Is 8,23-9.3; Sal 26,
1. 4. 13-14; 1 Cor. 1,10-13.17; Mt.
4,12-23
Y
Dios, al concederles a los hombres su Palabra… les enseña la calidad divina de
esta palabra: su infinitud, que impide que pueda expresarse enteramente con las
palabras humanas….Si ni fuese así, la Palabra de Dios no sería más grande que
la del hombre.
Hans Ur von Balthasar
…
ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre
“discípulos misioneros”
Papa Francisco. Evangelii
Gaudium # 120
Domingo
de la Palabra de Dios 2020
Podemos adentrarnos en el mensaje de
este Domingo con el corazón lleno de sinceridad y repleto de amor, superando la
insignificancia de oír unas anécdotas,
que no nos tocan, salvo porque nos permite estar informados de cómo
conformó Jesús su grupo de “discípulos” y cuáles fueron sus primeros cuatro convocados.
Y, en cambio articular en ensamble propio la Palabra de Dios, el discipulado, la
koinonía, la evangelización y la Misión.
Siempre nos referimos en la Eucaristía
a sus dos momentos constitutivos refiriéndonos a ellos como la Mesa de la
Palabra y la Mesa del Pan. En el #51 de la Sacrosantum Concilium se nos brinda
lo siguiente: “A fin de que la Mesa de la palabra de Dios se prepare con más
abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia,
de modo que, en un periodo determinado de años, se lean al pueblo las partes
más significativas de la Sagrada Escritura.” «La celebración de la Eucaristía…
se realiza en una conjunción de acto y habla…. La Palabra en la misa es, ante
todo, de naturaleza reveladora. A través de ella Dios dice al hombre quién es
Él… La Palabra de Dios es un gran misterio. En ella habla Él mismo, pero con la
lengua de los hombres.... [A] esta palabra… No le haríamos justicia si
simplemente atendiéramos a su contenido expresable conceptualmente;… la Palabra
es algo más: contenido y forma, sentido y amos, espíritu y corazón, un todo
entero y oscilante; no es una comunicación simple que uno piensa y entiende,
sino un ser que proviene de ella y con el cual uno se encuentra… Donde quiera
que encontremos esta Palabra, allí reina el poder creador de Dios. Escuchar su
Palabra quiere decir entrar en el espacio de la posibilidad sagrada donde aparecerán
el nuevo hombre, el nuevo cielo y la tierra nueva… el que celebra correctamente
la Eucaristía es aquel que busca entender en ella a Cristo, comprender quién
es, que quiere decir, que significa para nosotros, todo esto reunido en su amor
redentor… Los textos sagrados contienen un aspecto de la verdad de Cristo, un
rasgo de su personalidad, un acontecimiento de su vida que aparecen y deben ser
comprendidos y entendidos para poder llevarnos a la plenitud de aquella verdad
que durante la transustanciación se hace presente, no en la palabra sino en el
ser.»[1] Así, La idea es participar, enfrentando la
situación: ¿Qué haríamos y cómo reaccionaríamos si, dentro de un momento Jesús
se cruzara por nuestra vida, si nos llamara y nos pidiera seguirlo? ¡Aquí está la
verdadera esencia de la liturgia de la Palabra para este Tercer Domingo
Ordinario del ciclo A: El tema de nuestra Misión como miembros del Pueblo de
Dios.
En el numeral 21 de la Constitución
Dogmática Dei Verbum, leemos: «La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas
Escrituras... Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada
Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y
escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo
Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas
y de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que
toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de
la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el
Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos;
y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad,
apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del
alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual.»
«“El Domingo de la Palabra de Dios
puede ser esa capacidad del pueblo de comprender la Sagrada Escritura, porque
no es sólo un libro es una Palabra, es algo vivo, es algo que toca nuestra
vida. Y por eso en la liturgia, en todo lo que expresa la vida de la comunidad
cristiana, la Palabra de Dios es un momento de unidad, es un momento en el cual
damos la fuerza necesaria para la evangelización”, lo dijo Monseñor Rino
Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva
Evangelización durante la conferencia de presentación del Primer Domingo de la
Palabra de Dios. .. el
Domingo de la Palabra de Dios es una iniciativa que el Papa Francisco confía a
toda la Iglesia, en el que, “la comunidad cristiana se centra en el gran valor
que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana” (Aperuit illis 2). …En la presentación del Primer Domingo de
la Palabra de Dios, también participó Monseñor Octavio Ruiz Arenas, Secretario
del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. En su
intervención, explicó que se escogió esta fecha por dos motivos fundamentales:
“en primer lugar, porque en la liturgia el III Domingo del Tiempo Ordinario
todos los evangelios: Mateo, Lucas y Marcos nos hablan de la predicación del
Señor, el comienzo del anuncio mismo por parte de Cristo de lo que era su
mensaje. En segundo lugar, porque es un domingo en el que en cualquier año
litúrgico podemos encontrar una referencia explícita a esa comunicación, a ese
anuncio que hacia el Señor de la obra salvífica de Dios”.»[2]
La Liturgia Eucarística es,
indudablemente un Banquete donde Jesús nos prodiga su doble alimento: «Gregorio
(de Niza) parte de la consideración de la Palabra de Dios como manjar, y se
permite trasferir las normas de la Cena Pascual al trato con la Biblia. Hay dos
disposiciones que le parecen esencialmente significativas: el cordero debe
comerse recién sacado del fuego; y no hay que romperle los huesos. El fuego es
imagen del Espíritu Santo: ¿no significa esta norma que no debemos alejar el
manjar divino de la esfera del fuego vivo, que no debemos dejarlo enfriar? ¿No
significa que la lectura de la Biblia debe hacerse junto al fuego, es decir en
comunión con el Espíritu Santo, en la fe viva que nos remite al origen del
manjar? Y a la inversa: hay unos huesos que no podemos triturar: las grandes
cuestiones que se nos plantean y que somos incapaces de resolver: “¿Cuál es la
esencia de Dios? ¿Qué había antes de la Creación? ¿Qué hay fuera del mundo
visible? ¿Qué necesidad preside todo el acontecer?...No rompas los huesos
significa “saber que todo eso es competencia del Espíritu Santo…”… “No te
preocupes por lo que te excede”. (Eclo 3,23)»[3]
En
el territorio de Zabulón y Neftalí
Vamos a presentar el primer elemento:
Primero estaba Juan el Bautista, cuando este fue encarcelado fue como la
“señal” para que Jesús recogiendo el turno, pasara a asumir el vacío que
quedaba, «El pasaje marca el paso entre la actividad del Precursor y la del Mesías…
Juan había sido entregado. Juan no es
“arrestado”… es entregado como Jesús. Esta palabra indica tanto la acción de
los hombres, que entregan al Hijo del hombre, como la del Padre que lo entrega
a nosotros… Juan no es destruido, sino que logra su finalidad: se convierte en
testigo, con la vida, de lo que antes había dicho con la palabra.»[4]:
San Juan bautista había apuntado hacia Jesús, lo hemos visto últimamente, «“el
Bautista”… Ha puesto los ojos en Jesús que pasaba. Y a dos de sus discípulos
les ha dicho: “Este es el Cordero de Dios”.
No sé qué tendría Jesús: no se qué brisa suave dejó al pasar, no sé qué aroma
derramó a su paso, que los dos discípulos de Juan se ponen en camino. Es el
momento de seguir creciendo. Es el momento de dejar la comunidad de Juan e
iniciar la del Hombre único y fascinante que se llama Jesús.»[5]
¿Desde dónde se inicia esta labor”? El
evangelista nos lo informa: en “Cafarnaúm, cerca del lago, en los límites de
Zabulón y Neftalí.” «En el territorio de Zabulón y Neftalí. Son los dos hijos
de Jacob que se instalaron en esa región. Allí nació el movimiento de los
zelotes, que en gran parte eran galileos. El término galileo había llegado a
ser sinónimo de subversivo.»[6]
Esta ubicación espacial es enriquecida aún con otro dato, que Mateo toma del primer
Isaías, del Libro de Emmanuel: “Galilea, tierra de paganos” (Is 8, 23b). Esta
tierra, que conectaba Siria con Egipto, educada en el sometimiento y víctima de
la usura, tierra “impía”, al norte del reino de Israel, tomada por los asirios,
allá por el 732 antes de nuestra era, experiencia que dejó marcados a sus
habitantes y a su descendencia, que perdió por eso la nitidez de su identidad.
Cómo los veían los judíos ortodoxos, los fariseos del momento, los tenían por
una población que “vivía en tinieblas y sombras de muerte”, gente pecadora y
despreciable. Es allí donde Jesús empieza a desempeñar su ministerio. No es
asunto de poca monta esta contextualización que nos prodiga San Mateo.
¿A quién dirige Jesús su llamado? A
pescadores, el pescador saca peces del agua para convertirlos en “pescados”,
los discípulos son llamados para que saquen a los hombres del agua “del pecado”
y mueran (a esa vida de pecado), pero para nacer a una nueva vida, es decir,
para que se conviertan. «… una vida nueva, un proyecto nuevo, una misión nueva.
Todo su mundo, desde ahora, sin cosas, sin casas, sin tierras, sin padre y
madre, sin nada. Ahora su mundo es Jesús. Jesús y basta. Jesús y punto. Jesús y
se acabó.»[7] Lo
que más asombra de este seguimiento es su inmediatez, su generosidad
desprendida, esa capacidad de dejarlo todo atrás, sin voltear a mirar, sin
nostalgias, es la capacidad de desinstalarse, es la entrega retratada en el hermoso
compromiso, del Salmo 40(39): “Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad”
Vocación
y misión
Esta celebración Eucarística está
enfocada sobre ese núcleo: la conversión, que es urgente porque “el Reino de
Dios se ha acercado” (Mt 4, 17d). Para ser discípulo no basta reconocernos llamados,
no basta tampoco saber dónde hemos de cumplir con ese “llamado”, además, urge
saber el “para qué”. La conversión es un re-direccionamiento de la vida y el
corazón. Para tal, el discípulo debe “seguir”, o sea continuar el accionar del
Maestro que Enseñaba, Predicaba y Sanaba. «Cuando Jesús entra en una vida,
quema. Su llama no puede ser guardada. Necesita ser extendida, llevada,
comunicada a otros. La experiencia de Jesús llama luego a ser vivida en
comunidad.»[8]
No como individuos aislados sino como comunidad de discípulos, como asamblea de
los convocados que es lo que precisamente significa Iglesia. «… la vocación no
es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida
una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el
cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres
Magos.
Iglesia
urgida de conversión permanente
Sólo tiene vocación el que no sería
capaz de vivir sin realizarla… benditos los que saben adónde van, para qué
viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De ellos es
el reino de estar vivos.»[9]
Ser discípulo entraña un seguimiento, pero si ese seguimiento se da con
fidelidad implica un compromiso. Ser pescadores de hombres define esa misión.
“Misión” y “evangelización” son realidades prácticamente intercambiables.
Conceptualmente “evangelización” remite al “qué” de una praxis eclesial:
anunciar e iniciar una buena noticia. “Misión” implica que la evangelización se
origina en un “envío”.»[10]
En el #15 de la Evangelii Nuntiandi,
el Papa Paulo VI asume la Misión que la Iglesia ha recibido como heredad y está
llamada a tomar: «—Nacida, por consiguiente, de la misión de Jesucristo, la
Iglesia es a su vez enviada por El. La Iglesia permanece en el mundo hasta que
el Señor de la gloria vuelva al Padre. Permanece como un signo, opaco y
luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, de su partida y
de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa. Ahora bien, es ante todo su
misión y su condición de evangelizadora lo que ella está llamada a continuar.
Porque la comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma….
… —Evangelizadora, la Iglesia comienza
por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza
vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar
sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del
amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los
ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", que la han
convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una
palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser
evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para
anunciar el Evangelio. El Concilio Vaticano II ha recordado, y el Sínodo de
1974 ha vuelto a tocar insistentemente este tema de la Iglesia que se
evangeliza a través de una conversión y una renovación constante, para
evangelizar al mundo de manera creíble.
—La Iglesia es depositaria de la Buena
Nueva que debe ser anunciada. Las promesas de la Nueva Alianza en Cristo, las
enseñanzas del Señor y de los Apóstoles, la Palabra de vida, las fuentes de la
gracia y de la benignidad divina, el camino de salvación, todo esto le ha sido
confiado. Es ni más ni menos que el contenido del Evangelio y, por
consiguiente, de la evangelización que ella conserva como un depósito viviente
y precioso, no para tenerlo escondido, sino para comunicarlo.
—Enviada y evangelizada, la Iglesia
misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva,
les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el mandato que
ella misma ha recibido y les envía a predicar. A predicar no a sí mismos o sus
ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y
propietarios absolutos para disponer de él a su gusto, sino ministros para
transmitirlo con suma fidelidad.
Para ensamblar y conjugar todo esto,
miremos en la perícopa del Evangelio cómo está descrita la Misión de Jesús:
a)
recorría
toda Galilea (desinstalada, en salida)
b)
enseñando en sus sinagogas y en todas las
terrazas y en todos los areópagos
c)
proclamando (no a sí mismos o sus ideas
personales), sino el evangelio del reino
d)
curando toda enfermedad y toda dolencia en el
pueblo. (Ser “pescador de hombres” es ser terapeuta de cuerpos y almas).
¡Espera en el Señor, sé valiente, ten
ánimo, espera en el Señor!
[1]
Guardini, Romano. PREPAREMOPS LA EUCARISTÍA. Ed. San Pablo 2009 Bogotá–Colombia
pp. 71-74.
[3]
Gregorio de Nisa, VIDA DE MOISES. Salamanca. 1993, 89-90. Citado por Ratzinger,
Joseph. UN CANTO NUEVO PARA EL SEÑOR Ed. Sígueme Salamanca 1999 pp. 64-65
[4]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo2011 2da
re-imp. Bogotá-Colombia p.57
[5]
Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª Ed.
2001. p. 144
[6]
Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 58
[7]
Mazariegos, Emilio L. Op. Cit. p. 148
[8]
Ibid p. 149
[9]
Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA. Ed. Planeta. Barcelona-
España 1996. pp. 181-183
[10]
Sobrino, Jon. EL ESTILO DE JESÚS COMO PARADIGMA DE LA MISIÓN. En Amerindia. LA
MISIÓN EN CUESTIÓN Aportes a la luz de Aparecida 2009 p.59
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