Jer 1,4-5.17-19; Sal 71(70),1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17;
1Cor 12,31–13,13; Lc 4,21-30
Jeremías es el mejor
precursor de Jesús. Su fidelidad a Dios y a su pueblo anuncia ya al Mesías.
José L. Caravias s.j.
Vocación de profetas
En
la Primera Lectura nos encontramos frente a un texto de vocación que encierra
toda la profunda bondad y la dulce ternura de Dios que –siendo el Señor de la
Historia- ha trazado derroteros de amor para cada una de sus criaturas. Es una
Palabra muy tierna de Dios cuando revela que desde antes de ser concebido ya
Dios había trazado una vocación profética para Jeremías. Este encargo-llamada
no puede soslayarse, ni puede ser desdeñado; ya en otra parte y en la situación
del joven Samuel (véase 1 Sam 3, 10) vimos el designo de muy voluntaria
obediencia representado por la respuesta “¡Habla, que tu siervo escucha”. «Dios
que trasforma al hombre interiormente para que pueda conocerlo y obedecerlo; Él
mismo escribe su Ley en el corazón del hombre: “Pondré mi ley en su interior,
la escribiré en sus corazones y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (31,
33)»[1]
Esta
presencia -previa a nuestra concepción- en el pensamiento de Dios, encierra su
paternal designio de llamarnos a la vida, con toda razón pensamos en Él en
términos de Padre dado que ya deseó nuestra existencia cuando todavía no
“existíamos”, valga decir, que estuvimos primero en el pensamiento de
Dios-Padre antes de estar en el vientre materno. Y no sencillamente como un
deseo vago de “tener un hijo” sino como el hijo muy deseado que “ya es
conocido” porque vamos a ser el que Él ha querido y no otro. Quisiéramos
insistir en la belleza del designio puesto que “si ya nos conocía” no podemos
defraudarlo porque ya sabía quiénes somos, junto con nuestras limitaciones y
nuestras fragilidades; conocernos -desde antes- significa poder perdonarnos lo
que seremos y –verdadero amor paternal- amarnos “a pesar de”.
Todavía
un rasgo más del amor paterno: nos desea porque sus “amorosos proyectos” nos
toman en cuanta, nos incluyen. Nos ama y entramos en sus planes, en los que
vamos a jugar un “importante” rol. Desmiente la actitud de la paternidad
irresponsable que “echa hijos al mundo” y, se desentiende de ellos. Este es
Otro tipo de Padre, es un Padre Providente. En la forma de expresarlo el
profeta Jeremías, revisemos como es próvido Dios en su Paternidad: Hace a su
elegido
a) “Ciudad fortificada”
b) “Columna de hierro”
c) “Muralla de bronce”
No
importa quien venga a rivalizar o a amenazar, sean los reyes de Judá, o sus
jefes, o sus sacerdotes, o los simples campesinos, o toda la tierra, o sea,
todo el mundo. Y, es así como le infunde semejante fortaleza, “¡no podrán con
él!”. ¡Nos ama!
Jeremías,
durante toda su larga vida se mantiene fiel a su difícil misión. La humillación
y el fracaso le acompañan por doquier. Varias veces intentan matarlo, pasa
largas temporadas en prisión; le acusan de traidor y de loco: pasa terribles crisis personales. Le
prohíben entrar en el templo y hablar en nombre de Yavé. Pero él se mantiene
siempre fiel a su Dios y a su pueblo. Es prototipo de fidelidad heroica a la
experiencia de Dios. Y por ello se le puede considerar la prefigura más clara
de Jesús.»[2] «Como Jesús en Nazaret (Lc
4,29) es contestado y rechazado por sus conciudadanos (Jr 11, 18), su
delicadeza (1,6) lo acerca al Jesús de Lucas y a la enseñanza de Mateo 5, 39.
Como Jesús (Mt 23) ataca el poder religioso (26,8), el templo (7,11; 21,13);
célibe como Cristo (16,1), ama a los sencillos y puros, representantes entonces
del grupo de los recabitas (c.35), semejante a los nazireos y a sus sucesores
esenios. Flagelado (20,2), es llevado como cordero (11,19) a la Pasión y la
tradición popular ha identificado el lugar de la detención en la cisterna
fangosa (37,16) con la cárcel de Caifás (Jn 18,24). Su lamentación sobre
Jerusalén (32,28) se acerca al llanto de Jesús sobre la ciudad amada (Mt 23,37)
y la Nueva Alianza que Él anunció (31,32) fue estipulada en la sangre de Cristo
(Lc 22,20).»[3]
También
en el caso de San Pablo: «Pablo sabe que su vocación tuvo lugar en la ruta de
Damasco y sin embargo relee su existencia meditando a Jeremías: nos invita a
todos nosotros a contemplar la vida cristiana y nuestra vocación a la luz del
profeta, sobre todo en la carta a los Romanos: “Pues a los que de antemano
conoció , también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que
fuera Él el primogénito entre muchos hermanos y a los que predestinó a esos
también llamó y a los que llamó a esos también los justificó; a los que
justificó a esos también los glorificó”(Rom 8, 29-30). Si Dios nos ha llamado a
ser imagen de su Hijo, no podrá no ser fiel a esta llamada, como se ha mostrado
fiel en la vida de Jeremías, en la vida de Pablo y se muestra fiel en relación
a Aquel que es el prototipo de toda vocación: Cristo Jesús.»[4]
Pensamos
que conviene aquí elevar una plegaria: «Concédenos Señor, que haciendo memoria
de tus dones y de la llamada del profeta Jeremías penetremos más profundamente
en el conocimiento de nuestra llamada y
aprendamos a hacer memoria de ella como defensa y apoyo para el futuro»[5] «Señor, Dios fiel, ayúdanos
a descubrirte en nuestras crisis: en ellas es donde tu Grandeza y Amor nos
salvan. Ayúdanos a desenterrar semillas de esperanza para dejarlas germinar,
crecer y dar fruto. ¡Señor, hoy somos Jeremías!»[6]
Oración para la
ancianidad
¡Dios de mi juventud,
sé también el Dios de mi ancianidad!
Carlos G. Vallés s.j.
Entre
la Primera Lectura y el Salmo se tiende una especie de puente: En el capítulo
1, verso 5 de Jeremías encontramos: “Antes que te formaras dentro del vientre
de tu madre, antes que tú nacieras te conocía y te escogí para ser profeta de
las naciones”. En el verso 6 del salmo leemos “Desde el vientre materno en ti
me apoyaba, del seno de mi madre me hiciste salir”. El relato de Jeremías no se
consignó tan pronto después del llamado; se considera que entre el momento de
la vocación y el momento en que se puso por escrito debieron transcurrir algo
así como 23 años. En el Salmo 71(70), también ha transcurrido toda una vida:
este salmo se llama “de la vejez” u “oración de un anciano”: En el verso 9 se
lee “al llegar a la vejez me van faltando las fuerzas, no me abandones”; y por
dos veces en el salmo se hace mención que “desde mi juventud eres mi esperanza
y mi refugio”. Este salmo, pertenece a los salmos de “Súplica” y quiere cubrir
todo el arco de la vida humana, desde la etapa en el vientre materno hasta ahora
cuando llega la ancianidad. «Nunca como en nuestro mundo moderno la vejez ha
sido una prueba terrible… Nunca como hoy, el anciano ha estado tan aislado… hay
que experimentar el terrible sentimiento de abandono esta impresión humanamente
dramática de haber cumplido su tiempo, como un viejo utensilio ya fuera de uso…
hay que afrontar lúcidamente esta vivencia en que una cierta vida ha terminado
y que aquel tiempo es irreversible… para
comulgar con la esperanza del
salmista: sí, para el verdadero creyente, las leyes biológicas y psicológicas
de la vejez no influyen en quien espera la comunicación de la vida divina.
¡Nuestra nueva juventud, está ante nosotros, en Dios! ¡Allí está la alegría!...
ya que Dios nos creó porque Él nos ama (¡Desde el vientre de nuestra madre!), ¿cómo
podría Él abandonarnos? la resurrección de los muertos, la Resurrección de
Jesucristo, está prevista desde toda la eternidad, y hace parte del proyecto
inicial del Creador»[7]
Los
exegetas, no obstante, entienden que esta “primera persona” que habla en el
salmo no es un “yo” individual, sino que se trata de la voz del pueblo que
suplica. Suplica pidiendo dos cosas: que lo
libre y lo ponga a salvo, que no quede derrotado para siempre y la
segunda, que nos socorra en nuestra ancianidad.
Viene
el momento adecuado a la plegaria: Oremos con Carlos Vallés diciendo: Señor,
«sostenme cuando otros me fallen. Acompáñame cuando otros me abandonen. Dame
fuerzas, dame aliento, dame la gracia de envejecer con garbo, de amar la vida
hasta el final, de sonreír hasta el último momento, de hacer sentir con mi
ejemplo a los jóvenes que la vida es amiga y la edad benévola, que no hay nada
que temer y sí todo a esperar cuando Tú estás al lado y la vida del hombre
descansa en tus manos.»[8]
Un camino mucho mejor
No
perdamos el hilo temático que hemos venido desarrollando en la Segunda Lectura,
donde venimos considerando la Primera Carta a los Corintios –aún en el Quinto
domingo Ordinario (C), nos ocuparemos de ella- y veníamos en la vena de los
“Dones y Carismas”, donde el contexto era la edificación del Cuerpo Místico de
Cristo. Y, nos preguntábamos, ¿qué une las células que forman ese organismo,
que nos in-corpora como discípulos? Este Domingo vamos a tocar la esencia
–donde se nos contesta a la pregunta de cómo nos enlazamos y coordinamos como
“un solo hombre”- de estos tres capítulos (12-14) que San Pablo le dedico a los
dones: el Himno del Amor. Para abordarlo proponemos distribuir la perícopa en
tres fragmentos: versos 1-3; versos 4-7; y versos 8-13.
«El
mayor carisma que puede existir es el amor. Sin él, todos los demás son pura
exaltación y exhibicionismo. Es interesante ver, en este himno, que Pablo
comienza citando precisamente los carismas ambicionados por los “fuertes”:
hablar en lenguas, profecía, conocimiento, fe, etc. Todos ellos, sin el amor
solidario, no tienen sentido»[9] En los tres primeros
versos es el “yo” el que se pone en el centro, el “yo” que habla en lenguas, el
“yo” que profetiza, el “yo” que se las sabe todas sobre el hoy y sobre el
mañana, el “yo que mueve montañas, el “yo” que hace donaciones y se concentra
en la filantropía hasta entregarse en “holocausto” (sacrificio de quemar la
víctima toda entera), todo ese egoísmo no sirve para nada. Cuando se trata de
aprender a ser, no hemos aprendido nada, porque todo ese “numerito de circo”
para nada aprovecha.
Se
nos plantea en el segundo fragmento la urgencia de “descentrarnos” en favor de
lo que sí vale, de lo que sí es útil a la vida espiritual, el carisma, lo que
sirve a los otros, lo que edifique la comunidad, la diaconía desprendida y
desinteresada, que se hace “por amor a Dios”: el ἀγάπη [ágape]
que se traduce por amor, o por caridad, “lo que le gusta a Dios”. Y,
¿qué es lo que le gusta a Dios? Leamos el Himno con atención y allegaremos la
respuesta: Nos dice 7 cosas que no es y ocho cosas que sí. Vamos a mencionar lo
que sí es, y dejamos como tarea al lector completar la definición haciendo
consciencia de lo que en el Himno se establece como “lo que no es”. El
amor-ágape es paciente μακροθυμέω (tiene gran corazón), es servicial χρηστεύεται (o
amable), es decoroso, se alegra con la verdad ἀληθείᾳ (la
franqueza), todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor-ágape
no tiene fin, es carisma de eternidad, está en el ADN divino, que tenemos por
ser hijos de Dios.
¿Cómo se alcanza la plenitud del ser? Ese es el
tema del tercer fragmento. Ya sabíamos que el don de lenguas, el conocimiento,
la ciencia son parciales ellas
desaparecerán, cesarán, pasarán, darán paso a la τέλειον. En
cambio llegará la perfección, la
plenitud, el “desarrollo” total y definitivo, la Completitud. “Cuando venga lo perfecto desaparecerá lo parcial”.
En este himno no se habla de cómo se pasará del estatus actual al esperado,
pero se nos dice que será un estado de plenitud, donde lo único útil y
necesario que seguirá teniendo razón de ser será el amor-ágape, precisamente porque Él es
la plenitud. Desaparecerá la visión nublada y borrosa, la imagen imperfecta de
espejo defectuoso y veremos las cosas “tal cual son” porque todo estará
iluminado por la Luz del Amor-Ágape.
A través de este himno podemos entender lo que
es fútil, perecedero y caduco; y, también sabemos qué es lo perenne. Entendemos
ahora que muchos esfuerzos conducen a no-ser-nadie y que hay un carisma único,
central y básico que nos abre la existencia del ser-verdadero.
Trasplante de un corazón de carne
Lo que yo no ame, nadie podrá amarlo en mi lugar. Sí yo no
amo a Cristo, el talento más grande que he recibido, esa capacidad de amar
quedará incompleta, inactiva, estéril.
Héctor Guerra y Juan Pablo Ledesma
«Jesús vuelve a su tierra después de vivir unos
años en Cafarnaúm junto al lago de Tiberiades. Llega a su pueblo después de
haber comenzado su misión entre los hombres. Llega como para volver a sus
raíces, como para revivir su historia… según su costumbre se dirige a la
sinagoga. Le agrada volver a sentarse en las mismas bancas de siempre… Ante
ellos está, no un profeta más, sino el Profeta. Ante sus ojos está el
confidente de Dios, aquel a quien el Padre le ha dicho todo para que nos lo
diga a nosotros los hombres… No saben que uno entre ellos ha sido elegido, ha
sido escogido, ha sido ungido por Dios como Enviado, como Mesías, el Mesías que
ellos esperaban. Lo tienen tan cerca que la luz los ciega; lo ven tan claro que
de puro claro no lo entienden; lo sienten tan sencillo, tan descomplicado, que
de puro sencillo no es posible… Les dice, sin decirlo, que no tienen fe, que
los signos del Reino no se van a manifestar entre ellos. Que se ira como ha
venido. Que no lo quieren de verdad, que esperan de Él que los entretenga, que
los divierta, que haga cosas espectaculares. Que haga un numerito de circo. ¡Y
Jesús no se ha vestido de payaso!....
Son los suyos, los primeros que quieren dar muerte a Jesús… Es como un ensayo
de la muerte de Jesús en otro monte, en el Gólgota… ¿Los primeros?... no; lo
quiso matar de niño el gobernante de turno… se les ha escapado de una manera
inconcebible. Jesús ha echado a correr. Abriéndose camino entre sus gentes ha
desaparecido en el bosque…»[10]
¿Qué
ha pasado?, ¿de donde se desató súbitamente tanto odio? Si todos los admiraban
y todos habían quedado atónitos, por qué en un instante se da tal trasformación
en negativo, recordemos que todos los que estaban en la sinagoga se
enfurecieron θυμός
que más que ira es animadversión, es un sentir tirria apasionada -enfurecerse
es la antípoda del amor- ¡salió el encono de la chistera del mago! También en
esto entrevemos un ensayo de una escena posterior: cuando llega a Jerusalén
cabalgando el borreguito lo ensalzan y luego, cuando Pilato lo saca al público;
en esta oportunidad parece que lo difícil estaba en darse cuenta –según el
enunciado de Pilato “Ecce homo” (Jn 19,5)- en verlo desposeído del mesianismo
que antes habían visto tan conveniente, tan aprovechable, tan beneficioso para
ellos y descubrirlo ahora sangrichorriante. Supongamos la siguiente situación:
Entra un personaje renombrado, famoso, un político sobresaliente –por ejemplo-
y nos lo van a presentar, ¿cuál es la actitud que nosotros tomamos en general?;
ahora pasemos a otro caso, probablemente cómo actuaríamos sí, nos dicen que nos
están presentando un “viejito” que tiene un puesto de cebolla larga en un
mercado? ¡Sí! La metanoia que requerimos es urgente, el corazón endurecido
hasta ser de piedra ha de ser cambiado por uno de carne capaz de la ternura.
«El
abuso de la lógica desemboca en la dureza de corazón. Es una esclerosis del
alma, una ceguera total. La insensibilidad no ya hacia lo elevado, sino hacía
lo más esencial, como las necesidades del prójimo. Enfriamiento vil del corazón
que deja de amar y porque no ama a nadie cree amarse y amar a Dios. Triste
espejismo. Es la hermana de la soberbia. No alcanzamos a ver y a compartir la
pasión de Cristo, prolongada a lo largo de todos los siglos en cada ser humano
que sufre. No vemos las heridas de nuestros hermanos en el mundo. Es necesario
abrir nuestro corazón, ayudarnos a ver con el corazón… La dureza del corazón
nace de la rutina y de la superficialidad, de la falta de sencillez, del
engreimiento personal que se proyecta por encima del amor a Dios.
Cristiano
es quien vive como tal, quien lleva en el pecho un corazón de carne, sensible a
la pasión de Cristo y a todo sufrimiento. También Dios tiene un “corazón de
carne”. Así lo afirmaba Benedicto XVI al
concluir la celebración del Vía Crucis un viernes santo: “Nuestro Dios no es un
Dios lejano, intocable en su bienaventuranza. Nuestro Dios tiene un corazón,
más aún, tiene un corazón de carne. Se hizo carne precisamente para poder
sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos. Se hizo
hombre para darnos un corazón de carne y despertar en nosotros el amor a los
que sufren, a los necesitados.»[11]
[1]
Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS. Ed. “Tierra Nueva” Quito-Ecuador.
2001 pp. 86-87
[2]
Ibid p. 82
[3]
Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia
1996. p.176
[4]
Martini, Carlo María. VIVIR CON LA BIBLIA. Ed. Planeta. Santafé de
Bogotá-Colombia 1999 p. 283
[5]
Ibid p. 275
[6]
Caravias, José L. s.j. Op. Cit. p.87
[7]
Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá-Colombia 1996 pp. 140-141
[8]
Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae
Santander-España 1989 p. 134
[9] Bortolini,
José. COMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS
EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996 p. 55
[10]
Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá D.C.-Colombia 2001
pp.48-53
[11] Guerra, Héctor.
Ledesma, Juan Pablo. VENID Y VEREIS Ed. Planeta Barcelona-España 2009
pp. 205-206
[12] Ibid pp. 126-127
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