Jesús  nos enseña por medio de la perícopa evangélica que nos ocupa:

a) Él toma la iniciativa, como dice el papa Francisco, nos primerea, se pone a nuestro lado y camina con nosotros.
b) Nos escucha, se interesa por saber qué nos pasa, nos atiende pacientemente para ver lo que nos aflige y saber cómo lo entendemos, cómo vemos nuestra realidad, nuestra historia.
c) Nos reprende, nos hace reaccionar, caer en la cuenta de nuestra cortedad y cerrazón, de nuestra dureza de corazón para aceptar las enseñanzas de Dios, que Él nos ha trasmitido a través de sus profetas.
d) Nos διερμηνεύω que hemos traducido como explicar, descifrar, interpretar, traducir. En el Salmo se reconoce que Dios nos instruye a todas horas, aun cuando estamos dormidos nos instruye internamente (entendemos que quiere decir “por medio de sueños”)
e) No nos obliga a aceptarlo, hace como que se va, y sólo cuando le insisten acepta quedarse. Por lo tanto, hay un requisito, que nosotros lo “invitemos”: “Quédate con nosotros porque ya es tarde y pronto va a oscurecer” Y sólo en ese momento Él entra y  se queda. En este punto el verbo en relieve es el verbo μένω “permanecer”, “quedarse”.
f) La Revelación “Eucarística” que está formada por cuatro elementos: 1) Tomar el pan 2) Pronunciar la bendición 3) Partir el pan 4) La entrega.

El paralelo más fiel con esta escala de seis peldaños es la Eucaristía y sus momentos:

«La RESURRECCIÓN del crucificado muestra que morir así como Jesús murió por los otros y por Dios no es sin sentido. La muerte anónima de todos los vencidos de la historia por la causa de la justicia, de la apertura y de un sentido último de la vida humana, encuentra en la resurrección de Jesús su clarificación. Ella tiene una función de liberación de un absurdo histórico»[4].

El aspecto clave de esta Lectura del Santo Evangelio Lc 24, 13-35, radica en que aquel par de desmotivados, de desmovilizados, desertores, inmediatamente “regresaron a Jerusalén a reunirse con los Once y con la comunidad creyente para seguir adelante. La pedagogía de Jesús-Resucitado los recobró para la misión, los rescató del desaliento. Les participó la resurrección puesto que el ánimo que en ellos ya estaba muerto, resurgió renovado haciendo de ellos germen nuevo de Nueva Humanidad.

«…llegar a tiempo para poder tener de verdad ese momento de preparación, en el cual no deberíamos mirar sin necesidad para un lado y para otro, ni pensar en cosas inútiles, ni ojear vanamente un libro, sino que deberíamos concentrarnos y serenarnos interiormente. Sería todavía mejor que ya en el camino hacia la iglesia nos recogiéramos un poco: en efecto, vamos a la celebración sagrada, así que el camino mismo hacia allá podría volverse una preparación del recogimiento, una introducción, en cierta medida en, la cual se anticipe lo que viene… quisiera decir que el preámbulo del silencio sagrado comienza realmente desde el día anterior. Según el sentido de la liturgia, la vigilia del sábado hace parte del domingo. Si a ello le sumáramos, quizá después de una lectura adecuada, un pequeño lapso de recogimiento, podríamos sentir pronto el efecto al día siguiente.»[5] «Cuando vayas camino de Emaús, aunque sea a la parroquia a cuatro cuadras de tu casa, acuérdate que el Señor da ardor a tu corazón cuando te habla. Y recuerda también que cuando parte contigo su Pan, se hace Luz en tu inteligencia y podés reconocerlo. ¿No te das cuenta de que cuando hay un calorcito en tu interior, es Él el que con su Palabra está avivando el fuego del hogar?[6]

En estos días, ni siquiera tenemos que recorrer ningún camino, Él mismo se llega hasta tu casa, llama a la puerta y basta con abrirle el corazón para que entre. Se pondrá a nuestro lado para explicarnos todo lo que estaba profetizado y se tenía que cumplir. Y nos recuperará de nuestros temores y desalientos. “Me enseñaras el sendero de la vida, me saciarás de gozo en Tu Presencia, de alegría perpetua a Tu Derecha” (Sal 15,11)



[1] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae Santander-Navarra. 1989 p. 34
[2] Muñoz, Héctor. DE ALGUNAS COSAS SUCEDIDAS CAMINO A EMAÚS. En CUENTOS BÍBLICOS CORTITOS Ed. San Pablo Bs As. – Argentina 2004 pp. 169
[3] De Mello, Thiago. CANTO PARA LOS FONEMAS DE LA ALEGRÍA
[4] Boff, Leonardo. LA FE EN LA PERIFERIA DEL MUNDO. En TEXTOS SELECTOS Ed. Paulinas Santafé de Bogotá. D. C. – Colombia 1992 p. 94
[5] Guardini, Romano. PREPAREMOS LA EUCARISTÍA. Ed San Pablo Bogotá-Colombia 2009. p. 9
[6] Muñoz, Héctor. Op. Cit. p. 171

sábado, 18 de abril de 2020

PARA TENER VIDA POR ÉL



Hech 2,42-47; sal 117, 2-4.13-15.22-24; 1Pe 1,3-9; Jn 20, 19-31

Sopló entonces sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo
Jn 20, 22

Nos dice San Agustín. «… cuando cumplas un acto de misericordia compórtate [así]: si ofreces un pan, trata de participar de la pena de quien tiene hambre; si das de beber, participa de la pena de quien tiene sed; si ofreces ropa, comparte la pena de quien no está vestido; si ofreces hospitalidad, comparte la pena de quien es peregrino; si visitas a un enfermos, de quien tiene una dolencia; si vas a un funeral, te entristezca el difunto y si pones la paz entre litigantes piensa en el afán de quien tenga una queja. Si amamos a Dios y al prójimo no podemos hacer esto sin una pena en el corazón (Sermón 358ª)»[1] La Misericordia no está fuera, tiene que brotar de las “entrañas” mismas del corazón, allí la ha soplado Jesús, con su Aliento de Vida.


De Él nos podemos fiar
La resurrección es algo que los fieles damos por descontado, es un dogma de nuestra fe y estamos habituados a este concepto. Pero, cuando alguien nos cuenta algo, nos refiere un suceso insólito, nada común, nuestra primera reacción crítica es someterlo al tamiz de la duda. Es más, algunos de nosotros nos enorgullecemos de ser altamente críticos y no tragar entero. Algunos otros, rayando en la altanería, nos negamos a creer en nada y desconfiamos de todos y de todo cuanto se nos dice. Nuestra bandera rebelde consiste en no aceptar “nada” y rebelarnos contra todo. Especialmente, la modernidad nos heredó un tipo de pensamiento que dice no reconocer sino aquello que podemos reproducir, bajo situaciones controladas, replicándolo punto a punto en sus condiciones para repetirlo tal cual; es ese el único criterio de certeza.

Todo esto está bien, inclusive es un antídoto magnifico para evitar un pensamiento pueril, para caer ingenuamente en diversos engaños y ser muchas veces víctimas de estafadores y engañadores de toda laya. ¿Cuántas veces y cuántos no se valen de un sinfín de patrañas para sonsacar nuestro dinero, manosear nuestros sentimientos o, simplemente, lucrarse de algún modo de nuestra credulidad, manipulándonos al servicio de sus intereses?


Pero, acercarnos a Jesús, quien, definitivamente, sabemos que no quiere estafarnos ni someternos de ninguna manera, es otra cosa. De Él podemos fiarnos y en el podemos confiar con plenitud, sabiendo que siempre nos dará mucho más de lo que nos pudiera quitar. Por otra parte, cuanto nos quite es porque antes Él mismo nos lo ha dado. Por eso, ser cristiano significa aceptar la voluntad de Dios y el conocimiento que Él mismo nos brinda, dándonos con generosidad “saberes” que de otra forma nos serían inaccesibles y por eso, a ese “saber” lo denominamos “Revelación”. Dios Padre nos ha Revelado su Rostro dándonos a su Hijo y, Jesús mismo nos ha declarado que Él es el Rostro Humanado del Padre (Cfr. Jn 14, 9b) Y en Jn 11, 25 nos revela “Yo soy la Resurrección. El que crea en mí, aunque muera vivirá”.

La fe, por tanto, la hemos clasificado entre las virtudes teologales, es decir, aquellas que no brotan de nosotros mismos, sino que son don de Dios. Es Dios mismo quien nos las da y Él mismo las sostiene y las fortifica. «… se llaman teologales o divinas: no solamente porque se refieren a Dios, sino también porque es Dios quien las hace posibles, quien nos ofrece la gracia de creer… tienen a Dios como objeto y juntamente nos vienen de su benevolencia, son la vida divina en nosotros, la respuesta que el Espíritu Santo suscita en nosotros frente a la Palabra de Dios.»[2] Entonces, ¿no podemos hacer nada para tenerla? Si, basta con pedirla intensamente al Espíritu Santo para que Él, gustosamente nos la otorgue. Como diversas cosas en la vida, ¡basta quererlas, para tenerlas! ¡Son pura gracia! Hay algo más que podemos hacer a favor de la fe: a) Fortalecerla b) Ejercitarla. Estas dos cosas son casi una y la misma: es una especie de dialéctica. Si la ejercitas la fortaleces, si la fortaleces es porque la estas ejercitando. Frente a lo que Dios nos ha revelado es necesaria una especie de terquedad: Sí Dios lo ha dicho y nos lo ha comunicado, lo aceptamos y lo sostenemos a rajatabla, digan lo que digan, pase lo que pase.


Un tercer elemento para tener la fe consiste en instruirla. A la fe hay que formarla e informarla. Dios no se nos revela a cada uno personalmente, se ha ido revelando paulatinamente -a través de la historia- a la Iglesia, a la que Él instituyó precisamente como guardiana. Nosotros debemos acercarnos a la Fuente para beber en ella y saciar nuestra sed; además, para poderla comunicar, asumiendo nuestra misión de difusores. A esta misión nos llama el propio Jesús que –ya lo hemos dicho en otra parte- no quiere que dejemos de hacer lo que hemos elegido en nuestra vida como oficio, sino que transformemos, ese hacer, en un hacer a la mayor gloria de Dios. Para esto llamó a pescadores, a quienes re-dirigió, haciéndolos, ya no pescadores de peces, sino pescadores de hombres (Cfr. Mt 4, 19).

A algunos les cuesta más el seguimiento confiado y entonces Jesús, Infinitamente Misericordioso, les da más, se les presenta en Persona, y los invita a meter el dedo en sus llagas. Si, esta oportunidad que da Jesús es para que dejemos de ser incrédulos μὴ γίνου ἄπιστος y seamos creyentes ἀλλὰ πιστός. Ese es el sentido de la perícopa del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan que leemos hoy día: Jn 20, 19-30. Que abandonemos nuestra terquedad de incrédulos, terquedad que es altanería mezclada con rebeldía y; con docilidad, demos a torcer nuestro brazo a Dios, para reconocerlo “Señor y Dios nuestro”.  κύριός μου καὶ θεός μου !


Sin embargo, y aquí está el quid del asunto, muchas veces, teniendo la fe, encontramos cómodo negarla porque nuestro pecado nos acusa en la conciencia, entonces es cuando desautorizamos a Dios y, en medio de nuestra rebelión, decidimos negar cuanto Él nos ha manifestado en su Revelación. Es entonces cuando pateamos a la Iglesia y, con ella a todos los que se mantienen fieles a Jesús. «Cuando,… opto por obrar contra los mandamientos, preferiría que Dios no existiera y por consiguiente estoy dispuesto a prestar fácilmente oído a las objeciones acerca de la fe. No pocas objeciones derivan lamentablemente del hecho que nuestra vida cristiana, nuestros comportamientos no son conformes con el Evangelio. Entonces se requiere un camino de conversión que nos lleve a pensar y obrar según la verdad y la existencia de Dios. Entonces el creer nos resultará mucho más fácil.»[3]

Lo hizo todo Nuevo
La perícopa del Evangelio inicia declarando un marco circunstancial de tiempo: Es “el primer día de la semana” τῇ ἡμέρᾳ ἐκείνῃ τῇ μιᾷ σαββάτων, podríamos, perfectamente entenderlo como el Primer día de la Nueva creación. En el Principio, en el Primer Día, encontramos que todo era oscuridad, fue “entonces que Dios dijo ‘!Que haya Luz!’ y hubo luz Cfr. Gn 1, 1-3. ¿Cómo era la oscuridad? ¿Cuál era el rostro de esa oscuridad? En el evangelio de San Juan, en Jn 20, 19 se nos informa que, esta oscuridad en particular, tenía el rostro del miedo τὸν φόβον, miedo de los perseguidores, que en este caso eran los “judíos”: ὅπουἦσαν οἱ μαθηταὶ διὰ τὸν φόβον τῶν Ἰουδαίων.


Y, entonces, Jesús, que se presenta, y puede entrar, aun cuando las puertas estén cerradas, se pone en medio de ellos, e inicia la obra de la Nueva Creación; ¡les da la Luz! ¿De qué Luz se trata? La paz, esa paz que significa superar el temor, ya no tener miedo. No hay nada que neutralice más al ser, que lo aliene más, que el miedo: el miedo nos hace “inválidos”, el miedo nos “enmudece”, el miedo anula la opción de ser testigos, el miedo nos silencia para llevar el anuncio del Evangelio. Miedo es lo que usan todos los totalitarismos: Policías secretas, aparatos paramilitares, delatores, propaganda de omnipotencia y omnipresencia, terrorismo sicológico, conciencia policiva de vigilancia constante; cualquier cosa que usted haga la estamos vigilando y sabemos, inclusive, lo que usted está pensando, así que no piense, no disienta, permanezca quieto, callado…

En ese ambiente Jesús-Resucitado inicia la Nueva Creación, la del Segundo Adán, con un Acto de des-acobardamiento, combatiendo nuestro miedo. Jesús infunde Valor, nos da la Luz que permitirá que nos convirtamos en testigos valientes y decididos, que no temamos al perseguidor porque no nos puede quitar “la vida”, porque Jesús ha demostrado que no nos pueden robar la vida, porque Él es la Vida, es la Resurrección; podemos dar la vida, porque Él nos la restituirá. Cfr. Jn 10, 17-18 Porque Jesús a nosotros nos hace una delegación exactamente análoga a la delegación que el Padre le hizo a Él: “Así como el Padre me envió a mí, yo los envío a ustedes” Jn 20, 21b.


Y aquí viene el gesto de Jesús que nos confirma que se nos está narrando con Juan la Segunda Creación: Se trata del soplo de Jesús. En el versículo 22 Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo, conforme el Creador sopló en nosotros – a través de nuestras narices- el aliento de vida, el mismísimo “Nefesh”.

Queremos hacer paráfrasis y decir que quien no tiene vida es el acobardado que no testimonia, ese carece del “Soplo”, del “Espíritu” (como sabemos las dos palabras son la misma en Griego), ese Espíritu soplado por Jesús, es el aliento de la valentía, de la decisión de ser “testigos”. Así Jesús, Señor y Dios nuestro, nos a re-creado. ¡Ha hecho todo nuevo! (Cfr. Ap 21, 5b.) Ha soplado e insuflado la Misericordia que en cada quien se expresará como carismas, o sea poder para servir a la Comunidad. La Misericordia, no es que Él sienta lástima por nosotros, ¡no!, es que Él co-padece y se solidariza entregándonos todo lo necesario para salir airosos y avante; la Misericordia ni es un “pobrecitos” pronunciado por Dios, sino una fuerza que –dignificándonos- se nos entrega; porque somos “dignificados” nuestro ejercicio de la Misericordia lo puede Glorificar.

No ocultar lo esencial del Mensaje
Este domingo se denomina ahora el Domingo de la Misericordia y tiene en su primera lectura –como en todos los domingos de la Pascua y en todas las misas semanales también- una perícopa  tomada de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35. Su núcleo es la siguiente frase: “Todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.” (He 4, 32b).


Hay una estrofa de Casaldáliga que nos servirá como “llave maestra” para adentrarnos en el significado profundísimo del concepto de koinonía:

Yo no sé si podría convivir con los Pobres
si no topara a Dios en sus harapos;
si no estuviera Dios, como una brasa,
quemando mi egoísmo lentamente.
     (Dios no es simplemente la Justicia)[4]


«En nuestros días, también el amor nos pide ser testigos, ser santos: “Si el martirio es don  concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan en la Iglesia”… Se trata de la decisión fundamental de dejar de considerar la utilidad, la ganancia, la carrera y el éxito como el objetivo último de la vida, para reconocer sin embargo como criterios auténticos la verdad y el amor»[5] Y, estas palabras retumban hoy, 19 de abril de 2020 –dentro del contexto pandémico- con una actualidad y una exigencia que urgen.

Ante la forma consagrada
«Tomás ha sido un buen discípulo de Jesús, pero un poco lento para captar los altos conceptos de Jesús (11,16; 14, 5). Aquí también exige pruebas palpables de que Cristo realmente vive. Ejemplo de esa fe inadecuada, condenada en 4, 48: “Si no ven señales y prodigios, no creen” (Cfr. 2, 23-25; 6, 26; 12, 18). Tomás en su rol de “dudoso”, aparece sólo en este cuarto Evangelio. Pero, no sólo él dudaba. El representaría a todos esos discípulos de los primeros años que “dudaban” (Mt 28, 17); tenían “dudas en su corazón” (Lc 24,38); “no creyeron a quienes habían visto al Resucitado” (Mc 16, 14)»[6].

A través de la historia de la Iglesia hemos alabado y nuestro corazón ha hecho eco de esta frase tan hermosa que quedó incorporada a la liturgia de la Consagración Eucarística”, con la cual reconocemos, con la voz de Santo Tomás, ante la Forma Consagrada la Presencia de Jesús-Cristo en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. «Con esta proclamación asombrosa de Tomás, se termina este Evangelio. El Evangelio comenzó con “la Palabra estaba con Dios y era Dios” (1,1). Ahora lo repite al final: “Mi Señor y mi Dios”. A los cristianos de todos los tiempos que aceptan eso con fe, nos dice “Felices los que creen sin haber visto” (20, 29)»[7]
Esta es la puerta del Señor:
Los vencedores entrarán por ella. (Sal 117, 20)

Una fe para toda la vida
Podemos aislar la Eucaristía en un vacío litúrgico: una hora escasa robada a nuestros afanes y premuras, durante la cual cumplimos un ritual: “¡Ya fui a misa!”.

Pero hay más y ya lo hemos visto. Ya sabemos que la fe des-acobardada es una que da testimonio, que no se puede callar, que va por todas partes gritando lo que Jesús quiere. Es el compromiso de prestarle la garganta, la voz, las manos y la inteligencia a Jesús para que Él, en pleno siglo XXI, siga diciendo en todas partes y ante todos que ama la justicia, que Él no es un pretexto para que se sigua maltratando a los más débiles. Que hay que construir una sociedad de otra manera, sin violencia, sin explotación, sin injusticia. Que si se puede levantar una sociedad donde la cultura de la muerte estará definitivamente derrotada y la cultura de la vida será triunfante y que ese será el Reino de Dios, y que su Reinado, entonces, no tendrá fin.

La Resurrección, para los bienaventurados que creen sin haber visto, significa aceptar, aún en medio de la oscuridad más densa, que en el fondo, como al final del túnel, hay un destello Resplandeciente, Cegador, Rutilante, Glorioso: Es Jesucristo, el Vencedor de la muerte. Jesús de la Misericordia, y,… Su Misericordia es eterna. Sin embargo, no se puede descuidar que esos túneles que en nuestra existencia tenemos que afrontar, no son la meta, están allí para “atravesarlos” y pasar el “otro lado”. Para cruzar por ellos tenemos “recursos”, alguien le puede dar la mano al otro, habrá quien pueda dar una voz de aliento, están los que van animando, o los que oportunamente rompan el desánimo con un chascarrillo, algunos llevan “antorchas” y pueden derrotar la oscuridad, los que tengan “linternas”” podrán ofrecernos seguridad para afianzar el pie, lo importante es compartir esos “recursos y ponerlos al servicio de nuestros “prójimos”. «Ten cuidado de no viralizar la Iglesia, de no viralizar los Sacramentos, de no viralizar al Pueblo de Dios". La Iglesia, los Sacramentos, el Pueblo de Dios son concretos. Es cierto que en este momento debemos hacer esta familiaridad con el Señor de esta manera, pero para salir del túnel, no para quedarse allí. Y esta es la familiaridad de los apóstoles: no gnósticos, no viralizados, no egoístas para cada uno de ellos, sino una familiaridad concreta, en el pueblo. Familiaridad con el Señor en la vida diaria, familiaridad con el Señor en los Sacramentos, en medio del Pueblo de Dios. Ellos han hecho un camino de madurez en la familiaridad con el Señor: aprendamos a hacerlo también. Desde el primer momento, entendieron que esa familiaridad era diferente de lo que imaginaban, y llegaron a esto. Sabían que era el Señor, compartían todo: la comunidad, los sacramentos, el Señor, la paz, la fiesta. Que el Señor nos enseñe esta intimidad con Él, esta familiaridad con Él pero en la Iglesia, con los Sacramentos, con el pueblo fiel de Dios.»[8]

«Somos llamados a la divinización y es segura la promesa de Dios. El viaje sería menos agotador si llenáramos nuestras mentes más a menudo con este pensamiento. Bernardo de Claraval predicó una gran devoción al cielo. En uno de sus sermones, incluye una corta aclamación lírica que resume, en unas pocas líneas su teología. El cielo es un lugar donde todo lo bueno se hace tan intensamente presente que, cualquier cosa que quede del mal pasado, se seca y desaparece. Al cielo le falta transitoriedad; dura para siempre.»[9]

“Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.” (1Jn 5, 6b)




[1] Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. LA MISERICORDIA EN LOS PADRES DE LA IGLESIA. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2015 p. 38
[2] Martini, Carlo María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2003 p. 46
[3] Ibid
[4] Casaldáliga, Pedro. DIOS ES DIOS en TODAVÍA ESTAS PALABRAS. Ed. Verbo Divino Estela Navarra. 1990 p.59
[5] Guerra Héctor. L.C. Ledesma, Juan Pablo. L.C. ¡VENID Y VEREÍS! Ed. Planeta. Barcelona – España 2009 p. 273. La cita que contiene proviene del #42 de la Lumen Gentium
[6] Seubert, Augusto COMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá 1999. pp.151-152
[7] Ibíd. p.152
[8] Papa Francisco. HOMILIA VIERNES 17 DE ABRIL DE 2020. Misa en la Casa Santa Marta.
[9] Casey, Michael. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO. Ed. San Pablo. Bogotá Colombia 2007 p. 305

sábado, 11 de abril de 2020

¡EL SEÑOR ESTÁ VIVO!



Hech 10, 34a. 37-43; Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23; Colosenses 3, 1-4; Jn 20, 1-9

Jesús, en cambio, no viene del mundo de los muertos –ese mundo que Él ha dejado ya definitivamente atrás-, sino al revés, viene precisamente del mundo de la pura vida,…

Benedicto XVI

Si toda su obra hubiera terminado en el patíbulo de la cruz, la muerte habría sido el fracaso de su persona, de su Buena Nueva, de su mensaje y la desaprobación de Dios
Virgilio Zea s.j.

"Después de tres días resucitaré", predijo Jesús (cf. Mt 9, 31). Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares.
Raniero Cantalamessa

Cuando la oscuridad todavía domina
Cuando haya pasado la Cuarentena, y hayamos superado la racha del contagio, nos preguntamos: ¿Cómo será? Algunos quisieran salir y encontrarse con un mundo nuevo, con un género humano recién creado, libre de la triple concupiscencia (la que lo somete a los placeres de los sentidos, la que lo encadena al ansia de la posesión, la que lo arrastra lejos de lo razonable por la pura inercia de su egoísmo); quisiéramos que fuera la alborada de una nueva humanidad, como la pinto Raniero Cantalamessa en su predicación del Viernes Santo: “más fraterna, más humana, más cristiana”. Pero, adentrarnos en la “Resurrección” del pueblo de Dios, requerirá una trayectoria. Que Dios en su Misericordia nos ilumine para ir descubriendo el camino, para recordar que Él es el Camino; para que no vayamos dando tumbos y veamos a los “semejantes” como “árboles que caminan” Βλέπω τοὺς ἀνθρώπους, ὅτι ὡς δένδρα ὁρῶ περιπατοῦντας Mc 8,24. «No debemos volver atrás cuando este momento haya pasado. Como nos ha exhortado  el Santo Padre no debemos desaprovechar esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Esta es la “recesión” que más debemos temer.»[1]


«… sigue siendo difícil comprender cómo María Magdalena, de quien sabemos que amaba al Señor, no fue capaz de reconocerlo inmediatamente, sino que llegó a pensar que se trataba del hortelano.»[2]

“El primer día de la semana, muy temprano, todavía oscuro, María Magdalena fue a visitar el sepulcro. Vio que la piedra de la entrada estaba removida” «Oscuridad es ausencia de Jesús. La oscuridad representa todas esas fuerzas negativas que trabajan de noche y se oponen a Cristo, Luz del mundo (9,4; 11, 9-10; 12, 35s).»[3] Donde se trata de la σκοτία, “la oscuridad”, se trata de la “oscuridad de la fe”, una oscuridad de naturaleza espiritual, ama a su Señor, le sigue, le continua fiel, pero, su fidelidad está dirigida a un muerto: para ella Jesús no es el Mesías, sino otro muerto más. Por eso, ante Pedro y Juan exclama: “¡Han sacado al Señor de la tumba y no sabemos dónde lo han puesto!” «Ni por un instante la pasó por la mente que Jesús hubiera resucitado. Más bien pensó en un robo, en una posible profanación del cadáver del Señor.»[4]

No acusamos, ni criticamos, ni culpamos a María Magdalena. Entendemos que llegar a la fe de la Resurrección supone un tipo de profundización teológica que nos viene por la Gracia. Posiblemente, pasó mucho tiempo y tuvieron que vivir muchas experiencias muy fuertes en las primeras comunidades cristianas para poder llegar a reconocer en Jesús al Resucitado, y aún más y mayores profundidades para teologizarlo y llegar a la convicción férrea. Los encuentros con el resucitado nos permiten intuirlo; por ejemplo, cuando Él les tiene el desayuno en la orilla del lago de Tiberiades (Jn 21, 12b) “ninguno de los discípulos se atrevió a hacerle la pregunta ‘¿Quién eres Tú?’ porque comprendían que era el Señor” «Lo sabían desde dentro, pero no por el aspecto de lo que veían y presenciaban.»[5]

Algo así se nos critica frecuentemente cuando ven algunos nuestra representación del Crucificado o nuestra cruz como símbolo de nuestra fe. A ellos hay que recalcarles que no hay Resurrección sin cruz. La cruz nos lleva a mirar cara a cara el rostro del Amor de Dios, de su infinita inmensidad, como lo hemos dicho en otra parte: Dios nos ama tanto  como una mamá ama a su bebé en medio de su indefensión. Con Tierno y Dulce Amor de Padre nos ama el Padre Celestial, pero más, con Amor Divino, con Misericordia; por ningún mérito nuestro, sino porque Él quiere amarnos, porque al moldearnos del barro y soplar en nosotros el espíritu (Gn 2, 7), quiso añadir -en su Corazón y en sus Manos Creadoras- el Amor. ¡Bendito y Alabado sea su Santo Nombre!

Así es como nos atrevemos a afirmar que María Magdalena iba “todavía en lo oscuro” de no reconocer al Señor Resucitado. Es a esa oscuridad a la que se refiere este texto, hay quienes todavía andan en la oscuridad del corazón para discernir en Jesús, al Señor Resucitado.

Pedro y Juan fueron corriendo
Pedro, la roca firme a quien se han entregado las “Llaves” representante de la Iglesia de Jerusalén, compite con la comunidad joánica (probablemente la comunidad de Éfeso); llega primero, pero al ver las vendas y el sudario, no capta nada, en cambio, al discípulo Amado, le basta verlas para captarlo todo y creer.


Augusto Seubert nos presenta tres exégesis diversas sobre el tema de las vendas y el sudario:

a) Pueden significar la fe antigua, el judaísmo con la versión farisaica, estricta, pegada a la Ley, concepción fundamentalista, ritualista y ultra-tradicionalista de la religión. Esas son las vendas; y Jesucristo las ha superado, las dejó atrás, anda suelto, desatado, sin amarradijos que entraben su libre caminar. Jesús siempre se mostró libre de ritualismos, de respetos sabáticos.

b) Las vendas evocaban a Elías que le dejó la capa a Eliseo y con ella, su poder, de forma tal que Eliseo pudo, igual que Elías, golpear con la capa las aguas del Jordán y dividirlas para pasar a pie enjuto (2 R 2, 8-15). Serían signo de transmisión de poder y autoridad.

c) Jesús se salió de las vendas, y quedan ahí, enrolladas, por que digamos que Él se evaporó y las vendas quedaron, enrolladas como lo habían estado alrededor del Cuerpo de Jesús, pero el Cuerpo ya salió de su jaula de vendajes.[6]
El sudario doblado (Jn 20, 7b) significaba en el lenguaje de los usos judíos que “iba a volver” si hubiera quedado formando una bola habría significado que ya no regresaría, pero el lienzo doblado significa “¡volveré!”, este detalle, a primera vista insignificante, conocidas las costumbres semitas, era –verdaderamente- un “telegrama” que –si se observaba y se interpretaba correctamente- fue signo y le permitió “ver y creer”(Jn 20, 8).

¿Por qué Juan entiende y Pedro no? El Padre Hugo Estrada nos da una hipótesis coherente: «Juan era el mejor preparado de todos para creer: Juan había recostado su cabeza en el pecho de Jesús durante la Última Cena. Juan era el único de los apóstoles que había estado, minuto a minuto, junto a la cruz del Señor; había participado también en el entierro. Juan era el único que no había negado a Jesús. Por eso su corazón y su mente estaban más abiertos para creer lo increíble»[7]

Esencialidad de la Resurrección
Leemos en la 1ª de Corintios “Pero si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación ya no contiene nada, ni queda nada de lo que creen ustedes.

Y se sigue además “que nosotros somos falsos testigos de Dios, puesto que hemos afirmado de parte de Dios que resucitó a Cristo, siendo que no lo resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan.” (1Co 15, 14-15)

Veamos lo que comenta, a este respecto, SS. Benedicto XVI:

«Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre, y su deber ser –una especie de concepción religiosa del mundo-, pero la fe cristiana queda muerta….

Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente…

San Marcos nos dice que los discípulos cuando bajaban del monte de la Transfiguración, reflexionaban preocupados sobre aquellas palabras de Jesús, según las cuales el Hijo del hombre “resucitaría de entre los muertos” Y se preguntaban entre ellos lo que querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos” (9, 9). Y, de hecho, ¿en qué consiste eso? Los discípulos no lo sabían y debían aprenderlo sólo por el encuentro con la realidad…

…la reanimación de un muerto no nos ayudaría para nada y, desde el punto de vista existencial, sería irrelevante.

Efectivamente, si la resurrección de Jesús no hubiera sido más que el milagro de un muerto redivivo, no tendría para nosotros en última instancia interés alguno. No tendría más importancia que la reanimación, por la pericia de los médicos, de alguien clínicamente muerto…

Los testimonios del Nuevo Testamento no dejan duda alguna de que en la “resurrección del Hijo del hombre” ha ocurrido algo completamente diferente. La resurrección de Jesús ha consistido en romper las cadenas para ir hacía un tipo totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso;… es una especie de “mutación decisiva”, … un salto cualitativo. En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad»[8]

Sus implicaciones en nuestra vida de fe
Para muchos de nosotros, fieles cristianos, la resurrección no pasa de ser una fecha en el calendario litúrgico, la Vigilia Pascual con su hermosísimo rito o una imagen de Jesús Glorioso. Pero la Resurrección es muchísimo más que eso. Es un elemento que tiene enormes implicaciones en nuestra vida, y debe repercutir en acciones, en un estilo de vida verdaderamente a la manera de Jesús. Implica, no sólo una creencia sino un compromiso:

«En el drama del hombre se juega el autor del hombre. Qué sentido tiene crear un hombre del absurdo: pasión de amor y, no sabe sino destruir al otro; ansia de libertad, de dignidad, y, no afirma la propia autonomía, sino negándola a otros. ¿Tiene sentido crear un hombre que no soñó con vivir, para que cuando se apasiona con la vida se le arrebate sin consultarlo? ¿Somos un haz de luz entre dos abismos de oscuridad? ¿Una burla de quien nos creó sedientos de sentido, sin nunca alcanzarlo?... Todo lo que conquista el hombre se torna ridículo ante lo que queda por hacer. La brizna de libertad que poseemos es una burla para los que no la tienen. Nuestra comodidad y la conquista del espacio, son una ironía cuando no podemos conquistar la propia tierra haciéndola más humana…

…hay que establecer una crítica despiadada a un Dios y un hombre lejanos el uno del otro: Dios un absoluto que no necesita del hombre, éste una miseria perdida en los espacios siderales, pequeñez a la que se aplasta sin que Dios se conmueva, en su inmutabilidad, por el dolor de la historia.

¿Por qué no pensar a Dios y al hombre, no como dos realidades antagónicas, sino como la capacidad del amor y del don y la capacidad de la aceptación del ser y del amor?

Aceptada la fe en la creación, Dios es ante todo relación, ha hecho un mundo para el hombre y al hombre para relacionarse con Él… Creación es afirmar en cada niño que nace, en cada flor que revienta, el triunfo de la vida sobre la muerte…

Y ¿por qué construir un mundo para unos pocos y no para todos?

La solidaridad tiene dos caras: hacerse como nosotros, para que podamos ser como Él.

No se cree en Jesús y su resurrección, si no se ha vivido la praxis de Jesús y no se ha amado a la manera de Jesús, sin un amor que como el de Jesús hace verdad en la historia la liberación del hombre del pecado, de la opresión, del odio; si no se ha vivido la pasión por el sentido y no se ha hecho la experiencia de Jesús: mirar a Dios como Padre, con un amor que exige construir un mundo de hermanos; Padre en el que se puede confiar y por el que vale la pena entregar la existencia, dándola por los demás.»[9]

«La muerte no es la última palabra ni el fin de todo: se entrega uno a la muerte por la justicia, para crear una vida digna, una vida justa. En esta afirmación está contenida ya una afirmación que escapa a los límites temporales. El que es capaz de entregar su vida por la justicia está realizando con ello un inmenso acto humano, que supera los límites del tiempo y del espacio; está diciendo que su deseo de vida justa es eterno. En el cristianismo, el deseo de pervivencia y de resurrección está esclarecido, confirmado y realizado. Lo que en todo hombre está presente de manera oculta, implícita, el cristianismo lo explica y lo expresa»[10]

Helder Câmara contaba una anécdota que –de alguna manera- nos muestra hasta qué punto nuestra fe, o nuestra poca fe, toca a los demás, los calienta o los enfría. «Recuerdo a una mujer que un día consiguió que su padre la acompañara a misa. Su padre, un gran personaje, había perdido la fe. Ella, por tanto, no dejaba de orar: “¡Señor, Señor, transfigúrate durante esta Misa! Mi padre está aquí. ¡Tócale el corazón!” Al concluir la Misa, ella estaba impaciente por saber si se habían abierto los ojos de su padre, si realmente la Eucaristía le había llegado al corazón. Pero él dijo algo que es verdaderamente terrible para nosotros, los sacerdotes y para todos los fieles: “Hija mía, ellos, los que estaban ahí dentro, no creen que Cristo esté en la Eucaristía…”

Por supuesto que no hay que exagerar. Al Señor no le gustan las exageraciones. Pero ¡qué importante es que participemos de un modo más auténtico y más cercano en la celebración de Cristo, para que todo el mundo comprenda que lo que hay allí no es un trozo de pan, sino el propio Cristo!»[11]

Es que cuando creemos llevamos el testimonio, les movemos el piso, comunicamos fe y, en esa misma medida, estamos evangelizando, proclamando la Buena Nueva. Lo contrario es cien por ciento más cierto: Nuestra tibieza, nuestra fragilidad sobre lo que profesamos, es anti-testimonio, puede ser enarbolado como pretexto, puede usarse como excusa para las inconsistencias de los demás. Así que si creemos en la resurrección, tenemos que vivir como Resucitados. Que se nos note la seguridad en todos los aspectos de nuestra fe, y la inconmovible certeza que no moriremos para siempre.

Concluyamos con las mismas palabras con las que Papa Francisco cerró su homilía de la Vigilia Pascual del 15 de abril de 2017: “Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos.

«Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario,  pero más rico en humanidad.»[12] Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar.” «Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús.»[13]


[1] Cantalamessa, Raniero. OFM Cap. HOMILÍA EN LA PASIÓN DEL SEÑOR 10 de abril de 2020.
[2] Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander-España. 1987 p. 183
[3] Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1999 p. 146
[4] Estrada, Hugo sdb. PARA MÍ,¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 206
[5] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET. SEGUNDA PARTE. DESDE LA ENTRADA EN JERUSALÉN  HASTA LA RESURRECCIÓN. Eds. Planeta y Encuentro Madrid-España 2011 p. 309
[6] Cfr. Seubert, Augusto. Op. Cit. pp. 147-148
[7] Estrada, Hugo sdb. Loc. Cit.
[8] Benedicto XVI Op. Cit. pp. 281-284
[9] Zea, Virgilio. sj. Op. Cit. pp. 151-153
[10] Arias Reyero, Maximino JESÚS EL CRISTO Ed. Paulinas  Madrid –España 1982 p. 263
[11] Câmara, Helder. Op. Cit. p. 184
[12] Cantalamessa, Raniero. OFM Cap. Loc Cit.
[13] Ibidem