sábado, 24 de noviembre de 2018

DAR LO MEJOR DE TI AL REY


ÉL REINA CON EL COMPROMISO DE CADA UNA DE NUESTRAS VIDAS
Dn 7,13-14; Sal 92,1ab.1c-2.5; Ap 1,5-8; Jn 18,33b-37

Es  crucificado como rey, y es rey por cuanto es crucificado: es el rey de la verdad que nos hace libres (cf Jn 8,32)
Silvano Fausti

Se está a la expectativa de una epifanía del hombre, de una “antropofanía”. La historia... Es más bien una proyección hacia el futuro. El mundo contemporáneo es un mundo de posibilidades latentes, de expectativas.
Gustavo Gutiérrez

Hay un –por llamarlo de alguna manera- eje comprensivo en el Evangelio que leemos en este Trigésimo Cuarto Domingo Ordinario (valga recalcar en esta fecha que al decir “ordinario” con un significado de habitual o normal la palabra está mal escogida y no representa lo que en realidad se quiere significar, “Domingo por fuera de los tiempos especiales”; esos tiempos especiales o “tiempos fuertes” son: Adviento –el que empezaremos el próximo Domingo, Cuaresma y Pascua); se trata de la expresión, en labios de Jesús μαρτυρήσω τῇ ἀληθείᾳ “atestiguar la verdad”, “hacer evidente la verdad”, “darla a conocer”, este atestiguar significa “Revelar”. Así pues, tenemos que alcanzar este nivel de comprensión del significado de la realeza de Jesús, no es un rey a la manera de los reyes de este mundo, su “Reinado” no está en el plano de los reinados comunes y silvestres, su Reinado es un Liderazgo para afrontar la Verdad. Este es el “reflector” que habría de iluminar y clarificar qué clase de Rey es el “Hijo del hombre”. Concluir el Año Litúrgico también tiene que entenderse como un alcanzar una meta y cerrar un ciclo intelectivo que nos haya conducido a un umbral “amoroso” más alto con relación a nuestro Amado Señor, se refiere pues a un nivel cualitativamente superior de la Fe.

Quisimos anteriormente, plantear este enfoque como salto epistemológico del plano de la historia al nivel de la fe, esta epistemología escatológica tiene su instrumental en las virtudes teologales y, en su ejercicio –ya lo señalábamos el domingo XXXIII-  le cabe el rol protagónico a la esperanza. Una esperanza muy dinámica que por su compromiso histórico cabría llamarla esperanza constructiva. Que –ni un solo instante- cesa de ser teologal. Esperanza misionera y misional. Vale que enfaticemos que «La esperanza es un instrumento cognoscitivo con una mirada de largo alcance, de grande agudeza y lucidez. Ni siquiera nuestro corazón puede comprender, con todos sus sueños, aspiraciones y deseos, ese bien sin límites que Dios nos prepara, que es el objeto de nuestra esperanza: algo que está más allá de toda expectativa y de cualquier deseo, aunque los colma y los llena de un modo indescriptible… la esperanza cristiana tiene… como objeto suyo propio: mirar hacia Jesucristo y su regreso.»[1]

«Que su Reino no es de este mundo, concuerda con la forma como Jesús ha actuado en este evangelio: cuando los galileos quisieron hacerlo rey, El huyó a la montaña para estar solo (6,15) cuando el Domingo de Ramos, los de Jerusalén le proclamaban rey de Israel, Jesús corrigió esta idea de rey, entrando humildemente montado sobre un burrito (12, 13-15); cuando Pedro sacó espada para defenderlo, Jesús se lo prohibió (18,11). No necesita ejercito militar para luchar a favor de Él (18,36).»[2] «Pilato pregunta a Jesús si es rey de los judíos. En realidad “Es la realeza el motivo teológico que domina el proceso»[3] «Después de que el poder religiosos ha predispuesto la entronización en la cruz, el poder político proclama su realeza con la condena a muerte. El texto es un juego de ironías. Lo que se dice por burla es la verdad; lo que se considera verdadero es una burla estúpida y trágica.»[4]


«El rey es el hombre ideal, el ideal de todo hombre. Como es libre y poderoso, quiere lo que le agrada y ordena que hagan lo que quiere; representa a Dios en la tierra. La concepción que tenemos de lo que es un rey corresponde a la que tenemos de Dios: es el hombre realizado, su imagen y semejanza… Los acusadores son los jefes religiosos; el juez es el representante del imperialismo, que entonces era el de los romanos. El proceso es “político”. La realeza de Dios, aunque no es de este mundo, está en este mundo.»[5]

«Jesús, con su realeza, nos revela la verdad de Dios y del hombre. Él es el Mesías que fue prometido a David (2S 7,12) Libera no sólo al pueblo de Israel, sino al mundo entero, porque rehúsa dominar y se pone a servir. Nos aparta de la opresión no con la potencia del que oprime más, sino con la fuerza del que ama más… Mi reino. El término griego basiléia indica el reino como territorio y también como poder real. Jesús es rey…. Es el rey prometido por Dios a la descendencia de David, que reinará para siempre (Cf 2S, 7, 8-16): su poder consiste en lavar los pies (13,1ss), su dignidad es estar entre nosotros como el que sirve (Lc 22, 27) No es un ladrón ni un salteador, sino el buen Pastor, que libera sus ovejas y expone, dispone y entrega su vida (Cf 10, 1-21)… La realeza del Señor es mansedumbre y humildad, justicia y amor: es servicio a la vida. Por eso hace que Pedro renuncia a la violencia (18, 10s), que funda y mantiene todo poder de muerte. Él trasformará las espadas en azadones y las lanzas en guadañas (Is 2,4). Entonces el lobo habitará con el cordero y la sabiduría del Señor llenará la tierra como las aguas cubren el mar (Is 11, 6ª.9b)»[6]

El Salmo para la liturgia del XXXIV Domingo, Jesucristo Rey del Universo es del grupo de ¡YHWH reina!, «Salmos del Reino de Dios. Él es el rey de la historia, porque hizo triunfar a su pueblo (paso del Mar Rojo, Dios domina las olas). Será el Rey escatológico, mediante su victoria definitiva sobre todas las fuerzas del mal “por el trascurso de los tiempos”… Todas las imágenes están tomadas del ritual de entronización de los reyes: los vestidos reales (el cielo)…El trono real (la tierra)… La victoria real (triunfo sobre los elementos desencadenados)…La carta real (La Ley)… El palacio real (el Templo)…»[7]  el grito del Shofar (Cuerno de ternero) proclamaba la Entronización de Dios en el Sancta Sanctorum, así como ya en Zc 9, 14-16 el Sonido del shofar proclamaba la llegada de Mesías; señal de la Soberanía Divina, faltará sólo el griterío triunfante que derribará los muros de Jericó para dar paso a la Victoria (Jo 6,20); aún hay más, el Shofar es por antonomasia la señal Jubilar, señal de la Descensión del Señor –Parusía-, así como de la resurrección de los que murieron en Cristo (1Ts 4,16). Pero aquí nos es de especial interés que el sonido del Shofar sea la voz característica en la Coronación Real. Los judíos en destierro, en Babilonia, se admiraban del cortejo y de la coronación de Marduk soberano que se entronizaba año a año, para concederle y hacerle entrega -por un año- de esa soberanía, cuando los judíos se apropian de esta ceremonia suprimen todo aquello que significara “entrega” de la soberanía, porque para su fe, como para la nuestra,  Dios no recibe el Trono, sino que Él lo detenta por toda la Eternidad.


Una vez más retornamos a la base de le Realeza Divina: «Mi Rey es Rey de reyes y Señor de señores. Mi vida es más fácil, porque Tú eres Rey. Mi futuro está asegurado porque Tú reinas sobre todos los tiempos. Mi salvación está conseguida, porque Tú, Dios omnipotente, eres mi Redentor. Tu poder es la garantía de mi fe.»[8] Él es Soberano, lo sé, y comprendo mi existencia desde su Presencia amorosa en mi vida, en mi realidad, en mi historia personal, en mi misión.

Dirijamosnos a la Primera Lectura: «El libro de Daniel es la cumbre de la apocalíptica veterotestamentaria. Su personaje central, Daniel, no es una figura real, pero tampoco solamente ficticia. Esta figura está inspirada en Ezequiel (Ez 14, 14.20; 28,3) del tiempo del destierro…Este libro sirvió para mantener en alto la moral del pueblo perseguido. Es un libro de protesta y resistencia. Se comienza describiendo la fidelidad de algunos israelitas que confían intrépida e incondicionalmente en el Dios que les puede salvar triunfando de sus opresores. Ante una política que sitúa los intereses del estado seléucida por encima del respeto a la fe y a la dignidad del pueblo judío, el libro de Daniel incita a la fidelidad, a la resistencia y a la esperanza… La figura de Daniel es símbolo de la justica de Dios, que sostiene a los desvalidos y arruina a los prepotentes. Es el Dios que apuesta por el indefenso, por el deshilachado, por el falsamente denunciado; el Dios que premia la fidelidad… Para el futuro les prometió la venida de un Salvador muy especial. Después de setenta semanas de años (9,249 ve venir el triunfo de “un Hijo de Hombre”: “A Él se le dio poder, honor y reino, y todos los pueblos y las naciones de todos los idiomas le sirvieron. Su poder es poder eterno y que nunca pasará; y su reino jamás será destruido” (7,14).»[9]

Un vistazo a la Segunda Lectura nos propone ver el contexto global de su perícopa: «El Apocalipsis… es un libro… que urge… a una reforma radical de la Iglesia y a una nueva manera de ser cristiano en el mundo… El Apocalipsis no está orientado a la “segunda venida de Jesús” o al “fin del mundo”, sino que está centrado en la presencia poderosa de Jesús resucitado, ahora, en la comunidad y en el mundo… El mensaje central del apocalipsis es: Si cristo resucitó, el tiempo de la resurrección y del Reino de Dios ha comenzado. El mensaje central del Apocalipsis, lo que constituye su eje fundamental, es la realidad escatológica actual y presente de la Resurrección de Jesús… Jesús está vivo y está vivo en su propio cuerpo, lo que significa que está vivo en la comunidad cristiana y en la historia… El Apocalipsis no es el libro aterrador del juicio final, sino el libro de la esperanza y del gozo porque Cristo ya ha resucitado y esta buena nueva cambia el sentido de la historia presente»[10]

«En efecto, no puede comprender la justicia el que trata de escapar a la justicia, haciendo para sí leyes adecuadas; no puede comprender la libertad el que hace de ella una bandera para oprimir a los otros. Sólo el que es víctima de la injusticia y trata de buscar la justicia comprende la justicia; sólo el que sufre la opresión y pide la liberación comprende la libertad.»[11]


Ya podemos dar el paso actualizante para nuestra vida, no la de algún futuro en el más allá, o después de cierta Parusía, sino el de hoy. Tomémosla como Papa Francisco la formuló en Gaudete et Exsultate, en los numerales 25-27:

25. Como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo, en todos los esfuerzos o renuncias que implique, y también en las alegrías y en la fecundidad que te ofrezca. Por lo tanto, no te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti en ese empeño.

26. No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión.

27. ¿Acaso el Espíritu Santo puede lanzarnos a cumplir una misión y al mismo tiempo pedirnos que escapemos de ella, o que evitemos entregarnos totalmente para preservar la paz interior? Sin embargo, a veces tenemos la tentación de relegar la entrega pastoral o el compromiso en el mundo a un lugar secundario, como si fueran «distracciones» en el camino de la santificación y de la paz interior. Se olvida que «no es que la vida tenga una misión, sino que es misión.»[12]




[1] Martini, Carlo María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003 p.59 (la cursiva es nuestra).
[2] Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo 1999 Santafé de Bogotá D.C.-Colombia p. 136
[3] Blank, J. Dei Verhandbuch von Pilatus Joh. 18-28-191146 en Lichte Johanneischer Theologie. Bz(1959) p.52
[4] Fausti, Silvano UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE JUAN Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2008 p. 508
[5] Ibid
[6] Ibidem p. 516.
[7] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. GUÍAS PARA LA ORACIÓN Y LA  MEDITACIÓN COTIDIANAS. T. II Ed San Pablo. Santafé de Bogotá D.C.–Colombia 1996  p. 156
[8] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 p. 179
[9] Caravias, José Luis. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. Tierra Nueva. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador 2001 pp. 156-158
[10] Richard, Pablo. APOCALIOSIS RCONSTRUCCIÓN DE LE ESPERANZA. 3ª Ed. Ed. Tierra Nueva. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador 1999 pp. 9. 235. 237
[11] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 518
[12] Santo Padre Francisco EXHORTACIÓN APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE Ed. Paulinas Bogotá D.C.-Colombia 2018## 25-27 pp. 18-20

sábado, 17 de noviembre de 2018

ESCATOLOGÍA Y APOCALÍPTICA CIENCIA DE LA ESPERANZA


Dan 12,1-3; Sal 16(15), 5. 8. 9-10. 11; Heb 10, 11-14,18; Mc 13, 24-32



Cristo borra definitivamente el verbo en pasado, para convertirse en la inaudita novedad del presente y del futuro.
Enrico Masseroni

El Evangelio de este Domingo, XXXIII Ordinario del ciclo B, será la última perícopa de San Marcos que leamos porque el próximo Domingo –último del Año Litúrgico- leeremos un trozo de San Juan 18, 33b-37. Todo parece indicar que San Marcos tomó este fragmento de una tradición temprana del cristianismo y con sumo cuidado y prolija reelaboración lo insertó en este lugar de su Evangelio. Comparando con otros prolongados discursos que leemos en la Santa Biblia, suelen preceder a la muerte, este está en el capítulo 13 de San Marcos y, a partir del capítulo 14, le sucederá la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Se trata de una página escatológica, ¿qué es esto de la escatología? Sabemos que alude a los últimos tiempos, pero ¿qué es y qué era para nosotros los creyentes y para los pioneros de nuestra fe, sea el caso, para Marcos, al escribir esas líneas? No podemos entrar en la mente de San Marcos para decirlo a cabalidad, pero lo cierto es que para nosotros los “último tiempos”, las “postrimerías”, el “término de la historia” se refiere a una “edad”, a una “era” que inauguró Jesús y que a partir de Él se viene desarrollando. Sí habla del futuro, pero no de un futuro que empieza en algún momento del porvenir remoto, sino que se inició ya y que –así como la parábola de la semilla plantada germina día y noche y sin saber cómo brotará y se hará grande, ira produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. A veces, tal vez muchas, queremos desbaratar la procesualidad de este “sin saber cómo” y exprimirla (hasta asfixiarla y hacerla sacar la lengua), para  obtener un “manual de instrucciones precisas” que indique “cuando retirar la olla del fuego, después de 20 minutos”. Ese no es el caso, Jesús, persona histórica, avanza en el tiempo, el tiempo humano, hasta su muerte; pero allí, hay un instante donde la historia se hace escatología y se da el gran salto, de la historia y el testimonio temporal de quienes vivieron ese momento, dando paso a una “ruptura epistemológica” –si se quiere decir así- y, hundiendo sus raíces en la historia, da el salto al plano de la fe. Ese momento exacto, si lo queréis saber, en el que empieza la escatología, es el instante mismo en que Jesús se levanta y Resucita! Las primeras páginas de esta nueva “ciencia” la relatan aquellos a quienes cupo la Gracia de verlo en su nuevo estado, el de Glorificación, que, sin embargo, conservaba las Llagas en las Manos y en el Costado. Sabemos que luego se ausentó de nuestros “sentidos”, pero volverá al alcance de nuestra sensorialidad en otro instante al que denominamos Parusía, cuando recuperaremos Su παρουσα Presencia.

La escatología es, pues, un supremo esfuerzo para verbalizar algo que está más allá de la palabra, algo que entrevemos entre signos premonitorios, algo que ni el propio Jesús pretendía saber o explicar, algo así como un secreto entre el Padre y Él, pero de lo que estaba absolutamente seguro y de lo que nos comunica la convicción. Una Cristo-certeza podríamos decir. Un saber trascendente propio de la naturaleza divina.

En 1903 André Jolles escribió Einfachen Formen (Formas simples), luego Martin Dibelius, cuyo Die Formgeschichte des Evangeliums (Historia de las formas evangélicas) apareció en 1919, seguido por el estudio independiente de Rudolf Bultmann que en 1921 escribió Die Geschichte der Synoptischen Tradition (Historia de la tradición sinóptica). De esta manera surgió la Crítica de las formas que puso en escena la atención a las diversas maneras de comunicar conscientes de la diferencia entre hablar directamente, hablarse por carta, escribir un cuento, un artículo científico, el informe del inventario de una bodega o la lista de las compras que me encargaron de la tienda, son distintas maneras de expresarse, distintos géneros.


Una de estas formas es la apocalíptica que tiene –en la cultura judía- una larga tradición y que daba plurales frutos hasta –aproximadamente el año 200 a.C., cuando la producción literaria se centró en el legalismo. Contra el imaginario común que hace ver el profetismo como el género literario que se ocupa del futuro, si examinamos y leemos los Libros de los Profetas notamos, enseguida, que ellos se ocupaban de su momento histórico y de los asuntos de su tiempo, y en cambio, si vamos en la dirección  de los escritos apocalípticos, vemos que en ellos si hay una atención particular sobre lo que nos deparará el “final de los tiempos”. Otro elemento muy común en la literatura apocalíptica es el catastrofismo, porque al tenor de estos mismos escritos nos hallamos enfrentados a páginas donde los desastres naturales se convierten en el recurso divino para darle vuelco a la historia e implantar el Mundo Nuevo que le sucederá. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que estos desastres tienen aquí –más especialmente- un valor sémico expresionista. Aquí, por ejemplo, en esta perícopa del Evangelio se habla de oscurecimiento del sol, de una luna que ya no alumbrará, de una caída de las estrellas del cielo como simbología del derrocamiento de gobiernos, o puede figurar, de algún modo, el juicio de Israel. En síntesis, podríamos decir que el género literario que le corresponde a la escatología es la apocalíptica. Cabe aquí subrayar que apocalipsis no significa “destrucción final” –como ha pasado a significar, con trasfondo milenarista, en el habla común- sino única y simplemente “revelación”. La revelación se lee tras la comprensión de toda la riqueza sígnica –que como venimos diciendo- es propia de este género, y que, sin embargo, se interpone bloqueándonos el paso a su interpretación, siendo así, un proceso de decodificación se hace indispensable para su correcta exegesis.

Nos parece convincente cuando se nos presenta la apocalíptica como un género que surgió de la necesidad de comunicar el mensaje en un contexto de persecución a sangre y hierro, momentos de crisis extrema, pero donde los signos eran comunes y claros para sus destinatarios, como parte del lenguaje que para ellos era vigente. La dificultad se presenta para nosotros que, siglos después, hemos –por así decirlo- perdido las claves decodificadoras imprescindibles.

En la Biblia encontramos páginas de este género en Isaías, Zacarías, Joel, Ezequiel, Daniel (del cual la Primera Lectura nos trae una muestra) y en las dos Cartas a los Tesalonicenses. Ahora estamos examinando el apocalipsis marqueano que tiene sus equivalentes en Lucas y Mateo, donde el rol central corresponde a la idea “aquel tiempo”, “tiempo difícil”, de la “gran angustia”. Además, subyace, aunque sea en forma tácita, la promesa: “no me abandonaras en la región de los muertos, ni tu siervo conocerá la corrupción”.


En la frase “No me  abandonarás”, ¿aquí el sujeto es quién? ¿A quién está dirigido el Salmo16 (15)? Este Salmo pertenece al grupo de los Salmos que se han dado en llamar “Salmos del Huésped de YHWH”, valga decir, del protegido de Dios, también se les llama “Salmos del Emmanuel”, o sea que los destinatarios del salmo, los que no serán abandonados son esos “favoritos” de Dios a los que Dios acompaña y protege, “siempre está presente, a su lado”, es “Dios-con-nosotros”. Si uno se pone a estudiar este grupo de salmos encuentra que los salmistas pasan por momentos de “crisis extrema”, inclusive parecería que llegan hasta el punto limítrofe, como si ya estuvieran al borde de apostatar. Pero como ellos van con el Emmanuel, esa crisis los lleva a salir fortalecidos y a ser capaces de afrontar lo que venga, se convierten en momentos de crisol para la fe, donde el ácido de la prueba es totalmente neutralizado por el consuelo de Dios: “Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré”.

Este apoyo firme que nos entrega Dios recibe un nombre clave, y esta palabra es la palabra nuclear para acceder a las Lecturas de este Domingo, se trata de la Esperanza. Hemos hablado de “salto epistemológico” porque «La esperanza es un instrumento cognoscitivo con una mirada de largo alcance, de grande agudeza y lucidez. Ni siquiera nuestro corazón puede comprender, con todos sus sueños, aspiraciones y deseos, ese bien sin límites que Dios nos prepara, que es el objeto de nuestra esperanza: algo que está más allá de toda expectativa y de cualquier deseo, aunque los colma y los llena de un modo indescriptible… la esperanza cristiana tiene… como objeto suyo propio: mirar hacia Jesucristo y su regreso.»[1] «Nuestra esperanza se basa en Dios mismo en la actitud eminentemente personal de la promesa, cuyo sentido intimo es una invitación personal a la confianza: “tú puedes fiarte de Mí»[2]


«La escatología cristiana no es la descripción de un universo futuro. Sólo afirma una verdadera y autentica comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí. En este sentido es personalista… En este horizonte personalista deben situarse los otros elementos escatológicos: resurrección corporal y universo nuevo…hablar de universo nuevo… Quizá sea sólo una imagen para indicar que el hombre ya no tendrá más con el mundo exterior esta relación ambigua que tiene ahora cuando no vive en total comunión con el prójimo y con Dios.»[3] «La esperanza… tiene también un valor mundano, en el sentido de que influye fuertemente en la construcción del mundo. Si no tuviera una correspondencia en la historia, no sería esperanza de hombres... se convierte en estímulo y modelo para trabajar en la construcción de un mundo humano que tenga, en cuanto posible, las características de este término hacia el cual tiende el cristiano. ¿Cuáles son estas características?… justicia, libertad, fraternidad, paz, derechos humanos y, por tanto, lucha contra la marginación, el hambre, la desocupación, y todas las realidades que desfiguran la imagen ideal de la ciudad de los hombres, que se construye a imitación de su término perfecto que es el Reino de Dios.»[4]



«El universo nuevo no existirá más que para los hombres que emplearon la trasformación y la dominación de este mundo como medio para mejorar la ciudad de los hombres y aumentar las posibilidades  de orientarse hacia Dios… todo cristianismo que no mantenga la exigencia y la acción en pro de la instauración de un mundo más humano, está traicionando su propia esencia.»[5]




[1] Martini, Carlo María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003 p..59
[2] Alfaro, Juan S.I. PERSONA Y GRACIA en SELECCIOMES DE TEOLOGÍA Facultad de teología San Francisco de Borja Barcelona (España) Vol 2 #5 Enero – Marzo 1963. p.5
[3] Duquoc, Christian. O.P. ESCATOLOGÍA Y MÍSTICA DEL PROGRESO. en SELECCIONES DE TEOLOGÍA Facultad de teología San Francisco de Borja Barcelona (España) Vol 2 #5 Enero – Marzo 1963. P. 223-224
[4] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá, D.C.–Colombia. 1995 p. 551.
[5] Duquoc, Christian. O.P. Op. Cit. p.-224

sábado, 10 de noviembre de 2018

APRENDER A QUIEN MIRAR Y DE QUIEN APRENDER



1 Re 17,10-16; Sal 145, 7-10; Heb 9, 24-28; Mc 12, 38-44

… los sabios no menos que los astutos. Prefieren limitar todo su cristianismo a la inteligencia cada vez más aguda y más profunda de la fe, sin hacer nunca nada. Son unos saltadores que agotan todas sus fuerzas y su impulso, sin saltar nunca… Aunque desaparecieran todos los libros, no sabríamos mucho menos. Antes bien, tal vez sabríamos más… El cristianismo… es una persona concreta, una praxis, una realidad subversiva. Nuestro libro fundamental es Jesús, lo que Él hace y lo que nos enseña a hacer… sean religiosos o laicos (los intelectuales). Hablan de todo y sólo entre ellos se entienden y se confunden.[1]

Ya sabemos con mucho claridad de conciencia que el Año Litúrgico está conformado por 34 Domingos Ordinarios, aparte de los 4 Domingos de Adviento, los 5 de Cuaresma, el Domingo de Ramos, los 7 Domingos de Pascua. Este Domingo, 11 de noviembre de 2018, es el Trigésimo Segundo del ciclo B, de este Año de Gracia. El 25 de noviembre estaremos celebrando a Jesucristo Rey del Universo. Y lo resaltamos porque ¡estos últimos Domingos nos estamos preparando para llegar allí!


La carta a los Hebreos conlleva una dinámica oscilante del mismo reflector salen dos “enfoques” uno apunta a Cristo, el Mesías, como “Sumo Sacerdote”, al apuntar con su otro vaivén, señala hacia el “Redentor”. Desde el Domingo XXVII venimos leyendo esta Carta, el próximo Domingo también; 7 Domingos dedicados a ella. En esta sexta ocasión, después de habernos referido a Él como Sumo Sacerdote, viene ahora a descargar su destello sobre la Salvación que Él nos trae: En los versos del 24 al 26 todavía se remite a la figura del Sumo Sacerdote, pero sólo para contrastar con la superioridad de la fe cristiana.

Podemos dividir la Segunda Lectura en dos secciones: La primera del verso 24 al 26a, donde todavía se está considerando el tema del Sumo Sacerdocio. Pero desde el 26b, donde aparece el νυνὶ δὲ, que son, en griego, adverbio y conjunción, que se funden para marcar la idea de cambio a un nuevo estado, cambio temporal a una nueva época, podríamos traducir “sino que ahora”, ¿de qué ahora se trata? De los que en la Carta se denominan “el final de los tiempos” y entra de lleno a expresar la clase de Salvación que trae el verdadero Ungido: ¿de qué salvación estamos tratando? ¡Borrar los pecados de todos los hombres! (Hb 9, 28c). Pero ese aspecto salvífico no se corta allí, en el episodio sacrificial, sino que, en Hebreos, se remonta al plano escatológico y nos remite a su Segunda Venida, donde el Mesías, ya no se presenta como “cargador de pecados”, sino que una vez los pecados ya borrados, se hace presente para traerle a los que lo esperan σωτηρίαν o sea, “salvación”. Se podrá decir, me pregunto, que ¿el sacrificio fue “redentor” pero su Segunda Venida será salvífica?


Apuntando en esa dirección retomamos un aforismo de Cerfaux: «La resurrección realizada en nosotros por la gracia es parcial y no alcanza todavía a nuestros cuerpos. Por esto esperamos aún la Parusía de Cristo.»[2]. Esto implica una suerte de suspensión, ahí está la opción de plenitud para el ser humano, no para el individuo, sino para la comunidad humana, pero, nos negamos a estrenar nuestra nueva condición, somos reacios a pertenecer a la comunidad porque todavía prevalece un anhelo de exclusividad, todavía alimentamos la pretensión de sentarnos a derecha e izquierda: Nos preguntaba el Cardenal Martini: «¿Cómo vamos a pretender vencer la guerras, si no superamos lo que nos divide a unos de otros, y si no asumimos este espíritu ecuménico, universal, católico en el pleno sentido de la palabra, que atañe a todos los que son llamados a la única realidad que nos hace hermanos?»[3]

¿Cuál es entonces la enseñanza profunda que nos entrega Jesús este Domingo? Consideramos -muy humildemente- que lo que nos enseña Jesús es su mirada diferente, esa que nosotros le suplicamos en la oración, que nos enseñe “a ver como Él mismo ve”, a tener no sólo un corazón de carne, sino unos ojos sensibles, tiernos, fraternales, solidarios. Observemos que Él mismo nos llama: “Llamando a sus discípulos” (Mc 12, 43a) a dejar de mirar la suntuosidad del Templo-edificio y nos convida a fijarnos en la viuda. Aquí la viuda encarna el prototipo del Anawin. Antes de su Partida Él instituye una nueva manera de su Presencia: La Eucaristía y una nueva manera de su Magisterio: Los πτωχὴ “los pobres”. Aquí, para reforzar esta elección preferencial de Jesús, sobre el “hacia dónde dirigir la mirada, demos una ojeadita a la página de la 2da de Reyes que nos propone y ocupa en la Primera Lectura de esta fecha, y tratemos de contestar: ¿por qué puso Dios, en el camino de Elías, en Sarepta, a la viuda que recogía leña? Es probable que la respuesta señale la sospecha de sí se le hubiera atravesado un Escriba, un sacerdote o un levita, lo habrían dejado tendido a la vera del camino, sin socorrerlo y lo habrían dejado morir de hambre y de inanición.


Así como la Segunda Lectura podemos dividirla en semi-perícopas, también el Evangelio admite ver primero una suerte de desconfianza contra eruditos, fariseos y escribas; y, en la segunda parte, la recomendación de cuál es el verdadero “punto de fuga” para nuestro “ver” con claridad lo que Dios nos está mostrando; porque podemos mirar lo que oculta o mirar desde la perspectiva de lo que revela, lo que despierta la consciencia. Un primer paso es saber qué mirar y hacia dónde. El segundo será aprender a discernir, a justipreciar. ¡Pero, (ahí va el tercer pero), no podemos conformarnos con el discernimiento, después vendrá otro paso más!

Al intentar dirigir nuestra mirada en la dirección certera, aparecen los “deformadores de la visión”. Lo primero es tener libertad para mirar porque a no dudarlo aparecerán los que nos recomienden mirar en otro sentido, por razones supuestamente muy válidas, egoístamente válidas. Dice Carlos Vallés comentando el Salmo 145: Me refiero a la dependencia interna, a la necesidad de la aprobación de los demás, a la influencia de la opinión pública, al peligro de convertirse en juguete de los gustos de quienes nos rodean, al recurso servil a “príncipes”. Nada de príncipes en mi vida. Nada de depender del capricho de los demás. Mi vida es mía… En eso está mi libertad, mi derecho a ser yo mismo, mi felicidad como persona. Mi vida está en mi consciencia, y mi consciencia está en tus manos. Tú solo eres mi Rey, Señor.»[4]

Ahora bien, al dirigir nuestra mirada siguiendo el ejemplo de Jesús, hacia los pobres, se sucede de inmediato el interrogante. «Si Dios se interesa por los desgraciados… ¿Tú qué? ¿Qué haces?... Proteger, guardar, curar, levantar, sostener. Dios ha confiado al hombre sus propias tareas. Si el hombre es “este humilde polvo inconsistente, tiene la admirable dignidad de poder imitar a Dios. “Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto”, decía Jesús. He ahí, en las palabras de este Salmo, todo el compromiso cristiano por la promoción y el desarrollo, por el “servicio”, personal y colectivo de la sociedad.»[5]


«Dentro de las sociedades existentes, con cristianos y no cristianos, los miembros de la Iglesia colaboran a crear las condiciones de un mayor desarrollo mientras su anuncio se dirige a que se reconozca y se viva la unidad de todos, como una tarea y como un don de Dios que en Cristo ha manifestado su profundo contenido y lo ha realizado ya en principio…El cristiano no ve lo temporal en su puro aspecto material. En su valoración (de lo temporal) condena todo cuanto aísla de los otros, y sabe que sólo un trato con el mundo que lo coloque al servicio de la mutua unión permite a Dios manifestarse como Señor y Padre. En su vida cristiana consumará la generosa voluntad divina de gracia y de perdón. Aquí encuentra la fuente de la fidelidad en su misión. Y como el Padre ha dado a su gracia una forma definitiva de bendición en Cristo, el cristiano debe estar marcado por la confianza: aun cuando no pueda borrar en este tiempo todo sufrimiento y mutilación, debe trabajar incansablemente por la habitabilidad del mundo sabiendo que la obra será consumada por Aquel “que trasformará nuestro humilde cuerpo conforme a su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a Sí todas las cosas” (Flp 3, 21)»[6]




[1] T. Beck; U. Benedetti; etal. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2009
[2] Cerfaux, Lucien. LA TEOLOGÍA DE LA GRACIA SEGÚN SAN PABLO. En Selecciones de Teología, Vol 6 No 21. Enero-marzo de 1967. p.12
[3] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 541
[4] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander 1989.  p. 263
[5] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996pp. 266-267
[6] Van Rijen, Al. LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO. En SELECCIONES DE TEOLOGÍA p. 298 Vol 7 No 28 Octubre-Diciembre facultad de teología San Francisco de Borja. Barcelona- España 1968

domingo, 4 de noviembre de 2018

PATERNIDAD Y FRATERNIDAD



Deut 6, 2-6; Sal 18(17), 1-3.46.50(2b-4.47.51); Heb 7, 23-28; Mc 12, 28-34

Además Jesús nos ha mostrado de un modo concreto y humano en qué consiste el amor: en el servicio fiel a los hermanos hasta la muerte, consiste en hacer a los otros lo que quieres que los otros te hagan a ti. (Cf. Mt 7,12)
T Beck, U Benedetti etal.

Es el Amor-Agapé, lo que estamos llamados a empeñarnos en construir y fortalecer para construir el Reino, para decir con sinceridad lo de Venga a nosotros tu Reino.

Nos encontramos en la liturgia de este Domingo un salmo de Acción de Gracias, el Salmo 18(17) de la liturgia, ¿cómo agradecerle a Dios tantas y tantas bondades de Su Parte? Se insertaban esa clase de salmos en un contexto cultual definido y su estructura dimana del rito para el cual eran compuestos. Los estudiosos datan este salmo del post-exilio. De sus 51 versos sólo tomamos para la liturgia de hoy cinco. ¿Por qué se ha elegido este salmo para hoy? Nos parece que se puede atribuir esta elección a una de las primeras frases que se leen en la misa de hoy: Te amo YHWH, Tú eres mi fuerza Sal 18(17), 1(2b). Es un salmo que inicia expresando el Amor que el hombre le debe a Dios por su protección, por su socorro en horas de urgencia, por ser Padre proveedor. En este caso -lo dice el salmista- por ser Dios protector y Dios liberador, porque al momento de invocarlo el acude y lo libra del enemigo. En la estructura de estas Acciones de Gracia, al llegar al Altar se convoca al pueblo a sumarse al agradecimiento, luego se narra el peligro que amenazaba y que dio pie a invocar el Santo Nombre de Dios, entonces viene la interjección que pide auxilio y en brevísimas palabras se dice que Dios contestó la súplica. Finalmente, otra vez en el altar de la Ofrenda, se llama a alabar, bendecir y dar gracias.


Con una mirada global, pasemos ahora a ubicar el corazón de las Lecturas de este Domingo. Si quisiéramos elegir una palabra-brújula que nos orientara en las Lecturas de este Trigésimo Primer Domingo Ordinario del ciclo B, propondríamos la palabra Shemá que se traduce como “Escucha” pero la palabra hebrea denota obediencia, acatamiento, puesta en práctica. En otra parte ya hemos enfatizado este sentido de observancia que se anida y trasciende la simple escucha. En el texto de Deuteronomio 6, 6 leemos además “Graba en tu corazón las palabras que te entrego hoy”, lo que nos conduce directamente al comentario que hacía Papa Francisco para introducir la temática de los Mandamientos: «Al inicio del capítulo 20 del libro del Éxodo leemos —y esto es importante—: “Pronunció Dios todas estas palabras” (v. 1). Parece una apertura como otra, pero nada es banal en la Biblia. El texto no dice: “Dios pronunció estos mandamientos” sino “estas palabras”. La tradición hebrea llamará siempre al Decálogo «las diez Palabras». Y el término «decálogo» quiere decir precisamente esto. Y también tienen forma de ley, son objetivamente mandamientos. ¿Por qué, por tanto, el Autor sagrado usa, precisamente aquí, el término “diez palabras”? ¿Por qué? ¿Y no dice “diez mandamientos”?


¿Qué diferencia hay entre un mandamiento y una palabra? El mandamiento es una comunicación que no requiere el diálogo. La palabra, sin embargo, es el medio esencial de la relación como diálogo. Dios Padre crea por medio de su palabra, y su Hijo es la Palabra hecha carne. El amor se nutre de palabras, y lo mismo la educación o la colaboración. Dos personas que no se aman, no consiguen comunicar. Cuando uno habla a nuestro corazón, nuestra soledad termina. Recibe una palabra, se da la comunicación y los mandamientos son palabras de Dios: Dios se comunica en estas diez Palabras, y espera nuestra respuesta. Otra cosa es recibir una orden, otra cosa es percibir que alguno trata de hablar con nosotros. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad…»[1]

Bajo el título “Jesucristo, el amor de Dios encarnado” en los numerales 12–15 encontramos en la Encíclica Dios es Amor de Benedicto XVI, sólidas claves que nos permiten mejor acceder a las Lecturas de este Domingo: Intentemos compilar algunas citas entresacadas de estos numerales para procurar obtener un ángulo optimo de perspectiva: «La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios… Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar… “Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor… Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena… La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega… lo que antes era estar frente a Dios, se transforma ahora en unión por la participación en la entrega de Jesús, en su cuerpo y su sangre.



… la “mística” del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”, dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán…. el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros… fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el “culto” mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros… el “ mandamiento” del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser “mandado” porque antes es dado.»[2] Demos otro paso, afirmemos sintetizando que «para alcanzar la vida no es necesario observar una montaña de leyes y tradiciones, tener grandes estudios y ciencia, sino amar a Dios y al prójimo (12, 28-34).»[3]

Sin embargo debemos mirar aún otra perspectiva profundizadora, porque en la vida coexisten los que nos caen bien con los que nos caen menos bien y hasta con aquellos que definitivamente nos caen mal, y allí en ese contexto de vida somos llamados a la consciencia de que: «Hay muchos retratos –disfraces- con que Jesús se nos presenta cuando menos lo pensamos. El retrato de Jesús resucitado simboliza a las personas que nos caen bien; nos sentimos a gusto a su lado; no tenemos dificultad en amarlos. Otro retrato es el de Jesús crucificado: maloliente, escupido, amoratado. Simboliza a las personas que nos caen mal, que  nos estorban en la vida, que son piedras de tropiezo en nuestro camino; son los pobres que siempre acuden a molestar; son los viciosos y tarados, que nos causan repulsión. También ellos son Jesús con un disfraz desagradable.»[4] y, a renglón seguido, leamos de la carta a los Filipenses 3, 8b-9: « …todo lo considero al presente como peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de Él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero como basura mientras trato de ganar a Cristo. Y quiero encontrarme en Él, no teniendo ya esa rectitud que pretende la Ley, sino aquella que es fruto de la fe en Cristo, quiero decir, la reordenación que Dios regala a los creyentes.»

«… es sano recordar frecuentemente que existe una jerarquía de virtudes, que nos invita a buscar lo esencial. El primado lo tienen las virtudes teologales, que tienen a Dios como objeto y motivo. Y en el centro está la caridad. San Pablo dice que lo que cuenta de verdad es “la fe que actúa por el amor” (Ga 5,6). Estamos llamados a cuidar atentamente la caridad: “El que ama ha cumplido el resto de la ley […] por eso la plenitud de la ley es el amor” (Rm 13,8.10). “Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Ga 5,14).


Dicho con otras palabras: en medio de la tupida selva de preceptos y prescripciones, Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos más. Nos entrega dos rostros, o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos. Porque en cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios. En efecto, el Señor, al final de los tiempos, plasmará su obra de arte con el desecho de esta humanidad vulnerable. Pues, “¿qué es lo que queda?, ¿qué es lo que tiene valor en la vida?, ¿qué riquezas son las que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. Estas dos riquezas no desaparecen”»[5]



«… en todo el contexto de la Primera carta de Juan apenas citada, el amor a Dios es exigido explícitamente. Lo que se subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo…. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios… Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama... Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero... El amor crece a través del amor. El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos” (cf. 1 Co 15, 28).»[6]






[1] Papa Francisco AUDIENCIA GENERAL Plaza de San Pedro Miércoles, 20 de junio de 2018.
[2] Benedicto XVI DEUS CARITAS EST Ed. San Pablo 4ta ed. Bogotá – Colombia 2015. pp. 25-28
[3] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá, D.C. – Colombia 2002. p. 154
[4] Estrada, Hugo. PARA MÍ ¿QUIÉN ES JESÚS. Editorial Salesiana Guatemala 1998 pp. 129-130
[5] Papa Francisco GAUDETE ET EXSULTATE Ed. Paulinas. Bogotá D.C. – Colombia 2018 pp. 42 -43
[6] Benedicto XVI Op. Cit. pp. 29-32